Ni los 36 años recién cumplidos, ni los problemas recurrentes en su pie izquierdo. Un buen resumen de lo que va de curso tenístico sería que, básicamente, Nadal mermado, martilleado constantemente por los efectos de la enfermedad de Müller-Weiss, puede ser el mejor tenista del circuito. Una afirmación que no solo sustentaría su recentísima victoria en Roland Garros, la 14ª, proeza para la que ya no hay epítetos.

Hay otros argumentos en la hoja de servicios del balear. No es extensa, nunca en los últimos tiempos lo ha sido. Las dolencias y el paso de los años le han ido obligando a ser más selectivo. Pero donde pone el ojo pone la bala. Ha jugado siete torneos este año y ha ganado cuatro de ellos (en Roma cayó en octavos, en Madrid en cuartos y en Indian Wells perdió la final contra Fritz): Melbourne, Open de Australia, Acapulco y Roland Garros. Un ATP 250, un 500 y dos Grand Slams, que elevan su cuenta total en los majors hasta los 22. Dos más que Federer, que a sus 40 años no parece tener ya gasolina para mantenerse en esa carrera, y Djokovic, por edad (35) e historial médico el que a priori tendría más papeletas de acabar imponiéndose.

Hay que hablar en condicional de esto último porque así lo ha impuesto Nadal con sus últimos golpes de efecto. Aprovechó la ausencia del serbio en Australia por su negativa a vacunarse y le eliminó en cuartos de Roland Garros, dejando el cara a cara entre ambos en tierra en 20-8 a su favor. Nole podría tener el camino despejado en Wimbledon, pero el US Open quizá sea escenario de un nuevo capítulo en esta rivalidad.

Con los dos majors y los títulos de Melbourne y Acapulco, el palmarés ATP de Rafa ha alcanzado los 92 títulos inidividuales, cinco más que Djokovic y once menos que Federer. Alcanzar los 109 de Jimmy Connors parece una empresa harto complicada para los tres, pero Rafa se sigue acercando al podio histórico, cuya frontera marcan los 94 de Ivan Lendl. Su calendario para el resto del año dependerá del dichoso pie, pero quién sabe, quizá alcance al checo este mismo año. Incluso tiene a tiro los 23 grandes de Serena Williams y los 24 de Court, tope histórico de ambos sexos. Aunque él suela restar importancia a estos listados, cada año afianza un poco más su posición estadística como uno de los mejores de la historia, si no el mejor. 

Y más allá de los datos, queda la sensación de que ninguno de sus coetáneos, juntos las tres patas de la época más gloriosa que ha conocido este deporte, ha sufrido tanto para alcanzar la divinidad como él, ni ha llegado a convertir en rutina al mismo nivel que Rafa ganar uno de los torneos más importantes del circuito. Para el extenista y último entrenador de Federer, Ivan Ljubicic, la historia de amor del manacorí con la Copa de Mosqueteros solo puede acabar de una manera: "No creas que al bueno de Philippe Chatrier le importaría si su pista cambiara de nombre a Rafael Nadal. La estatua no es suficiente". Desde luego a nadie le sorprendería que Roland Garros recogiera el guante. Si hay un nombre que hayamos asociado a esa pista por encima del actual en las dos últimas décadas ese es el de un español que ni lesionado deja de hacer historia.