La fusión en la estructura del Bayern entre ejecutivos especializados y exjugadores del club es una mezcla casi perfecta
Mia san mia”. Tres palabras que son mucho más que un emblema, un símbolo, un escudo, una bandera o una marca. Posiblemente haya que ser bávaro y del Bayern para entender exactamente el significado de ese mensaje que traducido del bayrisch, el dialecto bávaro, al español significa: “nosotros somos nosotros”. Sus letras de diseño se leen discretamente en la parte trasera de la camiseta, justo debajo del cuello, e ilustra a gran tamaño una de las gradas laterales del Allianz Arena.
Cuando el martes el Bayern Múnich se deje ver por el túnel de vestuarios del Metropolitano no solo se divisará al campeón en ejercicio de la Champions y de las últimas ocho Bundesligas; también se recordará el peso de la historia. Ese es el club que amargó la existencia del propietario de ese estadio, el Atlético, desde aquella final de la Copa de Europa de 1974 en Heysel.
Orgullosos de ser odiados. Decir Bayern es decir 120 años de supervivencia vividos con unas señas de identidad muy marcadas tanto en el terreno político-social-económico, como en el puramente deportivo. Desde hace unas cuantas décadas aún llama más la atención por su exitosa y singular organización interna vinculada directamente a sus éxitos futbolísticos y que, más allá de los límites de Baviera, no cuenta con el beneplácito del ciudadano alemán, ya sea aficionado al fútbol o no.
“Somos lo que somos, más fuertes que los toros, más fuertes que los árboles, los verdaderos ¡bávaros!”
Filosofía
No gusta que gane en el césped, 78 títulos oficiales –seis Copas de Europa y 29 Bundesligas, una más que el resto de los clubes juntos- y molesta que ejercicio tras ejercicio, 27 consecutivos, acumule superávits hasta ser reconocido como el cuarto club más rico del mundo, con un valor de 2.800 millones de euros, solo por detrás del Real Madrid, el Barcelona y el Manchester United. Es odiado en el más amplio sentido de la palabra por los otros clubes germanos, que consideran que el Bayern viste una prepotencia extrema en su comportamiento, explícita en cómo se lleva de manera periódica y regular a sus mejores jugadores: Klose, Mario Gómez, Lewandowski, Neuer, Götze, Klose, Hummels, Süle, Goretzka, Gnabry, Pavard, Kimmich… entre otros
“Si caemos mal es porque otros intentan ser simpáticos. Nosotros solo queremos ganar”
Sammer
Matthias Sammer, Balón de Oro en 1996 como jugador del Borussia de Dortmund, fue director deportivo del Bayern entre 2012 y 2016 y resumió en un puñado de frases la idiosincrasia del club. “Si caemos mal es porque otros intentan ser simpáticos. Nosotros solo queremos ganar”. Sus valores se resumen en sus proclamas internas que trascienden al exterior. “Somos lo que somos, somos más fuertes que los toros, somos más fuertes que los árboles, porque somos los verdaderos ¡Bávaros!”, canta regularmente la afición y los propios jugadores en la Marienplatz cuando conquistan un título.
La filosofía se resume en 16 leyendas plasmadas en las paredes de su Ciudad deportiva de Sabaner Strasse, el corazón de la entidad. «Somos un club, somos embajadores, somos un ejemplo, somos tradición, somos innovación, somos confianza en nosotros mismos, somos un club sin fronteras, somos fútbol, somos respeto, somos alegría, somos fidelidad, somos compañeros, somos patria, somos un motor, somos responsabilidad, somos familia ¡Somos lo que somos! ¡Somos el FC Bayern!»
Exjugadores en la gestión. Al Bayern le gusta autodefinirse como una familia con más de 400.000 aficionados afiliados a sus peñas y desde su página web se invita a apuntarse a la causa con un calado especial en los últimos años en el continente asiático. Desde finales de los 70, algunos de los exjugadores que forjaron el gran equipo de las tres Copas de Europa consecutivas (1974-76) comenzaron a ser partícipes de la gestión del club, mientras otros afrontaban responsabilidades como entrenadores, bien del primer equipo o de la cantera.
