La última parada de Zamora, entre lo Divino y lo humano
La última parada de Ricardo Zamora.

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La última parada de Zamora, entre lo Divino y lo humano

Su mítica carrera le deparó una despedida a la altura, una última intervención, el 21 de junio de 1936, que valdría un título en la primera final Madrid-Barcelona de la historia. Pero la leyenda le acompañó desde su misterioso nacimiento y hasta sus dos muertes. La de la guerra y la de verdad. Todo un genio que, como tal, fue alabado por poetas, novelistas, pintores y artistas universales como él.

Tuvo que estallar la Guerra Civil para que en España se dejara de hablar, día y noche tras un mes, de una noticia que acaparaba los diarios, las radios, las tertulias de café. Y no era otra que la retirada de Ricardo Zamora. Uno de los futbolistas más universales no ya de los inicios de un balompié organizado sino de la historia entera del fútbol, cuya última parada contuvo tantos elementos literarios como su carrera. Y su propia vida.

No es de extrañar, por tanto, que desde un premio Nobel a un genio de la pintura se fijasen en él y lo idolatrasen. Que un poeta incluso le salvara la vida. Que el jefe de Estado de una potencia mundial lo imaginara como presidente de la República española. O que protagonizara películas, convirtiéndose en el primer jugador mediático. El primero que creó tendencia con su atuendo. El primero que generó apodos y frases célebres, hasta un premio, que aún hoy se recuerdan y recitan.

La última parada de Zamora contiene un incalculable valor no solo por lo que significó en su contexto, una final, sino sobre todo porque marcó el final de una era. La del mejor guardameta mundial en la primera mitad del siglo XX, uno de los mejores de todos los tiempos. Y supuso un antes y un después en una biografía que siguió siendo igual o más legendaria tras el pitido final. Más que un futbolista, una celebridad mundial.

La estirada de Albero y Segovia

Ricardo Zamora lidera la salida de los jugadores de Madrid al campo, en Mestalla, para la final de la Copa de España, el 21 de junio de 1936.
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Ricardo Zamora lidera la salida de los jugadores de Madrid al campo, en Mestalla, para la final de la Copa de España, el 21 de junio de 1936.

Que la última parada de Ricardo Zamora haya pervivido hasta hoy, y más allá, se debe a dos artistas. Los primeros que desfilarán por aquí. En realidad, a uno, pero como trabajaban y firmaban juntos, a ambos se atribuye también la gloria. La de plasmar la fotografía, de inmortalizar ese momento único que, pese a que crónicas y testigos ya narraban, gracias a ellos hoy podemos comprobar con nuestros propios ojos que no se ensalzó, que no fue leyenda sino certeza.

Albero y Segovia. Bajo ese paraguas aparecían en la prensa los retratos de Félix Albero y Fernando Segovia. Del fotoperiodismo deportivo a la Guerra Civil. Y, por supuesto, lo que nos ocupa. Esa viva imagen. Pierna derecha en el aire, mueca de esfuerzo, público expectante y estirada felina hacia el poste izquierdo de su portería. Y cal, mucha cal levantándose al paso de un esférico que va para gol cantado pero que se topa con la mano izquierda de Ricardo Zamora.

Con otra instantánea comenzaría ese 21 de junio de 1936 la final de la Copa de España. Copa de la República. La primera de la historia entre Madrid y Barcelona. En Mestalla, ante 22.000 espectadores donde teóricamente solo cabían 19.000. Y con “revendedores clandestinos” en la Plaza de Castelar que casi multiplicaron por diez el precio de las entradas. 3.000 seguidores llegados desde la capital y hasta 5.000 desde Barcelona durmieron la noche anterior en la calle ante la insuficiente oferta de plazas hoteleras para todos.

Seguidores durmiendo en las calles de Valencia.
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Seguidores durmiendo en las calles de Valencia.

La imagen era la de Zamora, enfundado en una americana, cuello de camisa fuera del jersey y pantalones cortos, encajando su mano derecha con la de Martí Vantolrà, capitán del Barcelona, bajo la mirada de Ostalé. Premonitorio saludo, mucho más que protocolario, por lo que sucedería meses después.

A las cinco y cuatro minutos de la calurosa tarde comenzaría la final. Para Zamora, podía ser la quinta Copa de su palmarés, tras las dos conquistadas precisamente con el Barça (1920 y 1922), la que alzó con el Espanyol (1929) y la que ya había conseguido con el Madrid (1934).

Estaba acostumbrado el Barcelona a decantar los partidos a su favor en los minutos iniciales, pero lejos de Les Corts se mostraba más vulnerable y contaba con una baja sensible en defensa, Zabalo, que se había lesionado en las semifinales ante Osasuna.

Y el protagonismo en los primeros minutos, efectivamente en contra de su voluntad, lo asumieron los zagueros azulgrana. La falta de entendimiento entre Balmanya y Bayo ante el extremo diestro Eugenio, más los fallos puntuales de Areso y el portero Iborra, propiciaron que el Madrid ya ganase por 2-0 a los 12 minutos de juego.

