El 1 de mayo de 2005, el argentino marcó su primer gol con el Barça. 627 tantos jalonan una trayectoria y explican su proceso de transformación como jugador, en el que ha trascendido a Rijkaard, Guardiola, Tito, Martino, Luis Enrique y Valverde. En las últimas once temporadas completas, ha promediado 51 goles. En la temporada 2011-12, llegó a meter 73.
El 1 de mayo de 2005, hace 15 años este viernes, Leo Messi marcó su primer gol con la camiseta del primer equipo del Barcelona. Ronaldinho, uno de sus primeros mentores, le dejó solo ante Raúl Valbuena. Luego, cuando el chico de Rosario, que todavía no había cumplido los 18 años, dejó correr el balón y lo acarició con el interior de su pierna izquierda para levantarlo por encima del portero del Albacete, se montó la fiesta en el Camp Nou. Virtualmente campeón con ese triunfo, al Barça le había costado encarrilar el partido hasta los últimos 25 minutos. Después del 1-0 de Etoo, el 2-0 sobre la hora de Messi fue una explosión. Después de seis años de travesía en el desierto, el Barça iba a volver a ganar títulos. Y esa foto, la de Ronaldinho levantando sobre sus hombros a Messi, iba a ser una imagen de época.
Desde la temporada 2008-09, cuando se convirtió en jugador franquicia del Barça, ha marcado una media de 51 goles por curso
Quince años después, Messi ha marcado 627 goles en el Barça. Es difícil ponerle un término a esa gesta. 'Marcianada' se le podría acercar. 627 goles en 16 temporadas (una de ellas inacabada), lo que equivale a una media de más de 39 goles por año. La cifra se dispara si se toman los números de Messi desde la temporada 2008-09, cuando realmente se convirtió en jugador franquicia del Barça. Messi sale a 51 goles en las últmas once temporadas que ha completado. Es tal la grandeza de Messi como jugador, que el análisis de su carrera podría proyectarse a través de sus títulos (34 con el club azulgrana), de sus asistencias, de su tremenda influencia en el juego del Barça de las últimos quince años. Incluso de sus seis Balones de Oro o de su capacidad de elevarse sobre personajes de la transcedencia de Guardiola o Luis Enrique. Este no ha sido sino el Barça de Messi en los últimos tres lustros. Y lo continúa siendo. Pero si a goles nos reducimos, en ese apartado también es el mejor.
El cambio de paradigma
Desde que Guardiola llamó a su despacho a Messi la semana del Clásico del 2-6 y le propuso jugar como falso nueve, al argentino le cambió la carrera. Entonces ya empezaba a ser el mejor jugador del mundo sin discusión. Era un tremendo regateador, tenía piernas para arrancar en el centro del campo y terminar en el área, y encontraba los rincones de la portería rival con facilidad. Pero Guardiola tuvo la idea más brillante que pudo pensar para ese Barça. Si también era el mejor delante de la portería, había que acercarlo a ella. Porque fútbol es posesión y estética. Pero fútbol, por encima de cualquier cosa, es gol. Aquel Madrid-Barça se jugó en las postrimerías de la temporada 2008-09, de manera que Messi empezó a ser el especialista goleador del equipo en la 2009-10. Lo que parecía apenas un recurso para desnudar al Madrid de Juande por la querencia de sus centrales a salir de su posición, se convirtió en tendencia. En historia. A pesar de la llegada de Ibrahimovic, que debía ser el killer por excelencia, Messi terminó por anularlo. No sólo marcó 47 goles ese curso, nueve más que la temporada anterior. Guardiola terminó por entender que el sueco no mezclaba con el argentino (siempre acompañó a la marcha del sueco la leyenda de que Messi decía ver otro central y no un compañero en el sueco). Tanto que Ibra acabó la temporada sin ser indiscutible. El escenario obligó a una cumbre de urgencia de Guardiola con Laporta. El tema era Ibrahimovic, pero el fondo de la conversación era Messi y la idoneidad de Zlatan en el dibujo. El Barça terminó por vender a Ibrahimovic y traer a otro goleador reputado, David Villa. Sin embargo, el asturiano era un futbolista mucho más moldeable y dinámico, que ya jugaba volcado a la banda en la Selección para facilitar el fútbol de Torres y, luego, el de los bajitos (Cesc, Iniesta, Silva, Xavi...) por el centro. Su adaptación fue mucho más sencilla. Messi marcó esa temporada 53 goles y terminó pletórico, con los dos goles al Madrid en la semifinal de la Champions en el Bernabéu, uno de los partidos cumbre de su carrera; y el tanto de la final de Wembley, donde encontró socios de lujo en Pedro y Villa, autores de los otros dos goles. "Ese es Leo Messi", se revolvió Guardiola cuando marcó el 2-1; y tembló la Catedral del fútbol cuando reventó el balón, batió a Van der Sar y corrió desatado hacia la esquina donde se reunía un sector de la afición del Barça.
