El boom del baloncesto español en los 80 tuvo un director de orquesta indiscutible, Juan Corbalán. Plata olímpica y MVP del Eurobasket 83. Ganó 12 Ligas y 5 títulos europeos.
Juan Antonio Corbalán (Madrid, 1954) es uno de los muy grandes del baloncesto español, el base que dirigió el boom de hace 40 años, MVP del Eurobasket 83 y capitán en la plata de Los Ángeles 84. Con el Real Madrid ganó 12 Ligas y 5 títulos europeos y, tras dos años retirado, volvió en el curso 90-91 para despedirse en Valladolid al lado de Arvydas Sabonis. En 1980 se licenció en medicina y aún ejerce como cardiólogo y especialista en medicina deportiva.
Lo apodaron Von Karajan por su talento para dirigir la orquesta sobre el parqué y ahora es uno de los ocho elegidos por su pasado como jugador para entrar en esta primera promoción del Hall of Fame español. Uno de los mejores bases de la historia de nuestro baloncesto y un grande en la Europa de su época, la de los 70 y los 80.
¿Le ilusiona este reconocimiento?
Suelo decir que en el deporte la gloria es efímera y que se acuerden de uno tantos años después para inaugurar un reconocimiento en el tiempo, como este Hall of Fame, es algo emocionante.
La vida y el baloncesto, como escribió en uno de sus libros, ¿se pueden separar?
A mí me resulta muy difícil. El baloncesto me ha acompañado toda la vida desde que en 1963, con 9 años, empecé a jugar al recién inventado minibasket en mi colegio, el San Viator, en el barrio de Usera, que entonces estaba muy a las afueras de Madrid. Desde entonces no lo he podido dejar, aunque ahora tengo la sensación de que él me ha empezado a dejar a mí, porque cada vez es más difícil encontrar un hueco y un grupo de amigos. Algunos compañeros aún juegan con 70 años, pero no le saco placer a deambular por el campo.
¿Es de los que necesita estar en contacto de vez en cuando con el balón?
Antes de la de la pandemia me juntaba con Quique Villalobos y algunos amigos y hacíamos sesiones de tiro para ver cuántos triples metíamos en dos minutos, en cinco… Ahora tampoco puedo lanzar demasiado porque me duelen las rodillas y me cuesta saltar. Pero sí, es bueno tocar el balón de vez en cuando.
¿Sintió alguna vez una llamada definitiva que le empujara a ser jugador?
No sé si alguna vez pasó eso. Nunca me vi en la necesidad de elegir porque la realidad atropelló mis sueños, las cosas sucedían antes de que las soñara. El Madrid me contrata en 1970 aún con 15 años y al verano siguiente debuto con la Selección cuando todavía no tenía ficha del primer equipo, aunque había participado en algún partido como invitado.
El Madrid me contrata en 1970 con 15 años y al verano siguiente debuto con la Selección cuando todavía no tenía ficha del primer equipo
¿Cómo se aterriza de adolescente en un vestuario como el de aquel Madrid con Luyk, Brabender, Emiliano, Vicente Ramos…?
Con emoción, aunque el paso lo di poco a poco porque primero participé en algunos entrenamientos antes de vestirme para jugar. No era nada mitómano, pero sabía que estaba tocando el cielo. Luego, una vez que te pones el pantalón corto y echas a correr parece que todos nos igualamos un poco.
Si hubiera jugado ahora, ¿sería más parecido a La Bomba Navarro que a un director de orquesta?
