La temporada 2000-01 fue la más importante en la historia del Alavés. Un club acostumbrado a vagar por Segunda, Segunda B e incluso Tercera fue capaz de ilusionar a todo un país con una final inesperada. El partido resultó ser uno de los más emocionantes de la historia reciente con 9 goles y una prórroga caracterizada por el gol de oro. Nunca más volvió a haber un partido con esa reglamentación en las competiciones por clubes.

Los de Mané eran un conjunto heterogéneo con jugadores prometedores y veteranos que no habían triunfado del todo en sus clubes anteriores. La defensa era contundente, el centro del campo tenía trabajadores como Desio y Astudillo y jugadores con guante de seda como Pablo, Jordi o Tomic. En la delantera, dos puntas con pegada: Javi Moreno en un año de ensueño e Iván Alonso, con un potentísimo juego aéreo.

El equipo entrenado por Mané y Ondarru tenía la costumbre de concentrar a los jugadores en la localidad pirenaica francesa de Bagneres de Luchon. El hotel era humilde y no había grandes comodidades para enviar un mensaje claro a la plantilla: "somos un club humilde...". Jordi Cruyff, cuando llegó por primera vez a ese stage, bautizó al sitio donde dormían como el "Hotel Cocodrilo". De allí salía mucha camaradería que luego, durante el año, se mantenía con las cenas de los jueves en los txokos de Vitoria. Era otro fútbol en muchos sentidos.

El conjunto albiazul apeó aquel año al Gaziantepspor (0-0 y 3-4), Lilleström (1-3 y 2-2), Rosenborg (1-1 y 1-3), Inter de Milán (3-3 y 0-2), Rayo Vallecano (3-0 y 2-1) y, finalmente, al Kaiserslautern (5-1 y 1-4). Salvo en los últimos cruces, los de Mané solían empatar en Mendizorroza y luego resolvían los emparejamientos ganando a domicilio. Era un equipo muy serio en defensa, con capacidad de montar las contras y con pegada. Una vez que conseguía adelantarse, era muy complicado remontarle. En aquellos años, fue capaz de ganar en Mestalla, el Bernabéu, Camp Nou y otros estadios de primer nivel. Sólo se le atragantaba San Mamés.

La final fue una locura, con más de 10.000 alaveses viajando a Alemania en aviones, trenes o coches particulares. Se montó una carpa una fiesta sin igual en el centro de la ciudad. Incluso se bajó de la torre de la iglesia una figura de Celedón, el aldeano que anuncia las fiestas de Vitoria todos los 4 de agosto. A la vuelta de Dortmund, el equipo fue agasajado por 30.000 personas en la Plaza de la Virgen Blanca, lugar en donde celebran los títulos Alavés y Baskonia.

El choque estuvo marcado por los dos goles tempraneros del Liverpool. Para el minuto 15, ya ganaba por 0-2 (el Alavés ejerció de local). Entre Iván Alonso y Javi Moreno llegó la remontada. Mané realizó dos cambios clave: mediada la primera mitad quitó la zaga de tres centrales y volvió a su clásico 4-4-2 y, en la segunda parte, sacó a Javi Moreno del partido. Se llegó a la prórroga y un gol en propia puerta de Geli echó la persiana a una noche mágica.

• ¿Qué recuerdos tiene de aquella final?

Un poco de todo. Mucha alegría por llegar a disputarla, mucha pena por cómo terminó y un enorme orgullo a fin de cuentas.

• ¿Es cierto que no la había visto hasta hace poco repetida en televisión?

Sí, es verdad. No quería rememorar algunas cosas por miedo a que me hicieran daño pero mi padre murió el pasado 9 de diciembre y, como estuvo en Dortmund, decidí verla de nuevo hace unas semanas cuando la dio Teledeporte en esa política de repasar partidos vintage.

• Y, ¿qué sentimientos tuvo?

Parecidos a los que experimenté en el campo. Me dolió un poco confirmar que el árbitro pitó muy a favor del grande desde el minuto 1. Ellos sólo vieron una cartulina amarilla y nosotros tuvimos dos expulsados.

• Marcó dos golazos al comenzar la segunda parte pero luego fue sustituido. ¿Le ha dado muchas vueltas a ello?

Bueno, seguro que si hubiera seguido en el campo, la habría liado algo más pero hay que entender lo que hizo Mané. Quería reforzar el centro del campo y no tengo nada que reprocharle. Sobre los dos goles, pues una gran alegría porque, en aquel momento, sirvieron para la remontada. Empatamos un partido que se nos había puesto muy cuesta arriba.

• Lo de terminar con un gol de oro, ¿qué le parece?

Pues muy cruel. Hay muchas formas de perder una final y este me parece el peor. Todo el partido a contra corriente y, cuando ya estás esperando a resolver todo a los penaltis, y con nueve jugadores, que llegue un gol en propia puerta y no tengas la opción de volver a empatar no me parece bien. De hecho, desde entonces no volvieron a jugarse partidos con esa reglamentación en finales de clubes. Por algo sería.

