¿Pueden 17 segundos cambiar el curso de la historia? En fútbol, sí. Se constató la noche del 9 de junio de 2007, cuando un título de Liga que ya se teñía de azulgrana varió de manos con dos goles casi simultáneos. Van Nistelrooy en La Romareda. Y en el Camp Nou, Tamudo. "Me lo siguen recordando cada día de mi vida seguidores de Barcelona y Madrid", afirma.
Ni la histórica final de Berna, en 1961 contra el Benfica de Béla Guttmann antes de maldiciones y los postes cuadrados que sí lo fueron. Tampoco otras dos finales posteriores de la Copa de Europa. La de 1986, en Sevilla, con Helmuth Duckadam como verdugo. Y la de 1994 en Atenas, ya en formato Liga de Campeones, frente a un Milán que hizo añicos al 'Dream Team' de Johan Cruyff. Ni siquiera el 'show' de los aspersores tras ser apeados en semifinales por el Inter de Milán de Jose Mourinho, una década atrás. O el 5-0 de hace un cuarto de siglo en el Bernabéu a manos del Real Madrid de Jorge Valdano.
Nada de todo eso. A la pregunta "¿Qué partido de la historia del Barça ha hecho más daño?", formulada hace justo un mes por el programa 'Tot Gira', de Catalunya Ràdio, los oyentes se decantaron mayoritariamente por una opción. Las anteriores pesadillas se quedaron por el camino, con menos votos, y hasta la final llegó el 4-0 del Liverpool en Anfield la temporada pasada, en semifinales de Champions. Pero ni por estar más fresca la velada protagonizada por Divock Origi y Georginio Wijnaldum venció al más doloroso encuentro de los azulgrana: el Tamudazo.
La endiablada noche del 9 de junio de 2007 se llevó el 62,6 por ciento de los votos, frente al 37,4 por ciento de Anfield, del mismo modo que hace 13 años había arrasado como un furibundo tornado con las ilusiones de un Barcelona que acarició el título de LaLiga, pero que se quedó a las puertas a resultas de 17 segundos que tan velozmente como llegaron pasaron a integrarse dentro de los hitos de la historia del fútbol.
En ausencia de 'smartphones', curiosamente faltaban 20 días para que un tal Steve Jobs presentase en Estados Unidos el iPhone (invento del año para la revista 'Times'), el bien más preciado en las gradas del Camp Nou y La Romareda eran los transistores de toda la vida. Pilas cargadas y encendido del carrusel a las nueve de la noche, hora en que daba inicio toda la penúltima jornada.
Llegaba LaLiga al rojo vivo, en lo que se consideraba la última oportunidad para que se sucedieran las sorpresas, ya que visitaba al Real Madrid a un temible Real Zaragoza, con entradas agotadas desde mitad de semana y por tercera vez en la historia de La Romareda, y también se vendían todas en Can Barça, aunque acabaron acudiendo 90.695 espectadores, sin alcanzar el lleno, para degustar a priori un derbi asequible para los azulgrana ante un Espanyol que no se jugaba nada.
La clasificación no podía presentarse más igualada, con los blancos líderes con 72 puntos, los mismos que el Barcelona, segundo, al que superaba por los enfrentamientos directos (3-3 en el Camp Nou y 2-0 en el Bernabéu). Y, por si ambos fallaban, al acecho con 70 unidades aguardaba un ilustre 'outsider', el Sevilla, que venía de conquistar su segunda Copa UEFA consecutiva, el 16 de mayo, ante el Espanyol.
"Al menos, el sábado no habrá penaltis"
Valverde, tras caer en la Copa Catalunya esa misma semana ante el Barça y dos antes en la final de la Copa UEFA
Se había resuelto la final de Glasgow en los penaltis, igual que sucedería el martes 5 de junio con el primer derbi de la semana del Tamudazo, este repleto de suplentes y correspondiente a la final de la Copa de Catalunya, que enfrentó en Sabadell al Barcelona y a los pericos de Ernesto Valverde. El 'Txingurri', vista su reiterada suerte y a la espera de volver a medirse con los culés cuatro días después, respiró profundo e ironizó: "Al menos, el sábado no habrá penaltis".
