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La vida personal de Irene Junquera: periodismo, parejas y su faceta como pianista

La periodista compagina sus quehaceres profesionales en la comunicación con sus exitosos saltos al teatro y la literatura.

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La vida personal de Irene Junquera: periodismo, parejas y su faceta como pianista

De plasmar en una figura geométrica las facetas profesionales de Irene Junquera (1985), el resultado dibujaría un curioso diamante de muchas y variadas caras, rozando lo polivalente, y cuyos aristas estarían vertebrados, esencialmente, por los hilos rígidos y creativos de las letras, tanto en su vertiente comunicativa como en la artística: el esbozo en tres dimensiones de una madrileña que ha hecho de las cámaras y la tinta, del teatro y los micrófonos, un microclima. Su microclima.

“Soy periodista. Amo comunicar. Me gusta el periodismo más humano. Mi medio, cualquiera en el que pueda desenvolverme a mis anchas. Mi frase, ‘todo pasa por algo’, y mi sueño, poder entrevistar a todo aquel que tenga algo que contar”, se autodefine a sí misma en su propia página web, aclarando que, aunque estudió en la Universidad Complutense de Madrid —indicar la carrera sería casi incurrir en un epíteto—, su “escuela ha sido la actualidad y cada proyecto en el que he trabajado”. Siendo la vida su academia, el currículum de Junquera podría, casi, certificar un doctorado.

Empezó a caminar en la redacción de deportes de Punto Radio. Era el año 2007 y había encontrado en la radio un lugar que, de una forma u otra, jamás abandonará; ni siquiera cuando dio el salto a la pequeña pantalla, convirtiéndose en la voz del espectador del ya extinto Punto Pelota, rol que replicaría, años después, el El Chiringuito de Jugones. Después vendría un manantial de formatos de diversa cascada: desde Zapeando hasta Gran Hermano VIP, pasando por Vamos tarde, de Europa FM, y Las mañanas de KISS. En la actualidad colabora en El Desmarque (Cuatro), comenta los partidos del Real Madrid en Radio Marca, donde también hace La Tribu, así como en espacios de Twitch de reconocidos periodistas.

Lo público de su persona no ha supuesto una exposición manifiesta de su vida sentimental. Siempre cauta en este plano, apenas se conocen de ella tres romances: uno con Cristian Toro, campeón olímpico de piragüismo en los Juegos Olímpicos de Río de 2016, otro con el actor Pablo Puyol, a quien conoció en Zapeando, y un último con Rayden. No obstante, siempre ha mantenido este aspecto en un discreto segundo plano. Si algo no ha tenido inconveniente en mostrar es lo familiar de su persona, cercana y cariñosa, materializada esta actitud en el amor que profesa, y que en más de una vez ha reconocido, hacia sus sobrinos.

Teatro y literatura

Sin dar tregua al mundo de la información decidió hacer patente, sacar a la realidad, exteriorizar sin filtros, el impulso dramático que todo ser humano lleva dentro y que ya en la antigua Grecia vino a definir, por la parte de quien lo recibe, el concepto de catarsis. Se estrenó sobre una tarima en Mujeres: La Dramedia y, tras seis meses en el Teatro Fígaro de Madrid, prepara, junto a La Forte y Amagoia Eizaguirre, una gira que se prolongará hasta el verano de 2025.

No es el único cauce de expresión que ha encontrado la relojería libre y cuidada de sus vivaces pensamientos. En abril de 2023 vio la luz de los escaparates y de no pocas estanterías su primera novela, de tintes románticos y en la que se rastrea los motivos de las sensaciones vitales que cargan de fuerza a las mujeres: Todo el tiempo que nos queda.

Donde música hubiere...

La vida, dijo en una ocasión algún filósofo, es lo que uno decida hacer con ella. Y Junquera, en su tiempo libre, se dedica, precisamente, a cultivar la suya propia: le gusta nadar, montar en bici de carretera y acudir al gimnasio para hacer deporte —admite una cierta preferencia por el spinning—. Sus redes sociales son el retrato perfecto de todas estas aficiones, que vienen a construir un perfil estrechamente ligado al deporte desde múltiples, algunos desemejantes, aristas; quizá de ahí lo del diamante.

Como donde música hubiere cosa mala no existiere, ha sabido invertir en la banda sonora de sus días a través de una suerte de noción canora del presente, casi ‘pentagrámica’: toca el piano desde pequeña, habiéndose graduado de este instrumento en el conservatorio, y, además, baila. Baila porque le gusta, baila porque le divierte. La vida como escuela es, en realidad, para aquellos que se entienden, muchas veces gracias a las letras, casi siempre bajo la luz de una vocación, en tres dimensiones y sobre un único suelo.

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