Desde su nacimiento, los sistemas descargables como el Xbox Live Arcade, el Steam, WiiWare o el PlayStation Network han estado menospreciados por su gran cantidad de contenido, en ocasiones, de menos nivel del esperado o al menos sin tantos juegos de nivel como sí ocurre en los catálogos de juegos en formato físico de Xbox 360, PC, Wii y PlayStation 3 respectivamente. A pesar de todo, estos últimos años han sido reveladores: los estudios han comprendido la filosofía de estos lanzamientos y, explotando todos los recursos en su mano, han sido capaces de que ya podamos hablar de algunos de estos títulos como verdaderos oasis de calidad, joyas sin ningún tipo de duda, que han contribuido -algunos más de lo que se admite- a que muchos usuarios hayan acabado adquiriendo las máquinas de presente generación. De la misma forma que mucha gente encontró en la Consola Virtual de Wii un brillante sistema para redescubrir viejas glorias, los otros tres sistemas suelen ofrecer una apuesta más centrada en la novedad que en la nostalgia. Al menos, en cuanto a selección de títulos, no todo clásicos, sino también nuevas licencias que llegan con fuerza y se graban a fuego en la mente de quienes pueden disfrutarlos.
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2008 y 2009 fueron años especialmente buenos para estas plataformas. En agosto de 2008, Microsoft lanzó su 'Summer of Arcade', cuatro semanas en las que a ritmo de uno cada siete días lanzaron algunos títulos bastante esperados. El único que no conocía nadie era un tal Braid, el último en salir a la venta, detrás de maravillas lúdicas como Castle Crashers. Si bien la joya de The Behemoth fue fantástica, Braid ofrecía algo nuevo, una mezcla de puzzles y plataformas como nunca se había visto, priorizando el ingenio sobre la habilidad: no era mejor quien más veces saltaba hasta una determinada zona del nivel, sino quien sabía cómo resolver un intrincado puzzle que, además, contribuía a dar forma a una historia críptica y poética, la de un joven que sólo buscaba a su amada. WiiWare por su parte recibió, meses más tarde, otra de las sorpresas de la temporada, un juego indie desarrollado por poca gente pero mucha ilusión: World of Goo. Volvió a sentar un precedente, como lo harían -en menor medida- otros productos como The Dishwasher en el mismo periodo de tiempo.
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Ya el año pasado la sensación fue otro proyecto salido de la nada, que había hecho algo de ruido por su cuidadísima estética, a pesar de que sus posibilidades reales, es decir, como juego y no sólo a modo de postal, no habían sido tomadas en serio. Su nombre fue Machinarium, una aventura gráfica divertida e inteligente, otra gloria de la escena independiente, lanzada en PC a través de Steam. Y llegamos a Febrero de 2010. Oculto bajo el anuncio de que Perfect Dark HD llegará el 17 de marzo, aparece en el bazar de Xbox Live 'Las desventuras de P.B. Winterbottom', un proyecto que se había dejado ver hace dos años en el E3 y que hasta entonces parecía haberse quedado congelado. Afortunadamente para todos, no ha sido así. Es más,el título desarrollado por The Odd Gentlemen es tan genuino y original como todos los títulos mencionados previamente y, no sólo eso, sino que a nivel cualitativo casi, casi, puede mirarlos de tú a tú sin sentir ningún tipo de vergüenza. ¿Increíble? La desinformación y minusvaloración a la que se someten estos juegos hacen que lo que podría haber estado rodeado de hype, aparezca de la nada, de un puñetazo sobre la mesa y se quede entre nosotros. No es la primera vez que pasa y, esperemos, no será la última. Pero antes de anticiparnos, veamos qué convierte a 'Las desventuras de P.B. Winterbottom' en algo tan especial.
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Un delicioso pastel Un hombrecillo obsesionado con comer pasteles dedica sus días a cumplir su sueño. Esta es toda la historia del juego, una aventura dividida en cinco mundos en los que controlamos al señor P.B. Mientras superamos incansablemente puzzles cada vez más retorcidos. La magia llega desde su aspecto visual, un diseño artístico sobresaliente que emula en todo momento a una película muda, con sus clásicos fallos de imagen e intertítulos (pantallas con texto) para narrarnos poco las desventuras de este hombre que ni busca ser un héroe ni aspira a ser famoso, al contrario, sólo quiere comerse todos los pasteles que pueda y, para ello, contará con la inestimable ayuda de... sus clones. Diseñado en blanco y negro, el contraste de luces y sombras se incrementa con su portentosa banda sonora, claramente inspirada en los trabajos del compositor Danny Elfman, que ha aportado su melodía a casi todas las películas de Tim Burton. Esta mezcla desde el apartado técnico se ve equiparada en el jugablemente con ideas ingeniosas y arriesgadas. Y es aquí donde entran los clones y los elementos de ciencia-ficción, terminando por dar empaque a una trama, indudablemente, poco convencional.
