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REAL ZARAGOZA

Arsenio, el técnico del sexto ascenso

El fallecido entrenador gallego devolvió al Real Zaragoza a Primera División en 1978 con un fútbol tan práctico como aburridísimo. AS recuerda como particular homenaje el capítulo de esa temporada de ‘Historias de Segunda’.

Zaragoza
El día del sexto ascenso a Primera División.

Los paraguayos Arrúa, Diarte y Ocampos, el uruguayo Blanco y el argentino con falso pasaporte guaraní Soto dieron nombre a otro de los grandes equipos de la historia del Real Zaragoza, el de los ‘Zaraguayos’. Un equipo que logró un segundo y un tercer puesto en el campeonato de Liga, además de un subcampeonato de Copa, y que se mantuvo invicto en su campo durante 32 meses. A aquella generación, que entrenó Carriega y de la que también formaron parte otros excelentes futbolistas como Violeta, Planas o García Castany, sólo le faltó un título, pero se convirtió en un auténtico fenómeno social en Aragón y dejó pequeña La Romareda.

Pero el Zaragoza de los ‘Zaraguayos’ tuvo un ascenso y una caída igual de vertiginosa y en 1977 se vio otra vez en Segunda División y con una deuda de 154 millones de pesetas, en gran medida propiciada por la construcción de su Ciudad Deportiva y las obras de ampliación del estadio, que corrieron por su cuenta aun siendo municipal, hasta los 43.524 espectadores.

La temporada 1976-77 fue verdaderamente desgraciada y estuvo salpicada de incidentes de todo tipo. El presidente José Ángel Zalba, que el 12 de junio de 1975 había sido nombrado primer presidente del Comité Organizador del Mundial España 82, acabó pasando más tiempo en Madrid que en Zaragoza, mientras un grupo de socios liderado por su ex directivo Ángel Mallo le presentaba en el juzgado una querella por su gestión contable; Arrúa, la gran estrella del equipo, le hacía literalmente la vida imposible a Jordao, un goleador formidable que vino a cubrir la marcha de ‘Lobo’ Diarte al Valencia por nada menos que 60 millones, lo que fue un traspaso récord entre clubes españoles; y el francés Lucien Müller, todo un caballero pero un técnico falto de carácter, no daba soluciones a una situación cada vez más complicada –”Si ser correcto y educado es ser blando; sí, soy blando”-. Y a todo ello se sumó que Planas, otro jugador fundamental, no logró recuperarse de su gravísima lesión de rodilla, que Planelles, su recambio, se rompió el ligamento cruzado anterior y que varios arbitrajes fueron verdaderamente dañinos con el equipo aragonés

El Zaragoza estuvo todo el campeonato coqueteando con el descenso, pero lo acabó mandando a Segunda División un famoso y polémico autogol del defensa argentino Rezza durante un Salamanca-Racing en el Helmántico. Ya en la jornada anterior, la penúltima, hubo serias sospechas de que el Málaga se había vendido en el descanso al Racing, que al final logró salvar la categoría contra todo pronóstico. El caso es que en la clásica guerra de maletines de final de temporada el equipo aragonés salió perdedor esta vez y se vio cinco años después en Segunda, junto al Celta de Vigo y el Málaga.

El 3 de junio de 1977, doce días después de consumarse el descenso, Zalba presentó su dimisión irrevocable en una asamblea general extraordinaria celebrada en el salón de actos de la Feria de Muestras y a la que asistieron sólo 162 de los 643 socios compromisarios. “Las alegrías en la presidencia de un club no son muchas. Hay más situaciones tristes que alegres. Ahora deseo de todo corazón ver al Zaragoza cuanto antes en Primera División”, dijo en su adiós y tras dejar cerradas, por recomendación expresa del secretario técnico Avelino Chaves, las contrataciones del técnico Arsenio Iglesias, que había hecho un trabajo espléndido durante cuatro años en el Hércules de Alicante, y del delantero del Castellón ‘Pichi’ Alonso, un proyecto de excelente goleador, por 10 millones de pesetas.

