Tres MVP, miembro del Hall of Fame y desterrado al olvido. Uno de los jugadores más infravalorados de la historia, con la época y el apellido como condenas.
El tiempo puede ser cruel. Sobre todo, si te adelantas, si vas un paso por delante. Entonces, cabreado, te intenta esconder en el último recoveco de su dimensión. Dicta sentencia y te condena al olvido. Qué culpa tendría Malone de su genialidad. De anticiparse a todo el mundo, de saltar en el momento justo. Un pívot inteligente (muy a pesar de algunos), amigo íntimo de los espacios y con un contador imposiblemente mejor calibrado para envolver la pelota tras su contacto con el tablero y el aro. Su único error fue destacar demasiado pronto. Cultivó la tierra, junto a Magic, Bird y tantos otros como él, para que floreciera la NBA moderna, la mejor liga del mundo. Una explosión tan positiva como irreverente con los que quedaron eclipsados. Después, llegó el otro Malone, Karl, para terminar de pisotearle. Para condenarlo a desaparecer del imaginario de los más jóvenes. 3 MVP, 12 All Star NBA, 1 All Star ABA, 6 temporadas de liderazgo en el rebote y un monopolio absoluto en el ofensivo que, raramente, se hacen un hueco en la memoria presente.
2003 es un año grabado como mandamiento sobre tabla en la memoria de cualquier seguidor de la NBA y del baloncesto en general. Michael Jordan se despedía definitivamente de la competición y, tras él, llegaba un jovencísimo LeBron James. Caprichos de la narrativa. Lo hacía acompañado de una de las mejores camadas de la historia (Carmelo Anthony, Dwyane Wade, Chris Bosh...), pero sobresaliendo igualmente. Por muchos motivos. Entre ellos, el hecho de llegar directamente desde el instituto. Tenía 18 años, pero ya había firmado un contrato de 90 millones con Nike y sido portada de Sports Illustrated. El mayor hype de la historia de la competición, cuando éste aún no era mainstream. Sin tanto ruido, antes que él, ya lo habían hecho otras leyendas, como Kevin Garnett, Kobe Bryant o Tracy McGrady. Todos ellos, tocados por una varita que Moses Malone cargó de precocidad.
"Creo que se están aprovechando de Moses", decía Lefty Driesell al enterarse de la llegada de Moses a la ABA, al baloncesto profesional. Era el verano de 1974 y Driesell, entrenador de la Universidad de Maryland, cumplía un año tras los gigantescos pasos de Malone, un pívot de 19 años que, a los 12, ya media 192 centímetros. Lo tenía todo para destacar desde temprano, aunque su primer contacto con el baloncesto fue más tardío de lo habitual. A fuego lento, con fina ironía. No sintió curiosidad por el deporte hasta pasados los trece, pero, una vez tocó la pelota, ya no la soltó, replanteando los postulados de Newton y opositando a ese sudor que huele a calle, a barrio, a baloncesto: el esfuerzo ya no le abandonaría, ni esa extraña atracción que sentía por el balón. O el balón hacia él, qué más dará. Tal y como explica en varias entrevistas, las horas de sus siguientes meses estarían copadas por aros, redes y tableros, únicamente interrumpidas por el desgaste de unas zapatillas que, raramente, podía cambiar. Su apetito baloncestístico se volvió insaciable y llegó, incluso, a jugar contra los reclusos de una prisión cercana. "Ahí es donde fui a la universidad", dijo, en declaraciones recogidas por la propia página de la NBA.
Moses Malone creció muy alejado de lo idílico. Por las noches, cuando no refrescaba, se subía al techo de la granja en que vivía. Ingenuo, contemplaba las estrellas, sin saber que terminaría jugando con ellas. A su espalda, quedaba un edificio atrofiado, con agujeros haciendo de ventanas y un sistema de iluminación que fallaba más de la cuenta. "Estaban arruinados. La casa no tenía ni pintura. Todo el barrio era así, extremadamente pobre", explicó Larry Creger, que terminaría llevándose a Malone a Utah Stars, al escritor deportivo Terry Pluto, que recoge la cita en el libro Loose Balls: The Short, Wild Life of the American Basketball Association.
