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REAL ZARAGOZA / HISTORIAS DE SEGUNDA (III)

El primer ascenso del Zaragoza

El 19 de abril de 1936 el equipo aragonés alcanzó la Primera División, aunque su estreno en la élite del fútbol español se tuvo que aplazar tres años por la Guerra Civil.

Zaragoza
De izquierda a derecha: Pelayo, Municha, Ortúzar, Alonso, Gómez y Lerín. Agachados: Ruiz, Ameztoy, Olivares, Tomás y Primo.

La temporada 1934-35, la primera de su historia en Segunda División, había sido algo decepcionante para el Zaragoza: en el Mancomunado Castilla-Cantabria-Aragón el equipo acabó penúltimo y se vio obligado a ganarse la permanencia en una promoción con la modesta Deportiva Ferroviaria de Madrid. En la Liga, la cosa no le fue mucho mejor y no pudo alcanzar la fase final de ascenso a Primera. Lo más brillante se vio, sin duda, en el Campeonato de España, donde cayó en cuartos de final frente al Osasuna, tras haber eliminado al Júpiter, al Unión de Irún y al Oviedo, sorprendente tercer clasificado en Primera División.

Sin embargo, gracias a esa larga trayectoria en el Campeonato de España, el Zaragoza había cerrado el ejercicio con un superávit de 15.100 pesetas. La noticia era en verdad extraordinaria, porque desde la legalización en 1926 del profesionalismo en España, ningún club de Zaragoza (ni el Iberia Sport Club, ni el Real Zaragoza Club Deportivo, ni el Club Patria-Aragón, ni el propio Zaragoza Fútbol Club) había dejado de perder dinero en cada campaña. Y, claro, los aficionados y, sobre todo, los 2.761 socios de número, viendo que por una vez había dinero en caja, comenzaron a reclamar fichajes de relumbrón, sobre todo para reforzar la ‘artillería montada’, como así denominaban algunos en la época a la delantera.

El mes de julio de 1935 fue pródigo en rumores, elevados gustosamente a la categoría de noticia por los cronistas deportivos zaragozanos. Se especuló primero con la contratación del goleador internacional Olivares, sin citarlo directamente, pero dando todo tipo de pistas. Pero el Zaragoza ni confirmaba ni desmentía, provocando que hirvieran los mentideros futbolísticos de la ciudad y que se agitaran los debates en los corrillos y en las tertulias de café.

Por fin el club dio señales de vida. El 6 de julio se anunció que Lerín, uno de los cuatro o cinco mejores porteros del fútbol español, había renovado su contrato por una temporada, recibiendo una gratificación extraordinaria de 3.000 pesetas en concepto de prima de fichaje.

Pero pasaban los días, no llegaban los fichajes y la calle y los periódicos seguían pidiendo refuerzos.

Para colmo, Paco González, el entrenador que había empezado a forjar durante la temporada 1934-35 el equipo de ‘Los Alifantes’, hacía oficial su marcha al Racing de Santander, de Primera División. Pese a que los resultados deportivos habían sido para la siempre exigente afición decepcionantes, el Zaragoza intentó convencer a Paco González hasta el final, porque se apreciaban muchísimo sus conocimientos y su dedicación. Sin embargo, su marcha tampoco resultó un serio contratiempo. El ex presidente y director técnico del Zaragoza, José María Gayarre, sabía que el equipo empezaba ya a estar maduro y que sólo necesitaba un poco más de tiempo y un gran delantero centro para explotar.

Pero el escepticismo sobre el Zaragoza no dejaba de crecer y, en vista de que el ambiente se estaba viciando demasiado, Gayarre tuvo que salir al paso el 23 de julio de 1935 con un extenso artículo en los periódicos para dejar sentadas muchas cuestiones principales. La primera, la económica, ese ya mencionado superávit de 15.100 pesetas de la temporada anterior que tanto se comentaba entre los socios y aficionados. Gayarre fue categórico: “Estamos como tantas otras veces, como siempre: de a pie y sin dinero. Pero podemos decir muy alto que el Zaragoza es uno de los pocos clubes de España que paga puntualmente a sus jugadores”.