Hasta la convocatoria de elecciones, quedó como presidente accidental el vicepresidente primero Julio Descartín, un arquitecto de 36 años, ex jugador internacional de baloncesto del Iberia de Zaragoza y del Real Madrid, y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza. Curiosamente, su padre, José Descartín, también arquitecto, ya pasó por la misma situación del 21 de noviembre de 1949 y el 30 de enero de 1950, entre los mandatos de los presidentes electos Valdés y Abril.

Y a Descartín le tocó el ingrato encargo de despedir a jugadores que lo habían sido todo como el capitán Violeta, que tendría su partido homenaje, Planas, Manolo González o Rico. También tuvo que soportar los desplantes de Arrúa, García Castany o Jordao y la tarea de confeccionar un presupuesto que no iba a gestionar. Descartín no quiso interferir en nada y llegó a proponer a la asamblea general ordinaria si se fichaba o no a Oñaederra del Athletic de Bilbao por 10 millones. El centrocampista vasco, un marcador implacable pero justísimo de técnica, fue una de las tres peticiones de Arsenio, junto a Camus, un defensa central poderoso en el juego aéreo y que se hacía respetar, por el que se pagaron hasta 18 millones al Racing de Santander, y al delantero centro paraguayo Mendieta, más famoso por sus correrías nocturnas que por sus goles, que llegó del Betis a cambio de ocho millones.

Celso Mendieta había fichado por el Betis en 1974 procedente del Guaraní de Asunción y fue uno de los jugadores extranjeros que más rápido se adaptó a la buena vida sevillana. De hecho, se cuenta que al segundo día de llegar de Paraguay ya tenía a cuatro chavalas esperándole en la puerta del Benito Villamarín, lo que extrañó a sus compañeros hasta que el gran ídolo verdiblanco Rogelio se atrevió a preguntarle por ello. Mendieta le respondió que su padre, con 64 años, comiendo la carne de un mono que había en la selva de Paraguay, hacía el amor hasta cuatro veces al día, y la respuesta de Rogelio quedó para los anales de la historia: “Pues no cuentes eso aquí, porque va a valer más un mono que un Mercedes Benz”.

Tras el periodo de interinidad de Descartín, el 10 de agosto de 1977, en la asamblea general extraordinaria que siguió a la ordinaria, el industrial José Gil Lecha, de 44 años y socio desde 1964, fue elegido decimoquinto presidente en la historia del Real Zaragoza, al imponerse a los otros dos candidatos, Eduardo Lahiguera y Juan José Pérez Millán. La Federación Española de Fútbol acababa de aprobar que los presidentes pasaran a elegirse por sufragio universal entre todos los socios mayores de edad, pero el club aragonés convocó únicamente a sus compromisarios. Al final acudieron sólo 163 de los 640 elegidos por sorteo, de los que votaron 157: Pepe Gil Lecha obtuvo 85 votos, Eduardo Lahiguera, 60 y Pérez Millán, 10. Y hubo dos votos en blanco.

“Necesito la ayuda de todos, absolutamente de todos, porque sólo quiero que el Zaragoza vuelva a Primera División en un año. Mucho antes de finalizar la temporada convocaré nuevas elecciones”, señaló Gil Lecha nada más resultar elegido. Y añadió: “La Segunda, según me dicen los expertos, tiene los cuernos afilados, y hay campos en los que se va al bulto y no a la capa”.

No le faltaba razón a Pepe Gil, que nada más acceder a la presidencia tuvo que avalar personalmente 28 millones de pesetas cuando el presupuesto del Real Zaragoza esa temporada fue de algo más de 188. Pero hacía falta más respaldo crediticio y no tardó en entrar en su junta directiva el constructor Armando Sisqués, que sería su sucesor en el cargo, firmando avales por otros 25 millones.

