Análisis de Shadow Labyrinth, la oscura resurrección de Pac-Man

Cuando Bandai Namco anunció Shadow Labyrinth en los pasados Game Awards, nos removimos de curiosidad y temor, justo lo que el propio juego quiere despertarnos. ¿Cómo puede ser Pac-Man, la adorable mascota amarilla que conquistó los salones recreativos, un monstruo manipulador? La serie Secret Level le dedicó un capítulo a esta nueva obra que traslada dicha leyenda de los videojuegos al género metroidvania y que tenemos disponible para PC, Nintendo Switch 2, PS5 y Xbox Series. Recientemente, os contamos nuestras primeras impresiones y hoy os traemos nuestro análisis de un juego atrevido en su propuesta, pero que se ha quedado tímido en otros aspectos.

Next level: metroidvania.

Shadow Labyrinth tiene un planteamiento similar al que vimos en el homónimo capítulo de Next Level. Un ente llamado Puck —en referencia al nombre original de Pakku-Man y a El sueño de una noche de verano— despierta de una cápsula a un joven misterioso apodado Espadachín Número 8. Este muchacho tendrá la misión impuesta de escapar junto con su nuevo compañero de una prisión en un planeta desconocido con vestigios de guerras pasadas.

El parecido con Pac-Man radica en el mismo Puck: esférico, amarillo, con una gran boca, aunque con un aspecto más mecanizado y un aura mucho más siniestra. No revela sus verdaderas intenciones al Espadachín y le empuja a devorar a sus enemigos. Y ese es justo el leit motiv de Shadow Labyrinth: devorar.

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Junto con el Espadachín y Puck atravesamos decadentes regiones laberínticas que evocan los antiguos niveles de Pac-Man, pero mucho más amplias, detalladas, largas y peligrosas. Shadow Labyrinth habla el idioma universal de los metroidvania: avanzar abriéndonos paso entre enemigos, mejorar a nuestro personaje, descubrir zonas inaccesibles y revisitarlas cuando adquiramos la habilidad necesaria. A esto se añade la mecánica de devorar: nuestro protagonista adquiere nuevos poderes cuando derrota un enemigo y lo engulle sin compasión.

La dificultad, por supuesto, es una condición indispensable de todo metroidvania, y Bandai Namco ha sabido implementarla de manera justa y asequible. El juego cuenta con una curva de aprendizaje suave, donde poco a poco nos vamos haciendo con los movimientos del Espadachín y de Puck, nos enfrentamos a enemigos más complicados y atravesamos secciones cada vez más rocambolescas. También contamos con cierta accesibilidad, como guías de salto para Puck para saber hacia dónde se dirigirá.

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La difícil misión de destacar entre un océano de metroidvanias

En un momento en el que los metroidvania copan el mercado indie, es inevitable hacer comparaciones. En este caso, observamos la influencia de Blasphemous tanto en la distribución de los niveles, como en la jerarquía de enemigos pequeños, medianos, jefes y jefes de fin de fase. Y, precisamente, elegir al metroidvania como el género de resurrección de Pac-Man es un arma de doble filo para Shadow Labyrinth.

Por un lado, contiene los ingredientes que codicia un amante de los metroidvania: adicción y desafío. Se trata de un nivel de dificultad no imposible, pero sí lo suficiente para ponernos en un aprieto. Cada muerte nos crea esa adicción de intentarlo de nuevo y de reunir suficiente ora —la moneda dentro del lúgubre universo de este planeta/prisión— para mejorar la salud y energía de nuestro personaje o comprar nuevas ventajas.

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Asimismo, Shadow Labyrinth ofrece su propia personalidad a nivel jugable para intentar destacar en medio del océano de metroidvanias que encontramos a día de hoy. Tenemos tres personajes, con sus respectivas mecánicas, que iremos alternando según el momento del juego. El Espadachín Número 8, encapuchado y andrógino, con su brazo protésico y la enigmática espada ESP, es nuestro avatar principal. Cuando encontremos las llamadas líneas D, pasaremos a Puck, que recorrerá dichos raíles laberínticos mientras lidia con enemigos —transformándose momentáneamente en el Espadachín— y recolectará ora por el camino, al más puro estilo comecocos.

Y, tras superar los primeros compases del juego, accederemos a GAIA, el mecha que despedaza a sus enemigos y los devora. El estado de GAIA es temporal y, si deseamos rellenar de nuevo su barra, debemos devorar la cantidad suficiente de cadáveres. En modo Espadachín, podemos invocar el espectro de GAIA para que se alimente de las bestias derrotadas y adquiera así también materiales que servirán para comprar mejoras.

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Un apartado artístico cuestionable.

La jugabilidad, aderezada con este trío de mecánicas, es la parte más atractiva de Shadow Labyrinth, así como su dificultad equilibrada. Por otro lado, esta reencarnación de Pac-Man ha hecho realidad otros temores que ya advertíamos en nuestra primera partida.

A nivel artístico y técnico, la calidad de este título resulta decepcionante para lo que podíamos esperar de Bandai Namco. El eclecticismo de su estética, lejos de encontrar un equilibrio, parece más bien un batiburrillo de diferentes estilos sin cohesión y que resulta en un conjunto incómodo a la vista. Nos encontramos en un mundo post-apocalíptico donde la naturaleza se abre paso en una arquitectura futurista y abandonada. Encontramos personajes de rasgos idealizados y estilizados, mezclados con otros más cartoon, otros de evidente inspiración en animes de magical girl, junto con los mismos protagonistas que encajan más bien en el tono lúgubre general de la obra. Para colmo, las animaciones ortopédicas no hacen por embellecer el conjunto.

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Asimsmo, echamos en falta que Shadow Labyrinth fuera más atrevido a la hora de configurar su identidad. Los diseños de los entornos, personajes y enemigos no son algo que no hayamos visto en otras obras, cuando Bandai Namco tiene la capacidad y el talento de crear universos imaginativos que le hagan brillar entre un género muy copado. Incluso los mismos jefes y sus respectivas batallas saben a vestigios de otros rivales que hemos sufrido en otras obras.

A nivel narrativo, por su lado, esta resurrección de Pac-Man va desgranándose poco a poco para mantener su intriga. No obstante, en sus aproximadas 10 horas de juego —que pueden prolongarse hasta unas 20 con el habitual ensayo-error propio de un metroidvania de intrincados laberintos—, el misterio se dilata demasiado y acaba perdiendo interés.

Con todo, Shadow Labyrinth se erige como una versión alternativa e inesperada de Pac-Man. Su traslado al metroidvania es el paso correcto a la hora de modernizar un clásico y enriquecer un género cuyos fans siempre están hambrientos.

Este juego ha sido analizado en su versión para PS5.

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