‘Nacionalismo’. Completo y exhaustivo ensayo sobre el nacimiento y desarrollo del fenómeno que está cambiando el mundo
El historiador Eric Storm disecciona las causas del auge de un movimiento político que, en los últimos años, se ha vinculado al populismo como medio para alcanzar sus objetivos.


‘Nacionalismo’ es una obra compleja, extensa y didáctica, con una mirada universal a un fenómeno que recorre todo el planeta, pero que no nació asociado a ninguna ideología. El profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Leiden sitúa su origen en el siglo XVIII, coincidiendo con la llegada del Estado moderno tras la Revolución francesa y los posteriores movimientos independentistas en las colonias de los grandes imperios español, francés e inglés.
Establece este punto de partida, aunque reconoce que la identidad de algunos pueblos se remonta a la Edad Antigua o la Edad Media. Sin embargo, teoriza sobre la inexistencia del concepto de nación vinculado a un sentimiento de pertenencia, el cual se construye mediante múltiples factores que se solapan: lengua, arte, gastronomía, pasado histórico heroico…
Concepto temprano de nación (hasta el siglo XVIII)
Hasta el siglo XVIII no existía el término “nación” como lo entendemos hoy. Desde finales de la Edad Media había cierta conciencia de que Europa estaba habitada por diversos pueblos, cuyas fronteras no estaban claramente definidas y cuya sociedad se estructuraba más por clases sociales: pueblo, clero y nobleza.
A principios de la Edad Moderna se produjeron cambios importantes: la popularización de las lenguas vernáculas, el nacimiento de una clase social asociada a los negocios, la secularización del conocimiento y un aumento de los gastos militares que exigía impuestos más elevados.

Nacimiento del Estado nación (1775–1815)
Surge como consecuencia de la Revolución francesa. No existía aún un sentimiento de identidad nacional como el actual, ni las fronteras se definían por la lengua o la cultura común. Los reyes perdieron su poder absoluto y la soberanía pasó al pueblo, aunque los criterios de pertenencia excluían a muchos: mujeres, niños, esclavos, personas de ascendencia africana o indígenas americanas.
Se fundaron instituciones como museos y academias para forjar un legado cultural común, y se potenciaron las artes: literatura, escultura, pintura y arquitectura. Ejemplo paradigmático de esta etapa es la creación del Museo del Louvre en 1793, como símbolo de patrimonio nacional.
Nacionalismo romántico (1815–1848)
En esta fase, la lengua cobra importancia como elemento de cohesión. El movimiento desemboca en las revoluciones de 1848, que marcan el nacimiento de nuevas naciones como Grecia, que se independiza del Imperio Otomano en 1830, y Bélgica, que se separa de los Países Bajos en 1831.
En otros casos, como Polonia, Irlanda o Egipto, los movimientos nacionalistas fueron reprimidos por los grandes imperios. Se acepta de forma generalizada un modelo con administración centralizada más eficiente, ejército de conscripción y sistema educativo moderno.
Construcción de la nación (1848–1885)
En Europa se unieron territorios con identidades históricas similares para formar naciones más fuertes. Ejemplos clave son la unificación italiana liderada por Cavour y Garibaldi (1861) y la unificación alemana bajo Bismarck (1871).
En otras regiones, grandes autocracias como Japón (con la Restauración Meiji), China (con las reformas de la dinastía Qing) o el Imperio Otomano iniciaron procesos de modernización. Se glorifica el pasado, dando nombre de personajes ilustres a calles, monumentos y edificios. Comienza la era de las exposiciones universales, como la de París en 1889, donde se inauguró la Torre Eiffel como símbolo nacional.
Radicalización nacionalista (1885–1914)
Las nuevas naciones arrancan una carrera expansionista, adquiriendo territorios en África y Asia. El Imperio Británico en la India, el Imperio Alemán en África (Togo, Camerún, Namibia) y el Imperio Francés en Indochina son ejemplos de esta fase.
Estos nuevos súbditos no gozan de los mismos derechos que los ciudadanos de la metrópolis, aunque se les introduce en el arte, la cultura y las mejoras sanitarias. Se enfatizan elementos que contribuyen a una identidad cultural diferenciada: gastronomía, música, literatura…