Que el Zaragoza hubiera obtenido más ingresos que gastos durante el ejercicio 1934-35 era una gran noticia, pero de efectos relativos. Seguía habiendo créditos en los bancos, avalados por la junta directiva, y esas 15.000 no daban ciertamente para mucho, nunca para traer a un jugador cotizadísimo, a una gran figura. Por poner varios ejemplos, el Madrid acababa de pagar al Betis 75.000 pesetas por el interior izquierda Lecue, el ‘Niño de oro’ del fútbol español. El Osasuna pagaría 10.000 pesetas al Barcelona por el defensa Arana. Y el Athletic de Madrid 17.500 al Tenerife por el interior Arencibia, además de otras 17.500 para el propio jugador, cubano de nacimiento, como prima de fichaje.

Bueno, pues de ese sobrante de 15.100 pesetas salieron, precisamente, las 3.000 que se le dieron a Lerín como gratificación por haber firmado su renovación.

Gayarre no dio más explicaciones económicas. Contra viento y marea, sostenía que el Zaragoza, aún sin fichajes, era un bloque sólido, con muchas posibilidades: “Lo que hay que hacer no es gastarse el dinero en comprar jugadores, si no en hacerlos. Gente joven, buena preparación física, disciplina absoluta, entusiasmo sin límites y un buen entrenador. Esta es la fórmula. Añádase un poco de calmante para los demasiado impulsivos del público y se obtendría la posibilidad de salir delante de la contraepidemia que todos los clubes padecen como consecuencia de haber prodigado el bacilo de sus despilfarros económicos sin reparar en medios... ni en delanteros. Déjense de elucubraciones metafísicas los que se pasan de listos. Lo que ellos querrían y querríamos todos es tener el equipo nacional. Yo me contentaría con menos: con tener un equipo que ganara todos los partidos. No se precipiten, pues, los que con tanta facilidad cuentan con el dinero del prójimo; no se impacienten los que ya querrían ver todo solucionado, cuando aún no se ha acabado casi de liquidar la temporada anterior; no se desmoralice nadie que pronto será la Junta General del Zaragoza, y la directiva que de allí salga completará lo que sea preciso, si se le dan mimbres o los encuentra”.

Pero, ¿dónde estaba ese buen entrenador al que aludía Gayarre?

El 8 de mayor de 1936 el Ayuntamiento de Zaragoza homenajeó al Zaragoza por su ascenso. En la imagen, el Orfeón Zaragozano toca el himno del club aragonés ante la mirada, en el banco de la derecha, de toda la plantilla.
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El 8 de mayor de 1936 el Ayuntamiento de Zaragoza homenajeó al Zaragoza por su ascenso. En la imagen, el Orfeón Zaragozano toca el himno del club aragonés ante la mirada, en el banco de la derecha, de toda la plantilla.

El inglés Jack Greenwell, entrenador de gran éxito en el Barcelona (1917-24 y 1931-33), el Español (1926-30), el Mallorca (1930-31) y el Valencia (1933-34), había ofrecido por carta sus servicios al Zaragoza, pero Gayarre se acabó decidiendo por uno de sus mejores discípulos, Pepe Planas. El 25 de julio se cerró su contratación por una temporada.

Pero antes se hace imprescindible un pequeño paréntesis para apuntar que el 2 de agosto de 1935 el Zaragoza Fútbol Club celebró Junta General Ordinaria en los locales del Casino de Suboficiales, en el número 6 de la calle San Voto, el mismo edificio donde el club tenía su secretaría y oficinas. Los socios compromisarios, elegidos por sorteo por centenas de entre los 2.761 con derecho a voto, reeligieron a la junta directiva de Felipe Lorente Laventana y dieron un amplio voto de confianza a las gestiones deportivas de José María Gayarre y a las económicas de Liberato Labarta, el tesorero que había hecho posible el milagro de las 15.000 pesetas de superávit. Se comentó la contratación de Pepe Planas como entrenador, pero se habló poco de fichajes. Fue una asamblea de unidad y de verdadera afirmación zaragocista, en la que se aprobaron, también por unanimidad, los nuevos precios para las cuotas mensuales de socios para la temporada 1935-36 en Torrero: la General y el Gol, 3,15 pesetas; la Tribuna Lateral, 5,15; y la Tribuna Central, 6,15. Y se insistió en la necesidad de contar con mil socios más.

