“Tuve grandes rivales, pero el más peligroso fue Chiappucci, porque era el más imprevisible y el más difícil de controlar”. A Claudio Chiappucci le llamaban el ‘Diablo’, así, en español. Y la frase corresponde a un español, Miguel Indurain, quíntuple campeón del Tour de Francia de 1991 a 1995. En sus dos primeras victorias, las dos veces que cogió el maillot amarillo para vestirlo hasta París, por allí merodeaba la sombra del ‘Diablo’. Sin control.
19 de julio de 1991, tres días después de cumplir 27 años, 12ª etapa del Tour: Jaca-Val Louron, 232 kilómetros. Indurain ve flojear a Greg LeMond en la subida al Tourmalet y ataca en el descenso como una centella. Llegó a alcanzar los 100 km/h. Detrás sólo hay un ciclista que se atreve a seguirle: Chiappucci. Un buen aliado. Es mejor trabajar juntos, buscar intereses comunes. La etapa, para el italiano. El maillot amarillo, para el navarro. El día anterior habían caído muchos palos al equipo Banesto por no montar gresca en la jornada española de Jaca. ¿Pero quién se acuerda ya de aquello?
Chiappucci acepta el pacto porque todavía faltan los Alpes. Piensa: “A este grandullón le puedo doblar en la montaña”. Tiene sus razones. El año anterior, en la primera etapa, el ‘Diablo’ se metió entre los cuatro escapados que llegaron triunfales a Futuroscope. Con Maassen, que ganó la etapa. Con Bauer, que se vistió de amarillo. Y con Pensec, que se lo enfundó ocho días después. Todos ilustres. Todos menos Chiappucci. ¿Quién es este Chiappucci? LeMond le llamaba ‘Cappuccino’. Pero este italiano de rasgos agitanados salió con fuerza del pelotón de anónimos. Vaya que si salió. Tomó el maillot de líder en la cronoescalada de Villard de Lans, en la 12ª etapa, y no lo soltó hasta la contrarreloj de Lac de Vassière, el día antes de la coronación de los Campos Elíseos. LeMond se tomó su ‘Cappuccino’. No lo haría más.
En aquel 1991, los rivales ya sabían de lo que era capaz Claudio Chiappucci. Y fue capaz de subirse al podio por segundo año consecutivo, esta vez en el tercer peldaño, a 5:56 minutos del nuevo rey del Tour: Miguel Indurain Larraya, natural de Villava. En medio se coló otro italiano, Gianni Bugno, un ciclista de elegante pedalada y frágil moral.
18 de julio de 1992, dos días después de cumplir 28 años, 13ª etapa del Tour: Saint Gervais-Sestriere, 254 kilómetros. Chiappucci se escapa en el km 28 del recorrido, corona en cabeza todos los puertos del día, llega a ser líder virtual en el colosal Iseran, se planta en solitario en Sestriere y conquista la victoria, ante el fervor de su público y con un calor aplatanante, después de 226 kilómetros de fuga. Su cabalgada recuerda a la de otro italiano en ese mismo escenario, 50 años antes: Fausto Coppi, ‘Il Campionissimo’. Coppi había compartido escuadrón con su padre en la Segunda Guerra Mundial: Arduino Chiappucci. Un lindo homenaje a ambos.
En ese 1992, Indurain había ganado el Giro de Italia. Sería el primero de sus dos triunfos consecutivos en la Corsa Rosa, en ambos con Chiappucci en el cajón. Siempre la sombra del ‘Diablo’. El Tour lo comenzó como ganador del prólogo, en San Sebastián. Pero dos días después se permitió una fuga en los castrados Pirineos, que remató Javier Murguialday en Pau. Se puso líder un jovencísimo Richard Virenque, que en la jornada siguiente cedió el maillot a Pascal Lino. El francés acumuló una ventaja tan grande que pudo relucir diez días de amarillo. Aguantó el primer zarandeo de Indurain en la contrarreloj de Luxemburgo, donde un ‘Extraterrestre’ desplazó a sus rivales a más de tres minutos. “He visto pasar un cohete”, dijo Laurent Fignon, que había salido seis minutos antes que él, después de ser doblado.
Pero Lino ya no resistió el incendio que prendió el ‘Diablo’ en la etapa reina de los Alpes. Indurain mantuvo aquel día la frialdad y dejó hacer a Chiappucci hasta las faldas de Sestriere. Allí decidió iniciar la cacería, ante un público exaltado, que alentaba a su ídolo e increpaba al español. El tiempo iba cayendo… Tic, tac. Sin piedad. El italiano ya estaba a la vista: a poco más de dos kilómetros rodaba en torno a medio minuto. Nadie daba un duro ya por el bueno de Claudio, que iba dando chepazos, que se hizo sus necesidades en el culotte… Su madre, Renata, era un manojo de nervios en la llegada. La presa agonizaba. Y entonces, inesperadamente, cambió el guión. Indurain perdió el ritmo de pedalada, desencajó el rostro… Incluso le adelantó Franco Vona. Chiappucci volvió a abrir trecho y remató la aventura con una titánica victoria. “Ha sido la etapa más dura que he vivido en el Tour”, balbuceaba Roche. Un infierno. LeMond y Leblanc llegaron a 50 minutos, por poner un ejemplo. Indurain explicó luego que había sufrido una pájara, que no había comido bien. Y seguramente fue así, aunque existen otras teorías. El escritor Javier García Sánchez, que seguía el Tour como periodista, cuenta una en su libro ‘Indurain, la pasión templada’: “Algo en aquella marabunta humana de tifosi entusiastas impresionó, o asustó, a Miguel para hacerle levantar el pie”.
Nadie daba un duro ya por el bueno de Claudio, que iba dando chepazos, que se hizo sus necesidades en el culotte…
Indurain entró tercero en la meta, a 1:45 de Chiappucci, y se puso líder de la general con 2:22 sobre su “imprevisible” opositor. Italia soñó otra vez con la gesta, pero no hubo milagro. Indurain conquistó aquel Tour, el segundo de cinco. Claudio acabó de nuevo en el podio, segundo en esta ocasión. Durante el reinado del navarro tuvo muchos rivales: Bugno, Rominger, Ugrumov, Zülle, Riis, Pantani… Pero ninguno tan “peligroso” como el ‘Diablo’. “La gente recuerda más el carisma que las victorias”, afirma, tantísimos años después, Claudio Chiappucci. Esa sombra.