Repasamos la trayectoria de cinco jugadores que, por momentos, llegaron a alcanzar un nivel tan excelso que no pudieron escapar a las comparaciones con Diego.
Han pasado diez meses desde que el Diez se fue. La muerte de Maradona fue la muerte de una leyenda, de un mito al que compararon con Dios, del, para muchos, mejor futbolista de la historia. El legado que Diego dejó al fútbol es tan grande que ni siquiera Messi, el mejor futbolista de nuestros tiempos, es capaz de apagar su recuerdo. Messi es el mejor, pero Maradona ha sido D10S.
Hasta la aparición de Leo, siempre hubo una tendencia en el mundo del fútbol de encontrar al sucesor de Maradona. Nadie parecía entender que un genio irrepetible es precisamente eso, irrepetible. Durante casi dos décadas todo el planeta futbolístico se volvió loco buscando a alguien que no existía. Surgieron cientos de talentos a los que etiquetaron como "el nuevo Maradona", como si fueran las cientos de Anastasias que aseguraban ser la gran duquesa rusa desaparecida. Nunca se encontró a la verdadera Anastasia y mucho menos, a otro Maradona.
En este especial de AS repasamos la trayectoria de cinco jugadores que, por momentos, a veces muy puntuales, llegaron a alcanzar un nivel tan excelso que no pudieron escapar a las comparaciones con Diego y que por supuesto jamás cumplieron con la expectativa. Desde Hagi, al que llamaron el Maradona de los Cárpatos, al exultante Arshavin, cuya Euro 2008 asombró al mundo. Robinho, Prosinecki y Emre Belozoglu también forman parte de este especial de Los Otros Maradona.
Gheorghe Hagi
El maradona de los Cárpatos
Contemporáneo a Maradona, Gheorge Hagi (5 de febrero de 1965, Rumanía) tuvo el honor de ser el primer futbolista al que se le apodó con el apellido de Diego. Conocido como el Maradona de los Cárpatos, ‘Gica’ se dio a conocer gracias a una excelente trayectoria en el fútbol del Este en la que cosechó éxitos con la selección rumana y con el equipo más importante de su país natal, el Steaua de Bucarest. Sus inolvidables actuaciones le llevaron a fichar por el Real Madrid en 1990 donde confirmó que el sobrenombre de Maradona le quedaba grande, por no decir enorme. Aun así, se labró una destacada carrera en Europa: jugó también en Brescia, Barcelona y Galatasaray, equipo en el que brilló y al que ayudó a cosechar el hito más grande del fútbol turco, la UEFA de la temporada 1999/2000.
Tras debutar en FC Farul Costanta, donde jugó una temporada y otras tres en Sportul Studenstec, Hagi fichó por el equipo más laureado de Rumanía, el Steaua. En cuatro años disputó 97 partidos y marcó 76 goles. En esas cuatro temporadas levantó seis títulos y fue parte fundamental para que el equipo volviese a disputar la final de la Copa de Europa en 1989, tres años después de que el conjunto rumano se hubiera proclamado campeón de Europa ante el Barcelona en Sevilla. Lamentablemente para Hagi, en esta final el Steaua fue aplastado por el Milan de Sacchi en la final (4-0) pero sus actuaciones durante toda la temporada le valieron para que todos los grandes de Europa quisieran hacerse con ese jugador ambidiestro al que comparaban con Maradona. Su destino fue el Real Madrid.
Hagi llegó a un Madrid que en verano de 1990 terminaba uno de los ciclos más esplendorosos de su historia tras la conquista de cinco ligas seguidas de la mano de la Quinta del Buitre. Los resultados no le acompañaron en su primera temporada y en cuanto las cosas se torcieron, las críticas empezaron a llover sobre las incorporaciones que habían llegado aquel verano. En su segunda temporada y de la mano de Radomir Antic, se vio al mejor Hagi en la liga española, sin embargo, la derrota del equipo blanco en la última jornada ante el Tenerife dejó al Madrid sin título. Hagi, que había marcado un golazo durante aquel partido, salió del campo como campeón de liga con 1-2 a favor del Madrid, pero el encuentro terminó 3-2 para los tinerfeños... Mendoza, tras dos años sin títulos, decidió renovar la plantilla y Hagi se marchó al Brescia dejando en el Bernabéu la sensación agridulce de que pudo haber dado mucho más. “Me arrepiento de haberme ido del Madrid. Decidí que quería tener otra experiencia en otro país, a pesar de que mi último año fue muy bueno, recuerdo meter muchos goles en Copa de Europa. Estaba muy bien adaptado al fútbol español, una lástima”, ha asegurado Hagi tras su retirada.