Su apetito baloncestístico se volvió insaciable y llegó, incluso, a jugar contra los reclusos de una prisión cercana. "Ahí es donde fui a la universidad"
Por esas mismas cuatro paredes, por llamarlas de alguna forma, pasaría un ojeador tras otro. Los artículos de la época sitúan en 300 las ofertas universitarias que el joven Malone llegaría a tener sobre la mesa. No todas de baloncesto, algunos le aconsejarían el béisbol como la vía más rápida para abandonar la pobreza. Una insensatez que hubiera adquirido dimensiones tan legendarias como las del propio jugador.
Cada una de ellas estaría justificada. Moses había llevado al instituto de su ciudad, el Petersburg High School, a conseguir dos campeonatos estatales consecutivos; sumando, en uno de ellos, 50 victorias sin interrupción. Su madre, Mary Malone, que luchó durante gran parte de su vida contra serios problemas de salud, y que tuvo que echar a su marido de casa por alcoholismo, le acompañaría en la mayoría. Estaban muy unidos, vivían solos y el apoyo mutuo era lo único que tenían. Mery, en una lucha constante por mantenerse en pie a la vez que nutria económicamente el hogar, nunca permitió que su hijo tuviera que mancharse las manos. "No me gustaba la idea de que tuviera que ponerse a trabajar desde pequeño. Sabía lo difícil que es levantarse por la mañana y no quería que lo hiciera él también", explicaba, en 1979, al periodista Frank DeFord.
En una entrevista para Playboy, Malone recordó esa época como la excepción a la regla. Como la ilusión del niño que nunca fue. "¿Presión? ¿Presión dónde? ¡Fue divertido! Viajaba cada vez que tenía un descanso. Visité al menos 26 universidades. Crecí pensando que Petersburg era la mejor parte del mundo; pero cuando comencé a visitar otros Estados, me di cuenta de que Petersburgo era la única parte del mundo que había visto. No cambió mi sentimiento sobre Petersburgo, pero las cosas eran muy diferentes en la costa Oeste, en el Suroeste, en Hawai, en todas partes", recoge la revista. El mundo se abría a sus ojos. Entero. Con todas sus posibilidades y peligros.
Maryland fue la elegida, aunque por poco tiempo. Era una buena opción, la que le permitía seguir más cerca de su madre; pero el dinero, un anzuelo para cualquiera, era una trampa bendita en sus circunstancias. Pisó las aulas durante tres días, hasta que recibió la llamada del Utah Stars. Había convenido a Larry Creger. Había convencido a la historia: tenía 19 años y ponía rumbo a la ABA, al baloncesto profesional, sin haber debutado en la liga universitaria. Como LeBron, como Kobe, como Garnett, pero mucho antes.
De la ABA a la NBA: tejiendo la historia de la competición
En 1967, los Philadelphia 76ers rompían con la mayor hegemonía temporal en la historia de la NBA: tras ocho anillos consecutivos, los Celtics de Bill Russel, John Havlicek, K.C. Jones y compañía hincaban la rodilla. El caprichoso guion de la mejor liga del mundo querría que, 16 años después, los mismos Sixers fueran los verdugos del férreo duopolio entre Boston y Lakers; pero aún falta para ello.
Mientras Bill Russell encajaba su primera, y única, derrota en unas finales de la NBA, el empresario Dennys Murphy se aventuraba con la creación de una nueva liga de baloncesto: la American Basketball Association (ABA). El qué estaba claro y el cómo, también: competir con la NBA por el monopolio del baloncesto profesional a través de un juego más desenfadado, sometido a la tiranía del espectáculo y del envoltorio. "¡Viva el showtime!" ¿Les suena? La ABA, a pesar de su estrepitosa caída en el intento, influiría notablemente en la NBA que hoy conocemos. A ella le debemos la línea de tres puntos (la NBA la adoptó en 1979) o los concursos de mates (no llegaron a la NBA hasta 1984). Cosas del destino, o no, Julius Erving, el Dr. J, se haría con la primera victoria en el certamen de los vuelos y los machaques.