Arsenio Iglesias, con el traje oficial del Real Zaragoza.
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Arsenio Iglesias, con el traje oficial del Real Zaragoza.

El Zaragoza 1977-78 comenzó la pretemporada el 22 de julio, un día antes de iniciar una concentración en Sabiñánigo que Arsenio abortó a los cuatro días al considerar que el campo serrablés de La Corona no reunía las condiciones mínimas para un equipo profesional. “No he venido a hacer discursos, sino a trabajar. No ascender sería un gran fracaso. Arrúa es imprescindible. Es un jugador fundamental. A Jordao lo pueden traspasar. Reconozco su categoría, pero no se ha adaptado al fútbol español y no quiero enfrentamientos en el vestuario”, advirtió Arsenio antes de la tradicional ofrenda de flores a la Virgen del Pilar.

Pero al primer entrenamiento faltaron nada menos que Nino Arrúa y García Castany, sus dos mejores futbolistas. Arrúa adujo que no había encontrado billete de avión y no regresó de Asunción hasta tres días después, por lo que fue multado con 50.000 pesetas. Lo cierto es que el paraguayo había intentado durante varias semanas su traspaso al Boca Juniors argentino, pero en vista de que el Zaragoza no se avenía ni a negociar, tuvo que regresar. “La temporada pasada –señaló a su llegada- tuve muchos problemas personales en el Real Zaragoza y mi primera intención era jugar en algún equipo de mi país o de Sudamérica. Y así se lo comuniqué al Zaragoza por medio de cuatro o cinco cartas y varias llamadas telefónicas, pero no obtuve respuesta alguna y vengo a cumplir mi contrato. Espero que la directiva me imponga la correspondiente multa por mi tardanza, que aceptaré porque considero que es merecida. Quiero aclarar que para mí es una satisfacción jugar en Segunda División y ser partícipe del reingreso del Zaragoza en Primera. De los problemas de la pasada temporada el único perjudicado he sido yo. Han contribuido a la enfermedad que estoy sufriendo. Tengo problemas de nervios; me han visitado algunos médicos en Paraguay y espero que ahora se solucionen aquí todas las cosas. Soy muy nervioso y me afectó mucho todo lo del año pasado”.

Arrúa comenzó a entrenarse, pero no dejó de quejarse de fuertes molestias en su rodilla derecha, por lo que acabó pasando por el quirófano del doctor Cabot en Barcelona el 25 de agosto para un retensado del ligamento lateral interno de su ya maltrecha rodilla derecha.

Tampoco acudió al primer entrenamiento García Castany, pese a que le había dado su palabra a Arsenio de que renovaría su contrato. El jugador envió al club una carta certificada anunciando su retirada del fútbol, pero, de inmediato, el Zaragoza lo declaró en rebeldía y comunicó a la Federación Española de Fútbol su ausencia para que se le inhabilitara y no pudiera jugar en ningún otro equipo. Y fue pasando el tiempo hasta que el 4 de octubre el presidente Pepe Gil y García Castany alcanzaron un acuerdo para la renovación por un año bajo estas condiciones: 1.200.000 pesetas de fijo, más 500.000 si jugaba 20 partidos, más otras 300.000 si el equipo ascendía a Primera División, además de sueldos y primas.

También Jordao llegó tarde a la presentación del equipo en La Romareda, por haberse quedado dormido, y fue abroncado por los aficionados y multado con 5.000 pesetas. El angoleño simuló todo tipo de enfermedades y lesiones durante la pretemporada hasta que fue traspasado al Sporting de Lisboa por 15 millones de pesetas, casi cinco menos de lo que se pagó por él al Benfica. “Quiero –dijo- regresar a Portugal antes de acabar neurótico. En el Zaragoza nunca sabes con certeza quién es tu amigo y quién no lo es”.

