Dos rocas emergen en Anfield

Un ejercicio de gestión, más que de buen fútbol, colocó al Madrid donde suele: en los metros finales de la Copa de Europa, posición que el club y su hinchada conocen perfectamente. Y Zidane, mejor que nadie. Atravesado por bajas de gran calado, el Madrid jugó en Anfield como tantas otras veces en situaciones similares, sin estridencias, reduciendo riesgos, con los sustos de rigor frente a un equipo venido a menos. El Liverpool marcó el paso en 2019, ahora es un buen equipo sin más.

Con o sin gente en el campo, estaba cantado que los reds jugarían los primeros minutos a tambor batiente. Fue el único trecho del encuentro que no encontró la respuesta adecuada del Madrid, sostenido por una defensa inédita (Valverde de lateral, Militao, Nacho y Mendy)que se agigantó minuto a minuto, pero no pudo contener el fogonazo del Liverpool en los primeros instantes.

Courtois, que ha justificado en los dos últimos años el precio de su fichaje, salvó el tiro a quemarropa de Salah. La intervención del portero fue tan decisiva que marcó el recorrido del encuentro. Fue una parada de gran mérito. Aunque Salah no consiguió dirigir la pelota a una esquina de la portería, Courtois no se impacientó, sin acostarse ante la inminencia del remate, habitual y entendible error en situación de máxima alarma. Se mantuvo en pie, esperó el tiro y lo desvió con la autoridad de los buenos guardametas.

No volvió a encontrar el Liverpool una oportunidad parecida. Apretó, empujó, corrió, volcó la pelota en el área. Todo eso lo hizo con dedicación y sin creatividad. En todo momento le recordó al Madrid que el partido discurría por una línea muy fina. Un gol inglés, en cualquier momento, habría trasladado al Madrid a las puertas de la UCI. No se produjo ese giro, ni tan siquiera sonó la posibilidad.

Así detuvo Courtois el disparo de Salah en los primeros minutos del Liverpool-Real Madrid. Hubiese supuesto el 1-0 para el equipo 'red'.

Dos gigantes se encargaron de disuadir una y otra vez a los delanteros del Liverpool. Nacho impresionó por su velocidad, anticipación, fiereza y liderazgo. Dispuso de Salah con una eficacia total. El magnífico delantero egipcio buscó el área una y otra vez. No se borró del partido. Le borró Nacho, que esta temporada ha alcanzado la cota más alta de su carrera. Altísima, en todo caso.

Sin Varane y Sergio Ramos, se le pronosticó un mal destino al Madrid. Dos jugadores estaban bajo el microscopio. Nacho y, sobre todo, Militao, cuya presencia en el equipo había sido casi testimonial esta temporada. Respondió con un partidazo en la ida y se superó en Anfield. El jugador inseguro, sin confianza, desde su llegada al Real Madrid, se erigió en un defensa infranqueable, autoritario, insuperable en el juego aéreo, rapidísimo en las respuestas. Mané, una bala trazadora, le midió en un par de carreras y las perdió.

La impresionante solidez de los centrales favoreció la gestión de un equipo que sabe latín en las grandes circunstancias. Su bagaje en sus enfrentamientos con el Inter de Milán, Barça, Atlético de Madrid y Liverpool lo dice todo: ocho partidos, seis victorias y dos empates. En cada uno de esos encuentros ha mostrado una versión diferente, y hasta cuando ha jugado mal (en el Metropolitano, desde luego) se las ha ingeniado para salvar el resultado.

No necesitó del mejor Kroos, que ofreció señales de fatiga y apenas consiguió atravesar el medio campo, y sus delanteros apenas sintieron la compañía de los centrocampistas y laterales, pero el Madrid nunca se sintió desbordado. Modric tuvo arrestos y clase para rescatar al equipo de la crisis inicial, Casemiro se recuperó en la segunda parte y los demás contribuyeron con abnegación y sin despistes, excepto el habitual que comete Mendy en cada partido.

Sería conveniente que no lo repitiera contra el Chelsea, que impone menos que el Liverpool. El Madrid ya está donde Zidane le lleva con una frecuencia que no se corresponde con el intempestivo clima que preside su discurrir en el club.