Cuando le contratamos sabíamos que tenía mucho talento, pero no tanto. Puede ser el mejor reboteador ofensivo de la historia
Bucky Buckwalker, entrenador de Utah Stars (1974)
Ahí llegaba Malone, con un millón de dólares bajo el brazo y un contrato por cinco años que, aunque hubiese querido, no hubiera podido respetar: era 1974 y a la ABA sólo le quedaban dos años más de vida. Idóneo para alguien a quien las etapas siempre le quemaron.
En su primera, y única, temporada con los Stars, promedió 18,8 puntos, 14,6 rebotes y 1,5 tapones. Con 19 años y menos de 100 kilos, casi nadie le podría hacer sombra bajo el aro. Tan espigado como especial, se coló en el quinteto ideal de novatos y empezó a escribir un capítulo del baloncesto del que es autor, pero del que también firma el prólogo y el epílogo: "Cuando le contratamos sabíamos que tenía mucho talento, pero no como para hacer lo que está haciendo ahora. Tiene capacidad para ser el mejor reboteador ofensivo de la historia", llegaría a decir, ya por aquel entonces, Bucky Buckwalker, entrenador y visionario. Terminó la temporada como líder en rebotes ofensivos y quinto en la clasificación de los totales.
De Utah se mudó a Saint Louis, donde sólo llegaría a disputar media temporada. Año raro. Por todo. En los Spirits, bajaría notablemente sus prestaciones, pasando a un 14,3+9,6+0,7, jugando de ala-pívot y en una liga que se ahogaba entre deudas. New York Nets, Denver Nuggets, Indiana Pacers y San Antonio Spurs se exiliaban a la NBA, en una especie de fusión con la ABA y, junto a dichas franquicias, Rick Barry, David Thompson, George Gervin, Artis Gilmore, Connie Hawkins, Billy Cunningham, Spencer Haywood o Doug Moe. Una nueva constelación empezaba a orbitar. Algunos, volvían a la que había sido su primera casa, otros, pisaban la NBA por primera vez. Entere los segundos, Erving y Malone.
Doctor J aterrizaría "directamente" en los Sixers. Las comillas, producto de un embrollo que marcó la historia de los Knicks para siempre. La franquicia de Nueva York le rechazaría como pieza de compensación por una demanda contra los Nets, a los que pedían 4,8 millones por una, en términos de marketing, 'competencia desleal' en la Gran Manzana. Los Knicks, para sorpresa de nadie, se equivocaban y los Sixers, como invitado de última hora, se hacían con sus servicios, remunerando a los Knicks y liberando al jugador de unos Nets intransigentes con su salario. Lo 76ers ya tenían su primera pieza para el asalto. La segunda, Malone, tardaría cinco años más en llegar.
Houston sería su "primera" morada en una NBA que iniciaba su camino hacia el olimpo de las ligas, pero que aún se movía en lo terrenal. Lleno de fango, además. Nuevas comillas, nuevo sainete. Moses, ya con 21 años, sería seleccionado por Portland Trail Blazers en quinta posición. No era un Draft al uso, sino que se trataba de un evento destinado, exclusivamente, a los jugadores de la ABA que habían quedado libres. Maurice Lucas y Bill Walton le cerrarían las puertas en Oregón, posteriormente conquistando el anillo y, rápidamente, sería traspasado a los Buffalo Braves (ahora Los Ángeles Clippers; por aquel entonces, asentados en Nueva York). Testimonial. Después de dos partidos y sin minutos, llegaría, por fin, a los Rockets, donde se reencontraría con Tim Nissalke, que había sustituido durante la temporada en Utah a Buckwalker. "Era tan rápido como un rayo y parecía saber a dónde iba cada rebote. Vi un partido de playoffs en su temporada de novato donde capturó 38 rebotes, 23 de ellos desde el cristal ofensivo", diría, posteriormente, sobre su primera etapa junto a Moses.