El primer tramo de la penúltima jornada, sin goles, permitió a los locutores ir afinando sus gargantas para lo que estaba por venir. Y para comentar, por ejemplo, los compromisos internacionales que habían precedido al Zaragoza-Madrid y el Barcelona-Espanyol.
En la medular del Camp Nou, movía el balón Xavi Hernández, quien había regresado antes de tiempo de la concentración con la Selección española. Sí había participado en el partido de una semana antes ante Letonia, pero se había apartado sin disimulo del siguiente, contra Liechtenstein, al provocar en el minuto 93 una amarilla que le acarreaba suspensión. Picaresca para preparar a conciencia una jornada decisiva.
Aunque sobre lo sucedido en Riga, el debate no estaría en su amonestación, sino en la forma en que él y Carlos Puyol se habían doblado las medias, dejando por dentro el bordado con los colores de la bandera española. "Llevo diez años poniéndomelas así", resolvió el mediocampista.
Arriba, y junto a Lionel Messi y Eidur Gudjohnsen, trataba en esos minutos iniciales de crear peligro un Samuel Etoo que esa semana se había jugado una cena a que marcaba al menos un gol con un amigo, probablemente el único culé que a la postre esa noche tendría algo que celebrar.
De todos modos, desde el punto de vista azulgrana hubo otra noticia mayor en los días previos al desenlace liguero, concretamente el jueves, que sin embargo alcanzaría su enorme valor solo con el tiempo, ya que en aquel momento acaparó poco más que breves: Pep Guardiola firmaba como entrenador del Barcelona B para la siguiente temporada.
Pero en el minuto 29 se producía el primer seísmo de la noche. El que enviaba a la papelera el primer guion elaborado por cualquier seguidor del Barça y daba la razón al más optimista de los seguidores del Madrid. Filtraba Iván de la Peña un pase entre líneas a Raúl Tamudo, su inseparable pareja del 'dúo sacapuntos' del Espanyol, y ponía patas arriba el Camp Nou y LaLiga.
"Será una manera de homenajear a nuestra afición"
Dani Jarque, sobre un derbi en que teóricamente el Espanyol no se jugaba nada
Es cierto que, sobre el papel, no se jugaba nada un conjunto perico que llegaba salvado y sin opciones de regresar a esa Europa en que, pese a tropezar en la final, no había perdido ni un solo partido. Sin embargo, y además de tratarse de un derbi, sí se encontraba motivado. "Será una manera de homenajear a nuestra afición", aventuraba durante la semana el malogrado Dani Jarque, con ganas de devolver a los pericos el cariño que mostraron al equipo a su desoladora vuelta de Glasgow. "Ganar en el Camp Nou sería nuestro bálsamo", concediría el presidente, Dani Sánchez Llibre.
Con el 0-1, se repetían además los pasos de LaLiga 1956-57, justo medio siglo antes. Idénticos candidatos, mismos rivales. En aquella ocasión, llegó el Real Madrid a la penúltima jornada con 40 puntos, dos más que el Barcelona. Y los blancos derrotaron a domicilio al Zaragoza (1-2), mientras que los culés sucumbieron contra el Espanyol (2-1), solo que en Sarrià en lugar del Camp Nou, lo que dio el título directamente al Madrid de José Vilallonga, mes y medio antes de conquistar también la Copa de Europa.
Creían que habían tenido poco tiempo para digerir o degustar el 0-1 de Tamudo (desconocedores de lo que iba a deparar la velada), cuando rugía La Romareda por partida doble. Primero, por una mano de Iván Helguera ante Pablo Aimar que Alberto Undiano Mallenco decretó rápidamente como penalti. Acto seguido, porque Diego Milito no zozobró para batir a Iker Casillas. Era el 32'.