Hagi llegó a la Serie A cuando Maradona ya se había ido. Allí soñaba con lograr en el Brescia lo mismo que el argentino en el Nápoles. Nada más lejos de la realidad. Si Diego ganó la liga, Hagi descendió a la Serie B. El Barça lo repescó en la 1994-95 después de que Gica destacara en el Mundial 94’, en el que marcó cuatro goles y en el que Rumanía llegó a cuartos de final. Pero parece que nunca supo escoger el momento para fichar por un grande. Si al Madrid llegó después del ciclo dorado de la Quinta del Buitre, su fichaje por el Barça se consumó justo después de la mejor época del Dream Team. Así que tras otros dos años sin títulos se fue al Galatasaray, donde esta vez sí, cambió la historia del fútbol turco.
En el Galatasaray Hagi vivió una segunda juventud y sacó su mejor fútbol a nivel de clubes desde que salió del Steaua. Con el conjunto estambulino conquistó diez títulos, incluidos la Copa de la UEFA y la Supercopa de Europa en el año 2000, los únicos títulos europeos conseguidos por un equipo turco.
Robert Prosinecki
El rubio
Hace unos años la compañía automovilística Renault realizó un anuncio en el que un exjugador de origen croata se caricaturizaba a sí mismo junto a un muñeco. Prosikito era una especie de Chucky que representaba a Robert Prosinecki, ex del Real Madrid y Barça, entre otros, al que las lesiones y la mala fama, especialmente la de fumador empedernido, truncaron la carrera del que en su juventud fue considerado uno de los mejores jugadores del mundo. Nunca el término "juguete roto" estuvo tan bien representado en un futbolista, que además tuvo su propio muñeco.
Prosinecki nació en Schwenningen (Alemania), de padre croata y madre serbia. Al cumplir diez años volvió a Croacia, enrolándose muy pronto en el Dinamo Zagreb. En aquella etapa ya había dejado muestras de su nivel llevando a Yugoslavia a conquistar la Copa del Mundo Juvenil de Chile de 1987 y siendo el mejor jugador de la competición. Entonces emprendió el camino al Estrella Roja, con el que ganó tres ligas, una copa nacional y la Copa de Europa en 1991. Su papel en aquella edición de la máxima competición continental fue la que maravilló al mundo. Toda Europa se rindió al talento de un centrocampista de 22 años que aspiraba a ser el mejor del mundo. Su exhibición en las semifinales ante el Bayern hizo que muchos le compararan con Maradona, no por su estilo de juego, sino por su nivel superlativo.
La verdad es que era un jugador que llamaba la atención. Su pelo rubio y rizado parecía la peluca de Harpo Marx y su manera de correr era extraña. Parecía que siempre cojeara. Era lento de velocidad pero rápido con la cabeza. Con esas hechuras lideró al Estrella Roja a la conquista de la primera y única Copa de Europa que ha logrado un equipo balcánico.
Su corta pero prometedora carrera le valió para fichar por el Real Madrid por 550 millones de pesetas. Tras su fichaje, Sacchi, técnico del Milan entonces, dijo de él que "juega al fútbol con la misma facilidad con la que Mozart componía". En Madrid conseguiría una Copa del Rey y una Supercopa de España, ambas en 1993, pero no terminaría de adaptarse. Siempre pareció estar en el lugar equivocado en el momento menos idóneo. Como Hagi, llegó a un Madrid en decadencia tras 'La Quinta del Buitre'. A ello hay que añadir el infierno que padeció con las lesiones. Además, la Guerra de Croacia (1991-1995) le dejó muy tocado psicológicamente. Su afición al tabaco, que nunca se preocupó de esconder, era bastante más comentada que sus goles y su fútbol. "Sé que fumar no es bueno para un deportista, pero me relaja. Es el único vicio que tengo. Además, nadie vive cien años", llegó a decir Robert.
