Hace 20 años fue violada en grupo por cuatro jugadores de Oregon State. Hoy trabaja por la concienciación en la NCAA y los derechos de las víctimas. Ha compartido su historia con As.
En 2016, un estudio en el ámbito universitario reveló que una de cada cinco mujeres había sido asaltada o acosada sexualmente en los campus estadounidenses, donde los hombres deportistas, el fútbol americano muy al frente, ocupan un lugar predominante en la escala social… y muy preocupante en las estadísticas de violencia sexual: representan apenas el 3,3% de la población de esos campus pero están involucrados en el 19% de los casos que se denuncian. Las agresiones a mujeres de entre 17 y 24 años aumentan un 41% en los días de partido de la temporada regular de fútbol americano universitario, aproximadamente entre agosto y Acción de Gracias, a finales de noviembre: la gran joya de la corona de la poderosa NCAA (National Collegiate Athletic Association).
La periodista Jessica Jessica W. Luther publicó un listado de universidades cuyos equipos de football habían sido investigados por casos de violencia sexual. En total, más de cincuenta desde los años 70, la enumeración en datos de lo que es una verdadera cultura de la violación que tiene su cima en los partidos de máxima rivalidad: esos días hay un 82% más de probabilidades de agresión. Un entramado que ha salpicado a lo largo de los años, en un goteo vergonzoso, a jugadores, entrenadores y administraciones. A la propia estructura del deporte estadounidense, que forja gran parte de su leyenda en esos bastiones universitarios, unos cuantos ensuciados también por el escándalo sexual. De Penn State a Michigan State o Baylor, donde las violaciones suponían poco menos que un ritual de hermanamiento para su equipo de football. El escándalo, en 2016, acabó con la salida de la Universidad del presidente y el entrenador y condenas de cárcel para tres jugadores.
Casi dos décadas antes, en la mañana del 25 de junio de 1998, Brenda Tracy despertó aturdida en el suelo de un piso en los Apartamentos Corvallis, en Oregón. Rodeada de vómito, con chicle pegado en el pelo, cubierta de patatas fritas y con un preservativo usado en la barriga. Había sido violada por cuatro jugadores del equipo de football de Oregon State, que la encerraron en una habitación durante una fiesta en la que ella primero rechazó beber (tenía 24 años, era madre de dos hijos y salía con un exjugador de Oregon State, precisamente) y después cayó en un estado de inconsciencia producido por una ginebra con zumo de naranja en la que siempre ha sospechado que sus agresores habían introducido alguna droga. Junto a un terrible sentimiento de culpa y a la rabia por haber aceptado la bebida, comenzaron a formarse imágenes que ya nunca se iban a borrar: la primera vez que había abierto los ojos un jugador la penetraba y dos intentaban meterle sus penes en la boca mientras un cuarto miraba y se masturbaba. En su siguiente recuerdo la sujetaban mientras le daban bebida a la fuerza, prácticamente hasta ahogarla. Recordó gritos de “toma, perra”, risas y celebración antes de un final forzado porque sus agresores ya no podían lubricar su vagina ni introduciendo a la fuerza cubitos de hielo.
Durante los siguientes 16 años, Brenda Tracy convivió con esos recuerdos. Y con sus cicatrices: depresión, trastornos alimenticios, ataques de ansiedad y pensamientos suicidas. De niña, con solo nueve años, había sido violada por el novio de una canguro. Después sufrió el maltrato de su pareja hasta que concluyó que la vida no merecía la pena si iba a ser poco más que una sucesión interminable de golpes, humillaciones y violaciones.
Poco después del ataque en grupo de los jugadores de Oregon State decidió suicidarse pero no sin antes, un último regalo para su madre, completar las pruebas médicas que debían confirmar la violación. En ese trance conoció a Jenenne Stanley, la enfermera cuya empatía cambió su vida. Primero la salvó, literalmente, y después la condujo hacia la carrera de enfermería: un nuevo inicio y la posibilidad de tener un hogar en el que cuidar a sus hijos. Pero la sombra de lo que había sucedido en los Apartamentos Corvallis la seguía a todas partes: el trauma no afrontado, el dolor encapsulado y la culpa por haber retirado los cargos ante la presión mediática, las amenazas de muerte a ella y a sus hijos y la insistencia de unos abogados que hablaban de trámites eternos, años de batalla y no demasiado que ganar aunque la enfermera Stanley había asegurado a la policía que era un caso incuestionable de asalto sexual y los cuatro agresores habían reconocido en mayor o menor medida su participación en los hechos. Recibieron por parte de su equipo un partido de sanción, nada más. Y su entrenador, Mike Riley, aseguró que eran “buenos chicos que habían tomado malas decisiones”.