Franz Beckenbauer fue el precursor. Primero como entrenador y después en distintos cargos directivos hasta llegar a presidente (1994-2009). Siguieron sus pasos Karl Heinz Rummenigge, en la actualidad presidente del Consejo directivo, y Uli Hoeness que el 1-5-79, con 27 años, se convirtió en el mánager más joven en la historia de la Bundesliga. Después heredó la presidencia del Kaiser en 2009. En 2014 entró en la cárcel por defraudar a Hacienda y volvió a la presidencia entre 2016 y 2019. Ahora es miembro del Consejo de Supervisión como presidente honorario.
La nueva generación de exjugadores con cargos de responsabilidad se ve representada en Oliver Khan, ya en la Junta directiva y que en 2022 se convertirá en presidente ejecutivo, el puesto de Rummenigge y Hassan Salihamidzic, actual director deportivo del primer equipo.
Los ex que eligieron ser técnicos también han tenido preferencia en las últimas décadas. Los tres últimos fueron jugadores: Jupp Heynckes, Niko Kovac y el actual, Hans-Dieter Flick, que subió peldaño a peldaño hasta llegar al primer equipo. Otros históricos como Augenthaler, Demichelis y Klose (adjunto de Flick) están ahora a cargo de equipos juveniles. Leyendas como Sepp Maier o Gerd Müller también pertenecieron a la estructura técnica del club.
Un modelo original. La estructura del club está bien delimitada. El FC Bayern Munich eV es el accionista mayoritario del FC Bayern Munich AG. La compañía tiene el 75,1 por ciento de las acciones que se reparten 293.000 accionistas. El resto del accionariado se divide a partes iguales, 8,33 por ciento, entre los tres grandes patrocinadores del club: Adidas, Audi y Allianz.
El equipo de trabajo de Rummenigge está compuesto por los responsables de finanzas y control; márketing, esponsorización y eventos y del área internacional y estrategia. Kahn y Salihamidzic también forman parte de esa comisión ejecutiva. Además, cuenta con un Consejo de supervisión presidido por Herbert Hainer, ex de Adidas, que es a su vez presidente del club como tal, y se rodea de dos vicepresidentes, los presidentes honorarios, entre ellos Beckenbauer y Hoeness, una secretaría general y un consejo administrativo.
Todavía 46 años después a un puñado de buenos futbolistas al escuchar el nombre del Bayern Múnich y más concretamente el de Hans-Georg Schwarzenbeck, se les revuelven las tripas y se les descompone el alma. Reina, Melo, Heredia, Eusebio, Capón, Adelardo, Luis, Irureta, Ufarte, Gárate, Salcedo, Becerra, Alberto, Pacheco, Benegas… tuvieron que vivir desde aquel 15 de mayo de 1974 con el peso de la desgracia. Su día de gloria se convirtió en noche de drama.
“Nos faltó un poco de mala leche. El destino nos tenía marcados”
Irureta
La visita del Bayern a Madrid incita a remover la historia. “No me quedan palabras… ¿Algo que no haya dicho nunca? No sé, no sé… Los recuerdos quedan porque he hablado y visto las imágenes tantas veces…Lo más que se me ocurre decir ya es que nos faltó un poco de mala leche. Estábamos destinados a sufrir una cosa así y de lo que no tengo ninguna duda es que si hubiéramos ganado el destino del Atlético hubiera sido mucho mejor en el futuro que ahora es pasado. No pude jugar el desempate por dos tarjetas, tenía una de las semifinales”. Quién así se expresa es Javier Irureta, el ‘10’ rojiblanco en aquella final.