Con tal precedente, la confianza no podía ser menos que ciega. Sentimiento que tardaría poco en contagiarse al resto del equipo, que contaba con jugadores de la talla de John Lucas, Mike Newlin y Rudy Tomjanovich; todos ellos, abonados a las noches de dobles dígitos. También Calvin Murphy, que representaría a la perfección qué supuso la llegada de Malone al equipo. "Entrenador", se quejaba Murphy a Nissalke tras la llegada de Moses, "has creado un monstruo. ¿Este tipo va a ser nuestra estrella?". "Creo que es una estrella", rectificaría tres partidos después.
En Houston, Malone inició su idilio con el All Star. Debutaría en el partido de las estrellas en su segunda temporada y no lo abandonaría hasta la 1988-89, llevando la camiseta de Atlanta. Todos ellos, sumados al que ya había conseguido en su temporada de rookie en la ABA, resultarían en 13 participaciones, las mismas que Wilt Chamberlain o Bob Cousy; una más que Larry Bird y Magic Johnson, sus bestias negras. En los resultados y en la historia.
La NBA pre 80 era un desierto aciago. Se había impuesto a la ABA, pero, ni mucho menos, formaba parte del día a día estadounidense. Es historia conocida. Económicamente, se situaba al borde de un precipicio insalvable, las drogas estaban tan o más presentes entre los jugadores que en la sociedad y las televisiones no la veían como un producto rentable. Según un estudio de la revista Sports Illustrated, entre 1977 y 1978 había que bajar hasta la posición 442 de los programas más vistos para encontrar un partido de la NBA. Entonces, llegó la salvadora rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird, tan oportuna como irreverente con los que habían venido labrando el camino y sus coetáneos. Pete Maravich, Walt Frazier, Elvin Hayes, Bill Wlaton o Bob McAdoo quedaban eclipsados para las memorias posteriores. Moses Malone, también.
En su primera temporada en Texas, terminaría promediando los mismos puntos que rebotes: 13,5 y 13,4, respectivamente. En su segunda, una fractura en el pie derecho sólo le permitiría disputar 59 partidos y, en su tercera, sería MVP, con 23 años, el más joven hasta ese momento y con solamente un año más que Derrick Rose, el más precoz de siempre. 24,8 puntos y 17,6 rebotes que marcarían los inverosímiles parámetros en los que se iba a mover durante los próximos años y que dejaron a Houston al borde de la gloria en la 80-81, a un Larry Bird del Larry O'Brien, a un paso de una corona que no encontraría su primer reposo hasta trece años después, en Hakeem Olajuwon.
El incansable Gary Bender y el mismísimo Bill Russell fueron los encargados de ponerle voz a la hazaña. Los Rockets, dirigidos por Del Harris, llegaban a los playoffs con un irrisorio récord de 40-42, el peor en años para un clasificado, y se enfrentaban en primera ronda a los vigentes campeones, Los Ángeles Lakers. Los Lakers de Kareem, Jamaal Wilkes, Norm Nixon y un sophomore llamado Magic Jhonson, que llegaba tras su exhibición en las Finales anteriores, pero tras haberse perdido gran parte de la temporada por lesión. Eliminatoria a tres partidos solventada por la mínima ventaja, 31,3 puntos de media y 17,7 rebotes para Malone e impulso para superar a San Antonio y Kansas City. Ningún Goliat podía con David, hasta que llegó Bird. Derrota, victoria, derrota, victoria... derrota y derrota. Con 27 puntos, Larry daba la estocada final, fielmente acompañado de Robert Parish y, anecdóticamente, guiado por un Cedric Maxwell que terminaría llevándose el MVP de las Finales. El duopolio se llevaba el primer asalto.
