David Elleray, el VAR y Velasco Carballo

Hay un tipo emboscado en Londres que dispara contra el fútbol. Se llama David Elleray y fue un famoso árbitro inglés a finales del siglo pasado. Buen colegiado y hombre instruido, dedicado a la enseñanza de la Geografía. Lo malo vino cuando años después de su retiro, en 2016, accedió al puesto de director técnico de International Board, el organismo de la FIFA que debe limpiar, fijar y dar esplendor al Reglamento. Desde que está ahí emite cada año ráfagas de instrucciones desconcertantes que nos tienen locos a todos. Un barullo de iniciativas adanistas, varias rectificadas en poco tiempo, sin más sentido que el de sacar brillo a su calva.

Encima a eso se ha juntado el VAR, un proyecto tecnólatra que prometía paz y justicia pero que, cruzado con las perversiones de Elleray, ha creado un desconcierto sin precedentes. Ayer tocó comparecencia de la cúpula arbitral y de nuevo Velasco Carballo desgranó supuestas ventajas del invento. Justo esta jornada se escapó Messi sin expulsión y en el Di Stéfano le birlaron un penatli a la Real. Pero, como ya tocaba, él desgranó sus porcentajes con ese mismo tono de aburrida letanía que emplea Fernando Simón en sus homilías diarias, que casi nadie atiende y el que atiende no cree. Cuando terminan nos sentimos igual de desamparados.

Por su parte, Clos Gómez se esmeró en describir qué es mano y qué no. Recordé los apuros anteayer de Le Normand, que recibió un balón en el regazo con las manos fijas a la espalda como con esposas, reflejo de cómo temen ya los defensas que les piten penalti por cualquier cosa. Es el legado de Elleray. Antes mano era la que el árbitro consideraba razonablemente voluntaria o colocada ahí para cubrir espacio. Ahora es una tabla de logaritmos que Elleray modifica cada poco, según llueva o no ese verano en Inglaterra. Ya vale que tengamos que aguantar un fútbol así y la desdicha de la pandemia. Pero no merecemos encima escucharles.