Emiliano: "La final de 1963 en Moscú casi impide mi boda"

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Emiliano, en las puertas del Palacio de Deportes, donde juega su Real Madrid.

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Emiliano: "La final de 1963 en Moscú casi impide mi boda"

Emiliano Rodríguez fue el mejor jugador español en los 60, un alero de largos brazos, buen tiro y letal al contragolpe. Aún hoy es el octavo máximo anotador de los Eurobasket.

Emiliano Rodríguez (León, 1937) era un alero veloz de largos brazos y gran tiro con una habilidad muy especial para las entradas a canasta. El mejor jugador español en la década de los 60, capaz de codearse con la élite continental en las primeras ediciones de la Copa de Europa. Aún hoy se mantiene como el octavo máximo anotador de la historia de los Eurobasket. Y en 1963 fue el MVP del torneo de selecciones.

Emiliano Rodríguez, una de las primeras estrellas del baloncesto español, ¿cómo le trata la vida?

Me ha pasado de todo en esta pandemia, incluso he estado hospitalizado, pero estoy bien sin entrar en detalles, como suelo decir.

¿Sigue en el día a día del Real Madrid?

Hasta hace nada, tanto Clifford Luyk como yo hemos estado alejados del equipo por las medidas tan estrictas forzadas por la pandemia, después de acompañarlo durante muchos años en los viajes. Ahora las cosas empiezan a normalizarse, echaba en falta la convivencia con el grupo. Al menos podemos ir ya a ver los partidos.

¿Qué le parece su inclusión en la promoción inaugural del Hall of Fame?

Un enorme orgullo que se me tenga presente a mi edad (84), que ya es considerable. Entré en el Hall of Fame de la FIBA junto con Fernando Martín cuando se constituyó en 2007. Luego llegaron Epi y Nino Buscató. Pero que la Federación Española haya tomado la iniciativa de crear un museo de la fama del baloncesto y se haya acordado de mí me llena de satisfacción.

Para los que no lo vieran jugar, usted fue el mejor español en la década de los 60 y uno de los grandes de Europa. Elegido MVP del Eurobasket 63 y aún se mantiene como el octavo anotador histórico de la competición.

Eso se dijo entonces, aunque hayan pasado muchos años. Vivimos una época distinta y hoy el baloncesto es mucho mejor, ha progresado en todos los aspectos. A mí me tocó vivir aquel baloncesto de los 60 y 70 y me siento muy feliz de haber participado en la evolución del juego. Me premiaron en 1963 cuando España no podía pelear por las medallas, sino solo por adquirir protagonismo con un equipo muy pequeño, sin el tamaño y la potencia física que empezaba a imponerse. Nos superaban todos por bastante diferencia, también a nivel de clubes, hasta que llegaron a España y al Real Madrid jugadores como Clifford Luyk y Bob Burgess, y a su vez otros clubes también se reforzaron. Ahí comenzamos a tener una mayor personalidad y a desarrollar un juego rápido y espectacular que nos hizo ganar las primeras Copas de Europa (hasta cuatro consiguió en siete finales). Luego, Luyk, a los tres años de estar en España, se nacionalizó.

Emiliano y Clifford Luyk, en la presentación del fichaje de Serge Ibaka por el Real Madrid, en octubre de 2011.
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Emiliano y Clifford Luyk, en la presentación del fichaje de Serge Ibaka por el Real Madrid, en octubre de 2011.

¿Luyk marcó un antes y un después en nuestro baloncesto?

No hay duda, además eran años de creciente popularidad por las primeras retransmisiones televisas y a los jóvenes que eran altos les despertó esa afición por el baloncesto. Se demostró que había jugadores por encima de los dos metros y cada vez aparecieron más.

Emiliano, un escolta con una altura de 1,87…

Sí, 1,87 u 88 metros, pero una envergadura de 2,05 que me ayudaba mucho en los contraataques y las entradas a canasta para dejar atrás a los rivales. Nuestros primeros pívots nacionales, recuerdo, no llegaban a los dos metros, como Alfonso Martínez y Lorenzo Alocén. Luego, un par de décadas después, llegaría Fernando Martín.

“Por afinidad y sentimiento, me he identificado siempre con Rudy. Su velocidad y sus entradas a canasta me recuerdan a lo que fui”

¿Qué jugador actual le recuerda a usted?