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El sistema de juego es tan sencillo de explicar como fácil de asimilar: Un cada mundo hay varios niveles y, en todos ellos, tenemos que usar al protagonista para recoger los pasteles que hay dispuestos por el escenario. Para ello es capaz de generar clones de si mismo, grabando sus movimientos con LB y posteriormente liberándolos por el escenario mientras repiten la acción. Así, por ejemplo, podemos crear a tres personajes uno sobre otro para formar una torre y llegar a una plataforma elevada, lo que nos da acceso a los manjares que allí se encuentran. Evidentemente hay un límite de doppelganger a crear, variable según las circunstancias, así que saber jugar con estas limitaciones es lo que le da cierto sentido a los mundos. Claro que no todo es tan sencillo como podría parecer al principio, claro, sino que la curva de dificultad va aumentando a media que progresamos hasta niveles casi abusivos, algo que también afectaba a Braid en sus últimos compaes pero que aquí llega hacia la mitad del juego, sin previo aviso.
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Como en el mencionado Braid, la manipulación del tiempo (creando los clones que repiten nuestras acciones) varía dependiendo del mundo en el que nos encontremos. Así, en el primer mundo podremos crear varios 'yos' para conseguir todos los postres del mapeado, sin ningún tipo de limitación al margen. Podemos crearlos y destruirlos en cualquier momento (esto último pulsando el botón Y), e incluso lanzarlos a distancia golpeándoles con nuestro paraguas (presionando X). En el segundo mundo se introducen complicaciones, por ejemplo, que para recoger los pasteles tenemos que seguir un orden determinado que, además, va delimitado por tiempo. Si recogemos el pastel nº1, tendremos apenas unos segundos para ir a por el nº2 y así sucesivamente, hasta obtener el último. Estas complicaciones se van sumando a las venideras, consiguiendo que al final sea casi imposible imaginar que The Odd Gentlemen haya tenido más ideas para retorcer los puzzles. Pero lo consiguen.
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Así, en el tercer mundo ya no sólo tenemos que lidiar con el límite de clones y las tartas numeradas, sino que se suma que los pasteles sólo pueden ser recogidos con la sombras y no con nuestro protagonista. Los niveles de locura llegan a un exceso alarmantemente alto en el siguiente mundo, donde sólo podemos grabar nuestras acciones en una zona determinada del mapa, lo cual en escenarios un poco grandes lleva a numerosos problemas por acumulación de contenidos. Queda como sorpresa la complicación que se añade en el quinto y último mundo, más vale descubrirlo por uno mismo... pero sumada a todas las mencionadas convierte en 'Las desventuras de Mr. P.B Winterbottom' en un hueso duro de roer, con una dificultad elevadísima que, en ocasiones, llega a ser frustrante. Dar con algunas soluciones puede llevar entre 15-20 minutos, lo cual considerando que cada fase puede superarse (sabiendo cómo) en menos de un minuto lleva a hacerse sentir un poco estúpido durante el progreso del juego. Así, completar todos los mundos principales puede llevar horas para quien decida no mirar guía sin seguir consejos para facilitar la tarea, si bien como ocurría con Braid, no se trata de un juego largo en un sentido estricto.
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Como contenido adicional, cada mundo que superemos nos dará acceso a zonas bonus con cinco niveles cada una, lo que suman 25 fases más dispuestas a ser superadas. Como colofón, se añaden novedades, como por ejemplo que hay bonificaciones por cumplir las tareas dentro de un tiempo límite y que, además, conseguiremos puntos extra si utilizamos un número equiparable o inferior al que se nos aconseja para tal fin. Sobra decir que conseguir ambos bonificadores es complicadísimo, si bien la técnica del ensayo y error puede darnos bastantes facilidades. Por supuesto, también hay puntuaciones que podemos subir posteriormente a Xbox Live para compararlas con todo el mundo y generar piques, lo cual siempre es un aliciente en este tipo de juegos.
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'Las desventuras de Mr. P.B. Winterbottom' premia además al jugador con los ineludibles logros, bastante sencillos en la teoría pero complejos en la práctica. No hay nada extraño, como crearse 3.000 clones, golpear a 900 personajes o comerse 700 pasteles, sino que están pensados de forma progresiva, de ir consiguiéndolos a medida que se avanza, encontrándonos así varios centrados en la superación de los niveles como otros que premian la obtención de los bonus de los niveles extra. Es una lástima, eso sí, que esta acertada propuesta no se vea compensada con alguna opción multijugador como sí se incluye en otros títulos como Splosionman, otra de las sorpresas del Xbox Live Arcade. Viendo la jugabilidad de éste, sin duda una modo cooperativo habría sido fantástico, especialmente en algunas fases en las que la dificultad llega a ser diabólica y ciertamente retorcida, un hueso duro de roer que será apreciado por todos esos jugadores 'hardcore' ávidos de nuevas experiencias.
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