Llegó el primero a los seis minutos. Emilín cedía a Lecue por la izquierda del ataque blanco, cambiaba el juego a la derecha para Pedro Regueiro, quien asistía a Eugenio para que se internara con total comodidad y batiera a Iborra.

El segundo nació de un córner favorable al Barcelona, que botaba Vantolrà, despejaba un defensa y lo aprovechaba Luis Regueiro para lanzar un contragolpe que acababa de nuevo en los pies de Eugenio para que centrase. Tras un fallido remate de Sañudo, detrás esperaba Lecue desmarcado para anotar.

Zamora y Vantolrà se saludan antes de la final con el árbitro Ostalé como testigo.
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Zamora y Vantolrà se saludan antes de la final con el árbitro Ostalé como testigo.

La clave de la final estaba siendo la velocidad, tanto la que mostraba el Madrid como la que era capaz de contrarrestar, ya que anuló a Vantolrà en el extremo. El técnico blanco, Paco Bru (exjugador, árbitro, directivo y periodista), sacrificó incluso para amarrarlo a un puntal como Lecue cuando Souto se lesionó en una caída en el minuto 36, lo que dejó lastrado a su equipo para el resto del encuentro.

Pero al capitán del Barcelona nadie lo pudo detener a balón parado. Y en el 29’, servía de nuevo un córner que Quincoces despejaba sin demasiada fuerza. Balmanya y Escolà acudieron al rechace, siendo este último quien empalmó un chut raso, potente, colocado, la única forma de superar a Zamora.

No obstante, siguió dominando en líneas generales un Madrid que en la segunda parte pudo sentenciar con un gol transformado por Sañudo, sin embargo anulado por un claro fuera de juego. Sin embargo, la inferioridad numérica fue paulatinamente pesando en las botas de los blancos.

Y así se llegó al instante decisivo. El que decanta una final, que define la enormidad de un futbolista y que, a la postre, pone la guinda a una mítica carrera. Sucedió en el minuto 83 según La Vanguardia, en el último minuto a tenor de otras crónicas, en una de las pocas acciones en que pudo Vantolrà burlar no solo a Lecue sino también a Quincoces. Pasó entonces a la zona central del ataque a Escolà para que, libre de marcaje, pudiera colocar el esférico ajustadísimo al palo izquierdo del portero…. Mejor que lo narre el propio Zamora, en sus memorias publicadas por Blanco y Negro a título póstumo en 1988.

El preciso instante de la última parada de Ricardo Zamora, captado por Albero y Segovia.

“Carga el Barcelona insistente buscando el empate. El tiempo transcurre desesperadamente lento. El Madrid, replegado, agotose en tremenda defensa, y el tanto se ve venir. Minutos, segundos faltan para que termine el duelo. El público, puesto en pie, espera el pitido final… cuando Escolà se escapa, queda solo ante mí. Véolo como detiene momentáneamente su carrera, como en relámpago, mide con la vista la distancia, observa mi colocación e inicia el disparo. No ven mis ojos más que a Escolà. Lo veo agrandado; en primer plano sus pies y el balón. Hay un grito imperioso que se me queda dentro: ¡Por aquí! Inclino el cuerpo hacia la izquierda, marco el sitio.

Sin una milésima de retraso, justos, coincidimos el balón y mis manos. Críspanse los dedos atenazando el cuero. ¡Mío! ¡Mío! ¡Mío! ¡Nada más que mío! Absoluta posesión de lo que me pertenece, de lo que nadie puede disputarme: el balón.

Zamora sale a hombros de sus compañeros.
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Zamora sale a hombros de sus compañeros.

-¡No ha sido goal! ¡No ha sido goal! –Óyese en mi alrededor. Es el título, es la Copa. Más que aplausos, son las exclamaciones que estallan como cohetes. -¡Es asombroso, lo ha parado! ¡Lo ha parado! ¡Lo ha parado! –En unos es de júbilo el acento. En otros, de decepción. Manos que pugnan por acercárseme, que se me acercan, que me prenden y me elevan. ¡Veinte años de fútbol están ahí, en ese instante!”.

Efectivamente, Zamora recibió una “unánime ovación” de hinchas de Madrid y Barcelona, destaca Mundo Deportivo, y con el pitido final fue alzado en hombros por sus compañeros. Campeones. Y Mariano Ruiz-Funes, ministro de Agricultura de la República, le entregó el trofeo. Lo había logrado una vez más. La última de su carrera.

"No ven mis ojos más que a Escolà. Lo veo agrandado; en primer plano sus pies y el balón. Hay un grito imperioso que se me queda dentro: ¡Por aquí!"

El propio Zamora, explicando su parada

No en vano, ya había amagado anteriormente el guardameta con colgar las botas. Así lo admitía Bru, su entrenador, tras el encuentro. “Zamora se había retirado ya del fútbol, fuimos a buscarle y ha vuelto por el Madrid. Y hay que reconocer que a él debemos en buena parte el título”.