Precedido, pues, de una notable fama, Planas llegó al banquillo de Torrero para dirigir al Zaragoza de ‘Los Alifantes’, aunque el fichaje que de verdad causó sensación fue el del delantero centro Olivares. El 11 de septiembre, con el campeonato Mancomunado ya empezado, se cerró su contratación por 5.000 pesetas de traspaso al Donostia –denominación republicana de la Real Sociedad de San Sebastián- y 12.000 pesetas de prima de fichaje y 600 de sueldo al mes para el jugador. El anuncio de su incorporación provocó un entusiasmo desconocido en la ciudad y el Zaragoza se vio obligado a ampliar el plazo de admisión de nuevos socios hasta el 18 de septiembre, llegándose a los 6.605 socios, contando los 3.911 socios infantiles menores de 12 años, que pagaban una peseta al mes.

Completados los ‘Alifantes’ con Olivares, el Zaragoza fue la gran sensación del torneo Mancomunado Castilla-Cantabria-Aragón, finalizando segundo a sólo un punto del Madrid, al que batió en Torrero en una exhibición sensacional. José María Gayarre, bajó el seudónimo ‘XXX’, llegó a escribir en ‘Heraldo de Aragón’: “Éste es el momento de mayor intensidad futbolística vivido jamás en Zaragoza. Merecía la pena haber laborado 20 años sin descanso sólo por ver este momento. Tal vez estamos quemando demasiado incienso, pero está justificado, porque esperábamos lo del domingo con una ansiedad grande desde hacía muchos años”.

Inmediatamente después, el Zaragoza confirmó sus mejores expectativas en el Campeonato de Liga, pese a encontrarse a un rival durísimo como el Celta de Vigo. Acabó segundo del Grupo II, precisamente detrás del club vigués, clasificándose para la fase final de ascenso. Todo marchaba sobre ruedas cuando Planas presentó por sorpresa su dimisión el 27 de febrero de 1936, justo antes de iniciarse la fase de ascenso, aduciendo motivos personales para regresar a Barcelona, pero sin aclararlos. Lo cierto es que el técnico había perdido por completo su autoridad ante la plantilla y había tenido que soportar muchísimas bromas y desplantes de los jugadores, especialmente de Lerín y de Gómez, que en un viaje tuvieron un comportamiento muy soez y desagradable con el técnico mientras viajaba en el autocar completamente dormido.

En vista de que ya no se podía contratar a otro entrenador de garantías, la directiva le confió la plantilla a Olivares, que inicialmente había sido nombrado de forma provisional. El Zaragoza se unió más si cabe y, después de un durísima lucha con el Celta y el Arenas de Guecho, llegó a la última jornada dependiendo de sí mismo para lograr el ansiado ascenso. Los ‘Alifantes’ no fallaron y golearon al Gerona (5-0) con un Torreo a reventar y un terreno de juego convenientemente regado: “El mejor remedio contra un equipo catalán”, decía siempre el histórico utillero y conserje Benjamín Simón, que aquel 19 de abril de 1936 hizo funcionar como nunca antes la manguera.

El primer ascenso fue verdaderamente un triunfo absoluto para el Zaragoza, que, gracias a las grandes taquillas de toda la temporada, pudo liquidar todas las deudas históricas y cancelar los créditos y los avales pendientes. Hubo el suficiente sobrante en caja como para repartir generosamente a cada jugador una prima de 2.500 pesetas.

La tragedia para el club aragonés fue que tuvo que esperar tres largos años para estrenarse en Primera División, porque sólo tres meses después del ascenso estallaba la Guerra Civil, y los jugadores se verían obligados a cambiar el balón por el fusil.