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La nueva vida de Inma del Moral: de reportera de ‘El informal’ a trabajar en una farmacia

La modelo tocó el cielo de la pequeña pantalla a finales de los noventa y, después, desapareció para cultivar una nueva vida tranquila y alejada de las cámaras.

A finales del pasado siglo la televisión —la clásica, exenta de plataformas y con una oferta de canales más bien justa— seguía siendo la hoguera en torno a la que todas las familias se reunían. Las noches se escribían desde el sofá y el sillón, asignados en el salón el lugar que correspondía a cada uno; y en la pantalla, ante los ojos de todo el país, fue creciendo una camada de personajes cuyo rostro pasó a ser, de un mes para otro, parte inseparable del imaginario colectivo. Fue el caso de Inma del Moral.

Un lejano 13 de julio de 1998 la televisión torció una esquina. Aquel día se estrenó en Telecinco un programa que sentaría cátedra y funcionaría como precedente de otros formatos de humor en la pequeña pantalla: sketches y doblajes, entrevistas e imitaciones, aquel espacio dio con la clave de una audiencia que precisaba un giro humorístico en la parrilla televisiva. Vino a llamarse El Informal, reventó los registros de audiencia y aquella reportera fue una de sus piezas clave. El programa estuvo en emisión cuatro años; ahora, más de dos décadas después, hablar de Inma del Moral es aludir a una de esas volatilizaciones a la que asistieron algunos comunicadores que tocaron el cielo en los noventa.

Los años dorados

Inmaculada nació en Madrid allá por 1974. Su infancia, según confesó en una también lejana entrevista a El Mundo, fue “muy bonita, muy adentro, amplia, en una casa con gente bonita en la que no me ha pasado nada malo”. Como otras tantas niñas de aquella época, su sueño era ser modelo; a las puertas de la mayoría de edad se subió en un avión con destino Milán para unos desfiles y, finalmente, se quedó a vivir en Italia. Le iba bien.

Un día sonó su teléfono y su vida cambió. Era 1998. Al otro lado de la línea se encontraba alguien de Telecinco, el encargado de decirle que habían pensado en ella para realizar unos castings de la cadena. Lo hizo. Y, de nuevo, le fue bien. Así debutó en la pequeña pantalla: poco después se sentaría junto a Jordi Estadella para presentar Perdonen nuestros pecados, formato que duró la friolera de un episodio. Daba igual; estaba destinada a ser la siguiente cara de Telecinco. Entonces llegó El Informal.

Inma del Moral hizo historia televisiva junto a Javier Capitán y un jovencísimo Florentino Fernández. En aquel espacio de humor y actualidad ella hacía de una reportera siempre asolada por los intentos fallidos de ‘Flo’ de ligar con ella. Y así fueron pasando las semanas, enamorando a todo el país con un toque televisivo innato que se desvaneció junto a ella el día que decidió poner tierra de por medio. No se sabe si fue por la influencia de Pedro Ruiz, su pareja entonces, o por comenzar a aparecer en la prensa del corazón; sea como fuere, ella se apartó del programa, que reemplazó a la modelo con una jovencísima apuesta: Patricia Conde.

La vida después de la televisión

Intentó buscar suerte en el séptimo arte con una serie de papeles menores en cintas hasta que regresó a la televisión para presentar El rayo, un talk show de Antena 3 que presentaba junto a Jordi Cruz que vio, entre otras cosas, debutar a Juanra Bonet y que no se extendió más de un calendario.

En aquel programa conoció a un cámara argentino, Juan Herrera, con quien contrajo matrimonio en 2003 y junto a quien tendría un hijo tres años más tarde. Poco a poco, su estrella en el firmamento de la televisión comenzó a apagarse (con la excepción de su papel como Wanda en Cuéntame cómo pasó, entre 2013 y 2016). Hasta que finalmente desapareció.

Una visita a Pasapalabra hace escasos años dio el motivo. Había decidido cambiar la industria cinematográfica y televisiva por la farmacéutica. Y era feliz. Poco se sabe de su vida personal, limitando su Instagram a lo único que importa: fotografías de ella sonriendo y tranquila. Su historia ha quedado en el cajón de aquellas promesas televisivas que se desvanecieron y en el recuerdo de las familias que, a finales de los noventa, se sentaban frente al televisor en unas cenas que hoy parecen perdidas en el tiempo.

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