Y, mientras Vantolrà aseguraba en las entrañas de Mestalla que sentía “vergüenza por ser el capitán de este equipo porque con un poco de entrega habríamos sido campeones de España”, en otro recoveco Zamora confirmaba ese primer intento de retirada y abundaba en los motivos: “Sí, me había retirado silenciosamente de la vida activa como jugador, por el olvido que tuvo conmigo el Madrid poniendo su atención en Alberty. Pero vinieron a buscarme y volví por mi club, porque por encima de todo he sido siempre un jugador disciplinado. La satisfacción de hoy me hace olvidar todo lo sucedido. Estoy orgulloso de mí mismo, ya que hasta me habían hecho dudas de mis facultades a los 35 años”.

Zamora recoge el trofeo que acredita al Madrid como campeón.
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Zamora recoge el trofeo que acredita al Madrid como campeón.

Se refiere Zamora a la llegada al Madrid de Gyula Alberty, quien en 1934 se convertía en el primer fichaje de un extranjero profesional en la historia del club blanco, y que debutó con 23 años, en 1934, pero que sin embargo acabó de suplente en aquella Copa de 1936. De hecho, el húngaro se marchó al Le Havre tras el estallido de la Guerra Civil y acabaría en el Granada, donde falleció en 1942, con solo 30 años, a causa de una fiebre tifoidea.

Más allá de su rival y compañero Alberty, de apellido casi poético, de aquella última parada del 21 de junio de 1936 declaraba Zamora tras la final que “de haber empatado el Barcelona, se habría levantado su moral y la prórroga quizás le habría sido favorable”.

Ángel Zúñiga, el periodismo y la retirada

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Los aficionados reciben al Madrid con Zamora como héroe.

Uno de los muchos notables que siguieron sus hazañas fue el periodista y escritor Ángel Zúñiga, quien quedó prendado del portero en la final del Agua, la Copa de España de 1929 conocida así por el barrizal en que se convirtió Mestalla, el mismo escenario que en 1936, pero defendiendo Zamora al Espanyol frente al Madrid. Zúñiga escribió en sus memorias que décadas después, cenando con Santiago Bernabéu en el hotel Four Seasons de Nueva York (donde ejercía de corresponsal para La Vanguardia), levantó una copa y pidió un brindis por la victoria de aquel Divino.

Como Zúñiga, que en 1961 acabaría publicando la novela futbolera ‘Pan y fútbol’, Zamora también ejerció de periodista. Y no de forma circunstancial o esporádica. Tenía tal vocación que en 1930, con solo 29 años y sin formación académica específica, ya había escrito unas memorias para ABC.

Y ya en Madrid, pasó por las aulas del rotativo El Debate para acabar enrolándose en la fundación del diario Ya, que pertenecía al mismo grupo, Editorial Católica, de talante conservador y monárquico.

Su primer artículo, en 1935, fue una suerte de crónica del partido Madrid-Sevilla que él mismo había jugado, por lo que dejó las valoraciones sobre su actuación en manos de otros compañeros del periódico. La publicación tanto de Ya como de El Debate fue confiscada al día siguiente del inicio de la Guerra Civil, el 19 de julio de 1936, por las autoridades republicanas. Y no será un tema menor en la vida de Zamora… O de Amoraz, como firmaría tras la contienda en las páginas del Marca.

Futbolista, periodista y fumador, todo a la vez.

Futbolista, periodista y fumador, todo a la vez.

Su pasión por la escritura le llevó a recrear un diálogo inventado, entre teatral y filosófico, para explicar, años más tarde en la versión definitiva de sus memorias, la noticia bomba que circuló por toda España esos días finales de junio de 1936, tras la final de la Copa: su retirada.

“Agasajos, muchos agasajos. ¡Al fin en casa! Caigo rendido. Son los brazos de mi mujer los últimos que me estrechan. Son las manitas del pequeño (Ricardo Zamora Grassa, que con los años también sería portero profesional) que se agarran a mis piernas.

Noche de insomnio. ¿Qué hacer? Entrechócanse contradictorios pareceres. Es un diálogo cerebral. Zamora, opónese, contradice las razones de Ricardo.

- ¿Retirarme ahora? ¡Estás loco! Un año más, sigo un año más. Si he sido capaz de hacer esto ahora, ¿por qué no he de hacerlo dentro de un año?

"¿Qué momento mejor puedes elegir para retirarte? Dices que todavía tienes facultades; lo creo. Pero, ¿a qué esperas? ¿A no tenerlas? Entonces, no te retirarás tú, te echarán"

Zamora dialoga consigo mismo

-No, no –contesta Ricardo-. No seas loco. Eres, como siempre, apasionado, tarambana. Te conozco. ¿Qué momento mejor puedes elegir para retirarte? Dices que todavía tienes facultades; lo creo. Pero, ¿a qué esperas? ¿A no tenerlas? Entonces, no te retirarás tú, te echarán. Ya estoy cansado de seguirte a todas partes. Tengo otras cosas que atender.