Después de años de terapia y -en el sentido más literal- supervivencia, la vida de Brenda Tracy empezó a cambiar hace un lustro, cuando contactó con el periodista John Canzano, de The Oregonian. De la nueva investigación de este surgieron certezas rotundas, entre ellas la ocultación sistemática de pruebas por parte de las autoridades, y finalmente el encuentro de Tracy con Coach Riley, un entrenador adorado en su comunidad y al que ella había llegado a odiar más que a sus propios violadores por su papel como encubridor, blanqueador y, en definitiva, martillo de una hipocresía social que la había reducido a simple molestia que desterrar.
En 2014 Riley se reunió con ella, se disculpó, reconoció que en su caso se había actuado de la peor forma posible y dejó claro que en ese momento actuarían de forma radicalmente opuesta ante un supuesto similar. Y la invitó a dar una charla a los jugadores de su equipo, entonces Nebraska. Ese encuentro se hizo viral y abrió definitivamente una nueva perspectiva para Brenda Tracy, que desde entonces viaja por todo Estados Unidos dando charlas a equipos, casi siempre de fútbol americano, de ya más de 50 universidades. Enfermera en excedencia, su iniciativa Set The Expectation (establece la expectativa) agita el deporte estadounidense entre la concienciación de jugadores e instituciones y el cuidado y la atención a las víctimas de ataques sexuales. En septiembre, más de 100.000 personas la vitorearon como capitana de honor de los Wolverines en el mítico Michigan Stadium; Equipos y entrenadores se movilizan en las redes sociales y su causa gana tracción, fuerza y adeptos.
Con 44 años, Brenda Tracy ha decidido reabrir su herida todas las veces que sea necesario para ayudar a otras personas. En cada charla, normalmente ante más de cien hombres (jugadores, staff técnico…), relata su violación sin eufemismos, con toda la crudeza y el detalle que le permiten unos recuerdos confusos y para siempre horrendos. Basta con acudir a Youtube para entender cuánto de catarsis hay para las dos partes en estas reuniones. Ella respira profundamente entre frase y frase, acomoda el peso de su cuerpo, relaja unos músculos en obvia tensión y deja que su mirada se pierda como una forma de, inevitablemente, viajar a su interior para revivir otra vez la noche que durante más de quince años quiso olvidar a cualquier precio. Y, finalmente, comienza a contar su historia: “Hola. Soy Brenda Tracy. Madre soltera y enfermera titulada. Y en 1998 fui violada en grupo por jugadores de la Universidad de Oregon State…”.
Durante cada charla llora, mide sus gestos y maneja su relato como un cuchillo entre unos oyentes cuyo lenguaje corporal es una mezcla formidable de empatía, vergüenza y una vulnerabilidad conmocionada. Superado el ecuador de unos encuentros que rondan la hora de duración, tiene a la audiencia en su crispado puño, y lo utiliza como un ariete en el que viaja su mensaje: como jugadores, tienen que dejar de ser parte del problema para convertirse en parte de la solución. Los ejes de su discurso son la idea del consentimiento, el concepto de masculinidad (y más en un ámbito muchas veces tan tóxico como el deporte de alta competición) y la responsabilidad de unos testigos que tienen que dejar de ser cómplices. Set The Expectation no es solo un lema: jugadores y entrenadores firman un manifiesto en el que se comprometer a ser parte activa en la lucha contra las agresiones sexuales.
Brenda Tracy sigue recibiendo amenazas y ataques, especialmente a través de las redes sociales. Desde aficionados de universidades cuestionadas a gente enfadada porque cobra por dar unas charlas que se han convertido en su trabajo a tiempo completo. Seguramente, el signo de estos tiempos. Y una confirmación retorcida de que su labor va haciendo mella, aunque sea a costa de poner su cuerpo, y literalmente dos décadas de dolor y pensamientos suicidas, en primera línea de fuego. Los programas deportivos de las universidades son el epicentro pero no el único foco de su trabajo. Colabora con Rise, la iniciativa de Amanda Nguyen, también superviviente de una violación en la universidad y nominada al Nobel de la Paz de 2019. Como víctimas traicionadas por un sistema que consideran quebrado, luchan por cambiar las leyes relativas a las agresiones sexuales. En su Oregón natal, ha logrado junto a la abogada Jacqueline Swanson que se amplíen los tiempos de prescripción de estos delitos y que se puedan reabrir casos si emergen nuevas evidencias trascendentales.
