Entrevista AS

Daniel Grao: “La responsabilidad del humano es sanar sus propias heridas”

El intérprete, que regresa a la gran pantalla con ‘La huella del mal’, charla con Diario AS acerca de la humanidad, la cultura, la historia y, sobre todo, el pasado.

Daniel Grao: “La responsabilidad del humano es sanar sus propias heridas”
Sergio Murillo
Nació en Santa Marta de Tormes en 2001 y creció entre Guadalajara y Badajoz. Amante de la literatura, estudió Periodismo en la URJC. Se estrenó como jefe de Cultura en El Generacional. Ha sido corresponsal para El Estilo Libre y conductor de informativos en Cadena COPE. Entró en Diario AS en 2023 como redactor en Actualidad.
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De todas las formas que existen de entender la maldad, Daniel Grao (Sabadell, 1976) pareció no encarnar ninguna cuando entró por la puerta del Hard Rock Hotel de Ronda de Atocha. Ha sido ‘tipo duro’ mil y una veces, pero al ingresar en el amplio salón del edificio aquella tarde de febrero, y todavía inmóvil en el recibidor, solamente pudo saltar con la mirada por encima de todos los muebles y rostros. La visión de los intérpretes tiene algo curioso que les hace, a ojos de los demás, parecer capaces de mirar más allá de las paredes. Y Grao, que en escasas semanas regresa a la gran pantalla como un expolicía habilidoso y un tanto insoportable, erguido sobre aquella alfombra, destilaba dotes detectivescas.

El actor ha asumido el reto de encarnar a Daniel Velarde, uno de los personajes centrales de La huella del mal, novela de Manuel Ríos San Martín que, bajo su misma batuta, se ha transformado en película batiendo un curioso récord cinematográfico: se trata de la primera cinta de ficción rodada en Atapuerca, cuna burgalesa de la humanidad. Antes de que tome asiento, un servidor ofrece a Grao un café. Lo rechaza. Ya ha tomado. Después se embarcan en una charla sobre la especie humana, sus rasgos característicos, el papel de la cultura en la construcción de los instintos y la importancia del pasado, tanto individual como colectivo, en la influencia de un futuro que, en ocasiones, se antoja incierto.

-¿Cómo te gusta el café?

-Solo, negro, ristretto. Intenso y sin nada. No le pongo nada.

-Hay quien define la personalidad de la gente según su relación con el café. Tú tienes tus líneas rojas. ¿Eres muy maniático?

-Bueno, yo te diría que no. Mi mujer te diría que sí (ríe). Tengo muchos compañeros actores que hacen muchos rituales para que les den suerte, yo ahí no. Sí que me gusta el orden, la limpieza, que cuando busque algo lo encuentre... Soy metódico, pero maniático no.

-Es una definición que encaja muy bien con el personaje de Daniel Velarde. ¿Qué más tienes en común con él?

-La búsqueda incansable de tu objetivo. En el caso de Velarde es atrapar por fin al asesino, que además tiene un pasado no resuelto: parece que es el mismo que se le escapó seis años atrás. Esa cosa casi obsesiva de querer hacer todo lo posible para dar con él, para conseguir su meta... eso quizás lo podemos tener en común. Cuando tengo alguna meta y quiero conseguir algo me involucro desde todas las áreas posibles y se convierte en una obsesión.

-Al personaje de Velarde le marca profundamente ese intento de superar aquello que ocurrió. ¿Se puede llegar a escapar del pasado?

-Creo que se puede resignificar. Y eso hace que cambie tu futuro. Lo que haya pasado, pasado está; pero puedes aprender de él y hay cosas que se pueden cambiar a partir de lo que has vivido. Daniel Velarde se lo encuentra de forma inconsciente, creo que el camino que hace en la película no lo tiene previsto y es casi ‘a su pesar’. Pero yo sí que he hecho algún viaje vital a propósito para no ser rehén del pasado y modificar ciertas programaciones. Y creo que cuando se le da un nuevo significado lo reescribes y cambias tu presente.