-Bah, eso no es más que cobardía. Tienes miedo. No confías ya en mí. Eres, como los otros, impresionable. Además, Ricardo, gracias a mí, no lo olvides, tienes esta popularidad. ¿Qué sería de Ricardo sin Zamora? A ti nadie te conoce más que en casa, ¡en cambio a mí! No, no; seguiré jugando, mal que te pese. Quien manda soy yo y tú obedeces.

Portada del semanario AS con la retirada de Zamora.
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Portada del semanario AS con la retirada de Zamora.

-Pues no obedezco. Me rebelo. Me impongo. ¡Vanidoso! Me cansa y me revienta tanto Zamora y le revienta a los demás. Ya no volverás a jugar porque yo lo mando.

La disputa se agria. Palabras gruesas. Lucha. Pelea feroz. A la mañana se levanta solamente Ricardo. ¿Y Zamora?”.

Con esta peculiaridad narró el portero su decisión de retirarse. Ricardo matando a Zamora. La persona ante el portero, la leyenda. Prefirió dejarlo en un momento de gloria. Obviando, entre otras circunstancias poco conocidas, una oferta que de hecho apresuró su decisión. Lo quería el Valencia, por eso hizo público que colgaba las botas, los guantes y la gorra antes de que la propuesta se hiciera pública. 50.000 pesetas, para ser exactos, era lo que él se hubiera embolsado.

Pedro Luis de Gálvez, la cárcel y la muerte

Pío Baroja fue uno de los muchos literatos que plasmó negro sobre blanco las andanzas de Pedro Luis de Gálvez, uno de los poetas más emblemáticos en el primer tercio del siglo XX, cuando los mediáticos eran ellos y no los futbolistas. En 1936, sin embargo, quizá la fama ya se había igualado. Y, en el caso de Zamora, seguramente rebasado.

Al ya exportero le salieron caras sus publicaciones en el Ya. Y eso que, durante el mandato republicano, se había llevado el apodo de ‘Il Miracoloso’ y dos costillas rotas por defender a España en el Mundial de Italia-34. Ese mismo año, el mismísimo presidente de la II República, Niceto Alcalá Zamora, le había impuesto la Orden del Mérito. Y ya en febrero de 1936, también con la Selección pero en Montjuïc, se había convertido en todo un estandarte del país su reproche a los jugadores de Alemania, afeándoles un saludo nazi que duró demasiado.

Zamora afeando a algunos jugadores de Alemania la exagerada duración de su saludo nazi.

Zamora afeando a algunos jugadores de Alemania la exagerada duración de su saludo nazi.

Pero a su vez cuenta la leyenda que, precisamente en la cena en la que se celebraba su última parada y la Copa de 1936, propuso un brindis al grito de “viva el Madrid y viva España”, respondido por un periodista con un “y viva la República”, lo que Zamora recogió con absoluto silencio. Como quien oye llover.

Sea como fuere, y a pesar de que se escondió en la casa de unos amigos junto a su mujer y su hijo en cuanto estalló la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, los milicianos lo acabaron hallando en un registro y los huesos de Zamora no tardaron en dar con la cárcel. Concretamente, con la Modelo de Madrid.

Ese periodo turbio de su vida también pudo significar su defunción. Y no solo porque así sucedió con amigos suyos con los que organizaba partidos en el patio de la prisión, como su excompañero madridista Ramón Triana, conocido futbolísticamente como Monchín Triana, que fue fusilado el 7 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama. Sino porque, no en vano, fue dado por muerto en más de una ocasión.

Tanto fue así que, la noche del 20 de agosto de 1936, el general Gonzalo Queipo de Llano difundió en su habitual charla radiofónica desde Unión Radio Sevilla que Zamora había sido asesinado por “los rojos”. Como explica Ian Gibson en ‘El asesinato de García Lorca’, los altos mandos del bando nacional se acababan de percatar de la torpeza que habían cometido asesinando al poeta granadino, de fama internacional, y para compensarlo se inventaron sin más muertes de otros ilustres en manos de los republicanos.

"Entre las contemplaciones que nos han guardado figuran la de haber fusilado (...) hasta al pobre Zamora"

El Ideal, 21 de agosto de 1936

Hasta en ‘fake news’ fue pionero Zamora, cuya falsa muerte se propagó como la pólvora. Ya el 21 de agosto lo publicaba el Ideal. “Entre las contemplaciones que nos han guardado (el bando republicano) figuran la de haber fusilado a Benavente, a los Quintero, a Muñoz Seca, Zuloaga y hasta al pobre Zamora. Es decir, que esa canalla no pensaba dejar a ninguna persona que sobresaliese en cualquier actividad”.