Con el 1-0 para el Zaragoza, y aún con el Madrid líder (todo volvía a estar como al principio, ambos equipos igualados a 72 puntos), sobrevolaba por el ambiente el abrumador 6-1 de la temporada anterior en las semifinales de la Copa del Rey, que los blancos trataron de enmendar en la vuelta, en el Bernabéu (4-0), y que permitió a los blanquillos disputar la final precisamente en Chamartín y contra el Espanyol (que ganó por 4-1).
En aquel 6-1, Milito había anotado un póquer de goles. Y los otros dos habían sido obra de Ewerthon Henrique de Souza. Y justamente esa era la delantera alineada por Víctor Fernández el 9 de junio de 2007, ni que fuera por obligación. Ese martes, en un entrenamiento, Sergio García sufría un esguince en la rodilla derecha. Y no sería la única lesión del Zaragoza, ya que en la previa Juanfran García se rompía la clavícula y era operado de urgencia.
En el Madrid, sin embargo, Fabio Capello sí pudo contar con su once de gala. Incluso con David Beckham, que forzaba tras ser víctima de un esguince en el tobillo izquierdo durante el Inglaterra-Estonia. Y alineó también a Robson de Souza ‘Robinho’, que venía de afirmar, concentrado con su selección: "Me siento mejor jugador con Brasil que con el Madrid". Claro que dos días después, de vuelta a España, enmendaría la plana así: "Va a ser el partido de nuestras vidas".
Conflicto también hubo con la alineación en el Barcelona, ya que Ronaldinho Gaúcho había sido expulsado la jornada anterior, ante el Getafe, por propinarle una patada a David Belenguer. El presidente, Joan Laporta, porfió día y noche con que el Comité Español de Disciplina Deportiva le concediera la cautelar, que nunca llegó.
Y tampoco estuvo exento el Espanyol de padecer bajas considerables. Como la de Walter Pandiani, que había sido 'pichichi' de la Copa UEFA, con 11 dianas. Y las de Pablo Zabaleta y David García, titulares indiscutibles en los laterales, lo que obligó a Valverde a experimentar con Mari Lacruz en banda derecha y Javi Chica por la izquierda.
Todo cambió al borde del descanso, en el minuto 43. Un solo gol dio un vuelco a LaLiga. Y a millones de corazones. Esta vez nadie echó una mano a nadie. O sí. Porque el 1-1 de Messi, que ponía líder al Barcelona (73 puntos, por 72 del Madrid), se había anotado con la mano. Ni el árbitro, Julián Rodríguez Santiago, ni su asistente Carlos Vallés Mazariegos repararon en que sus 169 centímetros se habían anticipado a los 186 de Carlos Kameni, ni siquiera con las airadas protestas de los pericos.
Su mano izquierda avanzada para alcanzar un remate al que su cabeza no llegaba evocó a la Mano de Dios de su compatriota Diego Armando Maradona, con la que clasificó a Argentina para las semifinales del Mundial de México-86 al anticiparse a Peter Shilton, el guardameta de Inglaterra, en el Estadio Azteca. Genialidad, picardía, burla, falta de respeto, antideportividad. Cada cual que elija su etiqueta.
Lo único empíricamente demostrable, además de una mano que el VAR hoy sí hubiese apreciado (cambiando, quién sabe hasta qué punto, el curso de la historia), es que recuperaba el Barcelona un liderato que había ostentado en 23 de las 36 jornadas precedentes, y que había perdido cuatro partidos antes, en el último minuto, con un gol de Rafael Sobis para el Betis en el Camp Nou (1-1). Premonitorio.
