La verdad es que hasta hace escasos minutos no tenía nada claro de lo que iba a escribir en esta columna. De los Packers, de la carnicería que es esta liga para los quaterback rookies o de cómo en este deporte una persona con pinta de todo menos de profesional de la NFL puede inclinar la balanza en un partido e incluso campeonato. Muchos temas, todos con su enjundia.
Entonces, me paré a pensar en que levantaría de su asiento y haría aullar “aquí hay liiiiio” a ese selecto grupo que conforman mis amigos, mis mejores amigos. No lo dudé, una patada desde muchísimas yardas por una especie de profesor de autoescuela, oficinista o panadero con el objetivo de introducir el ovoide entre tres palos y, con ello, sumar tres puntos. Tamaño ‘zambombazo’ y la posterior catarsis que se produce después, eso sería lo que más les ‘engorilaría’. Tenía que hablar de los field goal de la victoria.
Sucede que en la plantilla de un equipo NFL tienen cabida todos. Un poco como el anuncio de Coca-Cola de hace ya más de una década: “Para los gordos, para los flacos, para los altos, para los bajos...”. Tanto es así que es ‘común’ que un señor con escaso porte atlético decida un partido. Esta última fecha ha decidido tres (se dice pronto).
El mítico Justin Tucker fue el primero de la tarde. El kicker de los Ravens hizo historia al anotar el field goal más lejano de la historia de la liga. 66 yardas para dar la victoria a los suyos ante unos Lions que les pusieron contra las cuerdas (19-17). Todos sabíamos que este hombre, que estuvo a punto de dedicarse a algo tan ajeno a la NFL como la música, batiría este record, el tema era cuándo. A Tucker le siguió Daniel Carlson, de los Raiders. Este pateador, que no te extrañaría si le vieses en algún papel cinematográfico haciendo de espía alemán, amartilló su pie para lanzar un cañonazo de 22 yardas y colocar un precioso 3-0 en el balance los Raiders (28-31). Por último y no menos importante, llegó el turno de Mason Crosby. El jugador de los Packers podría ser ese vecino simpático, ese contable hastiado con su trabajo y muchas cosas más, pero él eligió hace 14 años ser kicker y los de Green Bay decidieron que fuese su ‘hombre decisivo’ por lo que va más allá de una década. Ante San Francisco, puso la última piedra del triunfo quesero con una patada de 51 yardas (28-30).
Que una persona alejada a una distancia sideral de cualquier molde de jugador de fútbol americano pueda ser decisivo a la hora de la verdad, no deja de sorprenderme y agradarme a partes iguales. Es una muestra más de que todos somos importantes y, a nuestra manera, decisivos. Un ‘chute de moral’ para huir de la vulgaridad a la que nos somete la rutina, una forma de gritar “aquí hay liiiio, y lo formo yo”.