Muchos otros medios, en época de guerra e incertidumbre absoluta, se hicieron eco de la muerte. Y en Valladolid incluso se ofició un funeral en su memoria. Al enredo contribuyó el hecho de que era llamado continuamente por los milicianos, lo que en ese momento era sinónimo en una cárcel de acabar en el paredón, cuando en realidad lo que pretendían era charlar con él y presumir de que habían conocido al Divino. Incluso le regalaban cigarrillos.

Pero, aunque vivo, iban pasando los meses y seguía Zamora en prisión. Es así como numerosos jugadores enviaron escritos a la FIFA para que intercediera por él. El propio organismo, presidido por Jules Rimet, había iniciado una de sus reuniones ejecutivas con un minuto de silencio creyendo la teoría de su muerte.

O como el 18 de octubre, en el descanso de un amistoso entre Catalunya y Valencia que se disputaba en Les Corts, el ya mítico Vantolrà, capitán en aquella última parada de Zamora, y Carlos Iturraspe, es decir, los capitanes de ambos combinados, subieron al palco para lanzarle una súplica al president de la Generalitat, Lluís Companys. Trascendió lo siguiente: “Le rogamos en nombre de todos los futbolistas que se interese por nuestro compañero Ricardo Zamora que se halla detenido en Madrid, según nuestras referencias. Nos consta que no es fascista y es uno de los deportistas que más alto ha puesto el fútbol nacional con su esfuerzo”.

Pero su suerte no cambiaba, y con solo que uno de los milicianos que se entrevistaban con él lo hubieran dejado irse con el resto de reclusos a los camiones, habría acabado en el paredón. Hasta mediados de noviembre. Justo cuando entró en acción Pedro Luis de Gálvez. Lo narró Ramón Gómez de la Serna, otro prolífico escritor, en el diario argentino La Nación.

“La aparición de Gálvez en las cárceles es una ráfaga de espanto. Se dirige a los presos en actitud estrepitosa y tono grandilocuente. Juega con las pistolas como un malabarista inconsciente. De vez en cuando salva a un hombre.

"Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Está preso aquí y esto es una injusticia. Que nadie le toque un pelo de la ropa. Yo lo prohíbo"

Pedro Luis de Gálvez, explicado por Ramón Gómez de la Serna

Una mañana se presentó en la cárcel Modelo y salió a uno de los balcones del patio llevando del brazo a un preso. Exigió que se reunieran bajo aquel balcón todos los encarcelados y todos los milicianos de la prisión y pronunció a grandes voces este discurso: ‘He aquí a Ricardo Zamora, el gran jugador internacional de fútbol. Es mi amigo y muchas veces me dio de comer. Está preso aquí y esto es una injusticia. Que nadie le toque un pelo de la ropa. Yo lo prohíbo’. Luego lo besó y lo abrazó ante los presos atónitos mientras gritaba ¡Zamora Zamora!”.

La intervención de Pedro Luis de Gálvez resultó fundamental para que el guardameta fuera liberado. Y, muy probablemente, para que salvara la vida. El caso es que muy poco después de abandonar la cárcel tuvo lugar una multitudinaria saca en que hasta 3.000 presos de La Modelo fueron conducidos en camiones hasta ser fusilados.

¿Y De Gálvez? Tras haberse convertido en un héroe, el poeta paradójicamente no corrió la misma suerte. Una vez finalizada la contienda, fue condenado por crímenes que no había cometido, pero de los que había ido alardeando durante años en cafés y tertulias, forjando un personaje fanfarrón que terminó por ser letal para él. Entre otras historias, fingía haber matado a docenas de monjas. Y por ello sufrió un consejo de guerra.

El propio Zamora, como no podía ser de otra manera, trató de interceder por él, explicando que el condenado le había salvado la vida. Incluso se presentó como prueba una fotografía dedicada que le había regalado con una dedicatoria: “A Pedro Luis Gálvez, el único hombre que me ha besado en la cárcel". Sin embargo, el tribunal militar no se dejó ablandar por las súplicas, tampoco ante la falta de pruebas por los asesinatos imaginarios del poeta, y el 20 de abril de 1940 era fusilado en la cárcel madrileña de Porlier.

Abel Kings, el dandi, Samitier y el exilio

Con su mujer y su hijo Ricardo.
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Con su mujer y su hijo Ricardo.

‘La novela de un guardameta’ era el título del libro del misterioso Abel Kings, un autor inglés que resultó ser catalán, Màrius Verdaguer, cuya obra, editada en 1927, narraba las peripecias de Cirilo Caramunchi. Un portero de ficción que, como describe Miguel Ángel Ortiz en ‘Poesía y patadas’, era un caballero en el área y un dandi lejos de la portería. Vamos, que Caramunchi era un homenaje a Ricardo Zamora. Otro más.

El único futbolista que podía rivalizar con él a elegancia, magnetismo y popularidad ante los medios de comunicación era Josep Samitier, con quien había coincidido en la Selección que obtuvo la plata en los Juegos de Amberes, en 1920, pero también en las filas del Barcelona, donde crearon juntos todo un estilo, y más adelante en el Madrid.

