Cine
Alejandro Amenábar: “Quiero pensar que la gente va a entender ‘El cautivo’, al personaje y a mí”
El director de cine conversa con Diario AS acerca de la magia de contar historias, de Argel, de Cervantes y de su nueva película.

Los libros antiguos señalaban la caída de la Torre de Babel allá por el III milenio antes de la era común. Es decir, unos 200 años antes del diluvio. El ser humano confundió desde entonces sus lenguas y, dispersadas por la tierra, ignoró para siempre lo que era la existencia de un único idioma universal. Nacieron entonces miles de formas de contar historias. Y la cultura se hizo un abanico. Hay quien persigue la esencia de aquel desprendimiento desde una voluntad narrativa incansable. La magia del relato. Como Patronio en El conde Lucanor; como Sherezade en Las mil y una noches. Como Miguel de Cervantes.
Entre las piedras de la extinta torre rebusca, en términos metafóricos, Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972) en El Cautivo, filme que verá la luz del cinematógrafo por vez primera este viernes 12 de septiembre y que explora en profundidad el alma creativa de Cervantes, centrando parte de su génesis o simiente literario en el episodio que, defienden numerosos expertos literarios, cambió su vida para siempre: el cautiverio en Argel, entre 1575 y 1580.

Trató de escaparse en repetidas ocasiones. Una de las cuevas en las que se ocultó durante aquellos días, ya manco por los sucesos de Lepanto, tiene hoy una placa de hierro en la que se lee el siguiente pasaje extraído de Historia del cautivo, en El Quijote: “Me dijo en lengua que en toda la Berbería y aún en Constantinopla se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, en la cual todos nos entendíamos”. Quizá se refería a la Torre de Babel.
El director de cine hispano-chileno, ganador de un Premio Oscar en 2004 por Mar adentro, recoge aquel maná para crear una película que deja más al pensamiento y a la introspección que a la pantalla. Lo hace recreando el cautiverio del gigante de las letras españolas y reinterpretando la figura de Miguel de Cervantes como muy pocas veces se ha hecho. Quizá nunca. Se sienta frente a un servidor, delante de un foco y de una cámara.
-Primer largometraje desde 2019. Seis años y una pandemia. ¿Podemos hablar de una nueva etapa en tu carrera?
-Bueno, yo no siento que haya habido un parón porque de Mientras dure la guerra pasé a La Fortuna, que es una miniserie de la que estoy muy orgulloso porque, precisamente, la rodamos durante la pandemia. Fue muy duro. Fue el rodaje más largo de toda mi vida. Y luego ya pasé a retomar este proyecto, que, en realidad, había empezado a desarrollar hacía ocho años.
Creo que mis películas siguen una evolución casi te diría lógica. Por un lado intento reinventarme, intento cuestionarme cosas, intento desentrañar misterios. Y aquí era encontrar el alma de Miguel de Cervantes. Y en esa búsqueda voy dando giros de un lado a otro.
-Debe ser muy compleja la búsqueda. ¿Cómo se mete uno en la mente de Cervantes?
-Pues tienes que, por supuesto, investigar todo lo que puedas. Para mí ese es un proceso maravilloso porque es el de aprender: libros de historia, todos los ensayos... Hay un trabajo muy interesante de María Antonia Garcés sobre el cautiverio [Cervantes en Argel: historia de un cautivo] y la importancia en la creación artística. Y luego hay una parte que tienes tú que completar porque hablamos de personajes y sucesos de hace cuatro siglos.
Si no quieres hacer una mera película de grandes titulares de la vida de un personaje, sino que quieres entrar en la realidad, tienes que imaginar esas situaciones. Ese es el arte, yo creo, del narrador. Tienes que inventarte lo que pudo haber pasado.

