Mike Tyson, 15 años sin el turbulento dios del KO
Mike Tyson, 15 años sin el turbulento dios del KO

BOXEO

Mike Tyson, 15 años sin el turbulento dios del KO

Un 11 de junio de 2005, en el Tokyo Dome, el desconocido Kevin McBride cerró la espectacular y a la vez escandalosa carrera del campeón más joven de los pesados.

La historia de Mike Tyson, una de las armas de destrucción masiva más letales del boxeo, se acabó un 11 de junio de 2005. Hace 15 años ante un armario blanco llamado Kevin McBride. Ante alguien que nunca llegó a nada, pero que está en los libros porque cerró el paso por los cuadriláteros del campeón más joven de la historia de los pesos pesados. Tyson se desplomó como un fardo, asfixiado, al final del sexto asalto en el MCI Center de Washington. El juez Joe Cortez le dirigió una mirada compasiva. Sentado contra las cuerdas, personificaba la imagen del fracaso. La del campeón caído. La de la leyenda definitivamente derrotada. Su esquina no le dejó salir. Fue el punto final, poco glorioso, para un hombre que cerró su carrera con 50 victorias (44 antes del límite) y seis derrotas. De un personaje sin término medio. Sin grises. Que entre el blanco y el negro siempre eligió el segundo color, como el de su clásico calzón. Su llama se apagó pero su eco no. Ahora que ha anunciado su vuelta al boxeo con fines benéficos, para ayudar a personas sin hogar o drogadictos de un submundo que conoce bien, el griterío vuelve a su alrededor.

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BOX-TYSON-MCBRIDETyson, en su último combate frente a McBride.

El boxeo, camino de redención y también de perdición, comenzó a saber de la fuerza descomunal de un chico del gueto de Brownsville (Brooklyn, Nueva York) a la misma velocidad que iba tumbando rivales como fichas de dominó. Con las explosiones de su crochet de derecha, con sus semiganchos con la zurda. ¡Paf, paf, paf! En su debut en 1985 derrumbó al puertorriqueño Héctor Mercedes en un minuto y 47 segundos. Hasta que le llegó su primera oportunidad mundialista, en 1986, contabilizó 27 victorias. Pero no de cualquier manera: 21 de ellas no pasaron del tercer asalto. Sólo dos (Mitch Green y James Tillis) llegaron a los puntos. Entre ceja y ceja llevaba escrita la palabra ‘Destrucción’. Joe ‘Smokin’ Frazier, el gran rival de Ali, dejó una frase célebre: “Yo no quiero noquear a mi adversario, quiero pegarle, alejarme y mirar cómo le duele. Yo quiero su corazón”. Tyson no era así. Tyson quería directamente su cuerpo. Pegaba y se alejaba mientras el público se echaba las manos a la cabeza ante su poder y a los futuros rivales se les encogía el estómago. Porque ahí se acababa la pelea. No había más. 

Alucinógena biografía

Para saber quién fue y quién es ‘Iron Mike’ lo mejor es leer su alucinante y alucinógena biografía: 'Mike Tyson, toda la verdad' (Duomo Ediciones, 2015). Merece la pena hundirse y bucear en sus más de 500 páginas para recomponer el puzle. El escritor Larry ‘Ratso’ Sloman fue el hilo que tejió, a través de meses de conversaciones caóticas con Tyson, una historia más centrada en la senda de autodestrucción del personaje que en el boxeo. La de un hombre que jamás pudo escapar de Brownsville, el gueto de Brooklyn donde creció, donde abusaron de él, donde dio y recibió palizas, donde vio acostarse a su madre dominada por el alcohol con muchos hombres sin nombre, donde sus amigos cayeron baleados, donde robó y se inició en el laberinto primero dulce y luego sin salida de la droga.

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Tyson, en la portada de Sport Illustrated con sólo 19 años.

Brownsville era un agujero infecto, sin futuro, del que le sacó el boxeo. Tyson, como otros juguetes rotos, no acabó mal por el boxeo. Sino que acabó así pese al boxeo, que llegó a salvarle de una muerte prematura casi segura. De no haberse subido al ring, posiblemente ya no estaría vivo. Pero la máquina de hacer dólares, y de quemarlos casi a la vez, en la que se convirtió el boxeador con sus KO’s no pudo olvidarse nunca de Brownsville. Allí volvía una y otra vez a encontrar droga, a acostarse con prostitutas, a llevarse a los pandilleros a clubes de moda, a rebozarse —aunque fuese llegando en limusina o en un Lamborghini— en el estiércol. En su barrio. Entre gente que no conocía el significado de la palabra ‘futuro’. Una peligrosa atracción genética de la que ni el deporte ni el dinero consiguieron apartarle nunca.