Ha trascendido a todos los entrenadores, aunque la decisión de Guardiola de acercarlo a la portería resultó decisiva
Entre 2008 y 2011, el Barça ya giraba sobre Messi, pero la tendencia se radicalizó en la temporada 2011-12, la más realizadora del argentino desde que es jugador del Barça. Messi marcó 73 goles en 60 partidos, una cifra que, probablemente, no se vuelva a ver en el fútbol. Le metió cinco goles al Bayer Leverkusen en un partido de octavos de final de Champions; y cuatro al Valencia de Emery en una exhibición de época, y al Espanyol (dedicatoria postrera a Guardiola, que había anunciado su adiós). Lamentablemente, a Messi le faltó un gol. El del penalti que falló ante Cech en la semifinal de la Champions. Ese curso, el Barça, que estaba para más, sólo se llevó la Copa y Guardiola se marchó.
Nada cambió con Tito Vilanova. Al contrario, Messi mantenía una gran relación con el técnico que dijo que a Messi no se le podía cambiar nunca. Y el cambio de jefe le vino bien a Messi, que se refrescó un poco. Guardiola fue el mejor entrenador de su carrera, según sus propias palabras, pero el desgaste personal había pasado cierta factura (luego volvieron a acercarse). Con Tito, en la temporada 2012-13, marcó 60 goles. En Liga, Messi firmó su enésimo récord marciano. Entre las jornadas 11 y 29, marcó en todos los partidos. Una vuelta entera haciendo goles. Empezó ante el Mallorca en la jornada once y terminó ante el Celta en la 29. Una lesión le impidió jugar tres partidos. Cuando regresó, marcó tocado en San Mamés y al Betis. Si se cuentan, pues, sólo los días que estaba disponible, estuvo 21 partidos seguidos marcando... Con Martino, al año siguiente, Messi bajó de los 60 a los 41 goles. Fue el fin de un miniciclo para el genio de Rosario. Agotado de jugar, las lesiones mermaron su preparación para el Mundial. Esos problemas de Messi también invitaron al Barça a hacer un cambio. El argentino renovó su contrato antes de ir a Brasil. Un paso atrás para coger impulso.