El pasado se puede resignificar, y eso hace que cambie tu futuro

Daniel Grao

-¿Y cómo se hace ese viaje de reconciliación contigo mismo?

-No te queda otra que trabajar en ello. Escarbar y encontrar; hacer las paces con aspectos de uno y de su propia vida. Hay maneras y técnicas distintas y profesionales. Yo estoy en una profesión que invita mucho a ello; hay mucha introspección, mucho autoconocimiento. Recuerdo la época de las clases de interpretación en la juventud. Aquello fue terapéutico: más allá de que luego te constituyas como actor y trabajes de eso, recuerdo los primeros años como una terapia. Al final escarbas mucho en tus experiencias, las recolocas de otra manera. Y eso es muy útil. Creo que lo artístico ayuda mucho.

-La cultura como terapia...

-Justo, aunque no para exponerla. En ese proceso de búsqueda, en la formación... Como el actor es su propio instrumento y trabaja con sus propias emociones, la formación te invita a conocerte mucho. Y si tienes la suerte de dedicarte a esto, cuando empiezas a componer personajes distintos a ti siempre los haces versus tú. Cuando leo un guion, veo las decisiones que toma el personaje y pienso en cómo lo haría yo. Pero ese personaje no soy yo. Al componer esa otra personalidad, como lo haces en comparativa con la tuya, te vas ‘pescando’ en muchos resortes porque crees que actuarías de una forma pero el personaje te enseña que existe otra posibilidad.

Daniel Grao: “La responsabilidad del humano es sanar sus propias heridas”
23/01/25 ENTREVISTA DANIEL GRAOAITOR MARTIN

-En cierta parte tienes dentro a ese espíritu ficticio. ¿Puede un actor llegar a soñar con elementos del universo del personaje que interpreta?

-Por supuesto. A mí me ha ocurrido. Tengo un amigo con el que estudié interpretación que a eso le llama ‘anzuelos del personaje’. Muchas veces me lo ha dicho. A veces se me olvida y le comento que llevo unos meses obsesionado con algún tipo de pensamiento; él me lleva al presente y me pregunta qué personaje estoy haciendo. Pasa en teatro y en rodajes. Si tienes un protagonista en una historia y estás meses en contacto con eso, al final el personaje y la temática se acaban filtrando en tu vida. Según el personaje, y eso me lo dice mi mujer, me cambia el carácter. Es sutil, pero quien te conoce mucho y vive contigo lo aprecia.

-Y si tienes un rodaje poco tiempo después de otro, ¿no tienes que hacer un ejercicio para olvidar al personaje anterior?

-Para mí es más compleja la búsqueda del personaje. Cuando ya lo tengo afianzado, ya sé cómo habla, cómo se mueve y cómo es, saltar de uno a otro no me es tan complicado. A veces he estado grabando una serie entre semana y los fines de semana girando con una obra de teatro. Pero son personajes que ya los tengo muy trabajados; lo siento como si me quitase un disfraz y me pusiera otro. Incluso me estimula.

En la búsqueda sí que es complejo. Normalmente he tenido la suerte de tenerlos más espaciados, pero por este mundo y las agendas, en ocasiones he tenido que buscar a los personajes a la vez. En el rodaje ya están buscados, hay claridad. Pero en esa búsqueda... Sí que me volvía un poco loco porque comienzas a repartir elementos para llevarlos a cabo. Cuando lees un guion inconscientemente ya estás trabajando porque sabes qué historia vas a contar, cómo es tu personaje, y empiezas a relacionarlo con cosas de tu día a día. De alguna manera estás barriendo para casa. Por eso con dos es una locura.

Sobre el pasado y sus efectos secundarios

-¿En qué momento decidiste que querías ser actor?

