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ZARAGOZA 1-REAL MADRID 1

Con la cabeza en la Champions

El Madrid, con suplentes de salida, no pasó del empate ante un Zaragoza que se adelantó con un gol de Rodri y tuvo casta. Empató Cristiano y no lo arreglaron Özil ni Di María.

Roberto despeja la pelota ante Sergio Ramos.
Roberto despeja la pelota ante Sergio Ramos.Reuters

Si hubiera existido un pacto de no agresión, el resultado habría sido el mismo: empate sin sangre. El Madrid mantiene la distancia con el Barça y el Zaragoza la conserva con el Celta, que marca la línea del descenso. Hay cosas más importantes que la Liga: la Champions y el propio pellejo. Quienes no se cambiaron la camiseta debieron intercambiar pasteles. No es frecuente asistir a tiroteos tan felices.

La igualdad fue la tónica desde el inicio del choque. El Zaragoza jugó a ser el Madrid y le puso un espejo delante. Siguiendo ese plan dio más importancia al contragolpe que a la posesión, a los hechos que a los argumentos. Sus virtudes eran el orden, la presión y el entusiasmo. Los ojos inyectados y el cuchillo entre lo dientes (la hoja por fuera, aclaro). La pose no era forzada. El Zaragoza sentía naturalmente lo que el Madrid trataba de imaginar: pasión, urgencia, interés.

Producto de esa inercia, Rodri (Rodrigo Ríos Lozano, 22 primaveras) marcó a los cinco minutos. El chico (excanterano del Sevilla y cedido por el Barça) aprovechó un fallo de Modric y Pepe para hacer un gol de futbolista curtido, golpe certero, sin un solo titubeo. Únicamente se le notó la tierna edad cuando en la celebración dio un salto mortal con tirabuzón y bailó un Harlem Shake. Juventud, divinas caderas.

El visitante pudo empatar a los dos minutos. Marcelo buscó por alto el desmarque de Cristiano y el empalme del portugués se perdió alto para alivio del estadio, que hubiera debido caerse en caso de gol. Aquello le descubrió al Madrid un camino por explorar y un asistente inesperado. Me refiero a la rígida espalda de los centrales y a la inspiración de Marcelo como fino pasador. Los peores ratos del Zaragoza llegaron por la acción de uno de esos factores o por la interacción de ambos.

Con todo, el control era de quien ponía el campo. El Madrid, desangelado, perdía fácilmente la pelota y el Zaragoza, excitado, picaba espuelas con cada robo. Su problema, qué paradoja, fue hacerlo todo bien. Pasada media hora, el equipo de Jiménez se sentía tan cómodo que relajó el gesto y cambió el cuchillo por un mondadientes. Fue entonces cuando marcó el Madrid.

Tal y como se podía prever, la espalda de los centrales volvió a crujir. A partir de un mal despeje de Loovens la jugada se fue enredando hasta que Cristiano deshizo el nudo con la facilidad que acostumbra. Su disparo seco y raso al primer palo fue impecable, aunque favorecido por la mala colocación de Roberto, que había perdido la referencia del poste y del sistema solar.

El empate apenas cambió nada. El efecto más reseñable es que Xabi Alonso dejó de calentar. El Zaragoza no se afligió y el Madrid continuó sin mandar en el mediocampo: Modric es un peso ligero (campeón del mundo en Manchester) y Essien un obrero cualificado, pero no un generador de fútbol. Tampoco se divisó a Kaká en el horizonte.

El Madrid estuvo muy cerca de marcar el segundo gol de vuelta del descanso. Lo impidió el talento y la fortuna. Roberto desactivó el tiro de Cristiano y el poste (el de antes) repelió el posterior remate de Marcelo, que quiso romper la red y casi tala un árbol.

El partido se espesó luego y sólo despertó cuando Essien abrazó dentro del área a Postiga, que había arrancado en posición dudosa. Undiano no vio falta (sólo amor) y escurrió el bulto con elegante trote de caballo jerezano. La igualdad era deportiva, científica y filosófica. Lo que había salvado antes Roberto lo salvó después Diego López, a doce minutos del final, al rechazar con el cuerpo un cabezazo a bocajarro de Postiga, gran delantero con más talento que gol.

Aunque el partido se llenó en los últimos minutos de corrientes de aire y pasillos de ministerio, el Madrid no marcó. Marcelo la tuvo, pero dudó si marcar o peinar. Ni siquiera el empuje de Özil, Di María y Khedira, refrescos de tronío, propició el gol madridista. A nadie le importó demasiado que el marcador no se volviera a mover. El Madrid sueña con la Champions y el Zaragoza con la primavera.