Asegura que ya no va a detenerse y que ha regalado demasiado tiempo a sus agresores, a los que ahora entiende que protegió con su silencio. No niega que le gusta imaginar que les estropea el día cada vez que la ven en televisión, y espera que asuman que su lucha no ha hecho más que empezar. De todo eso, de su trabajo en el deporte universitario y de su lucha por alzar una voz que represente a unas víctimas que hasta ahora no han tenido ninguna, ha hablado Brenda Tracy con As desde su Portland natal.
-Fuera de Estados Unidos mucha gente no sabe quién es Brenda Tracy…
Soy una mujer que en 1998 fue violada por cuatro jugadores de fútbol americano de Oregon State. Fui insultada, amenazada y atacada cuando intenté buscar justicia porque había jugadores del equipo universitario implicados. Hubo más gente en mi contra que a mi lado porque entonces yo no era nadie. Así que retiré los cargos y pasé años con depresión, desórdenes de alimentación… tratando de salir adelante mientras pensaba en suicidarme, como tantas supervivientes de un trauma así. Mi historia reaparece en 2014 y ahí comienza mi actual carrera, cuando se hace viral mi charla con el equipo de Nebraska. Así que ahora trabajo sobre todo con programas de fútbol americano universitario de Estados Unidos…
-Así que trabajas básicamente con hombres, te encuentras en cada reunión con equipos completos de más de cien hombres.
Es que creo que son los hombres los que tienen en su mano la solución a este problema. Las mujeres no podemos detenerlo porque son hechos que casi siempre los perpetran hombres: en Estados Unidos es así en el 98% de los casos de agresión sexual y violación. Pero más o menos el 90% de los hombres no tiene nada que ver con ello y es a esa mayoría, a ese 90%, a la que trato de convencer y movilizar. Las mujeres no pueden parar esto. El 10% que comete estos actos no quiere detenerlo. Es ese 90% el que tiene que dar un paso adelante, ejercer de modelo para los demás. Respetar a las mujeres, alzar la voz, demostrar qué es lo correcto. Y más los que saben que otros quieren ser como ellos, como sucede con los deportistas.
-Set The Expectation es tu eslogan, pero es algo mucho más profundo: un verdadero manifiesto, casi un juramento para que quienes realmente quieran colaborar contigo se comprometan y no se limiten a salir en la foto.
Set The Expectation significa que la violencia sexual jamás está justificada. Lo empecé a usar en 2017, es un manifiesto con el que quiero que esos hombres a los que me dirijo se comprometan. Todo empieza por ahí: los entrenadores tienen que comprometerse a echar del equipo a quien cometa algún delito sexual o tenga un comportamiento inadecuado. Los testigos tienen que asumir también su responsabilidad con las violaciones, la violencia doméstica, los abusos… En realidad, Set The Expectation es un mensaje de unión para que todos trabajemos juntos, hombres y mujeres, para que el 90% que te decía antes pueda con el otro 10%. Porque cualquiera puede ser víctima de violencia sexual y cualquiera a tu alrededor puede ser el que cometa el delito. Este es un asunto del ser humano y es un asunto global, está pasando todos los días en todos los rincones del mundo. Es hora de que los que forman parte del 90% no sólo no hagan nada malo sino que trabajen para combatir el problema. Fija una expectativa: se trata de cómo somos, cómo nos comportamos con los demás.
-En tus charlas con los jugadores revives la violación que sufriste hace veinte años. Y lo haces con todo detalle para incomodar a tu audiencia, para hacerla partícipe de una situación con la que de otra forma quizá no empatizaría de la misma manera. Una carga que asumes llevar en busca de tu objetivo.
Por supuesto, es muy, muy difícil contar mi experiencia. Y además lo hago de forma absolutamente cruda. Cuento todos los detalles que recuerdo, no escatimo nada, no uso palabras que suavicen los hechos ni eufemismos… Es muy duro siempre, todas las veces. Me siento terriblemente incómoda pero quiero que quienes me escuchan se sientan también así porque creo que es fundamental que se humanice el problema, que se le ponga cara. Lo que me pasó a mí les pasa a muchas mujeres en el mundo, pero a veces parece algo lejano, que no nos toca cerca. Pero aquí estoy, soy un ser humano, puedes encontrarte conmigo en el supermercado… Esto me ha pasado a mí pero le pasa y le puede pasar a otras muchísimas personas.