“Fo, fo, fo”, dice la leyenda
Cuando Moses sorteó la universidad, desató un debate que aún perdura a día de hoy. En 2005, la NBA decretaba edad mínima para poder acudir al Draft, para poder formar parte del baloncesto profesional: nadie con menos de 19 años podría dar el salto. Una medida llena de controversia, que tenía como objetivo evitar la llegada a la liga sin el peaje de la educación superior. La parte de la normativa dedicada a los jugadores internacionales no puede dejar más clara su intencionalidad: entre la graduación en secundaria y la candidatura al Draft, los jugadores deben dejar pasar, como mínimo, un año. En 2018, hubo rumores de rebajar la restricción hasta los 18; en 2019, con el "fenómeno Zion", se acrecentó. De momento, se mantiene.
Por otro lado, y para los más malpensados o economicistas, también cabe la posibilidad de que la razón de ser se encuentre en que la NCAA, la liga universitaria, sea el origen de una ingente cantidad de ingresos. Los jugadores, sin la consideración de profesionales, generan mucho y reciben (casi) nada. En 2015, según datos de USA Today recogidos por El Independiente, 24 universidades ingresaron más de 100 millones de euros; en 2011, la NCAA vendió los derechos de las retransmisiones deportivas a la CBS y a Turner por 10.800 millones de dólares. De todo ello, los que botan el balón no ven nada; imagínense si, como en la NBA, percibieran el 49% del montante... Tras la última decisión de la junta directiva de la NCAA, que permitirá a sus atletas obtener beneficios a través de la imagen, la situación cambia; pero aún queda alejada del deporte profesional en su esencia.
Actualmente, la razón B es, incluso, más factible que la A; pero lo cierto es que, cuando Malone cogió el atajo, la A pesaba mucho. "Malone no es particularmente expresivo, de hecho, en su voz grave, impregnada por el argot de su subcultura sureña empobrecida, las palabras son confusas", escribiría DeFord al hablar del joven pívot. Moses no sería un gran estudiante. La soledad y las condiciones de vida le empujarían hacia un silencio que oxidaría sus palabras, seleccionadas con cuentagotas y emitidas a trompicones. Un hecho que le costaría el sobrenombre de "Mumbles" Malone, firmado por un periodista de la radio de Utah, y que haría caer en burla su amenaza antes de los playoffs de 1983, ya con la camiseta de los Sixers. "Four, four, four" diría, haciendo referencia a que contarían las series por plenos de victorias; "fo, fo, fo", se quedó en el imaginario del público, debido a su peculiar acento. "Creía en la universidad para el 99 por ciento de los jugadores del país, pero no para Moses. ¿Para qué estaba mejor preparado, para sentarse en una clase o para jugar al baloncesto? Además, ¿qué necesitaba más su familia, a Moses sentado o alguna ayuda económica inmediata? ", declararía, pasados los años, Larry Creger.
Malone llegó a Philadephia la temporada 1982-83, siendo dos veces MVP y tras una temporada de 31,1 puntos y 14,7 rebotes. Allí, se "reencontraría" con un Erving empeñado en volver a traer un anillo a Philadephia. El último, obra de Wilt Chamberlain, Hal Greer, Chet Walker y Billy Cunningham ya quedaba muy atrás (1966-67) y, el anterior, aún se había bautizado bajo el agua de los Syracuse Nationals de Dolph Schayes. Tocaba renovar. Fallaría al lado de Doug Collins, Lloyd B. Free y George McGinnis; pero encontraría en Moses, Maurice Cheeks y Andrew Toney lo que necesitaba. Sobre todo, en Moses, cuya predicción, posteriormente matizada, sólo quedaría invalidada por una solitaria derrota frente a los Bucks. "No estoy diciendo que vayamos a barrer a todos en cuatro juegos, solo digo que, si tenemos una idea de ganar el campeonato, lo mejor que podemos hacer es ganarlo lo más rápido que podamos", aclararía posteriormente.
