La futbolista sudafricana encontró en el fútbol el refugio a su dura infancia. Ha pasado de estar cerca de dormir en la calle a disputar su segundo Mundial.
Ode Fulutudilu nació el 6 de febrero de 1990 en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo. Ahora es uno de los ídolos de su selección, pero su infancia no fue nada fácil. Los conflictos armados le hicieron abandonar su país de origen junto a su familia en busca de nuevas oportunidades.
La jugadora nació en el seno de una familia humilde. Su padre, al ver como estallaba la guerra civil en su país, se vio obligado a huir junto a sus dos hijas. Decidieron poner rumbo a Angola, pero también allí se toparon con la guerra.
Finalmente, se refugiaron en Sudáfrica. Llegaron a Ciudad del Cabo donde tuvieron las cosas muy difíciles. No pudo ir a la escuela ya que tenían un a vivienda fija. Deambulaban por la ciudad. La jugadora contó que estuvo cerca de dormir en la calle y pasaron momentos muy duros. “Mi padre no tenía ni cinco euros”.
Su padre volvió a Angola para trabajar. Se vio obligado a abandonar a sus hijas para que ellas tuvieran un futuro mejor. Era muy complicado para él labrarse un futuro siendo refugiado. Las dejó al cuidado del gobierno sudafricano. “Fue una decisión muy complicada para mi padre”.
Ode pasó por tres albergues hasta llegar a St. Michael. Allí fue donde se enamoró del fútbol. Se enganchó a este deporte viendo a la selección sudafricana en el Mundial del 98 y empezó a jugar en un club. Le regalaron sus primeras botas y su vida cambió por completo.
Empezó a destacar en su país siendo adolescente y su madre adoptiva, Joelle Holland, le ayudó a conseguir una beca en Estados Unidos. Gracias a esta voluntaria inglesa, regularizó su situación en Sudáfrica y consiguió la nacionalidad antes de poner rumbo a Cleveland.
No accedió a la universidad hasta el último momento. Su infancia le impidió formarse como cualquier niña y no aprendió a leer hasta los 12. Tenía un nivel académico inferior al de los demás. “Tenía la sabiduría de la calle, pero no de los libros” declaró la jugadora.
La vida en el país americano fue totalmente diferente. Se graduó en la carrera de Sociología mientras continuaba jugando al futbol. Ganó varios títulos en su etapa universitaria antes de ser jugadora profesional.
Al terminar sus estudios volvió a Sudáfrica. Trabajó como asistente social y ayudó a niños que estaban pasando por las situaciones que ella atravesó en un pasado. Nunca se olvidó de fútbol y seguía con el objetivo de ser futbolista profesional.
En 2019 se convirtió en internacional con su país y diputó el Mundial de Francia. Participó en el partido de fase de grupos que enfrentó a Sudáfrica contra España y jugó contra las que ahora son sus compañeras en la Liga F.
Antes de participar en aquel mundial militó en las filas del Málaga en la temporada 2018-19 e hizo historia. Se convirtió en la primera jugadora de su país que jugó en un gran equipo en España. “Fue increíble. Todas las radios de mi país querían entrevistarme”.
Posteriormente puso rumbo a Finlandia donde militó en las filas de dos equipos. Antes de fichar por el Betis, el pasado verano, firmó por el Fleury 91 de la liga francesa. Allí, la delantera disputó diez partidos y anotó un gol.
Ahora disfruta del fútbol en Sevilla. Ha jugado diez partidos, pero aún no ha conseguido ver puerta. Este verano jugará su segundo Mundial. Sin duda es un ejemplo de superación para todas las niñas del continente africano que no tienen una infancia fácil.
Además de estar en la élite del fútbol femenino, sigue siendo una gran activista de los derechos de los refugiados. Se ve reflejada en todos ellos y no entiende la actitud de algunos países. “Me rompe el corazón ver cómo son tratados los refugiados, especialmente niños que no han tenido elección alguna”.