“Yo sabía que ‘La Paloma’ era un nombre que molaba para algo...”
La Paloma es uno de los grupos emergentes a escuchar en España. Formará parte de la I edición del Vibra Mahou Fest en Madrid, el 9 de noviembre. “Será una gran fiesta de un día”, reconoce uno de sus vocalistas, Nico Yubero, a AS.
Nico Yubero (Madrid, 1995) puede que, de cuna, no sea gato del todo, pero sí lo es en la música, con ese grupo, La Paloma, que formó en la pandemia con Lucas Sierra y Juan Rojo. Además del nombre, canciones como Bravo Murillo recorren desde hace dos años los festivales más importantes. Cada vez en letras más grandes, con más público entonando ese “En una terraza de Bravo Murillo espero a la muerte / Espero sentado / Espero tranquilo / Espero también no volver a verte”. De fondo, siempre guitarras. A lo Carolina Durante, esa banda ya asentada y con poso generacional, muy influida por The Strokes aunque en realidad suene a los primeros Planetas. Letras descaradas y descarnadas y a dos voces, la suya y la de Lucas. Inevitable. El grupo nació así. El próximo sábado 9 de noviembre tocarán por primera vez en el WiZink Center, dentro de la primera edición del Vibra Mahou Fest en Madrid. Es un lujo hablar con él media hora. Su cabeza lúcida, su fina inteligencia, su madurez. Todo eso que se toca en sus letras y música, está presente, en esta charla con AS.
Mondosonoro, en 2023, les nombró como uno de los grupos emergentes del año. ¿Eso qué significa para ustedes?
Que hablen bien de ti siempre son buenas noticias. Somos un grupo que se centra mucho en trabajar de puertas para dentro. Nos dedicamos a hacer nuestra música lo mejor que sabemos. Y cuando levantas la cabeza y ves que a la gente le gusta, que se valora el trabajo que has hecho, te muestra que el camino creativo que estás cogiendo, es bueno. No diría el correcto, pero sí uno que mola, que está guay.
Usted nació en 1955 en el barrio madrileño de Tetuán. ¿Es gato-gato?
Casi, casi. Tengo una abuela de Menorca, que nació en Mahón, y se vino muy joven a Madrid.
El nombre de su grupo es muy madrileño: La Paloma.
Viene de mi barrio. La Paloma en Madrid impregna todo un poco. Está la del centro, la de la Latina y las fiestas, la Virgen de La Paloma…, pero en mi barrio hay unas fiestas también de La Paloma, un instituto... Está en todas partes. Hay pescaderías y un bar, reabierto hace poco, al que yo iba mucho con mi madre. Cuando lo cerraron, un poco antes de pandemia, yo dije: “La Paloma mola un poco para un nombre de algo”. Me lo apunté. Y cuando conocí a Lucas, el otro vocalista del grupo, y hablábamos de hacer un grupo, lo recordé. “Tengo un par de nombres así, un par muy malos, y tengo La Paloma, que creo que puede molar”. Y me dijo: “Tío, pues yo soy de un sitio de Gran Canaria que se llama Mas Palomas”. Y dijimos: “Pues ya está, perfecto”. Nos interpela a todos.
Fue un ‘match’ total.
Eso. Luego los nombres pierden un poco la referencia de donde vienen y éste se ha convertido más en nuestra Paloma. No es ya ni una madrileña, ni un ave. Es nuestro grupo, nuestras vivencias, ya tiene su propia identidad.
Lucas y usted se conocieron en el colectivo Kalo en Carabanchel, un festival con aire como el de Berlín.
Sí. Lo organizaba Lucas. Era un festival pequeñito de bandas muy underground y yo fui con un amigo, me monté de un proyecto para dar un concierto y ya, porque no dimos ninguno más (ríe). Ese día conocí a Lucas, que se acababa de venir de Londres, y empezamos a hablar. Había venido para hacer música y buscaba a alguien. Yo no sabía bien por dónde tirar. Tenía algunas canciones, Lucas también... Y empezamos a coincidir... Y la semana, nos encerraron.
Llegó la pandemia.
Nos vino de put… madre. Se paró todo, no había más responsabilidad que quedarse en casa y decías: “Pues puedo dedicarle tiempo a lo que sea”. Había un poco de sensación de borrón y cuenta nueva. Seguimos hablando, dándole forma al proyecto y, cuando empezaron a abrir las restricciones, hacíamos trampas para vernos. Él vivía en Tirso de Molina y yo en Tetuán e íbamos encontrando puntos.