Llega Suárez y el Messi integral
De manera sorprendente, Messi llegó tocado del Mundial 2014. Pese a jugar lesionado, condujo a Argentina a su primera final 24 años después. A nadie le pareció suficiente. De hecho, a muchos les pareció excesivo que se le concediese el título de mejor del Mundial... A sus 27 años, hubo incluso quien dudó de que su cuenta de kilómetros hubiese empezado demasiado pronto y hay quien advirtió que el chivato de la gasolina podía estar empezando a ponerse en rojo. ¿Se estaba agotando la energía de Messi? A ese terrible augurio, Messi respondió con la que, seguramente, fue la mejor temporada de su carrera deportiva. Plena, feroz, sabia. No fueron sólo sus 58 goles, entre los que se incluyeron el del alirón liguer en el Vicente Calderón y un gol de locos en la final de Copa ante el Athletic. Fue su espectacular dominio del juego. Al Barça había llegado Luis Suárez, que no podía debutar hasta final de octubre por la sanción que le impuso la FIFA tras el Mundial (mordisco a Chiellini). Suárez debutó nada menos que en un Clásico en el Bernabéu. Lo hizo como extremo derecho, a lo Lineker con Cruyff, para respetar la posición centrada de Messi. El Barça perdió 3-1 aquel partido. Messi y Suárez, que habían hecho buenas migas desde el inicio, empezaron a dialogar sobre la conveniencia de intercambiar sus posiciones y, en un proceso casi natural, Suárez se colocó en el único sitio en el que podría triunfar en el Barça, la posición de nueve puro. Messi volvió a la banda. Pero esa sólo era su posición inicial. Messi ya no tenía que ver nada con sus orígenes como jugador. Al contrario, su influencia empezó a alcanzar todo el frente de ataque. Tan pronto se veía a Messi hacer un partido planetario en Manchester ante el City apareciendo por todas las partes del campo (las crónicas señalaron que había sido como el viejo Di Stéfano en las grandes noches del viejo Madrid en la Copa de Europa), como se le veía hacer goles históricos por la derecha (al Bayern en la semifinal de Champions, al Athletic en la final de Copa); por la izquierda (el finísimo del título ante el Atético); como se le veía habilitar a Suárez, Neymar, y a interiores (temporadón de Rakitic) y los laterales. Al último Alves, con quien había mantenido una relación muy especial desde 2008 (siempre calentó con él en las previas de los partidos) y a Jordi Alba, del que ya sabía sería su próximo gran socio.
El Messi de la temporada 2014-15 fue el Messi que tocó la cima, el mejor Messi posible
Seguramente, el Messi de la temporada 2014-15 fue el Messi que tocó la cima, el mejor Messi posible. Por rendimiento, números y títulos. Era el Messi más intocable, el jerarca absoluto que casi provoca un terremoto después de la tormenta por su suplencia (y la de Neymar y Piqué en el primer partido del año 2015 en Anoeta). El argentino mantuvo un rendimiento regular con Luis Enrique y Valverde. En el curso 2015-16 dedicó su tiempo a meter 41 goles pero, sobre todo, a dejar a su amigo Suárez tirar penaltis y darle asistencias para que ganase la Bota de Oro. En la temporada 2016-17, Messi volvió a rebasar el listón de los 50 goles, maravilloso gol incluido en el Bernabéu en una mágica noche de Sant Jordi para el barcelonismo (2-3). Y después de los 54 goles de ese curso en el que, eso sí, sólo pudo llevarse la Copa, los 45 de la temporada 2017-18 (con otro doblete) y los 51 del curso pasado, con otro título de Liga. En esas dos últimas temporadas, con Ernesto Valverde, con quien mantuvo una magnífica relación desde el inicio. 561 goles en las últimas once temporadas completas a una media de locos con 51 goles por curso. Los 24 goles de esta extrañísima temporada en la que Messi ha sumado una lesión que le impidió empezar el curso con normalidad y el parón por el coronavirus, siempre estarán señalados por el asterisco de la pandemia. 627 goles con el Barça, 70 con Argentina. Rozando los 700 y subiendo.
De Drogba a Mbappé
Aunque seguramente no estaba en sus planes al inicio de su carrera, Messi fue alimentando su voracidad goleadora desde la llegada de Guardiola al puesto de primer entrenador del Barça. A estas alturas, no se podría decir que es una sorpresa que haya ganado seis Botas de Oro, pero era más fácil pensar que ganaría seis Balones de Oro, aunque la cifra también sea gigantesca. Sin que él mismo lo supiese durante muchos años, tenía un don con el gol porque nadie lo olisquea y lo localiza mejor que él. Messi ha terminado con aquella dicotomía del fútbol en la que se diferenciaba entre los armadores del juego, esos organizadores con último pase y cierta llegada para momentos especiales, y los matadores. En ese pequeño cuerpo, Messi es todo en uno.