-Tú hablas para deportistas y fuiste agredida por deportistas, un mundo en el que se ha extendido tradicionalmente una concepción demasiado tóxica de la masculinidad.
A mí me gusta hablar de cómo educamos a los niños que se convertirán en hombres, como los estamos criando. Les enviamos el mensaje de que los hombres tienen que ser fuertes y no pueden mostrar sus sentimientos. Quizá puedas mostrarlos si estás enfadado, pero no puedes llorar… No hay que parecer vulnerable, no hay que pedir ayuda, no hay que aceptar que se está sufriendo. El sinónimo de ser hombre es ser fuerte: masculino. Piensa en el duelo tras una muerte, todas las personas lo sienten más o menos de la misma manera pero tradicionalmente parece que solo las mujeres lo pueden demostrar plenamente. Y vivir así, conteniendo tantas emociones, acaba generando caracteres violentos: qué pasa con todas esas cosas que un hombre tiene dentro, con lo que se guarda para que parezca todo el tiempo que es fuerte. Cuánto estrés genera eso, cuántos problemas mentales y hasta físicos. Todo eso son conversaciones que tenemos que normalizar: por qué hacemos que se comporten así los hombres. Pero también por qué el hombre ha sentido que la mujer está para servirle, que es de su propiedad. Como está por debajo de él no merece el mismo respeto. Y de ese respeto tenemos que hablar porque nadie merece ser atacado, nadie merece ser violado y quienes van a ser modelos de comportamiento, como los deportistas, tienen que hacer cosas tan sencillas como decir que hay que respetar a las mujeres.
-Al menos ahora la mujer va tomando una nueva posición en el mundo del deporte, cada vez más protagonista. Desde luego ya no es una simple espectadora, aficionada o cheerleader, ahora las niñas pueden tomar como modelo a Serena Williams o a las jugadoras de la WNBA. Si el hombre tiene que poder mostrarse vulnerable, la mujer tiene que poder mostrarse fuerte.
Exacto. Y vamos dando pasos hacia una verdadera igualdad. Y como tiene que ser así, también es importante que se entienda que eso no va a ser un problema para el hombre. La mujer no asciende para someter al hombre ni para dejarlo sin espacio: la verdadera igualdad no tiene nada que ver con ninguna forma de opresión. Cómo no va a seguir teniendo su espacio el hombre en campos como el deporte... Pero todas las personas tienen el derecho a buscar la felicidad, el respeto del que hablábamos. Y en eso tenemos que trabajar todos juntos. Los deportistas, los hombres, tienen que pensar cómo quieren tratar a las mujeres, como quieren que sea el mundo de las hijas que tal vez vayan a tener en el futuro.
-Porque más allá de eso, ¿crees que las cosas han cambiado tanto como tendrían que haberlo hecho? Han pasado veinte años desde la agresión que sufriste y el silencio y las trabas que encontraste por parte de las instituciones y las autoridades...
"Por fin hay movimiento en la dirección correcta"
Ahora estamos empezando a hablar. Están surgiendo conversaciones que en Estados Unidos se han evitado durante demasiado tiempo. Cosas que se han enterrado debajo de las rocas y se han dejado así, olvidadas. Antes se podían ocultar ciertas cosas con más sencillez, quien cometía ciertos actos podía librarse más fácilmente que ahora. Queda mucho por hacer, claro, pero hay movimiento en la dirección correcta. Eso es lo que intentamos promover en los equipos universitarios, con los jugadores y sus responsables directos: entrenadores, directivos… Ese es el gran cambio que por fin está comenzando.
-Y está empezando por los jugadores a los que tú te diriges y con los que hablas personalmente antes y después de tus charlas grupales. ¿Percibes sus reacciones, notas como van cambiando a medida que les hablas? En los vídeos que hay en Youtube es algo que se puede palpar perfectamente.
Eso es, noto un cambio enorme en ellos. Y todo a partir de lo que realmente es un shock, porque muchos no saben nada de mí antes de que empiece a hablar, no saben lo que se van a encontrar, y de pronto escuchan mi historia… Pasan de no saber qué esperar a enfrentarse a tantos detalles y se sienten incómodos. Por eso les hablo así.
-Porque quieres que se sientan parte de algo que está sucediendo, quizá en su propio equipo.
