Según se puede leer en la página de producto de Snake Pass en Steam , Seb Liese diseñó el prototipo del juego como una carta de amor no sólo a los juegos de su infancia sino a su mascota, una serpiente. Este hecho quedaría en lo anecdótico de no ser por la particularidad de la propuesta que tenemos entre manos, un título que está tan alejado de los estándares del videojuego actual que sólo puede existir como una forma de liberarse de los fantasmas del pasado. Nuestra protagonista, Noodles, es alegre y colorista, y le acompaña un colibrí que hace las veces de ayudante. Todo es jovial y distendido, y aunque en aquel prototipo que recibió premios aquí y allá e inspiró a Sumo Digital para sacar adelante Snake Pass la criatura era mucho más realista y menos cartoony, se ve una intencionalidad al dotarla de estos rasgos tan particulares y sobre todo, en cómo se ejecuta el juego desde las propias mecánicas. Pero, ¿quién es Sumo Digital y qué pinta en todo esto? Para los que no os suene su nombre, estamos ante una compañía responsable de juegos de calidad tan elevada como LittleBigPlanet 3 , las dos entregas de Sonic & Sega All-Stars Racing, Forza Horizon 2 y otras entregas de la franquicia, además de encontrarse colaborando en este momento en el esperado Crackdown 3. Y Snake Pass es una licencia propia, que acaban de hacer llegar no sólo a PC, Xbox One y PlayStation 4 sino también a la recién nacida Nintendo Switch. Esto último es relevante no sólo porque el formato de juego es idóneo para portátil sino porque ha supuesto la primera prueba de fuego del sistema a la hora de manejar el Unreal Engine 4 en sus circuitos... y si tenéis dudas: va perfecto, tanto en modo portátl como en dock, sin ni una sola pérdida en la paleta de colores, estabilidad de frames o rendimiento en general. Prueba superada. Aclarado esto, podemos empezar a hablar de un juego que es bastante atípico y que quizá por su condición de rareza va a dividir bastante al público, de la misma forma que en parte a eso le deberá el llegar a usuarios curiosos que anhelen juegos como los de antes en lo que respecta a su apuesta estética, muy cercana a la de clásicos plataformeros como Banjo-Kazooie, Crash Bandicoot o Chameleon Twist . El sumo cuidado con el que se ha diseñado a sus protagonistas aúna esa sencillez de tiempos pasados con un buen trabajo en las animaciones, que en el caso de Noodles (la serpiente) es determinante al ser el eje de toda la propuesta. Por desgracia su diseño artístico no está a la altura en lo que respecta a los propios niveles, repitiendo texturas y edificaciones una y otra vez, pero lo compensa con otros valores añadidos. En Snake Pass, el objetivo es controlar a una serpiente para ir recogiendo una serie de cristales que se han perdido en una zona cerrada y que tenemos que llevar hasta unos altares. Todo esto durante quince fases, recogidas en cuatro mundos en dificulad ascendente (y con un pico bastante pronunciado, dicho sea de paso) y donde brilla el cuidado que Sumo Digital ha aplicado a ponerle dificultades al jugador. Además de estos elementos, que son los obligatorios para completar el nivel, existen otros coleccionables como burbujas azules y cinco monedas, colocadas estratégicamente en zonas de difícil acceso y que nos costarán algún dolor de cabeza. Este diseño basado en el trolleo funciona más que bien, la creatividad no es una de las carencias de Snake Pass y aún es más, podría decirse que es clave para que el juego verdaderamente pueda trascender y no quedarse en la anécdota, pues conseguir el 100% del título puede durar muchísimas horas de juego. Y eso sin contar el modo contrarreloj que se desbloquea en cada mundo al ser completado, aunque eso sí en el momento de publicación de este análisis esta opción no está disponible en la versión de Nintendo Switch (Sumo ya trabaja en un parche para añadirlo). Si serán diez , veinte o doscientas horas depende ya de la maña del usuario, porque aquí es donde entra la particularidad de Snake Pass: la serpiente repta, y esa es su única función, por lo que para conseguir monedas o cristales en zonas elevadas tendrá que ir enroscándose a cañas de bambú y otras estructuras con un control que nos permite mover todo su cuerpo en 360º. Así si por ejemplo queremos llegar a lo alto de un templo, tendremos que acercarnos, girar sobre el bambú, agarrarnos con la cabeza para hacer impulso y seguir subiendo de poco en poco para no caernos. Puede sonar muy sencillo, quizá incluso demasiado: no lo es. Snake Pass puede parecer un juego fácil, y esa es la trampa, pues es difícil y su control tiene la clave de todo esto en un cien por cien. Nos movemos con un gatillo, agarramos con otro y elevamos la cabeza con un botón, y con estas tres acciones toda avanzar en cada una de las fases. Por supuesto, hay trampas y no todo es simplemente avanzar, como si fuera poco de por sí: desde brasas en las que morimos al quemarnos, hasta pinchos que terminan con nuestra aventura colorista de forma automática, también vientos fuertes que nos arrastran en el último mundo y todo esto sin tener en cuenta los problemas derivados de este control tan particular. Los que precisen de retos encontrarán en Snake Pass una propuesta magnífica, si bien puede llegar a ser frustrante cuando en ocasiones el control no responde como debiera y lo que se antojaba como un desafío con su recompensa en forma de satisfacción a la hora de superarlo termine por transformarse en frustración. Es un caso curioso en el que lo mejor y lo peor pueden convivir juntos porque no está tan pulido como debería, pero si lo estuviera quizá perdería parte de la gracia en un sentido de trolleo continuado. Queda el consuelo, al menos, de que la magnífica banda sonora de David Wise (Donkey Kong Country) siempre está de fondo para acompañarnos.