ENTREVISTA AS

‘Mano de hierro’ desde dentro: “Una historia familiar con sus luces y sus sombras”

Los protagonistas de la serie, que verá la luz en Netflix el próximo 15 de marzo, charlan, cavilan y describen para este diario cómo los amaneceres y atardeceres del Puerto de Barcelona cincelaron la producción.

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‘Mano de hierro’ desde dentro: “Una historia familiar con sus luces y sus sombras”

Existe en el imaginario colectivo una cierta demonización de la mano biónica. La sombra que se proyecta en el muro de ladrillo antes de torcer la esquina de un callejón asusta más si al materializarse, además de gabardina de cuello alto, presenta una prótesis al final del brazo. Los piratas más infames, viles perros de mar, aumentan su leyenda si poseen garfio —más escaparate de hazañas y crueldades que herramienta útil—. Incluso el villano del Inspector Gadget, el malvado Dr. Claw, basó su iconicidad en una garra mecánica y un gato. Todo esto, quizás sin el felino, es Joaquín Manchado, alias Mano de hierro.

Cuarta planta de un edificio del centro de Madrid. Un salón adornado con lámparas que semejan claveles invertidos separa el cuarto en el que se sientan Chino Darín y Natalia de Molina de otro, más iluminado y pequeño, en el que esperan Eduard Fernández y Jaime Lorente. Da la sensación de que toda la capital está bajo los pies de uno. Tan grande, tan desconocida. Y que cada hueco esconde historias como las que trae la marea del puerto de Barcelona. Pero aquí no hay oleaje y no sirven las cuartas plantas, por altas que resulten. Desde los bancos de Madrid no se puede ver el mar.

Sobre el thriller y otros aprendizajes

“Espero que la gente no quiera ser como estos personajes porque son bastante chungos”, dice Natalia de Molina, escéptica y risueña, al ser preguntada acerca de las lecciones que pueden extraerse del oscuro mundo que encierra la serie que ahora presentan. “No sé si tiene un espíritu didáctico”, resume Darín, despertando la matización de la intérprete: “Independientemente de los dilemas morales que puedan plantearse en la serie, el tema familiar, las relaciones de poder que se establecen... Se puede aprender que hay cosas a las que es mejor no entrar. Cuando tienes escapatoria, poder escapar siempre es una opción”.

Algo parecido ronda la cabeza de Jaime Lorente. “Es un juego de ficción claro y evidente, es una serie donde pocas conclusiones morales se tienen que sacar”, dice, invitando a la gente a que viaje con el thriller y con una “trama muy alejada de su realidad”. Thriller. Quizá sea esa la palabra. Eduard Fernández lo confirma, pero no a cualquier precio: “tiene muchas particularidades”. Una de ellas, el entorno. El puerto. “Yo soy de allí y está muy presente en Barcelona. Desde mi casa veo las grúas. Y no hay acceso, pero nosotros lo hemos tenido”, prosigue Fernández, añadiendo que es ese lugar donde reside el alma de la historia y que “le da un empaque que hace muy creíble el peso de la serie y las historias que hay dentro de ella”. La suya, la primera: “Mi personaje, que es el capo de la familia, es alguien que puede ser el vecino del 6ºC, Joaquín, y que luego te enteras de lo que ha hecho y dices: ‘¡hostia, no me jodas!’”.

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QUIM VIVES/NETFLIX

Su historia se construye lentamente, poco a poco. No debe ser fácil adentrarse en un mundo tan opaco, reflexiona uno. Lo exterioriza. Chino Darín creyó dar con la clave: “Yo creo que hay que usar primero la imaginación y luego los recursos que uno tenga de información disponibles”. La cuarta planta, la gente paseando abajo. Chino Darín también parece verlo, pero habla de la serie: “Todos sabemos que estos mundos existen. Por más estrafalario que sea lo que se te ocurra, es probable que encuentres algo a lo que agarrarte o inspirarte como actor. Después uno puede inventar, ¿no?”. Uno no responde porque sabe que es una pregunta retórica, pero cree reconocer que, a fin de cuentas, el argentino sí que ha aprendido algo de la serie. Resuena la voz de Eduard Fernández en su cabeza: “Y eso depende más del que mira que de quien enseña”.

El alma de los personajes, el mar y García Márquez

“En cierta manera sí”. Natalia de Molina cree empatizar con su personaje porque es “una mujer entregada a su familia, que quiere alejarse, dentro de sus posibilidades, y mantenerse al margen; porque es una mujer en un ambiente masculino que se rige por la misoginia”. Todo esto le hace pensar que tiene el papel “más humano, más cabal”; piensa uno que a ello contribuye desoír su propio consejo, el de rehuir las escapatorias, y que lo natural, si mortal, dos veces natural. La tercera dimensión de lo panteísta lo aporta la dualidad de las cosas, algo que, para el actor argentino, le separa y le une a su personaje: “No me siento tan identificado con los espacios donde este personaje transcurre acatando órdenes, pero hay un aspecto revolucionario dentro de él. Por ahí vibro más”. La revolución interna de lo estático, una fotosíntesis.

