NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

TRAIL RUNNING

Robinsones por elección

La familia española de la campeona mundial de trail running Ragna Debats vive el confinamiento en una playa desierta de Costa Rica.

Actualizado a
Robinsones por elección

“Espera, que hay un mono que me está tirando cosas. ¡Y se ríe!”, interrumpe Ragna Debats desde algún lugar al que los autóctonos llaman la playa de las lapas en Costa Rica, en el extremo del Pacífico, donde hace dos semanas que vive en plena naturaleza con su marido y su hija, Onna, de cinco años, durmiendo en dos tiendas construidas con bambú, hojas de palmera y plástico, pescando con hilo y haciendo fuego para cocinar los alimentos. “Estamos como Robinson Crusoe, pero no somos náufragos. Lo nuestro es una elección”, proclama.

Ragna Debats y su esposo, Pare Aurell, son atletas de trails y de carreras de montaña. Y de bastante éxito. La neerlandesa, que pudo ser olímpica en doma en 2004, lleva viviendo en España desde hace más de una década, donde acabó sus estudios y se asentó en Tarragona. Echó raíces, se dedicó a correr y ha ganado, entre otras pruebas, la Marathon des Sables (2019), el título mundial de trail running (2018) y de snowshoe running (2017) y el europeo de skyrunning (2017). Desde 2019 se embarcó en el proyecto Rolling Mountains, que consiste en realizar nueve carreras por los seis continentes acompañada de su familia. El otro miembro es Bru, su perro.

Después de competir en Nepal, Hong Kong, Argentina y Bolivia, la familia de Debats llegó a Costa Rica. “Hemos ido escapando de la pandemia. Cuando nos íbamos de un país, a los pocos días aumentaban las medidas. En Costa Rica empezaron los casos y vimos que la gente no era consciente del peligro. Nosotros manteníamos las medidas de seguridad, pero finalmente decretaron el confinamiento. No pudimos salir del país”, explica Ragna.

Ampliar

En ese momento, Debats vio la oportunidad de vivir una experiencia. Recorrieron el país en coche en busca de una playa desierta en la que permanecer 21 días. Llegaron a la ciudad de Golfito, compraron víveres (arroz, quinoa, patata, atún, pasta, proteínas…) y una barca los llevó a una playa sin acceso por tierra, en plena zona salvaje. “Lo primero que hicimos fue construir las tiendas. Aquí la temperatura es de 30 grados, con una humedad del 90%, pero llueve una vez al día durante una hora con mucha intensidad”, afirma Debats.

Resuelto el hogar, lo siguiente era completar la comida. Aurell llevó hilo y un pez de plástico que haces las veces de anzuelo. Cada día pescan. “Tenemos mechero y cerillas. Cogemos madera y hacemos fuego para poder cocinar los alimentos”, explica Debats, quien confiesa que han descubierto que tienen vecinos. “Un poco más lejos de la playa hay diez casas, la segunda residencia de algunas familias. Algunas han venido a vivir. Hay una niña que ha hecho buenas migas con mi hija. Creo que es una relación que durará mucho tiempo. Nos han ofrecido estar con ellos, pero queremos vivir esta experiencia”, añade.

Desde hace unos días, el camarógrafo que les acompaña en sus carreras y que también se quedó aislado en Costa Rica, les visita para tomar algunas instantáneas. Junto a ellos, otra gran familia, la originaria. “Hemos visto caimanes de un metro y medio. Los autóctonos dicen que hay pumas. Debemos tener cuidado con las culebras y las arañas, hay grandes y peludas. Onna les tenía miedo al principio, ahora siente curiosidad. También vemos loros que están hablando todo el día. Las hormigas son horribles. Vi un oso hormiguero que nunca olvidaré. También nos encontramos mariposas y muchas clases de pájaros”, explica entusiasmada.

Todo ello las obliga a tener precauciones. “Sobre todo con la niña, aunque sabemos que en el futuro recordará esto: pasó el confinamiento en una isla desierta”, advierte Debats. “Vivimos con el sol. A las 05:15 nos levantamos, y a las 17:30 debemos estar todos ya en la tienda”. Ese sol lo aprovechan para cargar sus teléfonos con unos pequeños paneles solares. Ese es su único momento de contacto con la otra realidad, porque en la llamada playa de las lapas “no se cuentan los días”.