La ‘baloncestización’ del fútbol

Buenos amigos, amantes de lo clásico como yo mismo, me han llamado tras mi artículo en el que aventuraba que el fútbol va hacia el modelo de medición del tiempo que utiliza el baloncesto. Les digo que no se extrañen mucho. Desde que tengo uso de razón, el fútbol ha copiado mucho del baloncesto: el entrenador de pie dando gritos, los cambios, las estadísticas, los números personales de las camisetas, no por la función, los parones por cada caída, los bloqueos en la zona (el área), la volatilidad de las plantillas, la proliferación de árbitros, la revisión tecnológica de ciertas jugadas, el sobeteo de las reglas.

Vicente Verdú, en su descomunal ‘El Fútbol: mitos, ritos y símbolos’ estableció las diferencias. El fútbol respondía a su origen rural, se juega en hierba, el objetivo está en el horizonte, basta un árbitro (entre cura y juez de paz) y dos alguaciles. El partido, como el día, dura lo que dura. El baloncesto, ya urbanita, se juega en espacio menor y suelo artificial, el objetivo está arriba, como los edificios, lo controla una tropilla de burócratas, con sistemas de alta tecnología, en lugar del viejo reloj del viejo árbitro de fútbol. Los jugadores entran y salen frenéticamente, registrados en una estricta contabilidad estadística.

Bueno, pues el fútbol ha ido a eso, y cada vez más en todo. Sus reglas, inmutables desde 1925 como las Tablas de la Ley que bajó Moisés del Sinaí, ahora se retocan desprejuiciadamente, como siempre hizo el baloncesto, incluso más. Se meten novedades para resolver ningún problema detectado y con ello se crean problemas reales que ya estamos viviendo, por ejemplo el tiempo. No soy de los que piensan que todo lo pasado fue mejor. Hoy todo es mejor, menos la fruta. El fútbol también es mejor: los campos sin barro, los balones, los futbolistas, la tele en que lo vemos. Pero estos delirios lo están empezando a dañar.