Su venta se firmó el 30 de agosto de 1977, sólo cinco días antes de que comenzara el campeonato en Segunda División: “No tengo nada que decir. Estoy harto. Sólo quiero olvidar que he estado aquí. Me voy del Zaragoza por Arrúa. Es un provocador que consiguió que se aliasen contra mí otros jugadores del equipo. Y lo peor es que la directiva no supo nunca solucionar el problema”.

Si en la temporada 1971-72 el Real Zaragoza había sido el candidato principal al ascenso, en la 1977-78 pasó a tener la condición de indiscutible súper favorito en un único grupo de Segunda División con 20 clubes y en el que subían directamente los tres primeros. El equipo aragonés había licenciado a su vieja guardia (Violeta, Planas, Manolo González y Rico), pero conservaba en sus filas al gran Nino Arrúa, un futbolista diferencial, pese a sus maltrechas rodillas, contaba con el impulso de los canteranos Víctor e India y se había gastado nada menos que 50 millones de pesetas, más que nadie en la categoría, en los refuerzos de ‘Pichi’ Alonso, Oñaederra, Camus, Mendieta y el delantero argentino Enrique Oviedo, cuya cesión del Boca Juniors se logró a ultimísima hora para suplir la marcha de Jordao. Y luego había contratado para el banquillo a Arsenio Iglesias, un técnico práctico y experto, que ya había ascendido a Primera al Deportivo y al Hércules. El luego apodado como ‘el zorro o el brujo de Arteixo’, una decidida apuesta de su paisano Avelino Chaves, tuvo una ficha de 3.540.000 pesetas, superior, incluso, a la de Nino Arrúa, además de una prima especial de un millón por el ascenso.

Con Arrúa convaleciente de su operación de rodilla, García Castany todavía en rebeldía y ‘Pichi’ Alonso cumpliendo el campamento de su Servicio Militar, el Zaragoza inició el campeonato con un empate en Riazor, donde Arsenio estrenó ya un cerrojo sin contemplaciones, y en la segunda jornada, el 11 de septiembre de 1977, venció al Oviedo en el partido que se estrenaron las vallas en La Romareda y se izó por primera vez la bandera de Aragón en la cubierta de la General. Pero una derrota en Sabadell, un decepcionante empate en casa con el Getafe y otra igualada a la defensiva en Castellón caldearon el ambiente de tal manera que con ocasión de la visita del Osasuna todo estalló por los aires. Con 40.000 espectadores en La Romareda, la hasta entonces mejor entrada de su historia, y una taquilla de casi cuatro millones de pesetas, el equipo aragonés se adelantó a los cinco minutos con un gol del extremo izquierda Juanjo y se dedicó ya a conservar su ventaja, pasando por infinidad de apuros en la segunda parte. El público sacó varias veces los pañuelos y al final coreó el clásico ¡fuera!, ¡fuera! contra el palco y el banquillo. A Gil Lecha se le vio afectadísimo por la bronca, mientras Arsenio no esperaba un clima tan levantisco hacia su persona en la sexta jornada y después de haber ganado: “Siento que no hayamos podido satisfacer a nuestra afición. El ambiente nos fue muy hostil. Y no lo entiendo porque sólo hemos perdido un partido”.

Pero el divorcio siguió en aumento y dos semanas después, en el encuentro frente al Murcia, se repitió la bronca, esta vez ya con pancartas contra Arsenio y de apoyo a la cantera aragonesa, de la que sus únicos representantes en el once titular eran Royo y Víctor. Y todo eso cuando el Zaragoza se colocó ya tercero a un punto del líder, el Recreativo de Huelva.

Los jugadores se negaron a hacer declaraciones a la conclusión del partido y el jueves, al término del entrenamiento en La Romareda, enviaron un extenso escrito a los medios de comunicación explicando su silencio y culpando del enfrentamiento con la afición a las “críticas disgregadoras” de algunos informadores.