Una de sus particularidades es que son dos vocalistas.
El referente en España de eso fue Pereza. Lo nuestro fue por cómo se formó la banda: al juntar canciones que teníamos cada uno por separado. Por eso La Paloma tiene dos voces, dos propuestas que se acercan mucho, pero también se diferencian entre sí. Eso le da riqueza al proyecto también.
¿Cómo va fluyendo La Paloma?
Empezamos nosotros solos, con restricciones todavía. Aún había que pedir permiso y, nos fuimos a Pamplona, al estudio de un tío con el que yo curro mucho, de confianza. Grabamos cuatro temas por nuestra cuenta. No teníamos ni idea de qué hacer luego con ello. Estaba la industria parada. No se podían dar conciertos. De hecho cuando fuimos a grabar el primer EP no estaba Juan el batería y no habíamos tocado en directo nunca. Yo hacía las baterías. Lucas, las guitarras. Y, luego, Rubén hacía los bajos. Pero nunca nos podíamos poner a ensayar. No teníamos formación y nos fuimos a grabar ahí a lo loco. Y cuando ya lo empezamos a hablar con La Castanya, nuestro actual managemet y sello, y les gustó aunque es curioso: en lo primera que grabamos, aunque ya existían, no incluimos ni Bravo Murillo, ni Palos, ni Siempre así. Grabamos otras canciones y, cuando llegamos con las demos al sello, que estábamos viendo si queríamos currar juntos, las escucharon y nos dijeron: “¿Por qué no habéis grabado esto?”. Al estudio otra vez. A partir de ahí, sacamos las primeras canciones y empezaron a funcionar. Y sacamos Bravo Murillo y esa fue la canción que cambió nuestro cortísimo recorrido. Empezó a ir muy bien el proyecto. Sacamos la de Palos. Empezó a ir muy bien el proyecto. Y, a partir de ahí, ya fue una rueda que nos llevó a hacer el disco casi directamente. Salió el EP y al mes estábamos grabándolo.
Bravo Murillo, también muy madrileño.
Bueno, claro, yo vivo ahí. Mis abuelos... Muy autoreferencial aunque no lo parezca.
¿De dónde le viene la música?
De mi madre. Ella es una persona muy actualizada en lo musical, sobre todo en el rock y las bandas. Cuando ya empecé a tomar conciencia de que existía, con seis, siete años, mi recuerdo era escuchar los Strokes, Gorillaz… Mi madre me enseñó la música de la que sigo siendo fan ahora. Era muy poco nostálgica. El disco de Los Strokes a mí me movió mucho de crío. Que también me gustaba Bisbal, eh. No tenían ningún criterio. Ya cuando empecé a darme cuenta de lo que me gustaba, empecé a obsesionarme con la música como oyente. Intenté dar clases de guitarra, pero era muy vago, me era difícil y no quería mejorar. Luego fui descubriendo otros universos como el hardcore de los 80, el punk... y a partir de ahí me fui haciendo un fan de la música en general.
¿Y cuándo da el salto al ‘otro lado’?
Con 17, 18. Empecé a acercarme a bandas de Madrid y me entró el gusanillo de la batería. De primeras se me dio mejor que la guitarra, me gustó más. Soy una persona que intenta aprovechar las cosas que le resultan más fáciles. “Batería, pues de put…, madre. Molón”. Estuve con un grupo girando, aprendiendo a componer, a convivir, a tener un grupo… Y cuando ese proyecto terminó, empecé a hacer canciones. Ya más mayor, tenía 23, 24, hasta ese momento no me había puesto con una guitarra a hacer una.
¿Y de manera natural se le daba bien la guitarra?
No me considero un buen guitarrista. Pero sí empecé a encontrar una forma de canciones. Al principio haces unas que son un castañón y de repente hay una, que en mi caso fue Bravo Murillo que, dices: “Host..., esta canción… Me parece que he dado con algo”. Una forma de escribir, de comunicarte y vas tirando del hilo y haciéndote un universo lírico. Es lo más difícil. Uno que te interpele, que hable de ti, que se exprese como lo haces tú. Eso es lo que me esfuerzo en hacer cada vez mejor. Componer. En una canción tu puedes vomitar muchas veces y hacer reflexiones muy profundas, abiertas. Hacer canciones es la forma que yo he encontrado de escribir.
