Otra vuelta de tuerca

Jugabilidad
Devil Summoner es un buen ejemplo de respeto a los principios de la saga, aupada por el abandono de la estética cyberpunk tan en boga hoy en día y trasladando la acción al Japón de los años 30, imprimiéndole al conjunto un aire de novela clásica de misterio y terror. En esta ocasión el protagonismo recae sobre un adolescente, que practica su peculiar habilidad de invocación de demonios en un monasterio cercano a la ciudad. Tras afrontar una serie de pruebas en las que debe dar constancia de su capacidad para dominar su habilidad a la hora de invocar monstruos y emplearlos en combate, se le concede la autorización para llevar el nombre de sus antepasado : Raidou Kuzunoha, el decimocuarto.

A partir de entonces, su labor será la vigía de los límites entre el mundo humano y el demoníaco, utilizando como tapadera una agencia de detectives. En busca de su ayuda acude un joven llamada Kaya Daidouji, que le insta a citarse con ella en un puente cercano. En este lugar ella le pide que acabe con su vida, pero antes de poder reaccionar unos soldados con garras rojas logran llevársela. Este será el detonante de su investigación, que contará con los preceptivos giros de guión y extraños personajes característicos de la saga, aunque cabe decir que el desarrollo es más lento que en otras ocasiones, con una profundización escasa durante las primeras horas de juego.

Durante el arranque del juego se hace ya patente cual será la mecánica del mismo, que en esta ocasión se rige por principios muy básicos. Básicamente la labor del jugador será la de deambular por los escenarios, haciendo especial hincapié en recorrer los rincones más intrincados de la urbe, conversando con los viandantes que nos proporcionarán pistas sobre el curso a seguir. Naturalmente, la presencia de demonios es notoria y es aquí donde entra en liza uno de los pocos fallos del juego, que no es otro que la abusiva frecuencia de los combates.

Cierto es que se trata de un juego en el que el uso de estos monstruos es uno de los pilares de su jugabilidad, pero en modo alguno justifica los continuos encuentros a los que tendrá que hacer frente el jugador. Megami Tensei ha sido tradicionalmente una saga muy caracterizada por esta frecuencia, pero no es óbice para reconocer hasta que punto entorpece el desarrollo natural del juego, especialmente cuando la resolución de puzzles implica desplazarse.

El gran aliciente del sistema de combate es el coleccionismo de monstruos, para el cual se cuenta con varios tubos (cuyo número se incrementará a medida que avanza el juego) que permiten la captura de prácticamente cualquier enemigo que pulule por el escenario. Una vez hecho, será posible invocarlo y contar con su ayuda en combate, además de las habilidades y ataques especiales inherentes a cada criatura.

En el uso de los monstruos cobra especial importancia el equilibrio entre debilidades y fortaleza de los elementos afines de estos seres. Su conocimiento implica una situación de desventaja o superioridad para nuestro acompañante, convirtiéndose su conocimiento en virtud imprescindible para prosperar, pues una mala elección puede dejar al protagonista en una situación de indefensión irrevocable.

También es importante saber asignar los comandos de comportamiento adecuado a los monstruos, para que actúen de la forma más adecuada a nuestros intereses. Cabe también la posibilidad de cambiar de demonio en el momento, dando la posibilidad de adecuarse a las dificultades del terreno de forma casi inmediata.

La influencia de los monstruos no se limita al combate, pues su clasificación en órdenes les proporciona habilidades peculiares que serán de gran utilidad para la resolución de muchos de los misterios del juego, siendo imprescindibles en algunos momentos. Esto fuerza al jugador a la busca y captura de algún monstruo de cuya orden necesite la habilidad en cuestión, aunque por fortuna queda el consuelo de que no es difícil encontrarlo por una zona cercana. 