Zamora y Samitier, reencuentro entre maletas.
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Zamora y Samitier, reencuentro entre maletas.

Como para no ser amigos. Inseparables, podría decirse. Pero tan rivales en eso de ser el primero que, si uno se compraba un traje nuevo, el otro le iba a la zaga. Si uno aparecía con un despampanante automóvil, el otro trataba de hacerse con uno mejor. Incluso se habían marchado juntos a París en sus días libres para asistir a conciertos de Carlos Gardel. Y así, hasta la guerra.

En lo que ganó el portero es en lo de ser actor, al protagonizar en 1926 la película ‘Por fin se casa Zamora’. Él sostenía que rodó el primer beso que se daba en la boca en el cine español. Un galán de los de antes, hasta en eso de fumar. Lo hacía incluso a la hora de salir al campo. Si veía a algún espectador con un cigarrillo en la mano, se lo quitaba y daba una calada antes de empezar a jugar. Otros tiempos.

A su salida de la Modelo, y desconcertado aún por haber evitado la muerte, Zamora se reunió con su mujer y con su hijo, y la diplomacia argentina les procuró cobijo en su embajada, situada en el número 42 del Paseo de la Castellana. Allí permanecieron prácticamente un trimestre, en unas condiciones deplorables, junto a decenas de refugiados.

Temiendo por su propia vida, en un escondite que nadie conocía, tuvo que alejarse también de esa imagen de dandi, dejándose barba y bigote para no ser identificado. Sin embargo, sí le reconocieron algunos de sus compañeros de viaje, cuando Zamora y su familia fueron trasladados clandestinamente hasta Valencia. Afortunadamente, nadie los delató.

La llegada a la capital del Turia era providencial, ya que desde allí zarpaba un torpedero argentino, de nombre Tucumán, que estaba fletado por la embajada del país americano para llevar al exilio a personas cuya integridad física peligraba. Y era claramente el caso. Así, Zamora partió en enero de 1937 hasta Francia, con desembarco en Marsella.

Zamora, posando junto a dos militares franceses.
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Zamora, posando junto a dos militares franceses.

Aunque la historia ha especulado con su fichaje por el Olympique de Marsella, no queda constancia de ello, acaso lo empleó de pretexto para salir de la zona de peligro. Porque Zamora pronto se trasladó a París, donde concedió entrevistas y levantó muchísimo revuelo por tratarse de un personaje extremadamente conocido y en unas condiciones tan singulares. Y se reencontró con Samitier. De nuevo en la misma ciudad, pero sin Gardel ni alegrías.

El ‘hombre langosta’ y ‘mago’, como se le llamaba por sus habilidades, se había exiliado también después de que un día, paseando por la barcelonesa Avinguda Diagonal, alguien se le acercara, le dijera que era peligroso y le apuntara con un fusil durante 15 minutos. Y, como Zamora, igualmente había llegado a Marsella, en un barco de guerra.

Samitier, que había colgado las botas y en 1936 se había puesto a entrenar al Atlético de Madrid, volvió a descolgarlas. Él sí firmó por el Olympique, que pronto lo cedió al OGC Niza, de Segunda. Y allí es donde le propuso recalar a su amigo Zamora, que aceptó. El 25 de marzo de 1937 debutaba con el que, ahora sí, sería el último club en la carrera del Divino, cuya presencia fue testimonial: apenas un par de encuentros ligueros y otros tantos amistosos, el último a principios de 1938.

Mientras tanto, Samitier siguió enrolado en el Niza hasta que se marchó a Suiza para retomar su carrera de entrenador. Pero el temor a una detención por parte de los nazis, ya con la Segunda Guerra Mundial en marcha, le hizo regresar al Barcelona no sin antes tener que declarar su adhesión al régimen, a Franco, para evitar represalias.

Dalí, el misterio de su nacimiento y el fichaje de las 150.000 pesetas

Llegados a este punto, parece clara que la dimensión de Zamora traspasaba fronteras. Y que dejaba boquiabiertos a genios de otras especialidades tan transversales, por ejemplo, como Salvador Dalí. El célebre pintor reconocería en 1977, en una entrevista para Ricard Maxenchs (el que sería primer jefe de prensa del Barcelona) en Mundo Deportivo, lo que el portero le marcó en sus primeros años.

“Recuerdo que jugué en los Maristas, de guardameta. Me compré una gorra, unos pantalones largos y unos guantes, con el objeto de parecerme a Ricardo Zamora, el ídolo de mi niñez. ¡Imagínese, hice hasta zamoranas! Sin embargo, lo hice muy mal. Lo mío es el arte, ¡lo cósmico!”, exclamaba.

Así que el otro Divino, como también llamaban a Dalí, no tuvo como primera musa a Gala, sino a Ricardo Zamora. Un personaje rodeado de misterio desde su infancia, ya que existen dos posibles fechas y lugares de nacimiento. Incluso la figura paterna está en entredicho.