El choque entre extremos (1914–1945)
Tras la Primera Guerra Mundial nacen nuevos Estados nación en Europa y Oriente Medio, como Checoslovaquia, Yugoslavia o Irak, con fronteras que a menudo no respetan las identidades nacionales. Esto provoca asimilaciones forzadas o incluso eliminaciones de poblaciones.
El modelo liberal se enfrenta al autoritarismo: el nacionalismo alemán bajo Hitler y el comunismo ruso bajo Stalin. La Segunda Guerra Mundial exacerba estas tensiones, desembocando en genocidios como el Holocausto y limpiezas étnicas en Europa del Este.
Se promueve la cultura nacional y el deporte se convierte en un factor de cohesión, como se vio en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, utilizados como propaganda nacionalista.
Modernización de los Estados nación (1945–1979)
Tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado nación se consolida como modelo. Los imperios restantes crean comunidades que mantienen lazos con la antigua metrópoli, como la Commonwealth británica, y los estados más pequeños intentan unirse en federaciones. Solo la Comunidad Económica Europea tiene éxito.
Las fronteras se vuelven sacrosantas, las mujeres obtienen el derecho al voto y los esfuerzos militares se sustituyen por los económicos. Se impone una lengua común y los medios de comunicación difunden una visión unitaria.
El arte se orienta hacia una cultura popular de masas, la arquitectura prioriza la eficiencia y la gastronomía local cede protagonismo a productos de consumo universal. La Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos se convierten en escenarios simbólicos de competencia pacífica, promoviendo valores como la excelencia, la amistad y la igualdad.

Neoliberalismo y políticas de identidad (1979–actualidad)
El triunfo del neoliberalismo, junto con el auge de las políticas identitarias centradas en etnicidad, cultura y religión, polariza al mundo. Como muchas fronteras étnicas no coinciden con las divisiones territoriales, surgen conflictos violentos entre comunidades que antes convivían.
Ejemplos de esta tensión son la fragmentación de Yugoslavia en los años 90, el conflicto en Ruanda entre hutus y tutsis, o el Brexit, como expresión de un nacionalismo contemporáneo que rechaza la integración supranacional.
Se impulsa la descentralización para favorecer a regiones menos favorecidas, lo que provoca una contrarréplica desde la derecha, que denuncia la pérdida de identidad nacional. Esta se apropia de un sentimiento que originalmente era apolítico, pero que la izquierda abandonó tras la revolución marxista: la clase obrera no tiene fronteras.
Conclusiones
Eric Storm ofrece una mirada crítica al presente del Estado nación, marcada por tensiones internas y desafíos globales. A lo largo del ensayo, muestra cómo el nacionalismo ha evolucionado desde una herramienta de cohesión y construcción identitaria hasta convertirse en un concepto disputado, instrumentalizado por distintas corrientes ideológicas.
Hoy, el modelo del Estado nación se encuentra en una encrucijada. La creciente interdependencia entre países, el retorno de ambiciones imperiales y la urgencia de respuestas colectivas ante la crisis climática han debilitado su capacidad de acción y su legitimidad como garante del bienestar. En este contexto, Storm no se muestra optimista: el nacionalismo, lejos de desaparecer, se transforma y se adapta, pero ya no parece ofrecer soluciones claras a los problemas del mundo contemporáneo. Más bien, se convierte en un reflejo de sus contradicciones.

Ficha
- Autor: Eric Storm
- Editorial: Crítica
- Colección: Serie Mayor
- Fecha de publicación: 10 de septiembre de 2025
- Formato: Tapa dura con sobrecubierta
- Dimensiones: 15,5 x 23 cm
- Páginas: 688
- ISBN: 978-84-9199-787-0
- Editorial: Crítica
- Precio: 24,90 €
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