Porque es increíble que la adicción a las drogas (marihuana, cocaína, LSD, alcohol…) y al sexo no acabaran con él en una cuneta fulminado por un balazo o un infarto. ‘Toda la verdad’ es un relato que llega a revolver el las tripas, pero en él se encuentra también la conmovedora historia de amistad, amor y superación que explica cómo Tyson acabó en el ensogado. La más interesante. Cus D’Amato, un viejo entrenador de boxeo, le sacó con 13 años del ‘Tyron School for Boys’, un reformatorio, para acogerle y entrenarle en su casa de Catskill. “El gimnasio de Cus era una antigua sala de reuniones municipal situada sobre la comisaría de policía local. No disponía de ventanas, por lo que habían colocado viejas lámparas”, recuerda ‘Iron’ Mike sobre ese escenario de película de Clint Eastwood. Allí, ese tipo que “no tenía un solo músculo feliz en su casa” espetó al que iba a ser su pupilo, tras una primera sesión de sparring: “Si me haces caso, puedo convertirte en el campeón del mundo de boxeo más joven de la historia”. Vio en un joven desesperado una bestia a la que domesticar.

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Tyson y su 'padre' y entrenador, Cus D'Amato.

En Catskill, D’Amato le ofreció a Tyson una enciclopedia en blanco y negro de boxeo a través de la que conoció a Benny Leonard, Harry Greb y Jack Johnson. “Yo quería ser como esos tipos; daba la impresión de que para ellos no había reglas. Trabajaban duro, pero en sus ratos libres se limitaban a holgazanear y la gente se les acercaba como si fueran dioses”, cuenta Tyson, que también accedió allí a grabaciones antiguas de Jack Dempsey o Joe Louis que se pasaba hasta diez horas viendo. “A veces estaba tan concentrado que me metía en la cama con los guantes puestos. Era un animal que soñaba con un Mike Tyson que se convertía en un gran luchador. Sacrifiqué todo por el objetivo”, recuerda el púgil en el libro.

"Si me haces caso, puedo convertirte en el campeón más joven de la historia"

Cus D'Amato

El viejo Cus fue quien lanzó la carrera de Floyd Patterson, también campeón mundial de los pesados que le abandonó cuando llegó la fama, y llegó a enfrentarse a mafiosos como Frankie Carbo que controlaban el boxeo, era socialista, admirador de Fidel Castro y el Che Guevara (Tyson se tatuaría después la icónica imagen del revolucionario en su abdomen), odiaba hasta la náusea a Ronald Reagan y tampoco andaba muy bien de la azotea. Pero convirtió a Mike en una máquina de pelear. En la cabeza de Tyson metió la idea de destruir al rival, de borrarlo, de atemorizarlo a él y a todos los que vieran sus combates. Y con 14 años le hizo debutar en un ‘fumadero’ del Bronx. “Se los llamaba así porque el aire estaba tan cargado de humo de cigarrillos que apenas podías ver al tipo de al lado”. Peleas ilegales, sin médico y rodeados de apostantes. Un puertorriqueño cuatro años mayor le duró tres asaltos en su estreno.

“Me imaginaba que iba a combatir contra todos aquellos que habían abusado de mí de más joven —recuerda Tyson—. Era hora de ajustar cuentas. Nadie iba a meterse más conmigo”. D’Amato cinceló el granito de Tyson, pero también lo endureció al extremo con una resina de filosofía vital extrema. Canalizó su odio hacia la demolición en el ring. “Siempre que mostraba la menor señal de humanidad en un combate, Cus me lo censuraba. Algún rival intentaba a veces estrecharme la mano en un gesto de deportividad. Si les correspondía, Cus perdía la cabeza”.

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Tyson noquea a Berbick, campeón del mundo con 20 años.

