TELEVISIÓN

La confusión de un soltero de ‘First Dates’ cuando le preguntan por Castellón: “¿Andalucía?”

Pau venía de Gerona; María, de Castellón. Ninguno de los dos ubicaba la provincia del otro, pero aquello no impidió que accedieran a una segunda cita.

Actualizado a
La confusión de un soltero de ‘First Dates’ cuando le preguntan por Castellón: “¿Andalucía?”

Que el amor no se busca con un mapa, que más bien se encuentra, era algo que ya sabía mucha gente. Pero no por ello hace falta dejar que la cartografía se torne residual, debieron pensar algunos comensales del televisivo y romántico —a su manera— restaurante de First Dates cuando escucharon sentarse y hablar, congeniar y conocerse, a Pau, un muchacho de Gerona, y María, una chica de Castellón. Las provincias de ambos están bañadas por el mismo mar, aunque ninguno de los dos hubiera jurado que así era.

Antes de la curiosa conversación sobre la división administrativa del país y su organización territorial, Pau se había presentado como alguien cariñoso, que buscaba a una chica “que se ría mucho y tenga buen corazón”. Lo primero fue un chasco y anticipaba tormenta; María se presentó como una persona acostumbrada a que le digan que pone mala cara, pero prometía ser muy “sociable y agradable”. Por algún motivo él se santiguó al verla, curiosa la cara de ella al verlo; luego resultó ser un bonito gesto, dijo el catalán que le tocó la lotería.

“Europa aún, pero España...”

La charla sobre provincias llegó justo al sentarse. Andaban presentándose. “¿De dónde eres?”, preguntó él, tímido pero confiado. Ella respondió que de Castellón, y Pau, quizá dejándose llevar por la etimología, quizá por el parecido entre una palabra y otra, resolvió: “Castellón... ¿Castilla-La Mancha?”. María respondió que no, con cierta cara de asombro, y él, sonriente y confuso, se lanzó a la aventura de la exploración: “¿Madrid? ¿Andalucía?”. Aunque le faltaban otras 14 comunidades autónomas, prefirió preguntar “dónde está eso” a continuar con la cascada de regiones.

Ella agarró el timón: “Valencia. A una hora de Valencia, justo arriba”. Y se precipitó: “En verdad, estamos... Es Valencia, Castellón.... Ahí ya no me digas qué, Cataluña, vamos”. Insinuaba que estaban cerca y él recuperó la inspiración. Se encontró, literalmente. “Tarragona, Barcelona, Gerona. Estamos cerca, estamos cerca”, se iluminó su rostro, consciente de que eran pocas provincias las que les separaban y, probablemente, sin pensar en los 372 kilómetros que les distanciaban. Casi cuatro horas en coche.

“Los mapas no los llevo bien. Nada, nada”, confesó María a cámara, con un semblante sincero. Luego especificó, porque en la vida hay muchos matices: “Europa más aún, pero España...”, negaba con la cabeza, quizá pensando en Riga y Vilna y no en Cáceres y Badajoz. Pero aquello no importaba. Se entendieron a la perfección y salieron de allí con ganas de recorrer el continente en caravana porque, sabe el lector, el amor no se busca con un mapa; se encuentra o no.

Normas