-Es una historia muy bonita. Cuando estudiaba con 16 años, un día a la semana se hacía una cosa que eran las ‘horas B’; se partía el grupo por la mitad y se hacían actividades más lúdicas. Tenía un profesor de literatura, Jesús Alonso Ruiz, y con él hablábamos de poesía: proponía que tres o cuatro trajeran cada semana poemas para analizarlos e intentar comprenderlos. Yo recuerdo que llevé la Nana del caballo grande, que es un poema de Lorca, pero que yo lo conocía por una canción de Camarón de la Isla con la Filarmónica de Londres. Es una mezcla explosiva; se me ponen los pelos de punta cada vez que la escucho. Recuerdo que él me miró de arriba a abajo y me preguntó si me gustaba el flamenco, que él es un apasionado. Lo analizamos y me dijo que tenía un grupo de teatro los viernes fuera del horario lectivo. La Mandragora, se llamaba. Y ese fue el inicio.

Pensar en dedicarme a ello y ser actor fue años después. Dejé los estudios sin llegar a la universidad, tuve un año un poco perdido de más mayor y en aquel momento empecé a preguntarme qué me gustaba. Y volví a ese recuerdo de aquel grupo de teatro que me fascinó. Busqué una escuela, me formé...

-Tienes una memoria casi fotográfica...

-Él es amigo a día de hoy (sonríe). Nos vemos muy de vez en cuando, pero si hago teatro me viene a ver siempre. Me marcó mucho.

Daniel Grao: “La responsabilidad del humano es sanar sus propias heridas”
23/01/25 ENTREVISTA DANIEL GRAOAITOR MARTIN

-¿A qué estampa de tu infancia vuelves de manera recurrente?

-Vivía en un barrio limítrofe. Mi edificio y la ventana de mi habitación daban al límite; de ahí para un lado estaba la ciudad, pero para el otro empezaban unos campos, que ya no lo son, y la vía del tren salía al exterior. Me acuerdo que me asomaba por la ventana cuando era pequeño y los trenes de mercancías, que eran largos y hacían mucho ruido, se perdían hacia un infinito. Eran campos de trigo. Cuando éramos pequeños jugábamos los del barrio a corretear por allí porque las plantaciones eran a veces más altas que nosotros. Lo recuerdo como algo mágico. Y al fondo veía la montaña de Montserrat.

-¿Y a qué huele?

-A mandarina. Me lleva a los primeros momentos de mi infancia. Supongo que mi madre me metía mandarinas en la bolsa de la guardería. Tuvo que ser ahí porque en la adolescencia eran bocatas grandes de jamón.

De yacimientos pretéritos y maldades actuales

-Comentábamos antes la introspección del actor y la profundidad de Velarde. El personaje mantiene unas conversaciones reveladoras con el director de la excavación, Samuel Henares; las inquietudes de ambos constituyen el eje filosófico de la obra. Una clásica: ¿El hombre es bueno por naturaleza o es un lobo para el hombre?

-De eso creo que va en esencia La huella del mal. La primera capa es un thriller policial. Hay una chica asesinada y se buscan culpables con unos giros de guion muy bien hechos. Pero por detrás está ese pensamiento más filosófico. Esos rasgos, tanto el empático como el asesino, ¿forman parte del ser humano desde siempre? Parece indicar esta historia que sí. El novelista y director, que es un apasionado de Atapuerca y los homínidos, se ha basado en estudios que señalan el rasgo asesino del hombre desde los primeros tiempos. Hay guerras documentadas en las que además se atacaban a las generaciones más pequeñas para que los contrincantes no tuvieran futuro.

Pero también se ha encontrado cómo esos mismos hombres cargaban a una cría con malformaciones y la acompañaban hasta la muerte. Y estos rasgos, que a día de hoy calificamos como positivo o negativo, forman parte de nosotros desde siempre. Es algo inherente. Luego en la película, mediante los personajes de Blanca o el mío, de alguna manera más sutil, hacemos ese viaje. Daniel Velarde, que no es que sea un asesino, sí que es algo más animal y empieza siendo más agresivo y vinculado a la violencia... Y la historia de la película le obliga a hacer un camino hacia la empatía.

-Atapuerca. Esta es la primera película que se graba dentro. ¿Cómo ha sido?