En respuesta, los periodistas deportivos de Zaragoza contestaron con otro comunicado eludiendo cualquier tipo de responsabilidad y recordando que “nuestra misión no es otra que la de reflejar la realidad existente”.

Y ante el peligro de una fractura de peligrosísimas consecuencias, el viernes 21 de octubre, dos días antes de viajar a Huelva para enfrentarse al líder, Pepe Gil Lecha puso fin al silencio de los jugadores a la vez que se reunió con los periodistas para pedirles apoyo y comprensión: “Si no se consigue el ascenso, la situación económica en la que entraría el club sería muy peligrosa. Intentaremos mejorar el espectáculo, aunque los puntos son lo trascendental”.

Pero el Zaragoza perdió en Huelva y después de ser goleado 4-1 en Valladolid, pese a la reaparición de García Castany, cayó hasta la undécima posición y Arsenio volvió a ser el centro de todas las críticas. “Estoy muy disgustado, pero no avergonzado. Ni he robado ni he hecho mal a nadie”, se defendió el técnico.

Surgieron ya los primeros rumores de destitución y el presidente tuvo que salir en defensa de su entrenador, desmintiendo públicamente la posibilidad de un relevo inmediato. “Esto no es un desastre. No vamos adoptar medidas especiales”, advirtió Pepe Gil.

Lo cierto es que Arsenio salvó la cabeza al golear el Real Zaragoza al Tarrasa (4-1), con los dos primeros goles de ‘Pichi’ Alonso, pero no porque la afición aflojara su cerco contra el técnico, que pretendió sustituir a García Castany por Simarro en la segunda parte y las protestas del público le obligaron a reconsiderar su postura. Así de difíciles estaban las cosas para el entrenador mientras las recaudaciones en taquilla eran cada vez más exiguas y La Romareda se iba vaciando un poco más cada domingo.

Pero con el regreso de Arrúa y los goles de ‘Pichi’ –firmó 22 y fue el segundo máximo artillero de Segunda División- todo resultó más fácil y el Zaragoza acabó la primera vuelta en la tercera plaza, empatado a puntos con el Celta de Vigo y a sólo dos del líder Recreativo.

Aunque sin gustarle a nadie, el Zaragoza mantuvo su línea de máxima fiabilidad en casa, donde sólo cedió dos empates en todo el campeonato, y fue picoteando puntos en sus salidas. La marejada dio paso a cierta calma hasta que una fuerte derrota en Murcia (4-2) volvió a encender a los aficionados, alterados, además, de que la delicadísima situación financiera del club hubiera forzado a la junta directiva a convocar una asamblea general extraordinaria en la que se aprobó un aumento de las cuotas de socios del 50% para la siguiente temporada, pasando el precio de la tribuna de 7.400 pesetas a 11.100 y el de las localidades de pie de 1.720 a 2.550. Y eso que la jornada le salió redonda al Zaragoza, que al ganar por 2-0 al Recreativo se colocó con cuatro puntos de ventaja sobre la frontera del ascenso.

Y ya nada detuvo al equipo aragonés, que encadenó siete jornadas sin perder a base de cerrojazos fuera de casa, se aupó al liderato y a cuatro fechas para el final, tras empatar a cero con seis defensas en el barrizal de Lasesarre, se colocó a un solo pasito de la Primera División.

En la mañana del 23 de abril de 1978, Día de San Jorge, patrón de Aragón, más de 200.000 aragoneses se manifestaron por primera vez a favor de la plena autonomía por el centro de Zaragoza. Horas después, las cuatribarradas inundaban las gradas de La Romareda para festejar por anticipado el regreso a Primera. En el palco estaba el presidente del Gobierno de Aragón, Juan Antonio Bolea Foradada, y los jugadores salieron al campo portando una enorme bandera de Aragón, mientras por los altavoces sonaba el ‘Himno de Aragón’, interpretado por ‘Raíces de Aragón’ y muy aplaudido por los 30.000 aficionados.

