Tecnología

El día que las máquinas aprendieron a oler

Así nació el chip que piensa con la nariz y su evolución promete una nueva era de inteligencia sensorial

Loihi, el chip que puede oler
Francisco Alberto Serrano Acosta
Apasionado de los videojuegos desde que tiene uso de razón, Francisco Alberto ha dedicado su vida a escribir y hablar de ellos. Redactor en MeriStation desde el 2000 y actual coordinador de redacción, sigue empeñado en celebrar el videojuego de ayer y de hoy en todas sus ilimitadas formas de manifestarse.
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Durante años, la inteligencia artificial ha aprendido a ver, escuchar y hablar. Las cámaras y los micrófonos ya son sus ojos y oídos; los algoritmos de lenguaje, su voz. Pero había un sentido que permanecía fuera de su alcance: el olfato. Distinguir el aroma de un café recién molido del humo de un incendio, o el perfume de una persona del aire contaminado de una ciudad, era algo demasiado complejo para un circuito.

Hasta que un grupo de investigadores de Intel y la Universidad de Cornell decidió cambiar eso. Su idea: enseñar a una máquina a oler como lo hace un cerebro.

El chip que imita al cerebro

El resultado fue Loihi, un chip neuromórfico, es decir, diseñado no como una máquina tradicional, sino como una imitación del cerebro humano. A diferencia de los procesadores convencionales, que ejecutan cálculos lineales, Loihi se organiza en redes de neuronas artificiales que se comunican mediante impulsos eléctricos, igual que las células cerebrales.

El día que las máquinas aprendieron a oler
Rich Uhlig, managing director of Intel Labs, holds one of Intel’s Nahuku boards, each of which contains 8 to 32 Intel Loihi neuromorphic chips. Intel’s latest neuromorphic system, Pohoiki Beach, is made up of multiple Nahuku boards and contains 64 Loihi chips. Pohoiki Beach was introduced in July 2019. (Credit: Tim Herman/Intel Corporation)Tim Herman\Intel Corporation

Los científicos lo entrenaron inspirándose en el bulbo olfativo, la región del cerebro que traduce las moléculas del aire en sensaciones de olor. De ese modo, el chip aprendió a reconocer patrones químicos no por fuerza bruta, sino por similitud, del mismo modo que un cerebro distingue entre el olor del mar y el del pan tostado.

Una nariz electrónica con intuición

En las pruebas, Loihi fue capaz de identificar distintos gases, perfumes y compuestos tóxicos con una rapidez y precisión sorprendentes. Lo hacía incluso cuando los datos estaban contaminados o incompletos. Cada exposición refinaba su “olfato”, hasta el punto de poder distinguir olores mezclados o degradados con una eficacia comparable a la de un animal entrenado.

Era algo más que una hazaña de laboratorio: el chip mostraba un comportamiento emergente, una forma de “intuición” olfativa. Aprendía no solo a reconocer un olor, sino a interpretarlo.

Loihi 2: la evolución de una inteligencia sensorial

Intel no se detuvo ahí. En 2021 presentó Loihi 2, una nueva generación de su chip neuromórfico con hasta un millón de “neuronas artificiales” y 120 millones de sinapsis en un solo circuito. La velocidad de procesamiento es diez veces superior a la del modelo original, y su arquitectura permite simular neuronas más complejas, con señales graduadas y reglas de aprendizaje más flexibles.

El día que las máquinas aprendieron a oler

Fabricado con tecnología Intel 4, el chip es más eficiente y compacto. Además, se acompaña de Lava, una plataforma de software libre que permite a universidades y laboratorios desarrollar aplicaciones neuromórficas sin depender de sistemas propietarios. Loihi 2 ya se está probando en proyectos de gran escala como Hala Point, una instalación de Intel que combina miles de estos chips para alcanzar más de mil millones de neuronas artificiales, convirtiéndose en el sistema neuromórfico más grande del mundo.

Un futuro que huele a revolución

Por ahora, Loihi 2 sigue siendo un prototipo de investigación, pero sus avances marcan el camino hacia una generación de máquinas capaces de percibir el mundo en lugar de solo analizarlo. Su desarrollo apunta a aplicaciones tan diversas como la detección temprana de incendios o fugas de gas, diagnósticos médicos mediante el aliento, o robots capaces de orientarse por olor y química ambiental.

Los expertos prevén que, en menos de una década, los chips neuromórficos podrían integrarse en dispositivos cotidianos, desde sensores domésticos hasta coches autónomos que reconozcan el entorno no solo por visión, sino también por “olor digital”. En palabras de los propios investigadores, el objetivo es “acercar la computación a la biología”, hasta el punto en que la frontera entre ambas disciplinas se diluya.

Quizá dentro de unos años, cuando una máquina te reconozca no por tu rostro ni tu voz, sino por tu olor único, recordemos este experimento como el día en que las máquinas aprendieron a oler el mundo como nosotros.

Noticia optimizada con IA

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