-Yo no la conocía. Sabía de su existencia, pero no había ido nunca. Es muy impresionante y vivo como un honor haber sido el primer equipo que ha rodado una ficción allí. Es muy poderoso, no solo estéticamente y el paisaje, sino la sensación de estar en contacto con lo que estás. Tampoco estaba muy puesto en el tema de la prehistoria, pero cuando rodamos en la Gran Dolina y de pronto veo esa especie de ‘calendario’ en el que según bajas es una época más antigua, me pregunté: ‘¿pero estaba todo aquí?’ Es una beta donde se ha ido excavando y se ha ido retrocediendo en el tiempo. Ya no solo hacia abajo, sino también en galerías. Es un punto milagroso donde se han encontrado restos de diferentes épocas con mucha diferencia de tiempo. Eso le da una importancia y un valor impactante.

Y me surgió otra idea. De niño estudias un poco de prehistoria y siempre tenemos en mente la línea temporal en horizontal. Eso no es tan real. Tendemos a pensar que de un punto a otro viven unos, que después vienen otros y que, al final, estamos nosotros. Pero hay mucho tiempo en el que conviven diferentes grados de evolución. Es muy loco.

-El tiempo pasa de ser una línea a transformarse en un círculo en el que el hombre siempre vuelve a donde hubo vida...

-Es sobrecogedor. El director nos hablaba mucho en los ensayos de la Gran Dolina, que es como si se cortara este edificio (mira al techo). Cuando llegamos ahí, al principio vimos un paisaje de piedra cortada que no me llamó tanto la atención. Pero cuando veo el croquis de lo que hay ahí... Uno está viviendo su microhistoria y ahí pillas otra dimensión de la propia vida, de la propia existencia. Como actores, además, tenemos la suerte y el privilegio de poder rodar en lugares que no se visitan de manera sencilla. Y eso te permite conocer otras realidades.

Daniel Grao: “La responsabilidad del humano es sanar sus propias heridas”
23/01/25 ENTREVISTA DANIEL GRAOAITOR MARTIN

-En esas galerías hubo neandertales, indicios de ritos funerarios y, probablemente, amor y odio. Me pregunto si la actuación, el gen creativo, es único del sapiens... ¿Te imaginas a un homínido anterior intentando interpretar a otro ser vivo?

-Pf, qué bueno... No sé dónde habrá nacido. Al final esto, atávicamente, es contarnos historias a nosotros mismos para intentar entendernos. La ficción, supongo, empezó como una especie de cuentacuentos cuyo contenido era el que se vivía entonces, con sus conflictos internos y externos. Y en esencia sigue siendo lo mismo. El teatro no deja de ser algo ritual. Y fíjate, hemos inventado, la televisión, las plataformas y todo... pero el teatro sigue vivo. Hay algo en el hecho de sentarte en tiempo presente y que te hagan un espejo de las cosas que tienen que ver contigo como especie. Es una necesidad. Son formas de tomar consciencia de ti mismo y de lo que vives como ser humano.

-Velarde dice que hay algo perverso en la naturaleza. Cuando tienes que interpretar a alguien vil, ¿en qué te fijas para detectar la maldad que luego encarnas?

-Me he dado cuenta de que casi siempre que hago a un personaje que está en contacto con la maldad, en realidad, tiene una herida profunda. Creo que la gente que hace el mal y hace daño a otros están bastante heridos; a veces no son conscientes, pero tienen traumas y asuntos no resueltos. Creo que alguien feliz y pleno es muy difícil que sea malo. Y no es una excusa. Nuestra responsabilidad como seres humanos es sanar nuestras heridas; los primeros beneficiados seríamos nosotros, claro, pero después el mundo también porque habría menos mal.

-O sea, que una persona más feliz sería más metódica que maniática.

-Bueno, es que... ¿Qué es la felicidad? No son únicamente risas, sino bienestar. Estar en paz contigo mismo va a hacer que estés en paz con los demás. Y para estarlo casi siempre hay que hacer un poco de trabajo. Igual ahí sí que hay que ser un poco metódico.