Por afinidad y sentimiento, y viéndolo de una manera muy subjetiva, me he identificado siempre mucho con Rudy Fernández, creo que es un jugador con unas características parecidas a las mías, aunque físicamente sea superior porque tiene más potencia. Me recuerda a lo que fui por su velocidad, su manera de entrar a canasta y su facilidad de tiro. Antes trabajábamos bastante menos en lo físico e incluso algunos tiraban a cuchara, como el citado Burgess, pero esa forma de lanzar desapareció en seguida.

¿Es cierta la anécdota que cuenta Luyk cuando fue a recibirlo al aeropuerto en septiembre de 1962?

Sí. Pedro Ferrándiz llegaba desde Estados Unidos con Luyk, porque acababa de ficharle, y me presentó así: “Este es el mejor jugador de España (o de Europa en otra versión)”. Y Luyk mostró una sonrisa sarcástica y, aunque no dijo nada, luego ha pregonado que pensó: “Pues muy fácil me lo van a poner”. Yo, claro, era mucho más bajo que él y estaba muy delgado. Esa anécdota la ha extendido Luyk por todas partes, pero le respondo que si él vino fue porque yo lo pedí, porque le recomendé a Ferrándiz que me trajera a un tipo que fuera grande, que cogiera los rebotes y que, sobre todo, me los diera a mí (suelta una carcajada).

“Cuando hace 59 años fui a recibir a Luyk, Ferrándiz me presentó como el mejor de España. ‘Muy fácil me lo van a poner’, pensó”

El próximo verano se cumplen ¡60 años! de aquel primer encuentro y todavía siguen teniendo una relación estrecha Luyk y usted, ¿quién se lo iba a decir?

Nadie. Continuamos muy vinculados, con una amistad muy sincera y entrañable, incluso con las propias familias, con los hijos y ahora los nietos.

¿Cómo se engancha Emiliano al baloncesto y acaba en el Águilas de Bilbao?

Empecé en el colegio de los Escolapios en Bilbao con un equipo formado por algunos antiguos alumnos y unos chicos que habían llegado de Filipinas, donde el baloncesto era uno de los primeros deportes del país. Hicieron una campaña de captación de altura y me apunté porque era de los más altos. Así empecé a correr y a saltar por el patio. Mi trayectoria cambia de rumbo con un entrenador americano que da ciclos de conferencias por las capitales de provincia. Me vio y comentó luego en Barcelona y en Madrid que en Bilbao había un chaval que podía jugar muy bien al baloncesto. A partir de ahí se interesó el Real Madrid, fundamentalmente, y en un campeonato de España en Zaragoza, para el que el Águilas se había clasificado como campeón de segunda división, lo que daba derecho a disputar la Copa, me vieron en directo y pusieron el máximo interés en que me incorporara.

¿Qué pensaba su familia?

Eran muy reacios a que abandonara el hogar y Eduardo Kucharski, que también era entrenador en Barcelona, del Aismalibar, vino personalmente a mi casa a Bilbao a conocer a mis padres y los convenció de que me atendería personalmente y de que no dejaría los estudios. Y así fue: terminé la carrera de ingeniero técnico, perito industrial, aunque necesitara un par de años más. Esas dos temporadas en Barcelona me mejoraron mucho, ya que Kucharski me prestó mucha atención y cada día entrenaba con él casi dos horas antes de comer. Empecé a mejorar el tiro, los movimientos de pies, la técnica individual… En 1960, después de dos años, el Real Madrid me fichó y estuve hasta que me retiré en 1973. Creo que hubo un acuerdo previo para que trabajara con Kucharski antes de que me incorporara al Madrid. Había coincidido con él cuando aún era jugador y su partido internacional número 50, el de su despedida, fue el de mi debut. Se preocupó por mí en lo deportivo y en lo personal, guardo un imborrable recuerdo de su familia y mantengo aún algún contacto con los hijos.

¿Tuvo alguna opción de fichar por el Barcelona?

El Barcelona no era el de ahora, incluso posteriormente llegó a retirarse de la competición, pero hubo un momento, cuando yo terminaba la carrera y había conocido a la que luego sería la madre de mis hijos, que no descartaba nada, ni seguir en Barcelona viviendo, porque el baloncesto no era un fin en nuestra vida, en la de nuestra generación, sino un medio, así que pensaba en terminar la carrera, encontrar un trabajo y hacerlo compatible con el baloncesto. Todos los de mi generación, excepto Luyk, que vino con una mentalidad más profesional, éramos estudiantes con mil pesetas en el bolsillo. Quizá pareciera que fuéramos capitanes generales, pero nuestro objetivo era terminar la carrera, como Cristóbal Rodríguez, que fue médico; los Ramos, que hicieron químicas; Julio Descartín, que en paz descanse, que hizo arquitectura… Luego el baloncesto dio un salto vertiginoso y algunos de los que fueron mis compañeros se vieron más beneficiados económicamente.

