El emblemático Maracaná de Rio de Janeiro albergó uno de los partidos más importantes de todos los tiempos: Uruguay derrotó a Brasil ante todo pronóstico y se llevó el Mundial de 1950.
Año 1950. Se disputa la cuarta edición del Mundial de Fútbol en Brasil. Uruguay, en 1930, e Italia en 1934 y 1938 habían conquistado los tres primeros. Tras dos ediciones sin disputarse por la segunda Guerra Mundial, el anfitrión soñaba con que fuese su momento. El país estaba preparado para hacer historia con una generación de oro, que partía como principal favorita en todos los análisis.
Lo demostraron en cuanto la pelota comenzó a rodar. Liderados por Jair, el talento más importante de aquella generación, superaron la primera fase sin mayores apuros, ganando dos de sus tres partidos. Alcanzaron así el cuadrangular final, en el que se enfrentarían a España, Suecia y Uruguay. Estos últimos habían accedido a través de un grupo reducido en el que habían jugado solo contra Bolivia, a la que habían derrotado por un sonrojante 8-0.
Durante la última fase del torneo Brasil no hizo más que ratificar su potencial. Consumó dos goleadas de escándalo ante de llegar al decisivo partido ante Uruguay. 7-1 a Suecia y 6-1 a España. En los medios de todo el mundo ya pedían el título para la ‘Canarinha’ antes de jugar.
La situación era la siguiente: Brasil lideraba el grupo con 4 puntos tras dos victorias (2 puntos por triunfo), mientras que Uruguay había conseguido un sufrido empate ante España y una victoria remontando en los últimos instantes ante Suecia, por lo que tenía tres. A la ‘Celeste’ solo le valía el triunfo. Cada vez que a alguien se le ocurría pensar en la machada, alguien aparecía para utilizar la palabra imposible.
El juego se disputaría en Maracaná, estadio más grande de Brasil y un infierno para cualquier equipo visitante. Más de 200.000 personas ocupaban las gradas. No entraba ni un alma. De aquella cancha en Rio de Janeiro habían salido vapuleadas Suecia y España apenas unos días antes.
Antes del partido Juan López Fontana, entrenador de aquella selección uruguaya, les pidió a los chicos que se defendiesen bien y que se olvidasen de atacar, en un intento desesperado por no recibir una derrota humillante. En ese momento emergió la figura del capitán, Obdulio Varela, corrigiendo a su propio técnico. "Si salimos a defender, nos pasará lo mismo que al resto", advirtió.
El potencial ofensivo brasileño encerró a Uruguay en su área durante los primeros minutos del partido. Durante la primera mitad fue clave la figura del portero uruguayo, Roque Gastón Máspoli, que evitó en varias ocasiones un tanto de Brasil que hubiese sentenciado a su equipo. Con un gran trabajo colectivo, aguantaron el cero a cero toda la primera mitad. Esto provocó ciertos nervios en las gradas, llenas de hinchas más acostumbrados a los goles que a las paradas. Sin embargo, el resultado de empate le valía a Brasil, lo que relajaba el ambiente.
Todo parecía acabarse en el minuto dos de la segunda mitad. Friaça, extremo diestro brasileño, marcó el primer gol de la tarde y provocó la locura del Maracaná. Gritos, petardos, algún aficionado saltando al terreno de juego… la sensación de que el título estaba en el bolsillo.
Por sorprendente que parezca, el gol reforzó a Uruguay, que optó por lanzarse al ataque con más efecivos. En plena algarabía brasileña, se juntaron los dos jugadores más brillantes de Uruguay: Ghiggia se fue de varios rivales en banda para dejarle el gol en bandeja a Schiaffino. 1-1 y el partido se reseteaba. La selección uruguaya, crecida ante la adversidad, convirtió los gritos de celebración pasaron a gritos de pánico.
La respuesta de Brasil también fue agresiva en lo futbolístico. El gol les enrabietó y salieron en busca de un segundo que sentenciase el duelo. Pero volvieron a encontrarse con un muro que nos les permitió sentirse cómodos en ningún momento.
En el minuto 34, la tragedia brasileña: de nuevo Ghiggia, que parecía, por momentos, imparable, realizó una jugada por banda hasta plantarse frente a Moacir Barbosa, portero local. Un amago de tiro hizo moverse al guardameta, que dejó parte de su arco libre. Disparo y gol. Uruguay se ponía 1-2 a falta de diez minutos. Un suspiro para los locales, una travesía por el desierto para los visitantes.