65 victorias en temporada regular (la segunda mejor marca de la historia de la franquicia) les avalaban. Malone y sus 24,5 puntos y 15,3 rebotes, también. "Entendí que él era el hombre y, cuando vino a Philadelphia, vino a ganar", recordaría Billy Cunningham, entrenador y enlace entre anillos, con el paso de los años. "Nos dio lo que necesitábamos para dar el salto de calidad. Jugábamos con ventaja, teníamos al mejor pívot", recodaría Doctor J. Palabras mayores. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, en Los Ángeles, campeaba uno de los jugadores considerados en la terna por el mejor de todos los tiempos: Kareem Abdul-Jabbar. En esa ocasión, Malone iba a ser su kriptonita.
Los Lakers llegaban a las Finales de 1983 tras arrollar a Portland (4-1) y San Antonio (4-2); los Sixers, con "el consejo" de Malone casi impoluto, 4-0 a New York y 4-1 a Milwaukee. Nada hacía pensar que la amenaza de Moses llegaría tan lejos, hasta que el balón empezó a botar. Era la revancha. Un back to back en la Finales que no se veía desde la 68-69, entre los propios Lakers y Boston. Ruptura presente e intergeneracional. Estocada de quilates, aunque perenne, a la mayor rivalidad de la historia.
El cuarto partido entre Lakers y Sixers sería el elegido por Canal + para dar la bienvenida al año 1999. "Philadelphia tenía una novedad muy importante en esa temporada, que era ese jugador", diría el periodista Antoni Daimiel, mientras las cámaras enfocaban a Moses. Los Lakers, contra las cuerdas y con las bajas de Norm Nixon (promediaba 19 puntos en esos playoffs), McAdoo y James Worthy se hundirían en el último cuarto, al ritmo de saltos perdidos y espacios negados. Hasta 23 rebotes capturaría Malone en The Forum. Diez de ellos en el cuarto acto, al que llegaban 11 puntos abajo. "Les dimos vida y luego se la quitamos", se regocijaba Erving. Moses, MVP de las Finales y de la temporada (el único jugador en conseguir dos consecutivos en equipos distintos), terminaría la serie en 25,8 puntos, 18 rebotes y 1,5 tapones, absorbiendo la magia de Jhonson, dirigiendo el tráfico en las alturas, con muchas prohibiciones para Kareem, y con un 4-0 grabado a fuego. Literalmente. "Fo, fi, fo" (four, five, four), quedaría inscrito en la parte interior de sus anillos.
En 1984, un tal Charles Barkley aterrizaba en Philly. Llegaría tras ser seleccionado en el quinto puesto del Draft y se marcharía promediando 23,1 puntos y 11,1 rebotes, siendo un proyecto de MVP (lo conseguiría la siguiente temporada en Phoenix) moldeado por Moses. "No he encontrado ningún jugador de baloncesto que haya trabajado tanto este aspecto del juego como él. Si había un rebote ofensivo, Moses iba y se hacía con él. Siempre impecable", recuerda Barkley en el programa Vintage NBA.
"El Gordo", apodado así por su inconfundible fisionomía, cambiaría el chip a golpe, y golpes, de Moses. Pasó de promediar 14 puntos y 8,6 rebotes, en su temporada de rookie, a 20 y 12,8, respectivamente, en la de sophomore. "Hasta antes de eso (Malone), yo no había trabajado duro. Me hizo un guerrero", confiesa. Desde las deportivas desgastadas hasta sus tres MVP, el trabajo nunca abandonó a Malone. Especialmente, el que menos suele gustar: "Nadie quiere aguantar los golpes. No quieren lo más duro. Tienes niños pequeños que miran a los de secundaria, los de secundaria que miran a los universitarios y ellos que ven a los profesionales. Todos imitan lo que ven, y no hay muchos jugadores que quieran hacer el trabajo allí (en la zona). Un pívot tiene que hacerlo todo. Tiene que preocuparse por el otro interior, los aleros y los exteriores. Las otras posiciones pueden preocuparse sólo por su hombre, pero el center tiene que hacer todo el trabajo sucio ", apuntaría Moses en su libreto de lecciones.