No lo sé, Navarro ha sido grandísimo, uno de los mejores de siempre, pero es cierto que hasta que me fichó Lolo Sainz (técnico entonces en la cantera del Madrid) era muy anotador, en algunos partidos metía casi la mitad de los puntos de mi equipo. Era hábil y muy rápido, encestaba en contraataque y penetrando, aunque aún necesitaba aprender a tirar bien. Lolo me ayudó muchísimo a adaptarme a la posición de base, me enseñó lo que un equipo necesita y no me fue mal, creo. Hay cinco jugadores que pueden anotar y no hay tantos para botar y llevar el balón rápido a donde debe llegar para sorprender al contrario. El base es un temporizador, sabe si correr o no, quién está en racha, si hay que jugar por dentro o por fuera… En el Madrid no recuerdo jamás un bloqueo para que lanzara yo, aunque alguna vez me salía de los sistemas. Y mantuve cierta capacidad ofensiva que me permitió en aquellos primeros años actuar de dos si los aleros se lesionaban.
En su último partido internacional con el Madrid, en marzo de 1988 en Zagreb, camino de los 34 años, encestó 13 puntos en la segunda parte en la vuelta de la final de la Copa Korac para remontar y acabar con la racha negra frente a Petrovic.
Sí, por fin ganamos a la Cibona de Petrovic después de bastantes derrotas contra él en la Copa de Europa y justo antes de que ese verano llegara al Madrid (el genio de Sibenik firmó 47 tantos aquella tarde). Cuando veía que los aleros estaban sobremarcados o no tenían el día, sabía que era el momento de arriesgar. Un magnífico recuerdo, porque teníamos una espinita clavada, una alegría enorme para el equipo y también para mí.
Ahora que recordamos a Petrovic, ¿qué duelos le marcaron más?
Los jugadores que más me marcaron fueron los que me permitieron sacar el mejor deportista que había en mí, y esos fueron los compañeros con los que me formé en mi puesto: Vicente Ramos y Carmelo Cabrera, y al final José Luis Llorente. Ellos sacaron lo mejor de mí y luego también tuve la fortuna de cruzarme con grandísimos rivales: el italiano Marzorati, el yugoslavo Giergia (o Djerdja), el israelí Aroesti, el ruso Eremin… En España también me enfrenté a Solozábal, Costa, Creus y, antes, a Miguel López Abril, fallecido recientemente. También a Juan Martínez Arroyo, del Estudiantes, lo que pasa es que en los 70 tuve menos convivencia con ellos porque los tres bases del Madrid éramos los que solíamos acudir a la Selección. Más tarde, en los 80, sentía a los nuevos bases como una continuación mía, porque desde mi aparición observaba cierta uniformidad: buenos defensores y jugadores de equipo con un gran control del partido, pero también muy rápidos y con buen tiro para cuando era necesario. La Selección era el equipo de baloncesto, al margen de la NBA, más rápido del mundo. Me viene a la memoria Vicente Gil… todos cortados por un patrón similar.
Se retiró de la Selección en los Juegos de Los Ángeles en 1984, en la cima de su carrera con 30 años recién cumplidos, ¿no cree que dejó algo huérfana a España a dos años de organizar el Mundial en casa?
Le comuniqué mi decisión a Antonio Díaz-Miguel en el Preolímpico de París, dos meses antes de los Juegos de Los Ángeles, y me dijo que, si seguía, me garantizaba llegar hasta Seúl 88, pero anímica y mentalmente estaba saturado y, a la vez, necesitaba tiempo para dedicarlo a la medicina (se licenció en 1980 y aún hoy, con 67 años, ejerce como especialista en medicina deportiva). Si no arrancaba y dejaba pasar más tiempo, sentía que podía tirar mis estudios. Lo había dado todo y me impresión es que había otros que podían cubrir mi puesto y tenían ese derecho. Lo que pasó es que quizá los jugadores se habían acostumbrado mucho a mí y me echaron de menos unos años. Cuando me retiré estaba en muy buenas condiciones y, de hecho, en 1990 volví a jugar en Valladolid después de casi dos años retirado y clasificamos al equipo para la Copa Korac. Creo que un gran jugador debe irse cuando siente que hay gente capaz de sustituirle, aunque algunos optan por jugar muchísimos años y ser los más longevos. Mi opinión es que una gran figura no debe retirarse siendo un suplente claro.