“Mi salario en el Madrid de los 60 era irrisorio. Me pagaban, eso sí, la pensión. Éramos estudiantes con mil pesetas en el bolsillo”

¿Cuál era su salario en el Madrid de los 60?

No lo recuerdo, pero irrisorio para lo que luego ha sido. Me pagaban, eso sí, la pensión. Como entrenábamos inicialmente por la noche, de diez a doce, no pude estar en el colegio mayor que me habían asignado y vivía en una pensión hasta que me casé y pude formar una familia. Conocí a mucha gente, jugaba al baloncesto y me lo pasaba muy bien.

O sea que el horario de entrenamientos con Ferrándiz era casi de madrugada.

Sí, jugábamos en el Frontón (Fiesta Alegre) y durante el día había otras actividades y el baloncesto era a última hora, entiendo también que las categorías inferiores debían entrenarse a horas más razonables. Nos acostábamos hacia la una y nos costaba madrugar para ir a clase, pero lo hacíamos.

Usted fue un pionero, estuvo en los primeros Juegos Olímpicos de la Selección en Roma 1960, en la primera Copa de Europa que ganó el Madrid en 1964…

Sí, en la primera del Madrid y en tres más. Me tocó vivir una época muy buena en el baloncesto del club. Y en la Selección íbamos progresando. Participé en el campeonato de Europa de 1959 en Estambul, donde quedamos los antepenúltimos de 17 equipos, y antes de dejar la Selección, en los Juegos de México 68, donde terminamos séptimos. Ahora estamos entre los mejores en todas las categorías, también la femenina. Para los pioneros es una satisfacción.

Emiliano, en la portada de AS Color en 1973, el año de su retirada.
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Emiliano, en la portada de AS Color en 1973, el año de su retirada.

Se perdió por un pelo la plata del Eurobasket 73 en Barcelona, el primer bombazo antes de los 80.

A posteriori y viendo el resultado final, podría decir que me precipité (se ríe). Dejé la Selección justo en el anterior campeonato (en 1971) porque tenía 34 años y era una exigencia grande, casi un mes en verano, con mi actividad profesional encarrilada e hijos pequeños. Esas ausencias de casa resultaban difíciles. En lo físico, hubiera aguantado hasta los 36 años porque no tuve lesiones graves. Desde mi estreno internacional en 1958 y hasta casi mi adiós jugué todos los partidos que disputó España.

¿Se cuidaba más que el resto?

Estaba muy pendiente de no hacer excesos de ningún tipo y de cumplir con el trabajo físico, y supongo que algo de genética también hubo.

En esos años, con un Joventut más fuerte que el Barça, ¿Nino Buscató fue su gran rival además de un gran amigo?

Fuimos compañeros durante muchos años en la Selección, también era de los que se lesionaba poco y, aunque se perdió algún partido, acabó superándome en internacionalidades porque jugó dos años más y llegó hasta la plata de 1973 (Buscató, 222 encuentros y Emiliano, 175). Cuando nos retiramos, estructuramos a través de la AEBI (Asociación Española de Baloncestistas Internacionales), que había sido una creación de Raimundo Saporta, una serie de ayudas que permitieran a los jugadores compatibilizar sus trabajos con el baloncesto. Organizamos el primer campus en España, en Málaga, en el colegio Cerrado de Calderón, con un gran éxito. Seguimos celebrándolos durante 15 años, cuando entonces no lo hacía nadie. Eso consolidó nuestra amistad y aún nos vemos con cierta frecuencia. De hecho, estoy seguro de que en la siguiente promoción de este Hall of Fame entrará Buscató y, en mi opinión, debería estar también Clifford Luyk.

Ha hablado de Kucharski, de Luyk y de Buscató, ha mencionado a Ferrándiz y a Saporta, ¿qué personaje de su época le marcó más?

En mi vida personal, Kucharski tuvo una gran incidencia. E igualmente Paco Díez, impulsor del baloncesto vizcaíno, que me ayudó a ir al Real Madrid. Y una vez allí, Raimundo Saporta, que era el factótum del baloncesto español, también tuvo tiempo de preocuparse por mi desarrollo personal. Igual que Anselmo López, muy relevante en nuestro deporte. No los voy a olvidar, como a Pedro Ferrándiz, que trataba de que no me faltara nada.

¿Guarda alguna anécdota de los primeros partidos internacionales, de esos duelos ante los soviéticos en la Copa de Europa?