"Me compré una gorra, unos pantalones largos y unos guantes, con el objeto de parecerme a Ricardo Zamora, el ídolo de mi niñez"

Salvador Dalí

Durante su carrera y en sus memorias, él sostuvo que había nacido el 21 de enero de 1901 en Barcelona. Sin embargo, según descubrieron Fernando Arrechea y Víctor Martínez Patón tras una cuidadosa investigación, en su partida de nacimiento figuraba el 14 de febrero. En el Registro Civil de la Ciudad Condal aparecía el nombre de su madre, María de los Desamparados Martínez Mauricio, y se reseñaba que su padre, Francisco Zamora Bon, estaba “ausente” durante la inscripcion.

Quien así lo hizo constar con su firma, y que también había asistido el parto, era Gaspar Baldó Galiana. De profesión, médico. Y, curiosamente, Zamora siempre se referiría a su padre como un galeno. Así que todo apunta a que Zamora Bon falleció y Baldó ejerció como padrastro.

Una última teoría, que aparecía en diversos medios de comunicación cuando el portero ya era famoso, situaba su nacimiento en Castellón. Una hipótesis de la que no existen pruebas documentales ni fechas, más que rumores.

Con su enorme escudo del Espanyol en el pecho.
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Con su enorme escudo del Espanyol en el pecho.

Más allá de su nacimiento, Zamora no parecía que de niño fuera camino de forjar ninguna leyenda, pues su aspecto era enclenque y enfermizo. Pero sí de adolescente, ya que debutó con el Espanyol a los 15 años, el 22 de abril de 1916, cuando su ídolo, Pere Gibert ‘El Grapas’, no pudo acudir a la capital para jugar un amistoso contra el Madrid por tener que atender sus negocios. Los pericos lo reclutaron, él viajó aún con pantalones cortos, y el fútbol lo atrapó. Un estreno, como tantísimos pasajes en su vida, con tintes literarios.

De blanquiazul siguió hasta 1919, cuando fichó por el Barcelona, tras haber prometido a sus padres que dejaría el fútbol para estudiar, cómo no, medicina. Y en 1922 regresó al club de sus amores, pues él siempre se significó perico. Tres años más tarde, se convirtió en el primer futbolista profesional de España. Y en 1930 volvería a hacer historia en términos económicos, con su traspaso al Madrid.

El Espanyol lanzó un órdago a Pablo Hernández Coronado, secretario técnico de los blancos (un cargo que él mismo creó) y que había sido portero y se había quedado a las puertas de ir a los Juegos de Amberes en 1920, donde la Selección se colgó la plata, precisamente porque Zamora y Agustín Eizaguirre fueron convocados en su lugar.

En el Italia-España del Mundial-34.
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En el Italia-España del Mundial-34.

En definitiva, el club perico pidió 150.000 pesetas por su venta y el Madrid, contra todo pronóstico, aceptó. Zamora se llevó otras 100.000 más un salario mensual de 3.000 pesetas. “Un sueldo de ministro”, como se conoció en la época un fichaje desorbitado para lo que era aquel fútbol bastante más amateur que profesional.

Con España consiguió Zamora, además de la plata olímpica y de una memorable actuación en Italia-34 (“nos birlaron el Mundial", diría, tras los polémicos cuartos de final ante la selección anfitriona, pese a lo que fue designado mejor portero del torneo), un récord de internacionalidades, 46, que seguiría vigente durante 53 años.

Y a nivel de clubes, conquistaría dos Ligas como cancerbero blanco (1932 y 1933) y cinco Copas de España. Con ese palmarés, y con esa fama mundial, estaba por regresar del exilio en plena Guerra Civil.

Villalón, el regreso a España, otra vez la cárcel y dos Ligas

“Si fueras puerta del campo / y yo fuera delantero / del equipo del Cariño / F. C., goal certero, / chutaría sobre tu red, / que no pararía San Pedro, / que es mucho más que Zamora / porque es portero del cielo”. Con el poema titulado ‘Footboll’ (sic), exaltaba Fernando Villalón las virtudes de una celebridad que, con toda su grandeza, había sin embargo atravesado penurias, un encarcelamiento y la forzada marcha a Francia.

Si para los republicanos había representado una amenaza por sus artículos en un diario conservador, su huida constituía conforme avanzaba la contienda una especie de traición para los nacionales. Algunos artículos incidían en esa idea, llamándolo “rojo” como si de un insulto se tratase. En esa España que iba camino de una dictadura, desde luego era poco menos que una acusación de asesinato.

Pero Zamora tenía claro que quería volver. Porque no había cometido ningún delito y porque no ha podido conseguir llevarse a Niza a su madre, que seguía en Barcelona, y pasando penalidades. Precisamente esperó a que le garantizasen que la vida de María de los Desamparados no corría peligro para regresar a España

Junto a su primera esposa, Rosario de Grassa, y su madre, María de los Desamparados Martínez.
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Junto a su primera esposa, Rosario de Grassa, y su madre, María de los Desamparados Martínez.

