Bélgica cambia de estatus

Pasear hasta el estadio de San Petersburgo fue una sensación extraña. Por un lado, la satisfacción de volver a respirar el ambiente previo a un partido grande: la ciudad teñida de rojo, cánticos... Por otro, sentimiento de estar fuera de sitio. En Rusia muy poca gente (casi nadie) lleva mascarillas por la calle, porque no son obligatorias. Cruzarse con personas sin nada en la cara produce un sentimiento de angustia que vamos a tardar en quitarnos de encima. Otro efecto secundario de este maldito virus. En lo futbolístico, en la afición rusa se notaba cierta resignación: asumían que era día de derrota. Eso evidencia que Bélgica ha subido de escalón.

El golpe sobre la mesa que dieron los belgas en 2018, también en territorio ruso, ha cambiado la visión que tienen de ellos los rivales. Llegar hasta semifinales de un Mundial te coloca en el grupo de elegidas, pero si en el camino dejas a Brasil pasas automáticamente al peldaño de favoritas para ganar cualquier torneo. Sentir respeto en el contrincante recarga la confianza propia. Hace años que Bélgica tiene un grupo fantástico de jugadores, sólo les faltaba demostrar que no les tiemblan las piernas en los momentos de la verdad. Golearon con solvencia a Rusia sin apenas pisar el acelerador, con dos pilares ausentes (Witsel y De Bruyne) y con Hazard jugando un rato a medio gas. Bélgica se ha ganado sobre el césped el derecho a ser considerada una de las grandes favoritas al título.