El campeón más joven con 20 años

D’Amato llevó a Tyson a firmar un contrato de representación con Bill Cayton y Jimmy Jacobs en 1984. Y tras los primeros 27 combates como profesional, casi todos resueltos antes del límite en una carrera frenética, llegó la posibilidad de disputar el Mundial CMB a Trevor Berbick al que ganó por KOT en noviembre de 1986. Con 20 años, era el campeón más joven de la historia. Pero esto no lo pudo ver su ‘padre’ Cus, que había muerto en 1985. Su primer recuerdo fue para él. Y también una reflexión: “Recordé una cita de Lenin que había leído en uno de los libros de Cus. ‘La libertad es algo muy peligroso. La racionamos con suma cautela’. Aquella era una declaración a la que debería haber prestado atención durante los años que siguieron”. Tyson encontró la libertad para huir de ese Brownsville físico e imaginario al que siempre volvía pero no pudo. Era ‘el hombre más malvado del planeta’ y se sintió cómodo en ese papel que acabaría hundiéndole. Luego supo que D’Amato, antes de morir, abrió un fondo de pensiones a su niño grande. Sabía que, en la cima y sin él, se puliría todo. Que el dinero no le haría libre.

La caída ante Buster Douglas

Porque ‘Toda la verdad’ refleja que, después de ganar el cinturón, todo lo que rodeó a Tyson fueron problemas. Don King le exprimió, engañó, y cuantos sinónimos se puedan encontrar. Con su exhibición ante Berbick (ganó en el segundo asalto) su fama y su bolsa crecieron exponencialmente. Unificó cinturones (CMB, IBF y AMB) en nueve exitosas defensas (Larry Holmes, Michael Spinks, Frank Bruno…) hasta llegar el 11 de febrero de 1990 hasta el Tokyo Dome, muy lejos de Las Vegas, para medirse a James ‘Buster’ Douglas. Un púgil con sólo diez combates profesionales al que debía desplumar… pero acabó desplumado. Falto de preparación, con más horas de clubes nocturnos que de gimnasios, Tyson tenía la pólvora mojada. Pese a que tumbó a Douglas en el octavo round, este se levantó y noqueó al hasta entonces indestructible campeón. “No me tomé a Douglas en serio. Fui a Japón y alterné con muchas mujeres. No me cuidé y maltraté mi cuerpo. Cuando Cus D’Amato murió y me divorcié (de Robin Givens) lo perdí todo”, reconoció después.

"Don King le esperó fuera de la cárcel con una limousina repleta de Don Perignon"

Tras Douglas, llegaron tres combates más con victorias, pero el aura mágica había desparecido. Tyson pasó por la cárcel acusado de una violación de Desiree Washington (Miss América Negra) que él sigue negando haber cometido (el juicio, según se cuenta en el libro, tuvo bastante de farsa). En el trullo leyó ‘El Conde de Montecristo’ de Dumas y se identificó con el protagonista. “Al igual que yo, se había visto engañado por sus enemigos y arrojado a prisión. Pero no se quedó ahí quieto amargándose; maquinó su futuro éxito, su venganza”, recuerda. El terror del ring se tatuó también a Mao y se convirtió al Islam y en "antisistema”. Cuando salió de prisión, Don King le recibió en una limusina llena de botellas de Don Perignon y contratos para volver a boxear por 200 millones de dólares. La tentación volvía a llamar a la puerta del rey del gueto. “Yo era siempre el medio para conseguir que alguien apareciera en televisión o que su nombre fuese mencionado en los periódicos. El diablo se lo pasaba de miedo conmigo”, reconoce.

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Tyson cae ante Douglas en Tokio en 1991.

Tyson gastó millones en abogados por todo tipo de demandas que le caían. El hombre más malvado del mundo, el deportista mejor pagado del universo, ya estaba prejuzgado en todas ellas. Casi todos los que se acercaron a él lo hicieron al olor de los dólares. Los que le quisieron y aguantaron, como su esposa Mónica, acabaron hartos de salvajes infidelidades, noches en vela al ritmo frenético de la cocaína, recorridos por suites y clubes de strippers de Las Vegas y clínicas de desintoxicación.