Quizá ahí esté la clave, el motor espiritual de la serie —“uno nunca sabe dónde reside la clave para que la gente se enganche a algo. Hay energías que vuelan por ahí y que hacen que algo tenga éxito o no”, cavila Jaime Lorente—. O quizá no. “La cuestión es que esté bien armado, que tenga sentido, que sea una producción como Dios manda”, simplifica Fernández, con los pies en la tierra y seguro de sus ideas, sean volantes o no: “Hay que ser muy específico. Entre tú y yo, a veces hay que torturar a la gente para que no se chive o si ha hecho algo malo. A partir de lo cotidiano entra la ficción”.

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De fondo, el mar. Ahí sigue. “Un territorio muy hostil, incontrolable”, para Natalia de Molina. Ahí estaba hace seis millones de años y, efectivamente, ahí sigue. “Nuestro director, Lluís Quílez, que es meticuloso y no renuncia a nada, nos tuvo currando como animales”, continúa el actor barcelonés. “Como estibadores”, corrige Lorente. Era invierno y el frío abrazaba el esqueleto de los cuatro. “¿Lo mejor? Los amaneceres y los atardeceres. ¿Lo peor? Ver las dos cosas durante el mismo día”, dice Darín; media hora más tarde, completaba Fernández el retrato que había empezado a dibujar el argentino: “Él es porteño. El paisaje es bárbaro. Yo, que soy de mar... Nunca lo he dicho, pero uno de mis paisajes favoritos del mundo es ese rincón que hay entre el puerto de Barcelona y el cementerio de Montjuïc”. El silencio se adueña de unos segundos en los que, muy probablemente, el intérprete viajase desde el asiento, quién sabe si con nostalgia, hasta aquel mediterráneo recoveco: “De hecho, García Márquez tiene un cuento situado allí”.

Salitre, pollo a la brasa y Frank Sinatra

“Lo que pasa en este tipo de proyectos de ambiente tenso y duro es que existe un tipo de rescate humorístico”, resuelve el argentino. Vamos, que “hay que sacar las tres naranjas por momentos”. Algo más sacó Jaime Lorente: “Un día que rodábamos muy temprano coincidimos con unos estibadores que salían del turno de noche. Eran las ocho y media de la mañana y me invitaron a una parrillada de pollo a la brasa”. De aquello recuerda que “fue muy divertido”, que vio “las entrañas de aquel entorno”; y de la experiencia, en general, recapitula Fernández que resultó “fantástica”: “Excepto aquella hostia que te di aquel día, que te la merecías”. No fue por el homenaje que se dio en el desayuno, comida cuya existencia el catalán ignoraba. Del golpe sólo conocen los detalles quienes pisaron el puerto aquel invierno.

La serie suena a plomo y sabe a salitre, huele a motor quemado y se siente tan acogedora y peligrosa como el abrazo de un mafioso siciliano. A Darín le parece que varios personajes, de tener banda sonora, aparecerían bajo el rock británico de Radiohead. Creep, dice. “No sé, ¿una ranchera?”, se pregunta la actriz, que, quizá, conecta con la producción desde los otros cuatro sentidos. Jaime Lorente cree que Eduard Fernández se sentirá identificado con la melodía de Los Soprano, y él, más por la letra que por el ritmo, apuesta por Resistiré; pero el actor barcelonés, que es tan sutil como su personaje, que es de los que hacen pompas cuando otros van a comprar chicles, ya tiene un pentagrama girando en torno a Mano de hierro: “Una de Frank Sinatra, que también era pájaro”.

A Natalia de Molina se le pide que describa la serie en una frase y ella da vía libre a una concatenación infinita de palabras que son más fáciles de sentir en el estómago que de dibujar. “Ambición, familia, traición, venganza, corrupción, amor”, recita, y uno se da cuenta de que sí, que la actriz percibe mucho mejor la serie desde la piel que desde el oído. “Tiene algo medio esotérico por momentos”, reflexiona Chino Darín. Media hora más tarde, tras observar cómo transeúntes que seguramente no vuelva a ver el periodista en su vida llegan tarde al trabajo, o eso cree, Eduard Fernández y Jaime Lorente responden al escalofriante unísono: “Una historia familiar, con sus luces y sus sombras”.

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