A todo aquel que tenga menos de cincuenta años le parecerá marciano que las carreras de caballos fuesen un espectáculo de primer orden en la sociedad española, tiempos en los que el turf, como fue llamado más tarde, ocupaba un espacio preferencial en los periódicos. Si apilásemos una a una todas las páginas que se dedicaban a la información sobre las carreras al cabo de un año, en una balanza pesarían más que las dedicadas a la mayoría de otros deportes. Había carreras todos los domingos del año y en ocasiones hasta dos jornadas por semana, y el seguimiento se hacía desde días previos.
En aquella época había auténticos periodistas especializados en las carreras de caballos. Sólo escribían o hablaban (en radio) de caballos, de sus probabilidades, de quién iba a montar a cuál, que opciones tenían de victoria… Y tras la jornada, extensas crónicas acompañadas de los resultados, entrevistas y los dividendos de apuestas.
Para que nos hagamos una idea real de la importancia del turf en la época, un botón como muestra: en el primer número del Diario AS, la página 10, íntegra, estaba dedicada a las ‘carreras de caballos’. Aquel 6 de diciembre de 1967 (día en el que también nació el Diario Madrid) cayó en miércoles, y a cuatro columnas se titulaba ‘El viernes se corre el premio Gladiateur’. Firmaba la noticia Ángel Bittini. Debajo, una entrevista de Ventura Gil de la Vega al jockey Ceferino Carrasco dando la exclusiva de que acababa de fichar como primer jockey por la Cuadra Rosales, la más importante de la época.
El turf en la página 10 del periódico; es decir, un lugar privilegiado, justo tras la crónica del combate de Sombrita (que fue la noticia de portada) y entre la información deportiva del Real Madrid y del Atlético. Por delante incluso de las entrevistas a Vicente Calderón y Santiago Bernabéu. Y por delante de todo lo demás.
Del ramillete de especialistas que en España escribían (¡y cómo lo hacían!) de las carreras de caballos, AS se procuró desde el primer día contar con los mejores. Ventura Gil de la Vega era un apasionado de las carreras, como incondicional también de otros deportes. Se le recuerda, en especial, como el decano de los escritores de golf españoles. Tal era su reconocimiento como periodista que tuvo el honor de ser inmortalizado en un sello de correos por la Fábrica de Moneda y Timbre. Bittini, en realidad, no era el apellido de un periodista, sino de dos, pues si bien es cierto que en AS siempre firmaba Ángel, su hermano José le reemplazó en más de una ocasión y ¡sin que nadie se enterase! Ángel y Pepe, como se les conocía, era una original pareja de hermanos gemelos. Vestían igual desde niños y, para incrementar la confusión que su parecido físico provocaba, utilizaban incluso el mismo modelo de coche, de peinado, de corbata y hasta de bigote. Diferenciarlos era imposible.
Enseguida Ángel, y por ende también Pepe, se encargaron durante décadas de la información de las carreras de caballos en AS. La primera vez que Ángel y Pepe vieron una carrera de caballos en directo tenían 13 años. Fue en el hipódromo de La Castellana, en el Madrid de finales de los años 20. Desde aquel día no faltaron a una jornada, ya fuese en el recinto de La Castellana, luego en el hipódromo de Legamarejo (Aranjuez) y más tarde en el de La Zarzuela, el actual, que fue inaugurado en 1941. Ambos, junto a sus hermanos Luis y Rafael, fundaron a finales de los años 30 la primera revista hípica de España: ‘Hipódromo’. Así que cuando AS nació en 1967, la información sobre uno de los deportes que más seguimiento tenía en la época no sólo la puso en manos de los mejores, sino también al cuidado de unos adelantados y pioneros. Todo bajo la supervisión de un joven Carlos Jiménez, jefe de sección plural en su cultura deportiva y que era un gran entendido de las carreras de caballos.
Tras el éxito del primer número, AS apostó por seguir concediéndole espacio a las carreras de caballos y en el número dos el turf no ocupó una página entera, sino dos. Se publicaron los participantes, uno a uno, de cada carrera, los favoritos, entrevistas, los galopes de entrenamiento… Entre los jockeys mencionados en ese segundo número de AS figuraba el de Ángel Hernández, mi padre (permítanme la licencia).