Sin nuevas noticias que llegaran desde La Romareda, como reiteraba desde el banquillo del Barcelona Juan Antonio Ibarz, encargado de material y esa noche también del transistor para transmitir el minuto a minuto a suplentes y técnicos azulgrana, sería de nuevo Messi el responsable de reafirmar la nueva coyuntura de LaLiga. La nueva normalidad, como se diría ahora, que no era otra que confirmar en la primera posición al Barcelona.
"Les diré un resultado: 2-0 y a esperar"
Messi se dirige a Zabaleta en As la previa del partido
Sin resquicio de polémica, en el 56' servía Anderson Luis de Souza 'Deco' un pase interior para que el 'Pulga' cruzara el balón con un derechazo en el 2-1 que inclinaba todavía más el campeonato para un Barcelona que sumaba 75 puntos, por 72 del Madrid.
Curiosamente, Messi prácticamente cumplía el vaticinio que había formulado en las páginas de este periódico a Zabaleta, compatriota suyo, amigo y perico: "Les diré un resultado, 2-0 y a esperar". No fue 2-1, pero se le parecía. O eso creía.
Mientras, en La Romareda, seguía el Madrid atenazado ante un Zaragoza que sobre el césped contaba con un jovencísimo central de 20 años, cedido por el Manchester United: Gerard Piqué. Apuntaba ya maneras de su línea discursiva cuando bromeó: "No he visto maletines, pero bienvenidos sean".
Habían marcado Tamudo, Messi y Milito, tres de los grandes artilleros de LaLiga. Pero faltaba uno, el 'pichichi' de aquel campeonato. Se trataba de Ruud Van Nistelrooy. Al holandés no se le podía dejar solo, tal como permitió la zaga blanquilla en el 56' del Zaragoza-Madrid, para que cabeceara a placer ante César Sánchez.
Seguía líder el Barça, 75 puntos por 73, pero el 1-1 de La Romareda ya encajaba más en los planes de Capello. Sabedor de que no tenía ni un segundo que perder, el italiano había sido drástico al retirar en el descanso a Raúl González y Emerson Ferreira para dar entrada a José María Gutiérrez 'Guti' y Gonzalo Higuaín. Mayor creatividad y más aire para Van Nistelrooy. Conseguido.
Se acercaba también con ese gol el compromiso que siete días antes, el 2 de junio, había sostenido Ramón Calderón en el cementerio de Almansa. El presidente blanco visitaba la tumba de Santiago Bernabéu en el aniversario de su defunción, para rendirle un homenaje y, entre ramos de flores y un respetuoso silencio, proponerse que le honraría con el título de Liga que estaba aún por dirimirse.
Sin embargo, y aunque avanzaba la noche y restaba media hora para que finalizasen los partidos, la moneda al aire de LaLiga no había hecho más que salir de entre los dedos índice y pulgar del destino. Y Calderón, el madridismo y el barcelonismo verían cómo en el minuto 63 volvía a la carga Diego Milito con el 2-1 del Zaragoza, tras una estupenda jugada de Aimar. Los mismos protagonistas del 1-0.
Conviene recordar en este punto que, a diferencia del Espanyol, los blanquillos se estaban jugando nada menos que su clasificación para la Copa UEFA. Llegaban a la jornada quintos, un punto por encima del Atlético de Madrid y dos sobre el Villarreal, por lo que una victoria les garantizaba el acceso a Europa.
"El Madrid no sabe lo que le espera"
Víctor Fernández, técnico del Real Zaragoza, lo advirtió el día antes
Tal cual lo habían reflejado en los días previos los jugadores. Alberto Zapater advertía de que "la mejor prima para nosotros será entrar en la UEFA", preguntado sobre el recurrente asunto de los maletines. "Nos jugamos todo el año", enfatizaba Chus Herrero. En plan vengativo se mostraba directamente el exmadridista Carlos Diogo, al asegurar: "No tengo amigos en el Madrid. Vamos a ganarles y el Barcelona va a conquistar LaLiga".
Y Víctor Fernández lanzaba un aviso, casi un augurio, en su conferencia de prensa de ese viernes: "El Madrid no sabe lo que le espera". Dicho y hecho. Le aguardaba sufrir lo indecible para conquistar el título.