A los seis minutos, Arrúa, de córner directo, firmó el gol que decidió el sexto ascenso frente a un Alavés que contaba en sus filas con Morgado, Valdano y Badiola.

Las consignas políticas se mezclaron durante todo el partido con los abucheos a Arsenio por alinear a un solo aragonés, India, al que García Castany había cedido la capitanía para la ocasión. Los aficionados esperaban una jornada de apoteosis y de exaltación aragonesa y se encontraron un pésimo encuentro. El entrenador gallego acabó siendo el pagano final de esa repentina fiebre por lo aragonés en el fútbol, algo inusual hasta entonces en el público de La Romareda, más proclive a aplaudir al forastero y después negarle el pan y la sal al de casa. Pero la afición estaba harta del cerrojo de Arsenio, de esa obsesión por lo defensivo que chocaba con la mejor tradición del Zaragoza. El público aguantó todo un largo año y estalló cuando el regreso a Primera ya era un hecho matemático.

Entre todos aquellos que no quisieron perderse el retorno a Primera se encontraba Diarte, cuya marcha al Valencia había sido determinante para perder la categoría. Sentado en la grada estuvo también Alonso, el goleador que ayudó a pasearse en la segunda vuelta por Segunda División. ‘Pichi’ estaba lesionado y en su lugar jugó Mendieta, un paraguayo díscolo al que, curiosamente, Arsenio le perdonaba todo.

La bronca se inició en la segunda parte, cuando el público se puso a reclamar a los aragoneses Víctor y Camacho, y Arsenio retardó en exceso los cambios –Camacho estuvo casi media hora calentando en la banda y salió a cuatro minutos del final-. Cuando saltaron al campo ya era tarde. La mecha prendió en la General y ya nadie pudo detenerla. En un minuto el clásico ¡fuera, fuera! se llevó a Arsenio por delante. Y aquello le dejó marcado. Mientras en el vestuario se brindaba con champán, él estaba como ausente. Le costó incorporarse a la celebración y jamás se le olvidaron aquellos insultos. Esa misma noche, y pese a la oposición popular, el presidente Pepe Gil le ofreció la renovación, pero Arsenio decidió irse al Burgos, harto de tanta crítica. Es verdad que su Zaragoza no le hizo la más mínima concesión al espectáculo y que aburrió a La Romareda como nunca, pero tan verdad como que el equipo aragonés fue el máximo goleador de la categoría con 68 goles. Arsenio Iglesias vino para devolver al Zaragoza a Primera y lo consiguió a tres jornadas del final, a diferencia de los cinco ascensos anteriores, que fueron de infarto, y se proclamó campeón de Segunda por primera y única vez en su historia.

“Me voy –le dijo Arsenio a Gil Lecha- para que luego podáis darme un abrazo y no me maldigan en septiembre. Lo que no quiero es que nadie me maldiga”.

Dos semanas después, tras golear al Tenerife y confirmar la primera posición final, fue el presidente Gil Lecha el que anunció su dimisión y la convocatoria de elecciones por sufragio universal: “Desde ahora, mi vida va a ser más vida. Soy un hombre humilde. No tengo grandes ambiciones. Me metí en esto porque quería ayudar al Zaragoza a recobrar el puesto que merece en Primera División. Y una vez conseguido, yo sobro. Además, estoy cansado. Ya estuve seis años en la directiva de Zalba… Dicen que el fútbol sirve como rampa de lanzamiento, pero yo no quiero que me lancen. Éste es el momento de marcharme”.

El sexto ascenso fue el mejor, porque el Zaragoza inició una etapa de 24 temporadas consecutivas en Primera División, hasta que con Soláns hijo como presidente volvió al pozo de Segunda División el 5 de mayo de 2002 en una tarde infausta en Villarreal.