El caso es que la pujanza que el turf tenía a finales de los sesenta también la tuvo en los setenta, y como contaba con esos maestros, los hermanos Bittini, pronto AS pasa a ser el referente de los aficionados a las carreras. Una imagen habitual en el hipódromo de La Zarzuela era ver cómo del bolsillo de la chaqueta de los apostantes sobresalían unos papeles cuidadosamente doblados: eran las páginas que los Bittini habían escrito en el AS y donde figuraban los datos y sus pronósticos de cada carrera.
Era común ver a Di Stefano, Puskas, Marquitos y demás animando a un caballo, haciendo cola en las taquillas de apuestas
El hipódromo de Madrid, atril aristocrático por excelencia, ya no sólo era el escenario de un deporte de reyes y nobles, sino que se convirtió entonces en la pasarela de la nueva sociedad, ya moderna, que dejaba de ser ye-yé y comenzaba a ser democrática. Eran tiempos en los que los futbolistas, en un domingo que no tenían partido, preferentemente se perdían acudiendo al hipódromo. Era común ver a Di Stefano, Puskas, Marquitos y demás animando a un caballo, haciendo cola en las taquillas de apuestas y observar a los caballos en el paddock. Di Stéfano era muy amigo de Claudio Carudel, el mejor jockey en la historia de nuestro turf, francés de nacimiento. Ambos llegaron a España casi a la vez, y como Di Stéfano venía de Argentina con el gusanillo de los ‘pingos’ metido hasta la médula (se lo inculcó Loustau cuando jugaban en River Plate), siempre que podía estaba en el hipódromo “moviendo la plata”, como él decía. Di Stéfano y Carudel coincidían hasta en sus apodos: la Saeta Rubia y el Rubio de Oro. Aparte de ser los mejores cada uno en su deporte, fueron muy amigos.
Eran tiempos en los que alardear en el palco de La Zarzuela o su zona de socios (no existía el anglicismo VIP) equivalía a lo que hoy es tener asiento en el palco del Bernabéu. A ese escaparate mediático se apuntaron de inmediato los presidentes de los clubes de fútbol, que empezaron a tener caballos de carreras. Ser propietario de un purasangre les situaba en lo más alto de la sociedad. El desfile de presidentes del Real Madrid se inició con Luis de Carlos, le siguió Mendoza y más tarde Lorenzo Sanz. Antes estuvo el Marqués de la Florida, presidente del Atlético, y la moda comenzó a extenderse entre algunos futbolistas, que en uno de los primeros ejemplos de multipropiedad compraban un caballo a medias entre varios compañeros de equipo.
En el periodismo de aquella época era común que las crónicas deportivas, en especial las de hipódromo, fuesen salpicadas con apuntes de sociedad (nada de cotilleos), que si tal ministro estaba en el palco, que si tal personaje popular estaba en la grada acompañado de este o aquel… Para enterarse de todo lo que sucedía en la pista y en la grada, Ángel Bittini jugaba con superioridad, pues en realidad su persona eran dos, él y su gemelo, y contaba con la ventaja de cubrir distintos lugares a la vez. De las fotos se encargaba un domingo un fotógrafo y al siguiente otro, pero el que más repetía solía ser Rafa Pintor, quien entró en AS en 1970 y todavía hoy sigue en el periódico. Es el decano de AS. Hacían un periodismo íntegro y casto. No había redes sociales que alertasen al periodista dónde saltaba la noticia, ni teléfonos móviles para comunicarse al instante, ni ordenadores portátiles para transmitir la crónica a la redacción. Bittini apuntaba los datos en una cuartilla y acudía a la cantina del hipódromo para ‘cantar’ la crónica a los taquígrafos, y si el teléfono estaba ocupado directamente se iba a su casa para emitirla desde allí. O iba a la redacción, en la Cuesta de San Vicente.
Ángel Bittini y su gemelo Pepe eran tan entrañables que todavía hoy son recordados en La Zarzuela, donde todas las primaveras se celebra una carrera en su honor: premio Hermanos Bittini.