-En ese apartado artístico donde reinterpretas el personaje entraría el asunto de la homosexualidad en torno al personaje de Cervantes. ¿Te preocupa que eclipse el verdadero mensaje de la película?
-No me sentiría cómodo si solo se hablara de eso. Creo que eso forma parte de la película; yo, como investigador en este caso, y además como narrador, creo que tenía que plantearlo limpia y honestamente en la historia. Y en ese sentido creo que, una vez vista la película, se va a desactivar la polémica, si es que la hay. Quiero pensar que la gente va a ser capaz de entender la historia, de entender al personaje y de entenderme a mí. También me gustaría sentir que vivo en una sociedad en la que la diversidad y la libertad sexual están más que asentadas.
-¿Qué reflejo de la sociedad actual hay en el Argel que dibujas en la película?
-Este fin de semana hemos estado los actores principales y yo en Toronto. Es una ciudad que conozco porque ya he estado varias veces en el festival y he vivido allí preparando una película; y es una sociedad en la que ves la diversidad, no solo de cultura, sino de razas, literalmente por la calle. Creo que es algo que tiene también Argel. Y concretamente, comparándolo con Madrid, te diría que es una ciudad en la que el Orgullo Gay es una auténtica explosión festiva. Se vive en la calle con muchísima alegría, y algo de eso había en la Argel del siglo XVI.
Lo maravilloso de la relatividad del tiempo y de las costumbres sociales y de lo que entendemos por decoro es que ahora mismo en Argelia sería impensable lo que contamos nosotros en la película hace cuatro siglos. Y, sin embargo, es trasladable a España, que hace cuatro siglos no habría consentido en absoluto lo que vemos en las calles de Argel.
Si no quieres hacer una mera película de grandes titulares de la vida de un personaje, sino que quieres entrar en la realidad, tienes que imaginar esas situaciones. Ese es el arte del narrador
-Parecen dos mundos condenados a no entenderse. Occidente y Oriente Medio, dos universos de frontera difusa que aparentan ser irreconciliables. ¿Por qué?
-A mí me gusta pensar que ha habido momentos de conciliación. Siempre digo que agradezco haber vivido en los ochenta y noventa porque tenías la sensación de que vivías en una etapa plácida. Y siempre digo que prefiero vivir uno de esos momentos aburridos de la historia a estar protagonizando uno de los grandes, como pudiera ser la Revolución Francesa, por muchas cosas buenas que haya traído. Los momentos de turbulencias implican derramamiento de sangre y, lamentablemente, creo que el mundo va un poco en esa dirección. Me gustaría estar completamente equivocado.
Lo que pongo en valor a lo largo de la historia son los momentos en los que ha existido esa convivencia. Y eso existió, concretamente, en los reales alcázares, en Sevilla. Puedes ver la mezcla de las tres culturas: musulmana, judía y cristiana. Hay momentos que, creo, dependen del nivel de tolerancia de las sociedades; eso es lo que posibilita la convivencia.

-La película pone en valor la importancia de contar historias. En una ocasión me dijo Sergio Ramírez que la novela funciona cuando engañas al lector. ¿El cine funciona igual?
-El cine es una narración. Y se puede acercar más o menos a la literatura. En mi caso, fundamentalmente, el cine se compone de historias y personajes; peripecias o vivencias. Y almas. Sobre eso construyo la ficción. Y, por supuesto, el elemento de... ¿Cómo decirlo? (piensa). La sorpresa, superar las expectativas del espectador. Eso forma parte del mundo de la narración. Yo aquí lo que quería no solo era hablar sobre la magia del arte de contar, sino insuflar algo de esa magia en la propia película. Que los espectadores disfrutaran de esta experiencia.
-Entonces, ¿Cervantes era el mayor impostor de la historia?
-Si está asociado a jugar con el espectador... Ahí casi pondría a Agatha Christie (ríe). Cervantes vivía en la imaginación, estoy seguro; y en la ficción, no solo como creador, sino como lector. Es lo que llenaba su vida. Él confiesa, y esta es una frase que forma parte de lo probado que incluimos en la película, que de niño leía hasta los papeles tirados en la calle. Eso nos habla de una persona deseosa de conocer y deseosa de que le cuenten historias.
-Cervantes ‘roba’ un libro de Garcilaso al padre Sosa. Si Alejandro Amenábar hubiera estado en aquel cautiverio, ¿qué libro hubiese ‘robado’?
-Yo seguramente habría cogido un viejo libro de caballerías (ríe). Tirant lo Blanch.
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