Aunque no quedaron relegados de la batalla de la grandilocuencia los jugadores de un Madrid que agonizaba y tendía a la épica conforme se asomaban los minutos finales de la jornada. Seguro que Raúl recordaba ya, arrodillado ante el banquillo, su frase de dos días antes: "Para cerrar bocas tenemos que ganar LaLiga".
En la portería, maldiciendo muy probablemente su suerte, Casillas le daría vueltas a su propia predicción. "Si perdemos, dirán que somos una banda", espetó el viernes. El propio Guti, procurando servir algún pase que diera lugar al milagro, recordaría cómo había vaticinado que el Zaragoza-Madrid sería "como una final de Champions". Y, en ese sentido, tenía razón. Las finales duran hasta el pitido final. Y el partido de La Romareda se encontraba en el 88'.
¿Y quién elaboró el 2-2? Efectivamente, maduraba Guti en el centro del campo, astuto para delinear un pase vertical al desmarque de Roberto Carlos, quien prácticamente desde la línea de fondo servía una asistencia atrás para Higuaín, quien disparaba. Y Van Nistelrooy, con todo el ímpetu, aprovechaba el rechace para empujar a gol. Aun así, seguía el Barcelona como líder con dos puntos más. Y apenas quedaba tiempo para meter el tercero y recuperar la primera plaza. Una auténtica agonía blanca.
Viajaba la noticia a través de las ondas, los transistores, los auriculares. Hasta Ibarz. Hasta el Camp Nou entero, que murmuraba. Algunos incluso apartaban la mirada del terreno de juego para comentar con su compañero en el patio de butacas el gol de Van Nistelrooy que engrasaba de nuevo el juego a cara y cruz por LaLiga. Ahora se trasladaba todo a La Romareda, pensaban, a que el Madrid no meta otro tanto. Nada más lejos de la realidad.
Quienes habían desviado su atención del césped se perdieron uno de los hitos de la historia del campeonato. Exactamente 17 segundos después de que Van Nistelrooy marcar en La Romareda, Tamudo lo hacía en el Camp Nou, que se fundía en un sepulcral silencio. A pase interior de Francisco Joaquín Pérez Rufete. Con la diestra, cruzándole el esférico a un superado Victor Valdés. Cada fotograma perdudará para siempre en quienes lo vivieron. 73 puntos para el Madrid, 73 para el Barça. El liderato volvía a vestir de blanco.
Se echaba las manos a la cabeza el seguidor del Barcelona, atónito. Golpeaba la mesa algún locutor de radio. Impertérrito como una estatua de granito reaccionaba más de un directivo en el palco. Maldecían su suerte miles y miles de culés. Y todo lo que en Can Barça era pavor se transformó en euforia a la que los hercios llegaron a Zaragoza. El banquillo del Madrid, con Raúl en pie informado al instante por la afición que se sentaba en primera fila, se convirtió en una inesperada fiesta. Y el único sentimiento que se compartía en ambos estadios, en las casas de medio mundo, era el de incredulidad. 17 segundos en los que todo cambió.
¿Y cómo reaccionó Tamudo, rival acérrimo del Barcelona? ¿Extasiado? ¿Dio la vuelta olímpica? ¿Se encaró con la platea del Camp Nou? Nada de eso. Simplemente, corría al trote, se besaba el escudo una, dos, tres y hasta cuatro veces, hasta encontrarse con sus compañeros. Iván de la Peña y Ángel Martínez en primera instancia. Luis García, Marc Torrejón y Chica, unos metros más adelante. Y así, hasta volver a agarrarse el escudo de la pechera y dirigirlo al cielo.
Tamudo aún no sabía que le acababa de arrebatar LaLiga al Barça, mucho menos que había nacido el Tamudazo. Pero sí que entraba en la historia. En su cabeza, sabía que acababa de convertirse en el máximo goleador del Espanyol de siempre en el campeonato liguero con 112 goles, por los 111 de Rafa Marañón.
