Lo de Assassin’s Creed Shadows es otra polémica artificial: la saga es ficción y no tiene por qué ser fiel a la historia

No creo que el papa Alejandro VI se paseara por los pasillos del Vaticano blandiendo un cetro con poderes mágicos. Tampoco que Leónidas tuviera una nieta descendiente de una especie alienígena que llegó a la Tierra antes que nadie. Es poco probable que la reina Victoria se rebajara a tomar el té con Asesinos y todavía menos plausible que Pitágoras fuera inmortal y viviera en la mística Atlántida. Assassin’s Creed toma la historia como referencia, la transforma, la amolda a la ficción y la utiliza como marco para construir sus recreaciones. Por eso, todo lo que rodea a Shadows, la nueva entrega de la saga, desprende un cierto tufillo rancio que apesta a racismo.

Assassin’s Creed es ciencia ficción, parte de la base de una guerra ancestral entre dos órdenes ocultas, que guardan los secretos de los Isu, la especie extraterrestre que creó a la humanos en un pasado remoto. El conflicto entre Asesinos y Templarios recorre la historia hasta nuestros días, sin que la gente común sepa que algunos poderosos controlan la política mundial y el devenir de la humanidad. Dentro de esa distopía, los científicos han inventado el Ánimus, una máquina que permite que los sujetos revivan las vivencias de sus ancestros. Con estos ingredientes, resulta irónico que algunos se molesten cuando Ubisoft altera algo de la historia.

Una cosa son los errores como los que han sustanciado las críticas de parte de la comunidad japonesa. Los fallos de representación en los materiales promocionales han causado controversia y Ubisoft se ha disculpado por ello. Otra cosa diferente es el debate que se ha organizado en torno a la figura Yasuke, uno de los dos protagonistas jugables del videojuego. Desde el punto de vista histórico, la disquisición sobre si el personaje fue o no samurái es fascinante, pero no relevante para el juego en sí, que siempre incorpora elementos de ficción. Ya lo dice la compañía en su comunicado: quieren garantizar una representación “inmersiva y respetuosa del Japón feudal”, pero sin que eso suponga repasar los hechos al pie de letra ni plasmar al personaje tal y como fue en la realidad. “En su lugar, nos centramos en despertar la curiosidad del jugador y animarlos a que exploren y aprendan más sobre las ambientaciones históricas en las que nos inspiramos”, explican en el comunicado.

Quizá lo que más debería preocuparnos es por qué se ha levantado esta oleada de odio y de críticas altisonantes, discordantes y chillonas que nos invaden en las redes sociales. Da igual que se llame Assassin’s Creed Shadows, ‘The Acolyte’ o ‘Los Anillos de Poder’. Si Rhaenyra se besa con Mysaria en ‘La Casa del Dragón’ ¡es woke! Si sale un elfo negro en la serie de ‘El Señor de los Anillos’, dios, qué horror, se han cargado a Tolkien. Si ‘Star Wars’ incorpora a unas brujas lesbianas, otra vez el grito en el cielo. Si Ubisoft elige a Yasuke como coprotagonista, ¡ay, no, así no era Japón! Hasta el propio Elon Musk cacarea soliviantado. Les molesta no manejar a un samurái con rasgos asiáticos como si no hubiera juegos de samuráis en los que puedes jugar con un samurái con rasgos asiáticos. En esencia, todo se reduce a una cuestión de racismo, incluso cuando el personaje histórico existió. Por supuesto, se trata de una representación ficticia, pero eso ha sido siempre así en Assassin’s Creed.