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SOCIEDAD

La comida callejera en Nueva York se desmadra

El precio de algunos platos ha aumentado hasta un 67% desde el año 2020, cuando empezó la pandemia. Los puestos de comida apenas cubren gastos.

La comida callejera en Nueva York se desmadra
REUTERS/Carlo Allegri

Ante los altos precios de los restaurantes de Nueva York y de otros bares que ofrecen comida fast food, muchos turistas recurren a los puestos de comida callejera para probar un bocado auténtico y ahorrarse unos cuantos euros en una de las ciudades más caras del mundo.

Sin embargo, le están cortando las alas a esta solución. Según recoge El País, los puestos de comida callejera neoyorkinos, así como los food trucks, han incrementado considerablemente el precio de sus platos.

El medio citado pone el siguiente ejemplo. Un food truck de comida halal en el centro de Manhattan vende por 10 dólares un plato de arroz con pollo en salsa. Eso es, al cambio, unos 9,30 euros. Parece barato si lo comparamos con la oferta gastronómica de la ciudad, pero es un 67% más caro de lo que costaba antes de pandemia.

Muchos clientes denuncian esta subida de precios, pero los propietarios de los puestos de comida callejera aseguran que ni de esa forma consiguen cubrir los gastos: el pollo, el gas para los hornillos de los puestos y el recipiente donde se sirve la comida son el doble de caros que en 2020.

Hay algunos comerciantes que, a pesar del incremento de los gastos, han decidido no subir demasiado el precio de los platillos. Por ejemplo, el puesto de dosas de Thiru Kumar, que se niega a cobrar más de 10 dólares por sus productos. “No tendría las colas que tengo si subiera el precio, así que ajusto el presupuesto y, obviamente, cubro costes, pero me queda un beneficio mucho más reducido. A cambio, tengo una clientela fija”, señala al medio citado Kumar, titular de la licencia.

Aumento del teletrabajo

Otro de los obstáculos que tiene que sortear la comida callejera es el aumento del teletrabajo. Gran parte de su clientela son las personas que trabajan en zonas repletas de oficinas, que bajan a comprar un platillo por un precio razonable. Si esos clientes se quedan trabajando en casa, habrá menos oficinistas en la cola de un food truck.

“Compare lo que cuesta un falafel con una de esas ensaladas preparadas que venden las cadenas modernas y saludables, entre comillas, unos 20 dólares, un bol de plástico o cartón, sin bebida. Seguimos siendo una alternativa muy razonable de comida sabrosa y a buen precio, pero la Administración solo nos pone obstáculos”, explica Mahmud, el dueño y chef de un carrito de falafel, que critica la dura burocracia para conseguir una licencia.

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