Así tituló Tomás Guasch -quien premonitoriamente había presentado esa semana la biografía de Tamudo- la crónica del As. Y en inglés lo tradujo Sid Lowe, 'The Fuck of the Century', para que los lectores de The Guardian y The Observer también pudieran inmortalizar esa porción de leyenda.
Concluyeron los partidos en el Camp Nou y en La Romareda, con 2-2 en ambos escenarios y el panorama de LaLiga igual que dos horas antes, pero con un sinfín de emociones en la mochila de los momentos inolvidables. Para bien o para mal.
"Estamos desolados", reconocía Messi. "Teníamos la victoria y el liderato en la mano (nunca mejor dicho) y en un minuto todo se perdió", lamentaba el argentino. Y el Barcelona no era el único damnificado, o el único que no había hecho los deberes.
A todo esto, el Sevilla también había iniciado la jornada con opciones de conquistar el título, a dos puntos de Madrid y Barça. Un triple empate no beneficiaba a los de Juande Ramos sino al equipo de Capello, pero sí uno doble con los blancos.
Así que ya se especulaba incluso con lo que podía suceder en la última jornada si los tres conjuntos alcanzaban los últimos minutos igualados a puntos: un descuido del Barça era la ensoñación para arrebatar LaLiga al eterno rival y, como mal menor para los culés, dejarla en manos del Sevilla.
Pero nada de esto sucedió, porque en esa penúltima jornada, la noche del Tamudazo, no pasaron los hispalenses del empate sin goles en el Ono Estadi. Desecharon una oportunidad de oro, en parte por un claro penalti de Héctor Berenguel sobre el tristemente desaparecido Antonio Puerta que pasó por alto Eduardo Iturralde González, si bien semanas más tarde recibirían como premio de consolación la Copa del Rey, que añadir a la Copa UEFA conquistada antes contra el Espanyol y la Supercopa de Europa cosechada a inicios de curso. Ahí es nada.
Precisamente esa Supercopa europea, disputada en Mónaco el 25 de agosto de 2006 (3-0), fue el primer trofeo que se le escapó a un Barcelona que iba a por siete títulos de la mano de Joan Laporta y de Frank Rijkaard, presidente y entrenador, y que se tuvo que conformar con la Supercopa de España, ganada precisamente al Espanyol no sin la polémica alineación en el partido de ida de Xavi y Puyol, ya que ambos pudieron jugar el encuentro de ida porque habían desaparecido de la convocatoria de un España-Islandia al alegar sendas lesiones.
No obstante, LaLiga 2006-07 no terminó con el Tamudazo. Quedaba por disputarse otra jornada, en la que el Barcelona se deshizo sin problemas del ya descendido Nàstic de Tarragona (1-5) y en la que el Madrid sudó más de lo que es capaz de retener la memoria, en el Bernabéu, frente al mismo Mallorca que venía de arrancarle dos puntos al Sevilla.
De hecho, Fernando Varela avanzó a los de Gregorio Manzano en el minuto 16 y no fue hasta el 67' cuando el añorado José Antonio Reyes obró el gol del empate. Y hasta el tramo final no consiguieron Mahamadou Diarra y el propio utrerano enderezar el rumbo para los blancos, que vencieron por 3-1 y pudieron festejar el campeonato liguero. En Cibeles no faltó alguna bandera del Espanyol, en agradecimiento a Tamudo, por haber protagonizado -en el primero de sus Tamudazos, pues en 2012 escribiría otro para salvar del descenso al Rayo Vallecano- los que probablemente hayan sido los 17 segundos más endiablados de la historia de LaLiga.
