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Sobre Julen Lopetegui y el Sevilla

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Se hace raro ver al Sevilla así, acostumbrados como estamos a verle en la parte alta de la tabla, orgullo español por sus triunfos en la Europa League. Avanzado de un modelo de gran club europeo basado en compras acertadas y ventas ventajosas, de repente se nos viene abajo. Al Sevilla le admirábamos por la forma en que el sabio Monchi manejaba las esclusas: barco entra, agua sube, barco sale, lo mismo para jugadores como para entrenadores. Dominaba ese espacio del fútbol situado justo por debajo del que ocupan los privilegiadísimos. Ese espacio entre los cuartos de la Champions y el título de Europa League.

Hasta ahora. Duele, pero el Sevilla ha dado esta semana una imagen cochambrosa, consecuencia de un verano fatal sobre cuyas temibles consecuencias algunos venían advirtiendo. “El huésped, como la pesca, a los tres días apesta”. Escuché esa frase en la serie ‘Juncal’. Cambiando días por años vale para los entrenadores. Son rarísimos los casos de los que pasan de tres años. Muñoz, Simeone… Lopetegui llevaba tres años y había chocado con directivos, con médicos, con departamentos del club. Eso se agravó cuando insistió en el fichaje de Isco, a cambio de lo cual el club le desmanteló la parte de atrás del equipo.

Todo estuvo mal hecho y dio paso a un proceso degradante culminado el miércoles con un Lopetegui cesado de antemano y obligado a comerse el sapo ante el Borussia. Un horror sólo aliviado por la clase con que encajó el trance. Su digna actitud emborronó el equívoco papel de Monchi, al que no hubiéramos querido nunca ver así, mientras el público respondía en un referéndum espontáneo que colocó a la directiva ante la evidencia de que ha sido cobarde, injusta y el último día hasta cruel con un entrenador que ha ganado en el corazón del sevillismo un espacio similar a los de Juande Ramos y Unai Emery.