Política

Alertan del mensaje oculto tras la entrega de China del submarino de 2.500 toneladas al aliado asiático más antiguo de EEUU

El acuerdo por un sumergible diésel-eléctrico de 2.500 toneladas ilustra la estrategia de “ambigüedad calculada” con la que Bangkok equilibra sus lazos con Washington y Pekín.

Alertan del mensaje oculto tras la entrega de China del submarino de 2.500 toneladas al aliado asiático más antiguo de EEUU
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En el tablero geopolítico del sudeste asiático, cada gesto cuenta. Esta vez, la jugada la ha hecho Bangkok: Tailandia, uno de los aliados más antiguos de Estados Unidos en la región, ha firmado en Pekín la compra de un submarino diésel-eléctrico Tipo 039A —denominado localmente S26T— de fabricación china. El contrato, que prevé la entrega del buque en 2028, simboliza mucho más que una simple operación naval.

La ceremonia de firma, celebrada en la sede de China Shipbuilding and Offshore International, contó con la presencia del almirante Jirapol Wongwit, comandante de la Armada Real Tailandesa. Según el medio Interesting Engineering, el acuerdo incluye formación, transferencia de tecnología y un plazo de construcción estimado en unos 40 meses. Pero también representa el cierre de un proyecto que estaba encallado.

Y es que el casco del submarino comenzó a construirse en 2019, pero la operación se estancó cuando Alemania se negó a suministrar los motores debido al embargo europeo de armas contra China tras la matanza de Tiananmén en 1989. Pekín acabó ofreciendo un motor propio, cuya fiabilidad fue puesta a prueba con éxito en exámenes técnicos exhaustivos. Solo entonces Bangkok dio luz verde.

En un principio, el plan contemplaba la compra de tres unidades, pero un recorte presupuestario redujeron la ambición a un único sumergible. El S26T, de 77,7 metros de eslora y equipado con propulsión independiente del aire tipo Stirling, puede permanecer en el mar hasta 65 días combinando sus sistemas diésel-eléctricos y AIP, según la revista especializada Naval News.

Más política que defensa

Para un país donde las fuerzas navales no ocupan un lugar destacado en los planes de defensa, la compra de un submarino de última generación parece menos una necesidad militar que una declaración política.

Tailandia fue durante décadas un socio clave de Washington: sirvió de plataforma logística en la guerra de Vietnam, obtuvo en 2003 el estatus de aliado principal fuera de la OTAN y sigue siendo anfitrión de ejercicios conjuntos. Sin embargo, el golpe de Estado de 2014 deterioró las relaciones. Estados Unidos congeló parte de la ayuda militar y criticó abiertamente a los generales que tomaron el poder.

No obstante, este movimiento parece estar lejos de significar un viraje hacia China. Según el analista Greg Raymond, del Centro de Estudios Estratégicos y de Defensa de la Universidad Nacional de Australia, este gesto forma parte de una “ambigüedad calculada”. Según explica para el medio citado, Tailandia busca reforzar su autonomía negando la dominancia de cualquier gran potencia.

En otras palabras, el submarino chino no cambia el equilibrio de poder naval en el Indo-Pacífico, pero sí subraya la habilidad de Bangkok para caminar sobre la cuerda floja diplomática: mantener su alianza con Washington mientras profundiza sus vínculos con Pekín.

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De momento, Estados Unidos ha optado por mirar hacia otro lado, insistiendo en que Tailandia sigue siendo un socio cercano. Pero el mensaje queda flotando en las aguas del sudeste asiático. Bangkok quiere ser cortejada por las dos potencias, sin casarse con ninguna.

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