Tiene un don con el gol porque nadie lo olisquea y lo localiza mejor que él
Un dato habla sobre todos de la grandeza de Messi. El argentino ha ido atravesando generaciones de futbolistas gloriosos en su viaje a las seis Botas de Oro. Las clasificaciones de los podios de sus galardones es devastadora. Desde Didier Drogba en 2010 a Mbappé en 2019, Messi ha sido capaz de derrotar a jugadores separados en 20 años. El costamarfileño nació en 1978; Mbappé, en 1998. El primer Messi y este que ya avista el final de su carrera ha tumbado a esos dos cracks. La lista de delanteros a los que Messi superó para ganar sus seis Botas de Oro es espectacular. En 2010, Messi (34) ganó a Drogba (29) y Di Natale (29). En 2012, el argentino, 50 goles, superó a Cristiano (46) y Van Persie (30); en 2013, Messi marcó 46 goles, por 34 de Cristiano y 30 de Cavani. En 2017, Messi (37) pasó a Bas Dost (34) y Aubameyang (31). Los 34 goles de Messi también tumbaron a Salah (32) y Harry Kane (30), los dos delanteros de moda de la Premier en los últimos años. Y el curso pasado, con 36 goles, pasó por delante de Mbappé y Quagliarella, otro entrañable veterano como Di Natale en 2009... Es obvio decir que Messi es el jugador con más Botas de Oro de la historia.
Sus joyas en los partidos decisivos
Como partidos especiales que son, Messi ha firmado alguna de sus imágenes más inolvidables como jugador del Barça en las finales. Hay para escoger. Hay quien se queda con su gol en la final de la Champions de 2009, suspendido en el cielo de Roma para conectar un cabezazo maravilloso que dejó clavado a Van der Sar. El centro, mágico, también, de Xavi, y la celebración del argentino, con la bota quitada mientras Henry se arrodilla para abrazarlo, está en el imaginario de todos los barcelonistas.
Para muchos, el gol preferido de Messi es el de la final del Mundial de Clubes de 2009
Para muchos, el gol preferido de Messi es el de la final del Mundial de Clubes de 2009. Puede que no fuese el más difícil, pero sí es el más simbólico. Un gol de pecho, con el escudo del Barça y el corazón cien por cien azulgrana (rosa aquella noche), después de un centro de Daniel. El gol que le dio el Sextete al Barça y lo elevó como mejor equipo de la historia del fútbol en un año.
Pero hay más. El gol de Wembley, en la final de 2011, con ese festejo de rabia, fue la reivindicación de un equipo hegemónico. En ese momento, sin duda, el mejor del mundo. "Ese es Leo Messi", se volvió Guardiola contra el banquillo después de hacer el break definitivo en esa final para la historia que valió el reconocimiento mundial y el de Sir Alex Ferguson ("nadie nos ha dado una paliza así").
En 2015, Messi metió su mejor gol en una final. Fue en su jardín del Camp Nou, donde se inventó una acción de dibujos animados ante el Athletic. Una jugada de locura que puso las manos en la cabeza de todos los que estuvieron aquella noche en las gradas. El Barça se llevó la Copa y Messi remató el triplete unos días después en Berlín con la jugada del 2-1 que remachó Suárez. Uos meses después, Messi ante su víctima preferida. En la Supercopa de Europa ante el Sevilla en Tblisi, se inventó dos goles de falta que remontaron el gol inicial de Banega. Los dos de distinta factura, ante el portugués Beto, cuando ya era un especialista reputado. Messi ya había amargado finales de Copa y Supercopa de España al Sevilla... Y lo seguiría haciendo.
Messi ha marcado 29 goles con el Barça en 29 finales. Cierto que con 37 partidos jugados porque ocho de ellas fueron Supercopas jugadas a doble vuelta. Aun así, la cifra resulta espectacular. Desde aquel gol al Athletic en la final de Mestalla de 2009 (4-1), al último que no sirvió para nada ante el Valencia en la derrota de 2019 en el Villamarín, años y años con la capacidad de ser determinante en los partidos de la verdad. Y Messi todavía espera una última oportunidad en la Champions.