Dejé la Selección en Los Ángeles 84 con 30 años recién cumplidos. Mi opinión es que una figura no debe retirarse siendo un suplente claro
Valladolid, 1990, ¿cómo fue su experiencia con Sabonis en Pucela?
El club quería un base con cierta experiencia que pudiera estar al nivel de la categoría internacional de Arvydas Sabonis. Hablé muchas veces con él para decirle lo importante que era y que aquel equipo no estaba solo para que metiera un montón de puntos, sino que sus compañeros lo necesitaban también fuera del campo. Le llegué a decir que para algunos de ellos el mejor recuerdo que tendrían en su vida es que jugaron con él, así que debía mostrarse cercano y hacer que esa experiencia mereciera la pena. Su realidad en el día a día era muy difícil, porque estaba muy lesionado y tenía que hacer un grandísimo esfuerzo, un proceso en el que fue clave Javier Alonso, el médico del Valladolid. Pese a sus limitaciones físicas, en España acabó siendo mejor jugador de lo que era antes y fichó por el Madrid. Recuerdo que al principio me ponía unas caras malísimas porque le decía que mejor recibiera el balón en el lado hacía el que se podía girar (hacia la derecha), porque para el otro no podía hacerlo igual de bien. Y hasta que no se situaba ahí, no empezaba ningún sistema.
¿Los jugadores españoles de su generación eran más prosoviéticos que yugoslavos? Y no hablo de política.
Yugoslavia ha dado jugadores maravillosos, un milagro de la naturaleza con 20 millones de habitantes, pero en la pista eran más pendencieros, más de pelea, hacían los partidos broncos. Los soviéticos, en cambio, eran más disciplinados y respetuosos, se hacían querer y jugamos muchos amistosos contra ellos. Traían caviar de su país y otras cosas y las vendían, y nosotros se las comprábamos. Luego he mantenido el trato con algunos de ellos. Anatoli Myshkin, por ejemplo, es alguien al que quiero mucho.
Estuvo en el Madrid campeón de Europa de los 70 y vivió el boom del baloncesto con la Selección en los 80, ¿socialmente notó el incremento de la popularidad de una década a otra?
En algunos momentos éramos casi más conocidos que los futbolistas. Eso duró hasta que apareció la Quinta del Buitre
Sí, muchísimo. Los resultados con el Madrid estaban ahí, pero la Selección de baloncesto dio el espaldarazo final, unos años que coincidieron con la huelga del fútbol, una mala racha del Madrid y del Barça y años oscuros de la Selección, así que la gente se desconectó un poco del fútbol y nos dio a nosotros una popularidad enorme, tanta que en algunos momentos creo que éramos casi más conocidos que los futbolistas. Eso duró hasta que apareció la Quinta del Buitre y el fútbol recobró el enorme protagonismo que había tenido siempre mientras que nosotros nos fuimos poco a poco apagando. De la explosión de 1984 a vivir más tarde en los 90 una década muy mala, con los Juegos de Barcelona y el famoso Angolazo de por medio.
Y más tarde llegaron los júniors de oro, ¿ve ahora riesgo de otro bajonazo?
Hay que estar preparados. Antes, los principales clubes españoles agrupaban a la base de la Selección nacional y permitían contar con un equipo estable, ahora, en los clubes no hay cabida para todos, como mucho uno o dos jugadores en cada uno, el resto están repartidos, también en la NBA. El momento para el baloncesto de clubes es bueno porque la ACB se ha convertido en la segunda mejor liga tras la NBA, pero ha perdido un poco esos equipos nodriza donde siempre había varios internacionales, pienso en el Joventut, el Zaragoza...
¿Aún opina que el futuro del baloncesto europeo pasa por una gran liga continental?
