El Giro cae en su propia trampa

La etapa reina del Giro de Italia sirvió, el penúltimo día, para que Jai Hindley arrebatara la maglia rosa a Richard Carapaz y sentenciara la clasificación general. El australiano llegará líder a la jornada de cierre, igual que en 2020, pero mientras que entonces afrontó la contrarreloj final empatado con Tao Geoghegan Hart, ahora ha conseguido una ventaja sustanciosa de 1:25 para defenderse sin agobios ante Carapaz. En la tercera plaza del podio sigue asentado cómodamente Mikel Landa, que incluso podría escalar un peldaño más si el ecuatoriano prolonga su hundimiento de los Dolomitas a la crono y cede sus 26 segundos de ventaja ante el español. No es previsible, pero tampoco descartable. Así, los últimos cuatro kilómetros de la Marmolada han decidido más que los 3.300 anteriores, lo que supone un cierto chasco por la falta de épica de la presente edición. Hindley, salvo imprevisto, va a coronarse en Verona merecidamente, pero sin ninguna actuación para el recuerdo, como tampoco la tuvieron sus perseguidores. Fue una prueba de eliminación. Sin más gloria.

El Giro tiene fama entre muchos aficionados de ser la carrera con mejores recorridos, pero este certamen, bastante decepcionante en muchas fases, ha demostrado que los trazados sirven de poco cuando no son aprovechados por los ciclistas. Eso si damos por bueno el mapa de 2022 sólo por haber acumulado la gran montaña en la semana final. Ese reparto, que puede prosperar en otros casos, también tiene el peligro de crear una actitud reservona en los corredores, tendentes siempre a dejarlo todo para el día siguiente. Igualmente surgen dudas concretas. ¿Cómo hubiera funcionado la Marmolada como penúltimo puerto? ¿Y el Kolovrat como final de etapa? ¿Y el Mortirolo por su lado duro? La dureza del Giro se ha ensalzado tanto, que ha terminado por quedarse atrapada en sus propias redes.