Polideportivo | Leni Riefenstah
Cien años bajo sospecha
La mujer que dirigió a Hitler y a Owen en los JJOO de 1936, cumple un siglo y sigue dispuesta a rodar.
La mente que construyó la mejor película deportiva de todos los tiempos, Olympia, el relato de los Juegos de Berlín en 1936, cumplió 100 años el pasado día 22. Ese cerebro, el de la berlinesa Leni Riefenstahl fue el que también diseñó el más brillante film de propaganda en el siglo XX: El Triunfo de la Voluntad (según el Telediario de sobremesa de TVE-1, 22-VIII-02, El Triunfo de la Libertad...).
El Triunfo de la Voluntad es una oda al gran Congreso del partido nazi en Nüremberg, en 1934. Riefenstahl se había enamorado del carisma de Hitler durante un mitin nacionalsocialista, en 1932: "Hay veces en las que no se puede combatir a un estallido de energía eléctrica: esta fue una de ellas. Nadie podía resistirse a los ojos azules de Hitler y a su emoción", diría Leni. A Hitler le sedujo el clima de ensoñación de La Luz Azul, la primera película de la berlinesa.
Y Riefenstahl fue capaz de unir representaciones deportivas épicas con asociaciones medievales y wagnerianas: "El nazismo, antes que una pocilga, encarnaba un alto tono de estética", escribe Haro Tecglen. De la lucha de clases y la vinculación afectiva de arios trabajadores semimilitares del Reich, Riefenstahl extrajo la concreción épica de esa geometría nihilista de las masas, al servicio del Nuevo Orden hitleriano. Estética eran esos inmensos desfiles sobre los que Hitler descendía en avión, desde los rayos del sol, a través del cielo encapotado... sobre los gigantes de guantes blancos de las SS. Las calles de Nüremberg tronaban con la música de la Horst Wessel Lied, el himno del partido nazi.
Después, Leni instruyó a la jerarquía nacionalsocialista al completo (Hitler, Goebbels, Göring, Speer...) sobre el sitio que cada uno debía ocupar, como un simple extra, en el inmenso palco del Olympia Stadion berlinés, diseñado por Albert Speer, durante la inauguración de aquellos Juegos de 1936: los del nazismo, los de Jesse Owen, los de la purga de dos relevistas judíos de Estados Unidos, Glickman y Stoller, con la luz verde del presidente del Comité Olímpico de EEUU, el filonazi Avery Brundage: sería luego el presidente del CIO cuando la masacre de Múnich, en 1972.
Haría los mejores planos del imperial Jesse Owens, y...
"A los americanos debería darles vergüenza que los negros ganen sus medallas", dicen que dijo el Canciller del III Reich a su amigo Baldur Von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas.
Goebbels se enfadó, cuenta Leni en sus Memorias (Ed. Lumen) porque la ex danzarina berlinesa tenía acceso directo al Berghof, el refugio de Hitler en Berchtesgaden. Hitler en persona la sacó de algún apuro. Entonces, Riefenstahl hizo una película sobre la Wehrmacht: Un día de libertad. Y Tiefland, Tierra profunda, en la que intervenían 150 gitanos de los campos de concentración que hasta hoy vienen demandando a Riefenstahl. En la cuenta atrás del Reich llegó 1939, y...
Explosiones de ferocidad cambiaron la vida de Riefenstahl: los nazis intentaron que documentara gráficamente la invasión de Polonia, pero las atrocidades que Leni testificó en la ciudad polaca de Konsky minaron su fervor. Su hermano murió en el frente ruso.
No volvió a hacer grandes películas, pero sí documentales sobre las profundidades acuáticas y sobre las esculturas sexuales de ébano que eran los nubas africanos de Kau. Y a los 100 años, esos ojos que miraron tan de cerca a los ojos azules de Adolf Hitler siguen activos. Brillan. "Pienso hacer otra película y ya mismo", dice el mito berlinés.
"Casi todos en Baviera y Alemania creen obligado festejar el 100 aniversario de la señora Riefenstahl. Nosotros, no", escribe el Süddeutsche Zeitung. El Schwarze Korps (El Cuerpo Negro) quizá hubiera escrito otra cosa...
Porque el Schwarze Korps era el periódico de los Caballeros Negros: los gigantes de guantes blancos y uniformes negros de las SS. El matrimonio fascinante de la estética y el salvajismo. Lo que vio y contó Leni Riefenstahl.