De nuevo junto a su mujer y su hijo, cruzó la frontera a través de Irún y llegó el 15 de septiembre de 1938 a San Sebastián. El primer instinto del bando nacional fue retenerlo, pero pronto lo liberaron, por el miedo a que una campaña internacional en contra del arresto.

Así que Zamora volvió a Madrid. Y lo primero que se encontró fue su casa de la calle Goya patas arriba, completamente saqueada y sin objetos de valor, ni recuerdos de toda su trayectoria. La necesidad de empezar de cero. Y ya no como guardameta… Sino como entrenador. Nada más acabada la contienda.

La oportunidad le llegó con el recién fusionado Athletic-Aviación. El club que nació el 4 de octubre de 1939 del Atlético de Madrid y del Aviación, surgido este último durante la Guerra Civil. Tuvo que afrontar primero una promoción para mantenerse en Primera, puesto que el Atleti había descendido justo antes del conflicto bélico. Pero la superó. Y no solo eso, sino que el 28 de abril de 1940 se proclamaba campeón de Liga.

Zamora, ejerciendo como entrenador del Athletic (luego Atlético) Aviación.
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Zamora, ejerciendo como entrenador del Athletic (luego Atlético) Aviación.

Inmejorable retorno a España… Pues no. Apenas unos días después, en mayo, Zamora era detenido en base a la Ley de Responsabilidades Políticas promulgada el 6 de febrero de 1939. El apartado 4, por el que fue procesado, prohibía abandonar “la zona roja después del Movimiento y permanecer en el extranjero más de dos meses” sin justificación. Él, obviamente, había estado en Francia más de dos meses, sin presentarse en la zona nacional.

Como remarca Alfredo Relaño en sus ‘366 historias del fútbol mundial’, consiguió muy a su pesar ser encarcelado por los dos bandos de la Guerra Civil, y eso que era una de las mayores figuras del país. En efecto, esta vez pasó tres días encerrado en la cárcel de Porlier, la misma donde apenas unas semanas antes había sido fusilado su salvador, Pedro Luis de Gálvez. Qué caprichos del destino.

La peor represalia en este caso fueron los seis meses de inhabilitación que le costó la broma, en los que Ramón Lafuente le sustituyó al frente del ya Atlético Aviación (se prohibieron los nombres en inglés), al que regresó el 4 de diciembre… Y con el que revalidó el título de Liga en marzo de 1941.

Cela y el mito

Con casi media vida aún por delante, por no decir una nueva vida completa por escribir, Zamora transitó entre los banquillos, las secretarías técnicas y alguna que otra incursión más en el cine. Dirigió al Celta, al Málaga, a la propia Selección española, al La Salle de Venezuela y, por supuesto, al Espanyol.

En vida, fue homenajeado con un imponente partido entre España y una selección del resto del mundo que en 1967 reunió a lo más granado de la época, entre muchos otros a Rivera, Goyvaerts, Mazzola o Eusébio. Y a título póstumo recibió la Medalla de Oro al Mérito Deportivo (curioso que tanto republicanos como franquistas, que lo habían perseguido, a su vez lo habían condecorado) o su más reciente entrada al Salón de la Fama de la FIFA, en 2012, 36 años después de su muerte. La de verdad.

La mítica Zamorana.
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La mítica Zamorana.

Todo un premio Nobel de la Literatura como Camilo José Cela bautizó a Zamora como “el Picasso del fútbol”. Y lo cierto es que fue un genio, una figura universal y, como se ha podido comprobar, en su vida pasó por todas las etapas posibles, incluso por el exilio. Y sus paradas en algunos casos fueron tan novedosas como el cubismo a la pintura.

Nuestro portero creó la Zamorana, ese despeje con el hombro para deshacerse del balón antes de que los delanteros lo metieran a empujones en la portería, al esférico y a Zamora, sin que en esa época se pitara falta.

Nuestro portero fue tan mediático que se hicieron álbums de cromos y chocolatinas con su nombre y su fotografía, avanzándose décadas al marketing que hoy envuelve al fútbol.

"¿Quién es el presidente de la República española? ¿El guardameta?"

Stalin, siendo informado del nombramiento de Alcalá-Zamora

Nuestro portero generó frases que aún hoy perviven en el vocabulario futbolístico, como el “hay dos porteros, San Pedro en el cielo y Zamora en la tierra” y, sobre todo, el “uno a cero y Zamora de portero”.

Nuestro portero era tan famoso que, cuando la proclamación de Niceto Alcalá-Zamora como presidente de la República llegó a oídos de Iósif Stalin, el presidente de la Unión Soviética, asombrado, preguntó: “¿Quién? ¿El guardameta?".

A nuestro portero en Italia lo apodaron Il miracoloso en el Mundial de 1934. Y, en España, el Divino, un sobrenombre que como no podía ser de otra manera lo acompañará toda la eternidad. Levantando el nombre de Ricardo Zamora a su paso un halo de admiración, solo al alcance de un mito, igual que la cal que levantaba ese balón que atajó en su última parada.

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