Los transistores dieron paso a las redes sociales. Los errores arbitrales en goles con la mano se convirtieron en debates sobre el videoarbitraje y Real Madrid y Barcelona, ahí sí, siguen peleando como antaño por el título de Liga. Pero hay instantes que el aficionado conserva para siempre, y bien lo sabe el protagonista de esta historia, Raúl Tamudo, quien a sus 42 años sigue igual o más vinculado al Espanyol como integrante de la dirección deportiva. Y que desgrana en conversación telefónica con AS aquella mágica velada.
El Espanyol ya no se jugaba nada, desde el punto de vista deportivo. ¿Cuál era su estímulo ese 9 de junio? ¿Pensaba en que podía arrebatarle LaLiga al eterno rival?
Cualquier jugador que va a un estadio como el Camp Nou o el Bernabéu sale siempre motivado, porque desde pequeño siempre sueñas con jugar en esos campos y, sobre todo, con ser protagonista. Yo ese día tuve la suerte de conseguirlo con mis dos goles. Pero no tanto por la repercusión que tuvo a nivel mundial, porque eso es algo externo que a mí se me escapa, sino por lo individual. Salí al Camp Nou a ser profesional, a jugar el partido y a intentar ganarlo. Lo que pasó en otros estadios yo no podía controlarlo.
¿Qué recuerda del instante de la jugada?
Que empezaba a sentir alguna rampa y que incluso me había bajado un poco las medias. Pero Rufete me filtra ese pase al espacio y pienso que es mi último esprint, la última que carrera que podré hacer. Así que me lanzo, busco el balón, controlo y se lo cruzo a Víctor Valdés. Gol.
¿Pasa un solo día sin que alguien le recuerde el Tamudazo?
Al final salió así, dio esa casualidad, y sí es cierto que no pasa un día de mi vida sin que la gente me lo recuerde. Pero con mucho cariño. No me puedo quejar, porque con el paso de los años me tratan con mucho respeto, cariño y admiración tanto los seguidores del Madrid como los del Barça. Al final, ese son el tipo de cosas que te quedan después de una carrera de tantos años, que haya gente de todos los equipos que valoren lo que he hecho en mi profesión, además de lo bien que me lo he pasado desempeñándola.
"Yo celebraba que me acababa de convertir en el máximo goleador liguero en la historia del Espanyol"
Tamudo
En el momento de su segundo gol, usted no sabía lo que entrañaba. Pero después, ¿hubo festejo en el vestuario del Camp Nou?
Cuando entramos al vestuario y me dijeron lo que había pasado, yo siempre he sido en ese sentido un futbolista de perfil un poco bajo. Lo que tenía que celebrar es que me había convertido con esos dos goles en el máximo goleador liguero de la historia del club, por eso fueron especiales. Habrá quien me crea y quien no, pero yo iba al Camp Nou sabiendo que estaba a punto de alcanzar el récord y pasar a la historia del club donde había estado toda mi vida. Celebré los goles por eso, no suelo recrearme en cosas que no me incumben. Obviamente, lo que sucedió fue una alegría, sobre todo para la afición por la rivalidad deportiva que tenemos siempre, y nada más.
Ahora, curiosamente, trabaja codo con codo junto a su asistente de ese 2-2, Francisco Joaquín Pérez Rufete, que es el director de fútbol profesional del Espanyol. ¿Recuerdan mucho aquello?
Sí, lo recordamos, pero no crea que nos recreamos mucho. Es una casualidad que ahora estemos trabajando siempre juntos y hay veces que viene gente al despacho y dice "Rufete, Tamudo, gol". Es lo que se recuerda de ese momento. Es más eso, que nos lo recuerden personas que vienen por la oficina.
¿Qué sentimiento le evoca el Tamudazo?
Me enorgullece haber pasado a la historia de LaLiga, sobre todo por no pertenecer a un club grande, que son los que siempre se llevan los méritos, las portadas y los títulos. Es mucho más complicado pasar a la historia del campeonato español si no juegas en uno de esos dos. Fue una noche feliz, sí lo fue.