• ¿Qué imagen tiene del post partido?

Pues mucha impotencia y dolor. Pero luego, cuando pasa el tiempo, un orgullo enorme. Recuerdo que, ya de madrugada en un Casino donde cenamos, Raúl Gañán empezó a animar la velada y luego, la llegada a Vitoria con 30.000 personas en la Plaza de la Virgen Blanca fue una pasada.

• ¿Cómo está pasando la epidemia del coronavirus?

Bien, en casita. Tranquilo. Es una pandemia y afecta a todo el mundo por lo que pienso que hay que tomárselo con tranquilidad.

• ¿Y su opinión del regreso del fútbol?

Yo lo veo como un error. Lo más importante es la salud y que podamos terminar con el virus. Ahora el fútbol no tiene importancia y tengo mis dudas de que los protocolos que se han previsto salgan bien. Yo daría la temporada por terminada.

El primer año del Siglo XXI fue el de la confirmación de un proyecto que venía de temporadas plagadas de dudas futbolísticas y en que se empezó a ver en Anfield el final de un larguisimo túnel marcado por las tragedias de Heysel (1985) y Hillsborough (1989). También fue el de la ilusión por un futuro plagado de éxitos porque las dos estrellas de aquel gran proyecto eran dos productos de la cantera,Steven Gerrard y Michael Owen, y lo que eso supone de identificación con unos colores y una historia.

Al frente de todo estaba Gerard Houllier, un francés que se enamoró del fútbol en Liverpool mientras hacía su carrera de filología inglesa. La temporada 2000-01 fue la tercera del galo en el banquillo de Anfield y el proyecto ofrecía garantías por la solidez que había dado al equipo. El inquilno de la portería era el neerlandés Sander Westerweld, sobrío, pero que se sentía muy seguro porque por delante tenía la garantía de contar con un auténtico muro formado Babbel, Hyypia, Henchoz y Carragher. El centro del campo ofrecía mucho trabajo y despliegue con McAllister, Hamman y Murphy para que Gerrard pudiera desengancharse de sus obligaciones y llegar cerca del área contraria. Y en ataque aparecía una pareja complementaria (habilidad más potencia) como la formada por Michael Owen y Emile Heskey y un recambio de lujo con Robbie Fowler.

El 25 de febrero llegó la primera alegría del año al ganar la Copa de la Liga al Birmingham en la tanda de penaltis tras un 1-1 en un partido que se jugó en el estadio del Millenium de Cardiff por la obras de Wembley, sede habitual. Así empezaba a crecer la confianza de los reds.

El 12 de mayo volvió a Cardiff para vencer al Arsenal (2-1) en la final de la FA Cup, con Owen como gran protagonista al marcar los dos tantos de la remontada a unos gunners que vivián su época dorada. Ese triunfo no pudo ser celebrado porque cuatro días después, en Dortmund, tenía cita con el Alavés para jugarse el título de la Copa de la UEFA. Esa era la primera final europea que jugaba el Liverpool desde la tragedia de Heysel. La confianza en el triunfo era plena entre los hombres de Houllier y por eso afrontaron el partido con una dosis de suficiencia que les pudo costar caro en la cita del Westfalenstadion. Con 3-1 en el marcador en el minuto 41 se veían campeones y cuando Javi Moreno puso el 3-3 sólo diez minutos más tarde se sintieron aturdidos y sólo la fortuna les dio la victoria con un autogol de Geli en la prórroga. Es curioso, los reds llegaron a la final tras eliminar, desde octavos de final, a la Roma, Oporto y Barcelona encajando sólo un gol y en la final Westerveld recibió cuatro.

Con esa victoria los seguidores del Liverpool presumían del trébol. Pero con el verano llegaron más alegrías. En la Charity Shield, el 12 de agosto, otra vez en Cardiff, venció por 2-1 al Manchester United y doce días después derrotó al Bayern en la Supercopa de Europa 3-2). Así, el Liverpool se convertía en el primer equipo que ganaba cinco copas en un año.

A los trofeos colectivos se añadieron los premios individuales. Michael Owen, autor de 24 goles en la temporada y de una gran exhibición con un hat-trick en la goleada de Inglaterra a Alemania en un amistoso en septiembre, se llevó el Balón de Oro por delante de Raúl y Kahn, mientras que Gerrard recibió el premio de mejor jugador de la temporada. Eran días de alegría en Anfield, aunque el título liguero seguía dando la espalda a los reds y eso enfriaba la euforia. Cuatro años después llegó el aldabonazo con la histórica remontada al Milán en la final de la Copa de Europa de Estambul con Rafa Benítez en el banquillo. Pero eso será otra historia.