Porque una vez que se sienten así, que notan esa incomodidad e interiorizan lo que les estoy contando, es cuando les digo que no creo que sean parte del problema sino que creo que tienen que ser parte de la solución. Y entonces les explico cómo y por qué pueden ser parte de esa solución, cómo creo que tienen que implicarse, moverse, hacer cosas. Después de esa incomodidad notas un cambio en el ambiente, el aire se llena de otra actitud, una mucho más productiva. Son personas jóvenes que entienden el mensaje. Al final se acercan a mí, me dan abrazos, me dan besos, me cuentan cosas que les han pasado a ellos o que han sucedido en su entorno…. Hablan de ello, ponen cosas en las redes sociales, se sacan fotos con camisetas con el logo de Set The Expectation… Es un proceso fantástico, la verdad, ver a tantos hombres jóvenes movilizarse así. Ese es el cambio que proponemos, eso es lo que intentamos promover.
-Unos jóvenes que, en realidad, crecen en un ambiente de competición extrema y con una visible cuota de hipocresía. Las universidades hablan de la educación y los valores de sus programas, pero la NCAA mueve muchos miles de millones, los jugadores sueñan con ser grandes estrellas y finalmente muchas veces todo se reduce a ser los mejores a cualquier precio.
Esa mentalidad de ganar a toda costa está totalmente impregnada desde los despachos a los entrenadores y cuerpos técnicos. Hay que cambiar ese punto de partida. Un jugador joven que solo piensa en ganar está confundiendo el planteamiento y tal vez acabe haciendo cosas que no debería hacer. Un entrenador que sabe que si no gana será despedido y tiene un contrato de muchos millones de dólares… tal vez acabe haciendo cosas que no debería hacer. Hay entrenadores que hacen lo que sea para reunir al mejor equipo posible, para ganar a cualquier precio… Tenemos que cambiar eso.
-Porque tú hablas claramente de una verdadera cultura de violencia sexual en el deporte universitario.
En realidad es un problema que está en todas partes en la sociedad estadounidense. No pasa solo en el deporte y la universidad, pero son ámbitos en los que los medios ponen mucho el foco cuando pasa algo. Casi toda la información sobre el mundo universitario gira en torno a los equipos, pero eso no significa que las agresiones sexuales pasen solo ahí: también se dan en el mundo de la empresa, en la política… en todas partes. Nosotros queremos llevar nuestra conversación a todos los niveles, pero sabemos que el deporte tiene mucho eco en otros ámbitos. Parece que hay cosas que solo son noticias si están implicados deportistas, políticos...
-Otra cosa en la que incides es en definirte como superviviente porque hay otras mujeres que no salen adelante tras pasar por cosas como las que te sucedieron a ti. Y muchas veces, si el culpable es un deportista parece que la víctima siempre queda atrás y el agresor tiene por delante una carrera que en cierto modo le permite redimirse ante la sociedad.
Esa es una de las cosas que más me preocupan, que nos olvidamos de las víctimas, de esas supervivientes. Cuando salta un caso de este tipo parece que todo se centra en el deportista: qué va a ser de él, qué castigo podría tener, cómo afectará a su carrera…
-Pero la cuestión debería ser cómo afectará a la vida de su víctima.
En deporte se habla mucho de segundas oportunidades pero estas las hay en todos los ámbitos de la vida, están ahí para cualquiera que quiera hacer lo correcto. Hay que sacar la violencia sexual del deporte y hay que cambiar el enfoque en los medios de comunicación. No todo puede girar en torno al deportista, aunque sea el que tiene más fama o más relevancia. Hay que preguntarse cómo está y cómo le van a ir las cosas a la víctima. En el deporte además sucede que muchos niños y chicos jóvenes están muy pendientes de todo lo que hacen los deportistas, son sus ídolos. Así que si no podemos permitirnos que haya violencia sexual en ningún ámbito, mucho menos en el deporte. Porque su mensaje cala en muchas comunidades, en estratos sociales muy distintos…
-Sigues recibiendo amenazas. De aficionados de universidades cuyas actuaciones o políticas criticas, de gente que cree que solo tratas de vivir a costa de lo que te sucedió…
"Voy a seguir usando mi voz, no me voy a rendir nunca"
Sí, en las redes sociales, a través del correo electrónico… Hay gente que no quiere que hable, a la que igual no le conviene que cambien las cosas, que se planteen ciertos debates. Pero es algo que no voy a dejar de hacer. Es muy importante. Voy a seguir usando mi voz por las supervivientes que no pueden alzar la suya, que no pueden contar su historia como me obligo yo a contar la mía, que no se pueden enfrentar a lo que yo me enfrento. No me voy a rendir. Nunca.