Del hat-trick a la noche de Sant Jordi
Aunque últimamente ande negado (lleva sin marcar en un Clásico desde el último de la temporada 2017-18), Messi es, de largo, el máximo goleador de la historia de los Clásicos. Lleva 26, por 18 de Di Stéfano y de Cristiano Ronaldo, leyendas del Madrid. Desde el hat-trick de la temporada 2006-07 que le convirtió ya en ídolo indiscutible del Camp Nou, era fácil prever que Messi se relacionaría bien con el partido de más trascedencia del mundo. Su gol más simbólico, sin duda, se produjo en la temporada 2016-17 en el Bernabéu. En el descuento, Messi dio uno de sus famosos pases a la red con el interior de la pierna izquierda. Batió a Keylor Navas y enseñó su camiseta con el dorsal número diez al Bernabéu en un momento de euforia sin igual para el barcelonismo. O tal vez no. Messi también había llevado al éxtasis a la afición en la ida de la semifinal de la Champions de 2011. Entonces, primero remató un centro de Afellay por la derecha. Luego, se inventó una de sus jugadas maradonianas y dejó por el camino a Marcelo y Albiol antes de batir a Casillas con la pierna derecha. Messi ha tenido más goles memorables al Madrid, como los de la Supercopa de 2011 en pleno enfrentamiento Guardiola-Mourinho, o alguno precioso de falta; o los dos de penalti que significaron el 3-4 del curso 2013-14. Llevar ocho goles más que Alfredo Di Stéfano en los Clásicos es subir un peldaño más hacia el número uno indiscutible de la historia.
De todas las maneras posibles
Estéticamente, para muchos, el gol de Messi ante el Getafe en la semifinal de Copa de 2007 sigue siendo su mejor tanto con el Barça. El argentino, que arrancó desde el centro del campo, y no dejó de encontrar enemigos verdes por el camino, calcó la jugada de Maradona en los cuartos de final del Mundial de México. El simbolismo del gol, que alumbraba la llegada de un jugador de época, permite ponerlo en la posición número uno. Pero podría resultar discutible. Las manos en la cabeza de Rijkaard, como las de Robson después del gol de Ronaldo en Compostela diez años antes, también añadieron grandeza y chispazos icónicos a una obra de arte.
Pero, para muchos, ese no es el mejor gol de Messi con el Barça. Algunos lo sitúan en La Romareda, en una jugada en la que le quita el balón a Ander Herrera y deja por el camino a Jarosik y Contini, mientras Ponzio asiste atónito, como Ibrahimovic, a la jugada del argentino, que cruza con eficiencia con su pierna izquierda y firma un gol catedralicio.
El gol del Bernabéu en la semifinal de la Champions de 2011 también es considerado por muchos como el mejor del argentino. Por el slalom y por la importancia. O el de la final de Copa de 2015 ante el Athletic. Y también ante los leones, en San Mamés, una maravilla estética en la temporada 2012-2013. El gol de un pintor desde el balcón del área. Una tremenda sutileza.
El año pasado, contra el Liverpool, Messi lanzó la que probablemente es la mejor falta directa que vaya a lanzar en su carrera
Uno de los goles preferidos de Messi, y que más celebró sin duda, fue el de la ida de semifinal de Champions de 2015 ante el Bayern de Guardiola. Su uno-dos a Boateng, que cayó devastado en una de las primeras imágenes que se convirtieron en virales (tragado literalmente por la tierra), está entre los mejores recuerdos del Camp Nou de Messi. El año pasado, Messi lanzó la que probablemente es la mejor falta directa que vaya a lanzar en su carrera. Ante el Liverpool. Un tiro directo extraterrestre que debía significar una Champions por belleza y que está seguro entre los mejores goles de su carrera, pero que se desvaneció en Anfield. Entre 627 goles, es fácil olvidar alguno. Los hay de falta directa (algunos ortodoxos, otros inventados como el que le clavó a Courtois en el Calderón), de vaselina (como los de Tenerife o el del Villamarín), tras conducciones en los que defensa y portero se vencían; en uno contra uno; de tiros rompedores como la noche de los cuatro goles al Arsenal, de toques sutiles como los que ha metido por debajo de las barreras. Messi es jugador tan grande que se ha permitido el lujo de tirar un penalti a no meter gol, aquel indirecto ante el Celta que fue un guiño al otro gran dios del barcelonismo, Johan Cruyff. Quince años después, a sus pies, señor Lionel Messi.