-¿Qué males tiene el siglo XXI?

-Una de las cosas que me asusta y que me da la sensación de que lo veo bastante en los últimos años es la pérdida de empatía, que es lo que yo creo que mi personaje luego gana en la película. Parece que hemos vuelto a sentirnos seducidos por ‘malotes’ implacables. Incluso políticamente. A cara descubierta: ‘soy el matón de clase, el que pega el puñetazo en la mesa’. Y eso es muy aplaudido, además, como algo aspiracional. Me parece preocupante. Cuando ha pasado socialmente algo como la pandemia, que es afecta a todos y que da igual la clase social, la raza, el país... Es algo global y, en lugar de unir, desune. Algo está fallando.

Hay algo en el hecho de sentarte en tiempo presente y que te hagan un espejo de las cosas que tienen que ver contigo como especie

Daniel Grao

-¿Hay un punto en el que la cultura y ese tipo de maldad que comentas, de pasotismo, llegan a unirse?

-Para mí la cultura, lo expresivo, tiene un enfoque amoral, no inmoral, que no pertenece a ningún credo ni ideología, sino a una necesidad de que algo sea expresado y tome una forma. Eso me parece que, incluso cuando son expresiones incómodas o controvertidas, es útil porque se exterioriza algo que está en la sombra. Y cuando se expresa pasa a ser visible, pasa a la luz. Al final tiene que ver con tomar consciencia sin juzgar.

En cambio, la maldad sí que ha hecho un juicio: se ha tomado partido y se busca herir a alguien. A mí lo políticamente incorrecto me parece muy bien, ¿pero dónde está el límite para encontrar la maldad? Bueno, pues si estás haciendo algo para herir a alguien con una idea previa de causar daño. Ahora, que se expresen diferentes cuestiones que puedan herir la sensibilidad más o menos... Ahí abogo por una libertad. Si esa pulsión está ahí, que sea expresada no me parece un problema. De hecho, dejarla en la sombra suele ser más dañino.

El sapiens, frente al espejo

-Me han dicho que no te gusta mucho el deporte profesional.

-Soy una persona que me gusta cuidarme, ejercitarme... Pero de fútbol ni idea. Debe ser algo genético porque en mi familia no hay nadie a quien le guste. Otra cosa es que vaya al gimnasio, salga a correr, me ponga a nadar. Mi padre siempre ha tenido caballos, y montar varias horas por el campo...

-Cuando haces deporte por disfrute, ¿qué te gusta?

-Montar, como te digo, y el senderismo. Es cierto que es una actividad física, pero no lo veo como deporte. A veces lo vivo como una necesidad. De pronto digo: ‘me tengo que hacer una ruta de tres horas’. El otro día hice una escapada a la zona de Gredos. No me quiso acompañar nadie y me hice una rutilla porque me lo pidió el cuerpo.

-Más que el ejercicio, el cuerpo te pide desconectar, ¿no?

-Es la combinación. Estás caminando, ejercitando el cuerpo en un entorno natural. La mente se relaja, desconecta. Es como un refugio...

-¿Y no es eso realmente una pulsión genética heredada de estos primeros homínidos?

-Según lo decía, lo estaba pensando. Puede ser... Al final venimos de ahí. Las ciudades nos alejan tanto de eso. Yo lo siento como una necesidad, es como irte al mar. Aunque no te bañes y sea solo para mirar el horizonte. Hay algo de reconexión con la naturaleza.

-Después de todo, no somos tan diferentes de aquellos hombres.

No, no. En esencia seguimos ahí. Supongo que va cambiando lo formal, pero la esencia, el empuje visceral, sigue siendo el mismo. Refinado, más o menos.

-Y lo que lo refina, ¿la cultura?.

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-El juicio. Esto es correcto, esto no... Es metafísica. Lo que juzgas, al final, lo creas, te conviertes en ello o lo acercas; a nivel familiar se ve: lo que más juzgas de tus padres lo acabas repitiendo. Al final eres esclavo de lo que juzgas.

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