Sí, una graciosa ante el Dinamo de Tiflis. Josep Lluís Cortés, Lluís, que luego fue durante 20 años ayudante de Díaz-Miguel en la Selección, me gritaba “let’s go” cuando cogíamos el balón y yo no entendía nada. En un tiempo muerto le pregunto: “Lluís, ¿qué co… me estás diciendo de Glasgow?”. Y me responde: “No, te digo que vamos, let’s go”.

¿Cuál fue el impacto de ganar por primera vez a los equipos del Este, incluidos los soviéticos, y conquistar las primeras Copas de Europa?

La nuestra fue la primera delegación deportiva autorizada a viajar a Moscú y eso tuvo mucha relevancia por la época en la que vivíamos sin apenas actividad internacional. El baloncesto ayudó a abrir fronteras.

¿Y recuerda aquel partido de desempate en Moscú, en la final de 1963, en el Palacio de Deportes Lenin, ante unos 17.000 espectadores?

"En el Fiesta Alegre jugaba cómodo, con humo y la pared del frontón ocupando un lateral del campo"

Sí, y con cierto cariño. La vuelta fue el 31 de julio y el tercer encuentro, el de desempate, el 1 de agosto, lo que casi impide mi boda. Yo me casaba el día 5 y pensaba que a ese ritmo no iba a llegar a tiempo. En Madrid ganamos por 17 y en la vuelta perdimos por 17 y también caíamos en el desempate, de nuevo en Moscú. Perdimos con mucha honra y pude casarme con mis compañeros presentes. Creo que era una de las primeras veces que jugábamos ante tantos espectadores, porque en casa lo hacíamos en el Frontón Fiesta Alegre, que tendría una capacidad no muy superior a las 1.200 personas y muy apretadas. En Moscú nos sorprendió la gente y el griterío. En el Fiesta Alegre jugaba cómodo, con humo, calor y la pared del frontón ocupando un lateral del campo. Había que acostumbrarse y nosotros lo estábamos.

Y en 1973 se retira y… aún hizo sus pinitos como entrenador.

Dejo de jugar y me dedico a mi profesión, también tenía un contrato de promoción del baloncesto avalado por el Consejo Superior de Deportes. Estuve un tiempo en esa labor y un día me llama Clifford Luyk y me dice: “¿No te apetecería entrenar al Valladolid?”. Me reuní con ellos y llegamos a un acuerdo para que me hiciera cargo del equipo durante tres años, tenía el gusanillo del baloncesto, de entrenar, y acepté. No me equivoqué, pero me sirvió para darme cuenta de que no era mi vocación porque intervenían muchos factores. Fui de buena fe, de mano del presidente del club, un médico de prestigio, acordé las condiciones, pero los resultados no eran muy buenos y al presidente le pusieron una moción de censura y me vi desamparado porque no habíamos firmado ningún tipo de documento. Me ofreció firmarlo a posteriori y no me pareció prudente, me volví a mi casa. Aguanté tres meses hasta las nuevas elecciones.

Y años después acaba volviendo al Madrid…

La historia es muy diferente. Primero, participo en una campaña en la que se presenta Florentino Pérez a la presidencia del club, donde Pedro Antonio Martín Marín iba a ser el responsable del baloncesto, pero perdemos las elecciones. Cuando Florentino se presenta a las siguientes ya habíamos constituido la asociación de veteranos del Real Madrid de baloncesto y me habían elegido como primer presidente, así que no podía participar en la campaña posicionándome por uno o por otro. En esas elecciones sí vence Florentino y me transmite que cuenta conmigo. Tratan de nombrarme presidente de honor del baloncesto, pero los estatutos no lo permitían, porque solo se admitía la presencia de un presidente de honor y ese era Alfredo Di Stéfano. Entonces me incorporé al staff como asesor y así llevamos 20 años. Ahora soy presidente de honor de la asociación de veteranos, vinculada al club, y patrono de la Fundación Real Madrid. Y luego se incorporó Clifford Luyk, los dos le estamos muy agradecidos al club y hemos vivido una etapa muy feliz, la de ahora con Pablo Laso.

¿Le recuerda la etapa actual a la de su Madrid de los 60 y 70? ¿Es una nueva edad de oro?

Sí, lo es. En la historia deportiva de cualquier club siempre hay curvas, pero desde que Pablo Laso se incorpora solo hay elogios de todo tipo, un hombre que ha demostrado su capacidad para llevar a un grupo de profesionales, lo cual es muy difícil, y mantener al Madrid peleando por todo y feliz. Lleva 11 temporadas seguidas y no me extrañaría que superara las 14 de Lolo Sainz.

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