Regates

El FC Barcelona, como es normal en los procesos de reconstrucción, muestra un recorrido con altibajos. A un partido ilusionante le siguen dos gatillazos, a un “ ahora sí” le sucede la mueca de extrañeza ante lo inesperado. El culé desayuna despidiendo a Agüero, come esperando a Haaland y se acuesta con Aubameyang. Los acontecimientos pasan casi ocultando un plan que tiene toda la pinta de salir bien, vaya usted a saber cómo. Da la impresión de que el nuevo Ronaldinho de Laporta es Alemany.

Pero ni este talentoso ejecutivo ha sabido o podido dar con la solución a la remanente tos que le ha quedado al enfermo: Dembélé. Un error (fichar carísimo a un atolondrado rebelde sin contrastar) que nació de un error (la marcha de Neymar) que nació de un fichaje que fue delito (el fichaje del carioca: hay sentencia judicial). De tanto malo no puede nacer nada bueno. Cuando de un jugador se sigue diciendo casi cinco años después que tiene “condiciones”, en lugar de poder afirmar o incluso negar un rendimiento determinado, es que pertenece a la misma calaña que aquella novia que tuve, que cortaba conmigo los viernes para volver cargada de promesas los lunes, imagino que con la panza llena. La falta de confianza solo es un no camuflado.

Igual que juega sin saber lo que va a pasar, si hay golazo o lesión, o la habitual espuma, el propio Ousmane no sabe por dónde va a salir, si por la derecha o por la izquierda, lo único que hace es quebrar, incluso a sí mismo. No se conoce ni se entiende; no descartemos que renueve. Hay algo en su juego que remite a la mentira, al engaño, que desarrolla de manera inconsciente, natural.

Todo esto coincide no casualmente con lo detectado en las auditorías encargadas para evaluar las cuentas del club. En una entidad que hizo de una incógnita su esperanza, lo más normal es que lo que se ha estado haciendo haya sido también un engaño, en este caso bastante más consciente. Lo deseable es que todo esto no se olvide, que lo sancione un juez y se siga adelante.