El relato que corre entonces paralelo al boxeo, en el que su llama se fue apagando, es brutal. Muchas veces nauseabundo. “Tenía tanto dinero que me era imposible llevar la cuenta”. Igual perdía una bolsa con un millón de dólares que compraba todos los Rolls-Royce de un concesionario para su equipo. O adoptaba cachorros de tigre para su mansión de Las Vegas que podían arrancar la cabeza de cualquier miembro de su familia y pagaba 25.000 dólares semanales a su cuidador. Siempre colocado, trampeando controles de drogas antes y después de los combates.

Volvió a boxear en 1995, tras tres años a la sombra, y en 1996 volvió a ser campeón mundial el Consejo, derrotando a Frank Bruno en el tercer asalto. El cinturón volvía a sus manos. Pero todas las tentaciones flotaban a su alrededor. El interior del acorazado Tyson estaba roto, podrido. Evander Holyfield le arrebató el cetro siete meses después y en 1997 llegó la revancha y la vergüenza. ‘The sound and the fury’ se fijó para 28 de junio de 1997. Con 65 millones de dólares de bolsa y casi dos millones de personas pasando por taquilla en PPV. Sonó el gong y el de Atlanta, diez centímetros más alto, hizo rodar peligrosamente su cabeza contra la de 'Iron' en el 'clinch', con lo que provocó un corte en una ceja de su rival. De repente, en el tercer asalto, Tyson decidió tomarse la justicia por su mano y mordió a Holyfield, que comenzó a botar dando alaridos de dolor. Descalificado.

El mordisco a Holyfield

“Solo deseaba matarlo. Todo el mundo podía ver lo descarados que eran sus cabezazos. Estaba encolerizado. Era un soldado falto de disciplina y perdí los papeles”, reconoció después Tyson. “Yo no pensaba en el boxeo cuando le mordí la oreja. No me preocupaba. Está mal lo que hice, muy mal. Me volví loco. Fueron las drogas”, contó años más tarde en una entrevista en The Guardian. Siguió boxeando. Hizo nueve combates más, entre ellos uno frente a Lennox Lewis con tres cinturones en juego, hasta que llegó a Kevin McBride. Y el adiós.

Todo se esfumó entre mansiones que parecían hoteles que no llegaba a habitar, inversiones mal llevadas, leguleyos… Todo. Tyson acabó en la ruina, mendigando cocaína, arrimándose a mafiosos rusos o chechenos que le pagaron droga y chicas en un tour surrealista por Europa. En la pobreza. En cierto modo, volvió a Brownsville aunque siguiera en Las Vegas. Con Kiki, su última esposa, y unos terapéuticos shows en los que fue contando su descarnada historia por teatros se fue calmando. Ahora, regenta un boyante negocio de cultivo de marihuana, ha vuelto al gimnasio y, según los vídeos que ha colgado en redes sociales, vuelve a asustar con 53 años. Pero el diablo seguramente sigue dentro del excampeón del mundo de los pesados. En ese Tyson que no es así por el boxeo, sino que era así antes del boxeo.

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El terrible mordisco a Holyfield en 1997.

Tyson siempre ha buscado consuelo en sus palomas. Palomas volteadoras que cría y con las que encuentra momentos de paz. Y en el libro deja una cita que puede resumir el porqué de esa afición y de su vida. “No resulta sorprendente que sienta afinidad por las palomas volteadoras. Es un espectáculo verlas ascender más que el resto de las aves, volar hasta lo más alto del cielo y de las nubes para luego descender dando volteretas y más volteretas hasta que, con suerte, consiguen enderezarse y evitar darse de cabeza contra el suelo. La descendencia de dos grandes volteadores es incapaz de hacerlo. Dan volteretas a tal velocidad que crean un efecto succión que les impide abrir las alas y explotan con el impacto. A nosotros nos puede parecer terrible pero, si nos metemos en el corazón de esas aves, no existe nada comparable a la sensación de caer en picado haciendo volteretas. Supone un bufé libre de endorfinas, dopamina y adrenalina. Algo parecido a esnifar cocaína y beber Hennessy mientras estás enchufado a un gotero con morfina. Mis padres fueron dos grandes volteadores. Me criaron para ascender a lo más alto del cielo y precipitarme contra el suelo. Estoy profundamente agradecido de haber dado con mis alas antes del impacto”.

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Tyson, el hombre que ama a las palomas.

Tyson, el hombre que lo tuvo todo para volar de Brownsville y nunca se olvidó del gueto. ¿Hacia dónde le acabarán llevando las alas?

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