Tras tres temporadas en el Madrid, el Barça se interesó por el croata pero el club blanco prefirió ceder a Prosinecki al Oviedo, donde cuajó una gran temporada y volvió a dejar grandes esbozos del jugador que pudo haber llegado al nivel de Maradona. Un año más tarde, llegó al Barça, y otra vez, como Hagi, llegó en el momento equivocado, a un equipo que eran los restos supervivientes del grandilocuente 'Dream Team'. Además, la normativa por aquel entonces solo permitía alinear tres extranjeros a la vez y Prosinecki perdió de manera clara aquella batalla contra el rumano, Figo, Kodro y Popescu. Luego pasó por Sevilla con más pena que gloria y anduvo dando vueltas por equipos de Europa del Este hasta que se retiró en el Dinamo Zagreb, donde comenzó su carrera, en el 2004. Un talento que siempre estuvo en el sitio incorrecto en el momento equivocado.
Robinho
El nuevo Pelé
Fueron 28 minutos que han quedado para la historia del fútbol. Robinho saltó al Ramón de Carranza en el minuto 65 y el partido dio un vuelco de 180 grados. Hasta el momento el Cádiz achantaba al Madrid. Pero salió Robinho y el Madrid empezó a moverse, a circular, a manejar la pelota con criterio. Los más veteranos vieron en él al mejor Pelé. Los jóvenes lo convirtieron en su mejor ídolo tras verle jugar así. Fue el bombazo Robinho. Un chaval finito, con descaro, de 21 años por el que el Madrid había pagado 25 millones de euros. Hizo de todo. Un sombrero, taconazos, bicicletas, un control con el pecho, regates impecables con salidas a la izquierda y a la derecha, pases con peligro y paredes. Y eso que aún no estaba en su mejor momento de forma…
Sus jugadas dieron la vuelta al mundo y fueron repetidas en todos los telediarios. En el equipo sus compañeros aplaudieron su juego y alucinaron con su magia. En Brasil los periódicos se volvieron locos con tanta fantasía. Puede que no llegara con el cartel del nuevo Maradona, pero en Brasil sí que le consideraban el heredero de Pelé.
Aquel debut con el Real Madrid fue tan impresionante que todo lo que vino después fue una decepción, a pesar de que los números de Robinho no fueron nada malos en el club blanco (anotó 35 goles en 137 partidos y ganó dos ligas siendo pieza fundamental en los dos títulos). Sin embargo, nunca más volvió a cumplir con la expectativa que generó en sus inicios. El nuevo Pelé era simplemente Robinho, un buen jugador.
Tras tres temporadas en el Madrid, Robinho se fue al Manchester City en verano de 2008. Nunca rindió al nivel que se le presuponía. En 2010, volvió al Santos, luego le fichó el Milán, donde hizo buenas temporadas como rossonero, sucumbió a los millones de China y del Guangzhou Evergrande y regresó a su país para militar en el Atlético Mineiro. Carrera con altibajos, jalonada con 96 partidos internacionales con la Canarinha... y 28 goles.
Un escándalo de abuso sexual y una etapa final en Turquía fueron el cierre de una carrera que empezó de manera fulgurante y que poco a poco se fue disolviendo como un azucarillo hasta ser recordado como una de las mayores decepciones de la historia del fútbol.
Emre Belözoğlu
Belozoglu, el Maradona del Bósforo
Otro Maradona que coincidió con Hagi. Si el rumano fue apodado como el de los Cárpatos, Emre Belozoglu fue conocido como el Maradona del Bósforo. En hechuras, era el más parecido al Pelusa, pero probablemente, fue el que estuvo más lejos de su nivel. Nunca supo lidiar con las circunstancias que lo rodearon, como él mismo ha reconocido a lo largo de los años. Con sólo 17 años era uno de los líderes de aquel Galatasaray campeón de la UEFA en el año 2000, un equipo donde lo normal hubiese sido que todo el liderazgo recayera en las espaldas de los veteranos Hagi, Popescu y Hakan Sukur.