¿Qué escritores le gustan?
Lo primero que te llama la atención como adolescente es la generación Beat. A Bukowski lo lees con 16, 17 años, y flipas. Y a partir de ahí vas descubriendo de todo. Sí soy un poco pureta, más nostálgico de lo que me gustaría. Incluso de cosas que no viví.
¿Cómo han notado que el público está recibiendo su proyecto?
De repente pensar que tus canciones pasan más allá de tu grupo de amigos… Que empiezan a llegar a más gente, a gente que no conoces, que empiezan a decirle algo a gente que no ha hablado contigo en la vida… Es una sensación… Cuando te lo encuentras siempre te sorprende e incluso, no sé si deja de hacerlo. Llenar salas con gente que no te conoce de nada y que está ahí por las canciones que haces es una cosa que te peta un poco el tarro. ¿En qué momento? Esa sensación que has tenido tú, con tantos otros grupos... Da igual el volumen, de gente que haya, siempre que haya gente interesada, siempre sorprende.
Entre el verano pasado y éste, La Paloma ha hecho 40 festivales…
Hemos tenido bastante acogida, este año sobre todo. Tocar en escenarios más grandes, con más público, mejores horas, como con más atención dentro del contexto de un festival. Vamos teniendo nuestro público. Sin ser nosotros una gente súper obsesionada con eso, es increíble verlo. Y llena mucho. Aunque no sea nuestra prioridad ser el grupo más grande del universo, cuando te vas haciendo grande vas estando un poquito más contento.
Lucas cuenta que, lo que ha aprendido de estos años en los festivales, es que debe echarse crema hidratante detrás de las orejas. ¿Y usted?
Que, si tienes dos seguidos, el primero no puede ser la fiesta padre.
Forman parte del cartel de la primera edición del Vibra Mahou Fest en Madrid… ¿Han tocado ya antes en el WiZink?
No. Es un pepino gigante. No me lo imagino. Hay bandas amigas, gente con la que hemos coincidido mucho. Mas que un festival, parece como una fiesta de un día, como una maraton de conciertos, en un sitio gigantesco que eso sí que es una cosa que cuesta pensar cuando empiezas a hacer música, por muy bien que te vaya: que acabarás pudiendo pisar un escenario en un WiZink, es una oportunidad guay. Verte a ti como banda en un contexto tan grande. Es emocionante.
“Odio el frío / odio el fútbol”, dice una de sus canciones.
(Ríe) Es verdad que no soy muy futbolero. Siempre fui muy de baloncesto. Pero esa canción resume más cosas que solo el deporte en sí. Tiene un toque de ironía y de autoridiculizarse, en un día malo en el que lo odias todo. Es una letra que me gusta mucho. Tiene sus puntos oscurillos pero también más irónicos.
Ya han cruzado el charco, han tocado en México.
Tres veces ya. Y es un paraíso. Allí nosotros hemos tenido las mejores semanas de nuestras vidas casi. Otra cosa con la que no cuentas y, de repente, ocurre. También estuvimos en Estados Unidos, y en Londres.
¿Es sensación mía o, además del reggaeton, cada vez hay más gente haciendo otra música, con más guitarra?
Algo ha pasado los últimos años: el público, la masa, se ha compartimentado y hay más oportunidades para más estilos. Se ha democratizado. Ya no hay puretismo. Yo soy rockero, indie o urbano. La gente más joven, cada vez escucha más tipo de música y con menos prejuicio, sin necesidad de identificarse categóricamente con una tribu. Veo un buen momento. Cuando tocamos el tipo de gente que viene a nuestros conciertos no es la que se ha casado con un estilo. Un día nos ven a nosotros y, a los tres, a María Escarmiento.
En Spotify tienen ya 50.000 escuchas mensuales. ¿Lo miran y no alucinan un poco?
Es más importante ir a un concierto y ver a la gente que meterte en Spotify y ver cuánta gente te escucha. Los números no nos obsesionan. Lo ves y dices: que guay, vaya locura, evidente. Pero para nosotros lo más importante es llenar las salas que nos corresponda llenar.
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