Sí. Sé que es muy controvertido y que forzaría una reorganización enorme de nuestro baloncesto, pero creo que acabará siendo así. Considero que Europa deberá tener una única gran liga, aunque yo quizá no lo vea, que actúe a modo de conferencia de la NBA, incluso con dos conferencias, y con un mercado libre de jugadores de todos los países. Creo que vamos hacia ese baloncesto global y supondría una ventaja publicitaria sobre otros deportes, incluso el fútbol, pero se requerirían grandes empresa o multimillonarios que se hicieran cargo de los equipos para tener esa continuidad, y un planteamiento aún más profesional en Europa, donde existen desequilibrios enormes. El salario de uno o dos jugadores de los grandes puede equivaler al presupuesto completo de algunos clubes. Eso no es compatible con una competición reñida y justa. Ahora bien, el baloncesto europeo habría que tratarlo como un todo, no por países, y establecer divisiones. Primero que hubiera una grandísima liga y luego una categoría imperante en cada país con unos planteamientos más parecidos a los actuales. En este momento es ciencia ficción y, si tuviera que apostar, diría que podría ocurrir en un plazo de 10 o 15 años. La NBA dispone de un modelo bien pensado, aunque igualmente se le podría dar una vuelta. Para mí los playoffs cuentan con demasiado peso, pero esa es otra cuestión, allí la tragedia final gusta mucho.
¿Qué grandes momentos recuerda de su carrera? No me refiero a los títulos y sí a situaciones que le dieran un espaldarazo.
A mí me marcó muchísimo que Díaz-Miguel me llevara a la Selección sin haber pasado por la primera división. Había jugado ya con el Madrid, pero solo como invitado, carecía de ficha en el primer equipo. Así que tuve la gran fortuna de destacar desde muy jovencito y pude mantenerme, esa continuidad me permitió ser el jugador que fui. Y me enseñó mucho entrenarme a diario con Vicente Ramos y Carmelo Cabrera. También valoré bastante los 11 o 12 partidos que disputé con la selección europea, donde estuve a las órdenes de grandes técnicos como Aza Nikolic, Sandro Gamba, Giancarlo Primo, Alexander Gomelski… y con los mejores jugadores. En una carrera vas creciendo poco a poco y en encuentros determinados subes un escalón de golpe. Recuerdo en concreto una eliminatoria contra el Zadar de Pino Giergia, un histórico yugoslavo, con dos partidos fabulosos. Esos momentos me marcaron y también la Selección desde 1980, cuando empezamos a ser favoritos para subir al podio cuando antes ni lo soñábamos. Pasamos de ser el séptimo equipo a pelear por las medallas, esa ascensión determinó la madurez de nuestra generación.
¿Qué entrenador le marcó más?
El que me transmitió su baloncesto y lo que el equipo necesitaba de mí fue Lolo Sainz. Me acogió cuando era un niño, me educó y me enseñó su método. Y más tarde tuve la confianza de Pedro Ferrándiz, que, aunque le costó al principio, me hizo titular a los dos años de estar en el equipo y fue un paso muy importante. Y, claro, Díaz-Miguel, que era como la continuación de mi club. A los tres los considero como mis padres deportivos y si me hubiera fallado una de esas patas, posiblemente Corbalán no hubiera sido lo que fue.
¿Qué me cuenta de la huella que le dejó Mirza Delibasic?
El Delibasic del Europeo júnior de 1972 es el jugador más grande que he visto. Nunca volví a ver a nadie como él, para mí, el mejor de siempre
Muchos lo descubrieron en 1981 al fichar por el Madrid, pero yo lo conocía desde muchísimo antes, cuando teníamos los dos 15 años (ambos nacieron en 1954). Siempre he contado que el Mirza de 18 años que disputó el Europeo júnior en Zadar (1972) es el jugador más grande que había visto hasta entonces, incluida la categoría sénior. Y nunca volví a ver a nadie como él. Ya sé que hay muchos nombres y que es difícil, pero para mí es el mejor de siempre.