Emre era un jugador zurdo, eléctrico y aderezado con una visión periférica que le permitía llevar la batuta en aquel Galatasaray campeón y en la Turquía semifinalista del Mundial 2002. “Lo tiene todo para triunfar. Ha demostrado personalidad para llevar las riendas de grandes equipos y su experiencia puede ayudarnos mucho en los partidos clave”, dijo de él Fatih Terim, leyenda turca de los banquillo que sacó lo mejor del centrocampista. Le reclutó en 1996 para el Galatasaray, con el que ganó cuatro Ligas, una Copa de la UEFA y una Supercopa de Europa contra el Madrid en 2000. Demostró ser un jugador de talento mundial con una proyección espectacular y se fue al Inter, donde los tifosi le denominaron El Maradona del Bósforo. El apodo le vino gigante. Su vida nocturna en Milán llegó a hacerse más noticiosa que su juego y empezó a descuidar su físico. En eso sí que se parecía a Maradona. Más tarde puso rumbo al Newcastle, donde encandiló a los supporters con sus quiebros y sus tackles, pero en el que las lesiones le pusieron freno y le invitaron a volver a su país.
Con 28 años Emre había logrado tener una gran carrera, pero ni de lejos había alcanzado las cotas que apuntaba en sus inicios. Volvió a la liga turca, esta vez al Fenerbahçe. Allí marcó 33 goles y dio 28 asistencias en 237 partidos, cifras que le valieron para volver a fichar por un equipo de las grandes ligas, el Atlético, aunque su paso por el Calderón dejó pocas alegrías. No llegó a los 1.000 minutos y sólo marcó un gol en la fase de grupos de la Europa League. El Maradona del Bósforo se quedó a la sombra su compatriota Arda. Regresaría a su país otra vez antes de retirarse, donde le dio tiempo a ganar la liga con el Basaksehir. Una carrera notable para un jugador que nunca supo lidiar con las circunstancias que le rodearon.
Andréi Arshavin
Arshavin, el último zar
La Eurocopa 2008 cambió a toda una generación de jugadores. En España, supuso un gran cambio de mentalidad que llevó a un grupo de futbolistas de un talento excelente en una de las mejores selecciones de la historia por juego y títulos. Esa Eurocopa cambió la vida de Xavi, Iniesta, Villa o Ramos pero también de un pequeño mediapunta ruso, Andrei Arshavin.
Guus Hiddink, seleccionador ruso en aquel torneo, tenía claro que merecía la pena convocar a Arshavin pese a arrancar la Eurocopa con dos partidos de sanción. Pese a que existía el peligro de que cuando el punta pudiera jugar Rusia ya podía estar eliminada, su seleccionador se la jugó y el delantero del Zenit le dio la razón con números (dos goles y una asistencia) y sensaciones de megacrack mundial, pues con él Rusia infundía temor. La Europa futbolística aguardaba impaciente su irrupción en un gran torneo después de haber liderado al Zenit a ganar la UEFA aquel mismo verano y él se consagró en sólo dos apariciones, sobre todo, ante Países Bajos, donde los elogios le elevaron a nivel de mito. Sus apariciones en aquella Eurocopa, en la que lideró una selección bastante inferior a su talento a las semifinales, fueron comparadas con las actuaciones de Maradona en el Mundial 86. No era una joven promesa, tenía entonces 27 años, pero tras su exhibición en aquel torneo, que finalmente fue ensombrecida por el juego colectivo de España, eran muchas las voces que apuntaban a Arshavin como un futurible Balón de Oro.
El Barcelona intentó ficharle pero fue finalmente el Arsenal el club que más apostó por la gran figura rusa y acabó haciéndose con sus servicios un año después, en verano de 2009. En Londres Arshavin fue capaz de lo mejor y lo peor. No hizo malos números (31 goles y 46 asistencias en tres temporadas) pero sus apariciones eran como el Guadiana, alternaba partidos en los que era intrascendente con exhibiciones que le colocaban en la cima del fútbol. Para el recuerdo queda un Liverpool-Arsenal que terminó empate a cuatro en el que Arshavin anotó todos los goles de su equipo. Pero su irregularidad ponía nervioso a los seguidores gunners y a Wenger, que terminó por dejarle salir de nuevo al Zenit.
Arshavin pasó los últimos años de su carrera en Rusia, donde además de en el Zenit jugó en el Krasnodar, y una ultimísima etapa en Kazajistán, donde formó parte del Kairat Almaty, en una liga en la que dejó detalles por su impresionante calidad y la falta de nivel de sus oponentes. Su carrera duró 20 años y dos partidos en una Eurocopa le valieron para convertirse en un mito del fútbol ruso y en ser considerado uno de los mayores talentos futbolísticos de las últimas décadas. Quién sabe qué hubiera pasado si hubiera fichado por el Barça de Xavi, Iniesta, Messi y Guardiola...