Moses Malone consiguió el reconocimiento de máximo reboteador de la NBA en seis ocasiones, cinco de ellas de forma consecutiva. 16.212 atajadas tras el contacto con el tablero le convierten en el quinto mayor reboteador de la historia de la competición, sólo por detrás de Wilt Chamberlain, Bill Russell, Kareem Abdul-Jabbar y Elvin Hayes. Muy por delante de Dannis Rodman (11.954), quien, años después, llevaría a cátedra la disciplina que Malone entendía como un arte desenfadado. "Solo me sentaba y trataba de analizar y reaccionar. Me fijaba mucho en el ángulo de la pelota y en la trayectoria que seguía. Tenías a Larry Bird, que iba a darle mucha curva a sus tiros. A Magic, que podía darle efecto también. Cuando Michael (Jordan) tiraba, yo me posicionaba de una manera determinada. Ahora, la pelota da en el aro y sale hacia allá. Lo apunto, entonces yo tengo que ir a ese lado. Boom, ahora aquí. Ahora hacia el otro lado. Boom, luego para el de más allá. Apunto que ahora aquí. Así que básicamente empecé a aprender cómo colocarme para poder hacerme con la pelota", explica "el gusano" en The Last Dance. Moses lo simplificaría mucho más: "Me coloco y voy hacia el tablero".
Aunque lo negaría, muchos aseguraron que Malone fallaba sus tiros a propósito, a sabiendas de que el rebote sería suyo
Lo suyo era una relación cuasi natural. Especialmente, cuando se habla del lado ofensivo, donde ocupa la primera posición: con 7.382 rebotes, aventaja a cualquiera de forma insultante. El siguiente en la lista es Artis Gilmore, con 4.816. Más allá del total, es el jugador con mejor promedio en una carrera (5,1), también en una temporada (7,2 en la 1978-79), el que consiguió la cota más alta en un curso (587 en la 1978-79) o el que tiene el récord en un solo partido (21). "El rebote ofensivo es la parte más complicada del baloncesto. En mi opinión, Moses es el mejor reboteador ofensivo que ha habido en este deporte", aseguró Red Auerbach. Los datos, del lado del segundo entrenador más laureado de la historia; lo visual, de una idiosincrasia pocas veces vista a lo largo de la historia. Su baloncesto se podía describir. Salvaje, fuera de todo control, parte de ese caos que tiende al orden, que en medio de lo indescifrable esconde patrones. Un fractal. Saltaba más que veces que nadie y fallaba como pocos, al mismo tiempo que sucedía todo lo contrario. La simplicidad más simple es la que suele esconder, tras el telón, la complejidad más compleja.
Aunque lo negaría, muchos aseguraron que Malone fallaba sus tiros a propósito, a sabiendas de que el rebote sería suyo. Lo utilizaba como recurso para avanzar hasta encontrar una posición cómoda de tiro. Y lo haría. Con 27.409 puntos, es el noveno máximo anotador de la historia de la NBA. En buena medida, gracias a su académico empeño en el tiro desde la línea de personal: sabía que sus viajes serían muchos y no cesó hasta convertirlos en un seguro. Terminó su carrera con un 76% de aciertos en tiros libres, pasando del 61,2% de su segunda temporada profesional al 83,1% en la 1990-91, en Atlanta. Todo ello hace que sea, junto a Kareem Abdul-Jabbar, Wilt Chamberlain y Elvin Hayes, uno de los cuatro únicos jugadores de la NBA que han acumulado durante su carrera más de 25.000 puntos y 15.000 rebotes.
"Mumbles" Malone quedaba atrás para dejar paso a "The Chairman of the Boards", el mandamás de los tableros. Había vendido su alma a Cronos: estaba en la posición adecuada cuando las manijas del reloj marcaban en punto, ni un segundo de más, ni de menos. "Puedes pasarte todo el tiempo fuera de la zona, lo importante es que cuando caiga el balón sea tuyo", explica Charles Barkley. Lección aprendida.