George Reader, árbitro principal, señaló el final. Las embestidas finales de Brasil no dieron resultado: Uruguay se convertía en campeona del mundo por segunda vez en su historia. El drama se apoderó del estadio. Jugadores, cuerpo técnico e hinchas lloraban desconsolados ante lo vivido. Mientras tanto, los uruguayos festejaban. Eran conscientes del hito histórico que habían conseguido. El ‘Maracanazo’.
Obdulio Varela: el eterno capitán uruguayo. Su liderazgo y carisma fueron claves para conseguir el triunfo ante Brasil. Dejó una frase que pasará a la historia de los mundiales: “Los de afuera son de palo” (refiriéndose a los 200.000 hinchas que abarrotaban Maracaná).
Moacir Barbosa: había tenido un torneo ciertamente tranquilo. Era un gran portero, pero el potencial ofensivo de Brasil lo eximía de responsabilidades. Sin embargo, su error en el último gol de Uruguay lo colocó en la diana de las críticas. Un fallo que le persiguió toda la vida.
Alcides Edgardo Ghiggia: el jugador más importante de la final con un gol (el decisivo) y una asistencia. Se mostró imparable durante todo el partido. Siempre pasaba algo cuando recibía la pelota. Años después jugó para la selección italiana.
Jair: considerado el primer 10 de la historia en Brasil. Un futbolista superlativo, que lideró a su selección durante todo el torneo. Sin embargo, no fue su final. Chocó una y otra vez contra el muro uruguayo y acabó desesperado. Respecto a la derrota, dijo: “Eso me lo voy a llevar a la tumba, pero, allá arriba, le preguntaré a Dios por qué perdimos el título más ganable de todas las copas, desde 1930”.
Roque Gastón Máspoli: la figura más destacada de la final junto a Ghiggia. Hizo todo tipo de paradas, desquiciando a Brasil. La prensa tanto nacional como internacional ensalzó su figura tras el partido, importantísima especialmente en la primera mitad. Otra leyenda del fútbol uruguayo.
Matías González: su rendimiento defensivo fue impresionante. Además de despejar los continuos centros del ataque brasileño, salvó a su equipo del gol rival bloqueando un disparo con la cabeza. Gracias a su gran partido se ganó el apodo de “El León de Maracaná”.
Juan Alberto Schiaffino: el mejor jugador uruguayo de la historia. Su partido fue excelso, trabajando en defensa para ayudar a su equipo pero aportando su talento para darle aire a sus compañeros. Permitió soñar a su pueblo marcando el primer tanto del partido.
Flavio Costa: entrenador de aquella selección brasileña, no fue capaz de conseguir lo que todo el mundo esperaba. Su equipo no jugó mal, pero no encontró soluciones para romper la defensa rival. La derrota le condenó para el resto de su carrera.
Las historias y anécdotas en torno a aquel partido son incontables. Las primeras sucedieron nada más sonar el pitido final. Cuentan que se contabilizaron cientos de suicidios en Brasil, algunos de ellos en el propio Maracana. La gente se precipitaba desde lo más alto del estadio al vacío. Una imagen grotesca que ensombrecía aún más lo sucedido en Rio aquella tarde.
El seleccionador que aquel equipo, Flavio Costa salió varios días más tarde del estadio y disfrazado de mujer para no ser reconocido. La torcida les esperaba en la salida, fuirosa por no haber conseguido el título, y su solución fue intentar pasar desapercibido.
Sin embargo, la historia le ha deparado lo peor a Moacir Barbosa, portero de aquella selección brasileña. Desde ese momento, el que fuese uno de los mejores de su generación se convirtió en una persona non grata por su 'mala suerte'. Cuentan que, en un mercado de Rio, una mujer se acercó con su hijo y le dijo "mira, este es el hombre que hizo llorar a todo Brasil".
En 1994, durante el Mundial de Estados Unidos, Barbosa tuvo intención de ir a visitar a la plantilla que disputaría el torneo. Sin embargo, el cuerpo técnico y los jugadores se negaron. "Llevensé a ese hombre que solo trae mala suerte", dijeron. Entonces, pronunció una frase que quedará para la historia del fútbol brasileño: "En Brasil, la pena máxima es de 30 años, pero la mía fue perpetua".
Del lado uruguayo, todo lo contrario. Todos los integrantes de aquella delegación hicieron historia y se convirtieron en leyendas. Para el recuerdo, una frase de Ghiggia: "Solo tres personas han conseguido silenciar Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo".
El estadio fue finalizado e inaugurado meses antes de la disputa del Mundial de 1950. La idea era tener una cancha en la que entrase la mayor cantidad de gente posible y transformarla en un bastión en el que la selección brasileña, gracias al apoyo de la torcida, no perdiese nunca. Durante el Maracanazo, su nombre oficial era Estadio Municipal do Maracanã. No hay una cifra exacta de la cantidad de gente que vio aquel partido en directo, pero se estima que fue por encima de los 200.000. En 1968 se le cambio el nombre por Estadio Jornalista Mário Filho, pero se sigue utilizando la denominación antigua.
