Profetas fuera de su tierra

Óscar Freire, a quien tuve el honor de entrevistar en numerosas ocasiones, siempre se lamentaba de que se sentía muchas veces más popular en otros países con mayor tradición de clásicas ciclistas, como en Bélgica, Holanda o Italia, que en su España natal. De hecho, la mayor parte de su carrera, 13 de sus 15 temporadas, las cubrió en las filas de equipos extranjeros. Aquí siempre hemos sido más de grandes vueltas y, a ser posible, de escaladores. El clasicómano era una especie rara, sólo representada en los años 50 por Miguel Poblet, que debió sentirse de manera similar a su sucesor en sus tiempos en blanco y negro. Freire ganó tres veces la Milán-San Remo y se enfundó otras tantas el arcoíris. Hacía fácil lo que ahora, en este fin de semana de Mundial, nos resulta remoto, casi imposible. ¡Cómo se le echa de menos! En otros países, o en una región como Flandes, un campeón con ese palmarés hubiera sido un ídolo de masas, como ocurrió acá con Miguel Indurain. Freire tuvo su reconocimiento, sí, pero puede andar tranquilamente por la calle.

Álex Palou vive una experiencia parecida. A punto de hacer historia, de lograr una gesta inédita, de coronarse en la IndyCar, que lidera con 35 puntos a falta de la carrera del domingo en Long Beach, el emergente piloto de 24 años se siente más valorado en Estados Unidos que en España. De momento lo asume con normalidad, a la espera de que su éxito pueda popularizar esta competición ‘made in USA’. Freire sí consiguió que calaran las clásicas, hasta el punto de que los aficionados actuales se desviven por nombres como Van der Poel o Van Aert, pero nunca han llegado a la altura de un Tour o una Vuelta. A Palou le puede suceder algo similar. La Indy nunca se equiparará a la F1, pero es justo que el barcelonés, que ya es profeta fuera de su tierra, también sea reconocido en casa.