Si por alguna razón no se encontrarse el demonio en cuestión o se quisiera agilizar el proceso, siempre cabe la posibilidad de recurrir a una socorrida característica de la saga como es la fusión de monstruos, en esta ocasión orquestada por el Dr. Victor. Las opciones son el sacrificio de dos monstruos para gestar un tercero, perder uno en beneficio de las características de otra o fusionarlo con la espada del protagonista. De cualquier modo, es un digno aliciente para dedicarle tiempo gracias a la experimentación que propicia esta posibilidad.

Gráficos
A pesar de que sus presupuestos se han regido por reglas mucho más estrictas que los de grandes producciones, la saga Megami Tensei se ha caracterizado históricamente por ofrecer un apartado visual a la altura de las circunstancias, logrando equipararse en muchas ocasiones con franquicias de renombre internacional.

Gran parte de este mérito se debe a la vocación puntillosa de recrear de la forma más fidedigna posible el peculiar mundo alumbrado por los lápices de Kazuma Kaneko, el histórico ilustrador de las principales sagas de la franquicia y cuyos trazos, a medio camino entre el seinen manga y obvias influencias europeas, siempre le han proporcionando un inconfundible look que se ha convertido en seña de identidad de la casa. A su talento se le une su capacidad de unir elementos oníricos con otros apocalípticos a los que siempre se superponen ciertas cotas de realismo.

El engine bajo el que se ha desarrollado Devil Summoner dista de la capacidad que demostraron los motores gráficos que exhibieron Nocturne y la subsaga Digital Devil Story, pero cumple con creces su cometido y no desentona con la última hornada de títulos para la máquina y que tan buen provecho del hardware están sabiendo sacar.

Solo cabe reprochar el abandono que han sufrido los personajes humanos, pues aun contando con un modelado correcto la carga poligonal de la que hacen gala dista mucho de las capacidades de la consola de Sony y aun contando con numerosos elementos en su vestimenta las texturas con las que han sido recreados no pasan de la simple corrección. En este sentido, solo unas suaves y fluidas animaciones logran compensar esa cierta dejadez que se percibe.

Por fortuna, haber dejado de lado a los humanos ha significado volcar todos los esfuerzos gráficos en la fenomenal recreación de los monstruos, en la que asombra el detalle con el que cuenta su puesta en pantalla. A un modelado soberbio se le une un diseño excepcional, variado, en el que la clásica repetición con cambio de paletas brilla por su ausencia.

Prácticamente cualquier detalle físico es apreciable e incluso sus extremidades han sido tratadas con un mimo digno de elogio. La texturización de las diferentes superficies de su cuerpo, con la dificultad añadida de recrear piel, vello u otros tejidos que suponen un reto, en esta ocasión subsanado con eficacia. Lo mismo puede decirse de la agilidad con la que se desenvuelven en pantalla, equiparable a sus homólogos humanos.

Los escenarios han logrado recrear ala perfección el Japón de los años 30, logrando hacer frente a al dificultad tanto de plagar la pantalla con elementos que hagan fácilmente reconocible la época con una recreación técnica que satisfaga los estándares actuales. De esta forma obtenemos une entorno vivo, vibrante y en el que a la vez se percibe el aroma que desprende, el de la nostalgia, gracias tanto al modelo de edificios como de mobiliario urbano como por unas texturas que hace imposible evocar aquellos tiempos. Solo se echa de menos una mayor definición, algo que aqueja a todo el juego en general. Por fortuna, queda el consuelo final de unos escasos pero acertados efectos de luz, que añaden un toque de espectacularidad a un apartado de corte tradicional.

Sonido
El doblaje brilla por su ausencia y aún siendo una reivindicación perfectamente justificable, lo cierto es que no repercute negativamente en el desarrollo e incluso haciéndolo más ágil. La banda sonora deja de lado los toques modernos de otras entregas de la saga, aunque queda cierta impronta en las composiciones. El resto de efectos de sonido, como es general, responde a los clichés del género, en el cual por lo general no se les suele prestar mayor atención.