Está ubicado al oeste de Rio de Janeiro, en el barrio de Maracana. Actualmente se trata de una zona con gran desarrollo que mezcla oficinas con residencias. Como curiosidad, cabe destacar que la fachada del estadio estaba sin pintar y la idea de la organización fue hacerlo del color de la camiseta del equipo que ganase el Mundial de 1950. Cuando ya estaba la pintura blanca preparada (por aquel entonces Brasil vestía de blanco), Uruguay dio la sorpresa.
Ahora, parte de la estructura está pintada de celeste. Muchos cariocas aseguran que se pintó así debido al color de la bandera de la ciudad. Sin embargo, la realidad es que se trata de un recuerdo maldito para ellos.
Actualmente es el estadio de Flamengo y Fluminense, los dos equipos más importantes de la ciudad. En un duelo entre ambos se batió el récord de más asistente a un partido entre clubes. Fue en 1963 y acudieron 194.000 espectadores.
La estructura comenzó a resentirse con el paso del tiempo. En 1992, durante un partido entre Botafogo y Flamengo, se derrumbaron parte de las gradas. Tres personas murieron en el accidente y otro medio centenar sufrieron lesiones. Esto abrió el debate de si debía reformarse. Muchos criticaban que cualquier cambio haría que el estadio perdiese su esencia.
Sin embargo, los fallos estructurales lo hicieron inevitable y se rehabilitó de cara al Mundial de Brasil que se jugó en 2014. 64 años después del Brasil-Uruguay, Argentina y Brasil disputaron una final de Mundial en el mismo estadio.
Brasil, la pentacampeona mundial y la única selección que ha participado en todas las ediciones de los Mundiales, vistió de blanco hasta la final de 1950, la del famoso Maracanazo, en la que los brasileños sucumbieron ante Uruguay, provocando una terrible decepción en todo el país.
El diario Correio da Manhá ('El Correo de la Mañana'), con el apoyo de la Confederación Brasileña de Deportes, organizó un concurso de ideas para obtener una nueva equipación para la selección brasileña. Consideraba que el color blanco adolecía de "falta psicológica y moral de simbolismo". La única condición que dispuso fue que combinara los colores que aparecen en la bandera de Brasil: amarillo, verde, azul y blanco. Se presentaron más de 300 candidatos de todo el país. Se impuso un joven de 19 años que se llamaba Aldyr García Schle, que trabajaba como ilustrador en el diario local de Pelotas, una ciudad al sur de Brasil, a escasos 150 kilómetros de la frontera con Uruguay. Es más, él mismo se confesaría seguidor de la Celeste e, incluso, había celebrado el resultado del triunfo de los charrúas sobre los brasileiros, según explica Alfredo Relaño en su libro '366 historias del fútbol mundial que deberías saber'.
Según explicaría al periodista Alex Bellos para su libro Futebol (y en numerosas entrevistas), siguió un proceso de eliminación: hizo más de 100 diseños mezclando colores, líneas, trazos... Hasta que decidió que la camiseta tenía que ser únicamente de color amarillo: "El azul y el blanco van juntos: ya tenía los pantalones cortos. ¿Qué colores quedan? Amarillo y verde, que son los colores más empleados en cualquier caso, para denominar a la nación. Así que pensé: 'Trabajemos con el amarillo y el verde", explicó a Bellos.
Trazó sus bocetos, y un primo suyo los envió a Río de Janeiro. Ganó: camiseta amarilla con cuello y puños verdes, pantalón azul con una raya vertical blanca y media de color blanco. Aunque estuvo a punto de no lograrlo: el azul que utilizó no era el azul nocturno de la bandera brasileña. Usó un azul cobalto. Pero su diseño fue finalmente el ganador. Así las cosas, la selección brasileña estrenó su nuevo diseño el 14 de marzo de 1954, con triunfo ante Chile por 1-0. Había nacido la popular verdeamarelha. Cuatro años más tarde, en Suecia, se proclamarían campeones del mundo por primera vez.
El 20 de mayo de 2004, Francia y Brasil jugaron un amistoso en París para celebrar el Centenario de la FIFA (acabó 0-0, dirigiendo el encuentro Mejuto González). Ambas selecciones lucieron sus atuendos originarios. Aldyr García falleció el pasado 15 de noviembre. Su legado: la camiseta de fútbol más carismática del mundo.