Con tu permiso, Karl
"Es con un profundo sentimiento de tristeza que la familia Sixers lamenta la repentina pérdida de Moses Malone. Es difícil expresar lo que sus contribuciones a esta organización, tanto como amigo como como jugador, han significado para nosotros, la ciudad de Filadelfia y sus fieles seguidores. Moses ocupa un lugar especial en nuestros corazones y siempre será recordado como un ícono y pilar genuino de la era con más historia en la historia del baloncesto de los Philadelphia 76ers. Nadie ha transmitido más con tan pocas palabras, incluidas tres de las más emblemáticas de la historia de esta ciudad. Echaremos de menos su generosidad, personalidad imponente e incomparable sentido del humor. Mantendremos a su familia en nuestros pensamientos y oraciones y cuando se nos recuerde una vez más lo precioso de la vida". El 13 de septiembre de 2015, en un hotel de Virginia, Moses Malone abandonaba este mundo. Según el informe forense, a causa de una enfermedad cardiovascular que, días atrás, ya le había avisado. Así se lo hizo saber Kevin Vergara, amigo íntimo del jugador, al Richmond Times-Dispatch. Ese mismo día, tenía programado participar en un torneo benéfico de golf; pero, tras no presentarse al desayuno ni contestar a las llamadas, su cuerpo sería encontrado, sin vida, en su habitación.
Atrás, quedaban 21 temporadas de baloncesto al máximo nivel. Después de Philadelphia, llegarían Washington, Atlanta, Milwaukee y San Antonio. Una carrera de 20,3 puntos de promedio y 12,3 rebotes afeada por el final de su matrimonio, con Alfreda Gil, entre órdenes de alejamiento y acusaciones de adulterio y amenazas. Los hechos nunca llegarían a esclarecerse, pero no le privarían del cariño de sus hijos: "Nos enseñó a trabajar duro y a respetar a las personas, a amar a su familia y a hacer siempre lo correcto. Era una buena persona. Siempre estuvo ahí para ayudar a la gente. Se preocupaba por las personas que tenían menos que él", declararía uno de sus dos hijos, Moses Malone Jr., tras su muerte.
Ahora, su 24 cuelga del Toyota Center y su 2 del Wells Fargo, junto al 3 de Allen Iverson, el 13 de Chamberlain, el 32 de Cunningham, el 34 de Barkley o el 6 de su querido Erving. "No era un hombre de muchas palabras", empezaría este último en 2001, cuando Malone entraba a formar parte del Hall of Fame, "pero detrás de esos ojos había una mente brillante. Iba por delante de todo el mundo durante la mayor parte del tiempo".
Hasta del propio tiempo. Le ganó la partida y éste se cabreó con él. Ni su prematura muerte (a los 60 años) ni la inabarcable retahíla de reconocimientos personales (recordemos, 3 MVP, 12 All Star NBA, 1 All Star ABA, 6 años líder en rebotes... además de 8 All NBA o 2 All Defensive) ni su inclusión, en 1996, entre los 50 mejores jugadores en la historia de la NBA (seleccionados por el 50 aniversario de la competición). Ni siquiera su último tiro como jugador, a una mano, sobre la bocina y desde su propio campo, engrandeció una leyenda cuyo eco en la eternidad no correlaciona con su peso. De vez en cuando, asoma, como en los 54 puntos de Fred VanVleet frente a Orlando Magic, marca que superaba el máximo de anotación de un jugador no drafteado, establecido por Moses en 1982 (53); pero su nombre no es tan común como el de otros. Y su apellido, que resuena con más asiduidad, queda monopolizado por Karl, el también Hall of Fame y 2 veces MVP de Utah. Otro jugador legendario, que merece todos los reconocimientos habidos y por haber... pero que es segundo en su estirpe. Como mínimo, en la cronología del linaje.