Que siga el juego

Ortega y Gasset se mostraba satisfecho con la popularidad del deporte, porque suponía el triunfo de los valores de la juventud sobre los de la senectud. Alababa el ardor combativo de los deportistas, como el de los guerreros y los amantes. Gracias al deporte, la sociedad habría rescatado la importancia del cuerpo, después de negarlo durante siglos so pretexto de que solo lo espiritual y lo intelectual merecían crédito. Más tarde, sin embargo, se dio cuenta de lo que conllevaba el excesivo culto al cuerpo y la juventud. La sociedad se estaría acostumbrando a encumbrar lo nuevo y a despreciar lo antiguo, como obsoleto.

Resulta inspirador que Nadal se corone en París como el tenista más veterano en ganar Roland Garros. Con ello demuestra que la madurez y la experiencia son tan importantes como el ímpetu y la fogosidad. Porque el cuerpo, por supuesto, tiene los días contados. Pero el ánimo de seguir jugando puede ser inmortal. Nadal arrastra una lesión degenerativa e incurable en su pie izquierdo que le impide entrenar con normalidad. La mayoría asumiría que ha llegado el final. Pero él interpreta los fuertes dolores de otra manera: sale a disfrutar cada partido, como si fuera el último.

Por supuesto que ello pone de relieve una garra y tenacidad que nos transporta a los relatos épicos que han conformado en Occidente el arquetipo del héroe. Este no lucha tanto contra un enemigo de carne y hueso, sino, sobre todo, contra sí mismo y contra el destino. Tipos como Nadal inspiran a sus competidores porque les obligan a ir más allá. No hay como encontrar un antagonista excepcional para superarse. Ocurre en todos los deportes: Magic Johnson no hubiera sido tan bueno sin Larry Bird, ni Carl Lewis sin Ben Johnson, o Messi sin Cristiano Ronaldo.

También Djokovic lo ha reconocido: "He crecido como jugador porque Nadal me ha empujado a ello". Hace unas semanas, Novak se convirtió en el jugador más veterano en ganar el Masters 1000 de Roma. Días más tarde, con 35 años, sucumbió en Roland Garros ante quien le supera en un año de edad y —ya— en dos Grand Slam. Viendo cómo su máximo rival volvía a levantar la Copa de los Mosqueteros, el número 1 del mundo habrá vuelto a pensar lo que declaró en Roma: “Mientras Nadal siga jugando, yo jugaré también”.

Gracias a ambos. Porque nos convencen de que la edad que consta en el DNI no es un obstáculo insalvable. Y que, mientras ellos no se rindan, cada uno de nosotros seguiremos esperanzados en nuestro particular juego de la vida.