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REAL ZARAGOZA / ANÁLISIS

Un equipo y un club a la deriva

JIM, que ya empieza a ser parte del problema, está pagando su servidumbre al fiasco de planificación de Torrecilla, mientras el consejero delegado Sáinz de Varanda está en una constante huida hacia adelante.

Zaragoza
Miguel Torrecilla.
ALFONSO REYES

Juan Ignacio Martínez no es el principal culpable de este Zaragoza que no le gana a nadie y que cada día juega peor, pero ya empieza a ser parte del problema. Al veterano técnico alicantino, artífice de lo más parecido a un milagro futbolístico, se le están acabando los argumentos y las soluciones para enderezar un rumbo cada vez más preocupante y peligroso: el equipo ha caído de nuevo al descenso con unos paupérrimos 13 puntos en 13 jornadas y no vence en La Romareda desde el 20 de mayo. Por menos se fueron a la calle Idiákez o Baraja, elecciones fallidas de un club que no deja de equivocarse.

JIM ha perdido su buena estrella, aquella que le guio la temporada pasada -“Muchas veces ganábamos y no sabíamos por qué”, llegó a confesar hace un par de semanas-, y, por más que lo intente camuflar en sus conferencias de prensa, nada de lo que prueba le funciona ya. Y hasta resulta desconcertante. Entre otras cosas, porque la falta de ambición y el miedo nunca han sido buenas compañeras en el fútbol, aunque las circunstancias aprieten. Y como no hay nadie más débil que un entrenador que no gana partidos, su suerte se acabará de definir en las dos próximas jornadas, este jueves frente al Burgos en El Plantío y el domingo con la visita del Sporting.

JIM no se merece una salida abrupta del Zaragoza, pero la cuerda siempre se rompe por el lado más fácil y tampoco se puede dejar que el equipo se le muera en sus manos. Aunque todo es posible en este club desnortado en el que nadie distingue ya el grano de la paja, y en el que el vicepresidente y consejero delegado Sáinz de Varanda o el director general Luis Carlos Cuartero, los dos que de verdad deciden, están en una constante huida hacia adelante. El gran error de Juan Ignacio Martínez, o mejor dicho, su gran servidumbre, una hipoteca que ahora está sufriendo en sus propias carnes, fue secundar el alarde injustificado de triunfalismo del director deportivo una vez acabado el mercado, cuando dijo aquello de que “éste es un proyecto para estar en la pomada y pelear por el ascenso”. A JIM lo trajo Torrecilla y en su agradecimiento guardó silencio cuando este verano le estaba rellenando literalmente la plantilla. Y apenas dos meses después, el Zaragoza sigue con la soga al cuello, sin ganarle a nadie y sin que los ocho fichajes de Miguel Torrecilla, a excepción de Vada y Fran Gámez, hayan mejorado un ápice el fiasco que diseñó hace un año Lalo Arantegui.

Torrecilla ha conseguido que le fichen a su hermano y a otro colaborador, pero no ha solucionado el problema del gol ni en dos mercados. Y a Sáinz de Varanda le ha ido por la cabeza, o le va todavía, renovarlo, lo que revela hasta qué punto el Real Zaragoza es incapaz de enmendarse o de reconducir un proyecto que está totalmente agotado y que precisa de un cambio absoluto, con o sin venta inmediata, si no quiere sufrir un nuevo descenso de consecuencias terminales.

Nada se entiende ya en este Zaragoza al que sólo sostiene su afición, pero resulta de muy difícil justificación llenarse la boca con la economía de guerra y luego ver futbolistas como Camello, Riquelme o Gelabert, cedidos por el Atlético y el Madrid, con la camiseta del Mirandés. Cuando el Zaragoza fichaba bien, no se hubieran escapado ninguno de los tres, pero eso ahora es como pedirle peras a un olmo. Un imposible.

La Romareda, harta de este derrumbe permanente, dijo ayer basta y estalló contra el palco, señalando a la primera línea de mando. No señaló a JIM, al que le guarda agradecimiento por su milagro, y sí a una directiva, reducida en la práctica a Sáinz de Varanda y al presidente representativo Christian Lapetra, con voz, pero sin voto, que no se quieren dar cuenta de que su tiempo en el Real Zaragoza ha terminado. Y que su salida, sentándose a negociar de verdad un cambio accionarial y no reclamando compañeros de viaje que nunca van a exponer su dinero sin poder decidir, es la única solución para un Zaragoza que no parece tener remedio.