Si se pudiera pesar y medir el dolor y sus consecuencias, el gran damnificado de esa noche fue Miguel Reina. El resto de su carrera quedó marcado por aquel gol. “Si me hubieran dado cien euros por cada vez que me han llamado para hablar del asunto sería millonario. ¡Qué se le va a hacer! No le voy a dar más vueltas, el alemán tiró desde cuatro metros fuera del semicírculo central del área grande y entró junto al palo derecho. No llegué y no llegué. Más no puedo decir. Que me quería morir, que no dormí en toda la noche, que teníamos que haber tirado el balón a la grada cuando el saque de banda…”
“¿Cómo se puede decir que estaba regalando los guantes? Los tenía bien puestos”
Reina
Sobre aquel gol, la literatura se hizo de oro. Mil versiones. Alguna refrendada incluso por el propio entrenador, Juan Carlos Lorenzo que, años después, en una entrevista, con mal gusto dijo que su portero no vio el balón porque le estaba regalando los guantes a un fotógrafo. “¿Pero cómo se puede decir eso? Yo tenía bien puestos mis guantes de lana que me hacía con todo cariño mi vecina Pili. Aquellos guantes tenían su historia. Para tener tacto con el balón, me ponía primero el esparadrapo y luego mojaba en agua las palmas de las manos. Los primeros guantes que tuve buenos de verdad me los regaló Yashin en un trofeo Gamper”.
“Le dije a Lorenzo que no tenía ni puta idea. Me echaron del club”
Ufarte
Armando Ufarte tampoco se queda atrás en cuanto a las consecuencias que tuvo aquella final en su carrera. “¿Algo nuevo que no haya contado nunca? Pues no sé si habré contado alguna vez que me cabreé tanto cuando Lorenzo me quitó que le dije cosas que un entrenador no puede aguantar. Entre otras que no tenía ni puta idea. Esa bronca me costó no jugar de titular el desempate y salir del Atlético después de 10 años en los que ganamos tres Ligas. Vi el gol desde el banquillo y la verdad es ya me sentía campeón. Era lo normal.”
“En el aeropuerto me entraron tantas ganas de llorar que me tuve que meter en el baño”
Heredia
Cacho Heredia había llegado esa temporada al Atlético. “Posiblemente lo que nunca he contado de entonces fue que cuando volvíamos para Madrid, tres días después del primer partido, en el aeropuerto de Bruselas me entró el congojo, un ataque de rabia. Tenía ganas de llorar y no quería que me viera nadie y me fui al baño. El presidente Vicente Calderón y Víctor Martínez, el secretario técnico, se dieron cuenta y fueron a buscarme. La imagen era de película. Yo orinando y llorando y ellos intentando consolarme… Me decían que volveríamos a tener otra oportunidad, pero yo sabía que no, que no la tendríamos. Esas cosas solo pasan una vez en la vida”.
En 2006 el Mundial se disputó en Alemania y el escritor local Wolf Wondratschek recibió el encargo del semanario Die Zeit de escribir un poema con el fútbol como protagonista. Curiosamente no eligió a ninguno de los legendarios futbolistas de su país, entonces ya tres veces campeón del mundo. Prefirió al futbolista anti-héroe, al defensa desconocido y casi anónimo que marcó el gol que permitió al Bayern empatar aquella final del 74 contra el Atlético y provocó que se pudiera disputar el desempate. Sí, se lo dedicó a Schwarzenbeck y su traducción, rescatada hace unos años en la revista Panenka permite entender como veían los propios alemanes al verdugo rojiblanco.
Dos piernas sin interés por la genialidad,
mecanismo sencillo, nada brasileño,
sin velocidad de estrella ni alegría en los tobillos,
pierna de apoyo, pierna de disparo, nada para el disfrute, y sin embargo uno de esos
que quienes vieron jugar recuerdan.
Una gran espina, que punzante y afilada se mantuvo,
que a los atacantes ahogaba, y el fuego,
cuando a punto estaba de declararse, apagaba.
Nada, yo trabajo, vengo de los suburbios,
nací para la simplicidad.
No siempre las victorias son al final lo que cuentan.
Incapaz para nada artístico,
sin regate, sin trucos nunca vistos,
en su lugar oxígeno para 90 minutos,
y si hace falta para la prórroga,
cuando a los colegas los calambres torturan.
Llamativo, que alguien cuadrado como una caja de bombones vacía, acertara con algo redondo.