Comenzaron las Finales de Conferencia en la NBA. Los aficionados de los Rockets, Warriors, Cavs y Celtics están soñando con que su equipo gane el preciado anillo de campeón. Otros muchos (Jazz, Sixers…), aunque ya eliminados, tienen motivos para mirar al futuro cercano con un optimismo más o menos justificado. Hasta aquí todo normal. Desgraciadamente, ninguno de estos supuestos es mi caso. Quien me conoce (o me sigue por twitter) sabe que soy fan acérrimo de los Chicago Bulls desde hace la friolera de 30 años. Lo cual supone que este año he “disfrutado” la temporada de una forma muy distinta a la de los aficionados de los equipos que he mencionado anteriormente. La temporada 2017/2018 ha sido, para mí, la temporada del tanque.
¿Qué es el “tanking”? Aunque supongo que muchos estaréis ya familiarizados con el concepto, nunca está de más explicarlo brevemente para los que no. Se llama así en los deportes americanos a aquellos equipos “diseñados” para perder partidos. Recordemos que en los deportes USA las ligas son cerradas, es decir, no hay ni descensos a ni ascensos desde categorías inferiores. Y los jugadores que entran en la liga lo hacen a través de un ‘draft’ en el que se elige a los mejores novatos por orden inverso a la clasificación. Esto es directamente así en la NFL, y está algo matizado por un sorteo en la NBA y la NHL. Pero aun así, los peores siguen teniendo muchas más posibilidades de que les toque un número alto en el draft. El tanking es visto con preocupación por los comisionados y propietarios de las franquicias, pero no así por la mayoría de los seguidores de los equipos protagonistas, que celebran (celebramos) las derrotas como si victorias fueran y viceversa, sabiendo que el jugador franquicia que cambiará el sino de su equipo y lo pondrá a competir por un anillo puede estar a tan solo una elección acertada de distancia.
Lo cierto es que estamos viviendo la edad de oro del tanking. El éxito de “The Process” (El Proceso) en Philadelphia ha empujado a muchos equipos a intentar emular la táctica. Recordemos que los 76ers han acumulado una temporada perdedora tras otra hasta hacerse con sus dos estrellas actuales (Simmons y Embiid) y juntar un equipo joven y competitivo. Pero este año ha sido el año del tanque en todo su esplendor: hasta 9 equipos han quedado por debajo de las 30 victorias, por tan sólo 5 de las últimas dos temporadas. Algunos equipos porque no tenían con lo que competir (Brooklyn Nets), otros utilizando tácticas bastante descaradas. Por ejemplo, los Grizzlies optaron por sacar a Marc Gasol una noche sí y otra no durante gran parte de la temporada, aun cuando el pívot, su mejor jugador, no sufría ningún problema físico. Los Suns se hicieron con Greg Monroe en el traspaso que llevó a Eric Bledsoe a Milwaukee, pero decidieron no utilizarle ni un solo minuto en veinte partidos, exactamente la mitad de los que hubiera podido disputar con el equipo de Arizona. Hoy está en las Finales de Conferencia siendo parte de la rotación de los Celtics, con una plantilla mucho más competitiva. En general, los equipos implicados aprovechaban cualquier pequeña lesión de sus jugadores importantes para retrasar todo lo que podían su vuelta a las canchas. Aquí hay que hacer una necesaria aclaración: el tanking es cosa de directivos, no de jugadores. Los baloncestistas siempre quieren ganar, ya que muchos se están jugando el demostrar que ellos sí que tienen cabida en el proyecto ganador venidero.
Mis queridos Bulls eran uno de estos equipos en reconstrucción que aspiraban a hacerse con una elección muy alta en el draft. Antes de la temporada la mayoría de los analistas nos colocaban como el segundo peor equipo del año, sólo por detrás de los Atlanta Hawks. La mayoría de aficionados sabíamos que este año tocaba perder. De hecho, la recompensa que imaginábamos hacía fácil hacerse a la idea. La camada de novatos de 2018 tiene una pinta estupenda, similar a la de 2017. DeAndre Ayton, Marvin Bagley, Luka Doncic, Michael Porter Jr., Mo Bamba… todos con potencial para ser las próximas superestrellas de la competición (o, al menos, disputar el All Star varios años). El caso de los Bulls era especial ya que, mientras en otros equipos se vislumbra un abismo casi absoluto, los de Chicago habían logrado hacerse con tres jóvenes muy prometedores con un techo muy alto y que estaban llamados a formar una sólida columna vertebral sobre la que reconstruir al equipo: Zach LaVine, Kris Dunn y el rookie Lauri Markkanen. Sólo faltaba tiempo de cocción para que el pastel subiera y la guinda en forma de alguna de las futuras estrellas antes citadas para soñar con un equipo que aspirara, por primera vez desde que un joven Derrick Rose ganara el MVP, a competir por el título.
La cosa iba viento en popa durante el primer par de meses. El equipo competía y luchaba, pero perdía. Los jóvenes empezaban a dar muestras del gran futuro que tenían por delante pero sin conseguir victorias que estropeasen el pick del draft. Es una sensación rara el querer que el equipo al que siempre has apoyado pierda, pero extrañamente placentera cuando te imaginabas a los jugadores un par de años más hechos y habiendo añadido a una bestia del calibre de Ayton a la mezcla. Hasta que llegó Mirotic e hizo con este sueño lo mismo que Portis había hecho meses antes con su cara: reventarlo de un puñetazo. Desde la vuelta del montenegrino a las canchas los Bulls empezaron a enlazar victorias una detrás de otra: 7 consecutivas. Después otras dos derrotas y luego otros tres triunfos para totalizar un record de 10-6 durante el mes de diciembre. El top 3 del draft se alejaba. Evidentemente, la directiva se puso manos a la obra para intentar traspasar a Mirotic, artífice principal de este resurgimiento raramente incómodo. Logró mandarlo a New Orleans a cambio de su elección de primera ronda. Pero el daño ya estaba hecho y, aunque a un ritmo bastante menor que en el fatídico invierno, las victorias siguieron llegando. Algunas muy inconvenientes contra rivales directos en la carrera de tanques, como una victoria remontando a los Mavericks u otra frente a los Grizzlies. Si es raro alegrarse de que pierda tu equipo, aún más raro es enfadarse porque gana. Pero te enfadas. Bueno, al menos yo me enfadé. Me enfadé porque una victoria intrascendente ante un equipo sin el menor interés por ganar puede complicar un futuro que se presumía brillante.
Al final, los Bulls quedaron 27-55 y lograron el sexto peor record de la liga. No es lo que se esperaba al principio del año, pero pudo haber sido peor. Como detalle, un guiño histórico: es el mismo récord con el que Chicago quedó penúltimo en la temporada 1983/84, y que nos llevó a elegir terceros ese año. Nos llegó un escolta de 1,98 procedente de la universidad de North Carolina. Su nombre, Michael Jeffrey Jordan. El resto es historia del baloncesto.