El imprevisto rebrote del ‘hooliganismo’

Después de unos años de apreciable calma, nos hemos visto mal sorprendidos por un rebrote del gamberrismo futbolístico en España: el palo de la bandera en el Villamarín, el asalto al autobús del Atleti en Anoeta… Desde la desdichada muerte de ‘Jimmy’ en el Manzanares, aún por aclarar, una especie de ‘espíritu de Ermua’ se había instalado en nuestro fútbol. Parte vergüenza colectiva, parte medidas bien adoptadas por LaLiga: registro de componentes de las ‘gradas de animación’, imposibilidad de acceder al campo con objetos arrojadizos y perfeccionamiento del sistema UCO de vigilancia para detectar e ir apartando a los indeseables.

Quizá sea la pandemia, que nos ha tenido tanto tiempo encerrados, con los más brutos macerándose en su propia solitaria barbarie interior. Quizá sea también que ese tiempo de estadios vacíos ha reseteado el sistema y con él las conciencias y las actitudes. Pasa en más sitios. Francia ha vivido unos episodios tremendos que se merece por la lenidad de sus clubes con los ultras. (Mbappé teme a los de su club, se quiere ir en buena parte por eso). Inglaterra se ha visto sorprendida con un nivel de incidentes insólito: casi la mitad de los partidos han exigido intervención de la policía, con un saldo de más de 800 hinchas detenidos en lo que va del curso.

La respuesta debe ser inflexible. Es un tema trabajoso que requiere atención continua al UCO para identificar a los peores y apartarlos a la mínima, pero sobre todo requiere que cada club haga su propio esfuerzo. No fue bueno que el Betis pusiera el foco en Jordán en lugar de en el desquiciado que lanzó el palo. No fue bueno que Imanol se limitara a pedir perdón y a decir “la afición de la Real no es así” para no anatematizar a los asaltantes del autobús. No fue bueno que Simeone y sus jugadores aceptaran explicarse ante cabecillas del Frente Atlético al regreso de su derrota en Anoeta. Estábamos la mar de bien con esto, no lo estropeemos de nuevo.